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¿Qué son esas cosas que se pegan al fondo de los barcos? ¿Y el biofouling?

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SudcaliCiencia

Por Marián Camacho

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el mar existe una gran diversidad de organismos que necesitan de algún lugar sólido que les sirva como superficie para adherirse, temporal o permanentemente, y poder comenzar así una próspera y fecunda vida submarina. Esta acumulación incrustante de organismos sobre algún sustrato sumergido es conocida comúnmente, por su definición en inglés, como biofouling; en español sería “bioincrustación” aunque este término no es muy utilizado.

Una invasión de biofouling comienza como cualquier historia de suspenso, muy lentamente, y cuando menos nos damos cuenta… ¡pum! Ya estamos rodeados. La historia se trata de un proceso de colonización por pasos que se conoce como sucesión ecológica. El proceso inicia con el asentamiento de una finísima capa de bacterias (biopelícula o biofilm) que comienza a recubrir la superficie. La formación de esta biopelícula la podemos observar en nuestra casa cuando no lavamos los trastes y dejamos un poco de agua dentro de ellos; después de unos días, notaremos que la superficie de los trastes presenta una especie de baba y eso es precisamente la capa de bacterias que inicia la colonización.

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A partir de la biopelícula, es posible que otros organismos comiencen a desarrollarse en la nueva colonia. En el mar, aparecerán las primeras algas verdes en formas de delgados filamentos (tipo cabellos); después algunas algas rojas y cafés que son más gruesas y tienen formas de penachos; a continuación, llegan las primeras larvas de animales que necesitan una superficie para desarrollarse, por ejemplo, almejas, mejillones, balanos (como los que se pegan a la piel de las ballenas), esponjas, etcétera; finalmente la colonización es completada por animales móviles como cangrejos, caracoles, gusanos e incluso, algunos peces.

Este comportamiento incrustante de los organismos es un tema de estudio muy importante, no sólo para los científicos interesados en la biología, sino también para un gran número de personas que tienen fuertes afectaciones económicas derivadas de estos procesos naturales en el ciclo de vida de muchas especies marinas. El problema principal radica en que el biofouling puede aparecer, e invadir, en lugares tan indeseables como el armazón externo de los barcos, estructuras de maricultura, ductos petroleros, muelles, etcétera.

En las plataformas petroleras y jaulas de acuacultura, la importancia económica del biofouling radica en la afectación que ejerce el peso generado por la acumulación de organismos al incrementar la tensión en las estructuras y sistemas de anclaje. En las embarcaciones, su presencia resta hidrodinamismo a los cascos, lo cual se ve negativamente reflejado en la eficiencia del consumo de combustible (hasta 40% más), así como una mayor emisión de gases de efecto invernadero.

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Asimismo, las afectaciones económicas no son las únicas consecuencias negativas de la presencia del biofouling. Existe un gran riesgo ecológico cuando las embarcaciones transportan de un lugar a otro la fauna que se ha adherido a sus cascos o se encuentra en el agua de lastre. La razón de este riesgo es que, en muchas de las ocasiones, existen especies introducidas que se consideran invasoras y pueden desplazar de su hábitat a las especies locales. Existe una amplia documentación de especies invasoras y los desastres ecológicos que han causado en distintas partes del mundo. Específicamente, en Baja California Sur, se han reportado efectos de desplazamiento en especies de algas nativas como Sargassum.

Una solución emprendedora

El problema del biofouling ha sido atacado de distintas maneras para evitar que los organismos se adhieran a las superficies. Entre los intentos más conocidos se encuentran las pinturas antifouling y las descargas eléctricas a través de la parte sumergida de los barcos. Sin embargo, estas soluciones aún presentan gran controversia sobre los efectos secundarios que pueden generar en el ecosistema marino (contaminación y daños en la vida marina). Así, la solución de dar una limpieza constante a las embarcaciones, y a cualquier estructura sumergida, continúa siendo hasta ahora la solución más amigable para el medio ambiente.

En 2013, en La Paz, BCS, dos jóvenes científicos egresados de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, decidieron combinar sus talentos, energías e intereses en una empresa comercial dedicada a la industria del mantenimiento submarino: Marine Operations. Sus nombres son Yoel Goldchain Goldin y Michael Murtaugh Olachea.

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En poco tiempo Marine Operations ha logrado establecerse localmente como empresa líder en servicios de mantenimiento submarino. Su éxito comercial ha ido de la mano con la oportunidad de vivir la pasión por la vida marina. El interés científico de sus fundadores los ha llevado a brindar servicios de consultoría ambiental especializada en biofouling, así como de buceo ambiental en general. Han desarrollado proyectos de investigación científica dirigidos a cuantificar e identificar los componentes del biofouling en la región, así como sus procesos y mecanismos de control. Por ejemplo, uno de sus estudios pretende identificar la pintura marina anti-vegetativa óptima para las condiciones locales. Esto a través del uso de los recubrimientos actualmente disponibles en placas estandarizadas sumergidas en las marinas y bahías locales, observando la tasa de crecimiento y los efectos en el reclutamiento de organismos.

Yoel y Michael confían en que Marine Operations seguirá prosperando, convirtiendo a La Paz en un reconocido puerto para reparación y mantenimiento de embarcaciones en donde se logré desarrollar un innovador y ecológico recubrimiento anti-vegetativo, a partir de su actual e interesante equipo de profesionales.




‘Tenesí Ríver’, la nueva novela de Raúl Carrillo Arciniega

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). La condición humana es algo que resulta difícil de entender y de sobrellevar porque en ella está implícita nuestra supervivencia y las relaciones interpersonales. No hay nada más escabroso que madurar en una relación de cualquier índole y que al final salgamos victoriosos o al menos un poco más maduros. A veces uno piensa que la realidad es como uno la vive y la percibe, que desde ahí podemos aplicar el mismo rasero al resto del mundo. El problema comienza cuando nos damos cuenta de que nuestra idea de colectividad es una pura ilusión que proviene de nuestra necesidad de sentirnos seguros, de que el otro, lo otro (la otredad) es un delirio modélico que nos hace sentir una llana satisfacción por nosotros mismos, sin pensar en la existencia de los demás. Tal cosa se llama egoísmo, un sentimiento, actitud, bastante pueril que nunca se desarrolló, pero que asentó sus designios en la inmadurez, en la incapacidad de relacionarse con los demás. A todos nos dicen que hay que madurar, pero la mayoría oscilamos entre lo uno y lo otro, mientras que algunos de plano ni siquiera se dan por enterado de que existe ese paso hacia una humanidad diferente y posibilitada para ejercer la convivencia sana y nutricia.

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¿Por qué menciono todo esto? Recientemente estuvo por estas tierras áridas el poeta y narrador sudcaliforniano Raúl Carrillo Arciniega, con quien tuve oportunidad de charlar en una entrevista grabada para Radio UABCS y que saldrá al aire en el mes de agosto. Platicamos de todo, en especial de ese viaje extraordinario que inició hace más de quince años a Estados Unidos, donde estudió su doctorado en literatura. Y, bueno, tocamos el tema de su más reciente novela, Tenesí Ríver (Premio Estatal de Novela Ciudad de La Paz 2015) cuyo ejemplar me había sido facilitado por el equipo de Fomento Editorial del ISC, a quienes agradezco siempre la amabilidad y su colaboración con el programa Letras Vivas, la voz de los escritores sudcalifornianos. Durante la entrevista Raúl nos contó todo el proceso de adaptación y los avatares sufridos en ese lapso, con una pasión que nos invita a leerlo y a seguir sus libros.

Pues, bien, al leer Tenesí Ríver, uno constata que las odiseas no son meros trucos literarios ni cuestiones que pertenecen al mundo de la cultura antigua. Raúl Carrillo Arciniega nos va narrando las desventuras, desencuentros y desencantos de un escenario que imaginó de un modo y que al final resultó otra cosa. Es la historia en primera persona de un personaje que decide por cuestiones extraordinarias emprender un viaje se superación de obstáculos que le permitiera seguir con su vida y con su familia. Y como Ulises que deja a su Penélope, Santiago Silva va en busca de un nuevo mundo que ya estaba predicho desde las películas hollywoodenses, pero que al confrontar la realidad se ve envuelto en una dinámica que le irá transformando su visión y su condición de mexicanidad. Una historia a ratos parecido a una confesión y a ratos un corolario del emigrante mexicano.

Hay que decirlo, es un relato que nos lleva de la mano por los intrincados modos de convivencia que tienen los estadounidenses al sur de su país, donde el racismo, el clasismo, la discriminación del habla y el fanatismo religioso son el pan con que se alimentan en la mayoría de los núcleos humanos llamados blancos. Fuera del entorno de un angloparlante sajón no hay nada, sólo están ellos y nada más, situación que refleja lo que decíamos al principio: una actitud pueril provista de egoísmo en grado sumo. Claro, ser pueril no significa nada en sí mismo, el problema comienza cuando eso se transforma en el modelo de las relaciones humanas, sustentadas en el ideal de la supremacía blanca. Uno creería que a estas alturas en Estados Unidos el racismo, por ejemplo, es un asunto del pasado debido a los grandes avances en derechos civiles y humanos. Sin embargo, con la llegada de Donald Trump a la presidencia, el mundo despertó a una realidad que se creyó superada, tal como ocurre en el cuento de Augusto Monterroso: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí.

Santiago Silva llega a Estados Unidos sin saber a lo que se enfrentará y de cómo la humanidad en varios núcleos sociales del sur está completamente atrasada en muchos aspectos de la concordia y del trato interracial. Raúl Carrillo nos narra con una fluidez extraordinaria, a veces como crónica, a veces como diario y a veces una gran novela que alcanza los niveles de Henry Miller en sus Trópicos. No tengo ninguna duda que Tenesí Ríver debió ser publicada en una editorial de mayor alcance y de mayor tiraje, pues su calidad y su voz se sostienen de principio a fin. Lleno de la euforia literaria, de los trucos de la ironía y el sarcasmo, Raúl nos ofrece un personaje de proporciones épicas, cuya principal heroicidad es resistir los embates de una cultura que lo menosprecia por su tono de voz. Santiago Silva es del tipo europeo, blanco, ojo azul, cuestión que lo salva de muchas agresiones, pero que cuando habla los problemas se suscitan sin pudor alguno. Santiago observa que el criollo blanco en México se asume como el amo y desprecia lo moreno, lo indígena y se siente a salvo, sin embargo en estados Unidos, el blanco mexicano es discriminado más allá de su piel.

Así, el mundo de los gringos no es el mundo de los demás, es su mundo. Fuera de ellos todo es extraterrestre, extraño, monstruoso, deforme, ajeno. Por eso sus películas, por eso sus noticias, por eso su política tienen ese constructo: todo va en función de sus miedos, de sus fobias a ser invadidos y que les arrebaten a la fuerza lo que ellos han arrebatado de igual modo. Tenesí Ríver es el viaje interior de un mexicano a una tierra que está escondida en sí misma pero que ante el mundo se presenta como el rostro del progreso y el modelo a seguir. Un relato poderoso que seguimos línea a línea sin soltarlo, pues de muchas maneras podemos sentirnos identificados con él, una novela que nos deja reflexivos y al mismo tiempo conmocionados por lo miserable que puede ser la condición humana en muchos rincones del mundo, en especial Estados Unidos, los adalides de la democracia, la igualdad y los derechos. Una novela para leerla una y otra vez.

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* Raúl Carrillo Arciniega, Tenesí Ríver, México, Gobierno de Baja California Sur, ISC-SC, 2016, 219 páginas.




¿Por qué nos gusta tanto ‘The Big Bang Theory’ si ‘Sheldon’ es casi un villano?

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La Paz, Baja California Sur (BCS). Los buenos escritores son capaces de manipular nuestras emociones de una manera formidable, a pesar —o a favor— de ciertas complejidades que puedan contener sus personajes; éste es el caso de Sheldon Cooper —interpretado por Jim Parsons, un científico cuyos defectos aunado a su enorme inteligencia podrían conformar a un tremendo villano, sin embargo, se logra todo lo opuesto: un personaje entrañable y adorado. Creo que es ese ingenio espléndidamente desarrollado por los guionistas, ha dado pie al gran éxito que ha resultado ser The Big Bang Theory, la serie de Warner Channel que cumple diez años divirtiendo a televidentes de todo el mundo.

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Y es que Sheldon Cooper es un físico brillante pero sumamente egoísta y soberbio, lo que en manos de otro guionista sería perfecto para crear un ‘científico loco que quiere adueñarse del mundo’, pero junto a estos vicios de carácter —que lo vuelven particularmente irritante— hay una ingenuidad tan carismática y entrañable, que lo hace único. Nótese que entre las características de este personaje hay una tendencia a desconsiderar a los demás y una repulsión a la convivencia social, sin embargo, se ha tratado justamente de su adaptación, incluso, el descubrimiento del amor.

Este personaje es un gran acierto para el desafío que, supongo, debió ser plantearse una serie de TV con científicos nerdos y ñoños, que a pesar de sus brillantes cerebros conjugan el miedo a las mujeres y dificultad para entrar en las convenciones sociales. ¿Alguien imaginaría que exponer personajes tan cultos —muchos, muchísimos, nos reímos a pesar de ser ignorantes en ciencias— lograría cautivar a una gran audiencia? Sin duda, esta comedia es igual o más exitosa que Friends.

Y estos científicos no serían nada sin Penny, el personaje de Kaley Cuoco, que más allá de su espectacular belleza, resulta ser con quienes muchos nos identificamos en el sentido de no entender la mitad de lo que esos genios hablan, pero viene siendo su cable a tierra. Ella es su puerta al mundo ‘real’. En una misma mujer hay el atractivo visual y simpatía suficientes para atraer más espectadores a esta serie de Warner Channel. Penny es el otro gran ingrediente de The Big Bang Theory.

Y por supuesto, hay más. Cada uno tiene ese sello propio, de tener características positivas y negativas, mezcladas en situaciones que conllevan retos y dilemas. Además, la serie es —debía ser— muy actual, con temáticas que nos muestran una gran tolerancia a las distintas formas de ver la sexualidad, las creencias religiosas o las diferencias culturales. La risa quebranta toda la solemnidad que pueden contener de fondo esos tópicos.

Nunca olvidaré aquel capítulo que me hizo fan de la serie, donde la madre de Sheldon se los lleva a una iglesia cristiana y les hace pedirle a Dios por ellos, sus respuestan hilarantes pudieron haber sido muy polémicas, pero insistimos en el gran trabajo de los guionistas para detonar la risa y quitar peso a la solemnidad. Y un elemento adicional muy interesante es que nos acerca tímidamente a la ciencia y la cultura geek; mientras estos genios crecen y maduran, también nos enseñan algunos datos aislados que nos infieren que el conocimiento puede tener un lado muy divertido.

The Big Bang Theory fue estrenada el 24 de septiembre de 2007 por la cadena CBS, y es producida por Warner Bros y Chuck Lorre.  Además de Jim Parsons y Kaley Cuoco, el elenco lo conforman Johnny Galecki, Kunal Nayyar, Simon Helberg, Mayim Bialik y Melissa Rauch. En septiembre próximo, la serie cumple diez años al aire.




Crítica: ‘Cars 3’

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Por Marco A. Hernández Maciel

Calificación: ***** Bien actuada, escrita y dirigida

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde el lanzamiento de Toy Story en 1994, Pixar tuvo una racha perfecta de producciones que fueron una amalgama exitosa en crítica y taquilla. La dirección de John Lasseter los llevó a concebir historías increíbles como Wall-E, Up! y Toy Story 3 y las predicciones apuntaban a ir más arriba. Pero entonces llegó Cars 2 y la racha perfecta se terminó. Con decisiones creativas muy extrañas, ­—seguramente se basaron en las ventas de los juguetes—  se decantaron por darle el protagonismo a Mate la Grúa, dejando en segundo plano todo lo que había hecho memorable a la primera parte.

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Con ello en mente, Cars 3 supera en todo a su antecesora, y se convierte en una digna secuela. Y al parecer, Pixar se tomó muy a pecho el desprecio por la segunda parte ya que la única referencia a ese film es que respetan el orden de los números, no quedando rastro alguno de esa exótica y rara aventura de espías que fue la segunda entrega. Con decir que incluso Mate es poco más que un cameo y —quizás hiera algunas susceptibilidades— no se extraña en lo absoluto.

En esta tercera parte, el Rayo McQueen es un corredor consolidado que domina su competencia cuando el tiempo, y la tecnología lo alcanzan para verse superado por los más nuevos competidores. Así que después de un suceso casi trágico, empieza a reevaluar su carrera y busca la manera de mantenerse vigente con la ayuda de una entrenadora personal llamada Cruz Ramírez, contratada por su nuevo, rico y poderoso patrocinador llamado Sterling, quien es un impulsor de la tecnología que no duda en desechar lo que no sirve.

Con esta premisa, la historia se convierte en un road trip que lleva al Rayo y a Cruz de viaje por muchos caminos donde la productora Pixar aprovecha para mostrar el gran avance tecnológico logran en cada producción que presentan en la gran pantalla. Las imágenes creadas tienen un nivel de textura que en algunas ocasiones parecen cien por ciento reales. La recreación de múltiples escenarios y climas es sobresaliente y ello contribuye a que la historia y los personajes sean aún más entrañables. En la playa, en el lodo, en el bosque, entre la niebla, en el desierto y dentro de la pista de carreras, todo está cuidado al más mínimo detalle. Con Pixar, el entorno se convierte en un personaje y todo el conjunto se sublima para crear un producto visualmente perfecto.

Y aunque toda la película se mantiene en ese nivel de perfección visual, hay tres secuencias que explotan al máximo esa cualidad: la carrera inicial, el entrenamiento en la playa y la batalla en el lodo. No contaré de más en la trama pero el ritmo de edición, los encuadres, movimientos de cámara y la coreografía de cada personaje están realizadas con maestría. La carrera nos lleva directamente al asfalto y sentimos en carne propia el vértigo, el calor y la emoción como nunca se había mostrado en el cine. La secuencia en la playa es sumamente divertida y todos aquellos fanáticos de Rocky no evitarán recordar aquella épica carrera entre Rocky Balboa y Apollo Creed en su preparación para derrotar al monstruoso Clubber Lang. Y la batalla en el lodo es un caos perfectamente sincronizado y que nos introduce a un personaje que seguramente será de los nuevos favoritos de la franquicia.

Sin embargo, el guion de Cars 3 batalla para mantener su nivel de emotividad hasta el final y decide tomar la vía fácil, la vía conocida sin arriesgar mucho en su historia. Se mantienen en la línea del homenaje a la nostalgia y se apega mucho a la primera entrega. Los malos resultados de la segunda parte los obligaron a irse por la segura, sin complicaciones, apelando al carisma de los personajes y transitando por el camino ya conocido. Un camino que deja vía libre para seguir explorando el mundo de Cars.

La calificación de Kinetoscopio:

5 Estrellas: Clásico imperdible

4 Estrellas: Bien actuada, escrita y dirigida

3 Estrellas: Entretiene

2 Estrellas: Sólo si no tienes otra opción

1 Estrellas: Exige tu reembolso

0 Estrellas: No debería existir

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‘Barco de piedra’ o la patria dura, el nuevo libro de Rubén Rivera

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). De no ser por la poesía no habría entendido el sentido de la vida y la muerte. Y de no ser por López Velarde jamás me hubiera detenido en la significación de la patria. No el menoscabado sentido institucional, sino en el del poeta que cree en la integración de los individuos como un manto protector de su evolución cultural. Todas las civilizaciones están marcadas por su asentamiento, florecimiento y caída. México, pienso, continúa instalado en los pormenores de su fundación, y a la que se le ha llamado historia mexicana, pero que sigue regenteada, como un burdel, por políticos corruptos, y habitada por una idiosincrasia ciudadana que posee múltiples variantes. No obstante, aquí el asunto es la patria y su decantación poética.

Hace muchos años que no leía un poema de largo aliento que me dejara ahíto, interrogativo, sobre todo entusiasmado de que la poesía puede ser el rompimiento de los paradigmas modernos si el poeta encuentra la voz exacta que le dé cauce. Ese poema se llama Barco de piedra, el más reciente libro de Rubén Manuel Rivera Calderón (Cuadernos de la Serpiente, número 15, 2017), quien ha desatado la furia cotidiana para poner en entredicho nuestros valores y nuestra identidad no sólo local sino nacional. Armado con los versos de la experiencia, Rivera Calderón nos va conduciendo verso a verso por los senderos del cuestionamiento, de la patria y de la poesía como ente capaz de decirlo todo y al mismo tiempo de guardar silencio.

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La obra poética de Rubén Rivera ya abarca más de dos décadas y a lo largo de ese periodo hemos leído y aprendido que la pasión, las imágenes, los versos, las palabras tienen el don de la mutación, que poco a poco el poeta fue revelándose a sí mismo, pero también ofreciéndonos alternativas para leer la cotidianidad. Es un poeta de la vida diaria, en cada uno de sus versos desnuda y desgarra la condición humana, nos coloca en las incógnitas no resueltas de nuestras manías. He admirado la poesía de Rubén durante años, he seguido sus libros, algunos han alcanzado el paroxismo de la confesión interior y nos muestran a un poeta vivo, descarnado y honesto, consciente de su propia fragilidad y consciente de su estado estético, ambas cosas conectadas cada que escribe un poemario nuevo.

Debo decir que por momentos su poesía pareció dar vueltas en círculos, que ahondó una y otra vez en las paradojas que lo llevaron a convertirse en poeta. Creo que ni él mismo se dio cuenta hasta dónde lo llevaría. Sin embargo, de pronto, Rubén Rivera Calderón ha escrito un largo poema donde se ha reinventado, un largo río convertido en un barco de piedra, que es a la par madre, patria, ciudad y una casa vacía, todos elementos conjuntos que nos muestran las inquietantes maneras en que nuestra realidad se ha transmutado. Y también Rubén ha sufrido una metamorfosis al lanzarse al vacío de lo desconocido, tal como lo hiciera Huidobro en Altazor, aunque con distintos propósitos. Al final, el arquetipo viene a caer en lo mismo: el tocamiento y retocamiento de la realidad.

Así, provisto de sus certezas e incertidumbres, Rubén Rivera se lanza a la mar oscura con su barco de piedra, que no es otra cosa que la patria desusada, una casa que dejó de ser solariega y protectora. Una madre sin senos, una madre que ya murió y no nos hemos dado cuenta. Barco de piedra nos lleva por senderos conocidos y también por los callejones más inhóspitos, tratando de recordar por qué somos los que somos, descubriendo en ello la simulación tan bien elaborada a lo largo de dos siglos. Es decir, se inventó una patria que fue monolítica desde su instauración y nos convirtió en ciudadanos también monolíticos; pero, desde la mirada del poeta Rivera Calderón es posible transitar por las aguas de una vida cotidiana que no está edificada con paradigmas salvadores.

Una lectura directa, sin detenernos, nos ofrece la oportunidad de concebir con sentido crítico que la sociedad no es la patria, sino un algo multicultural, a veces racista, a veces clasista y siempre dividida por la política rapaz de los individuos más tenebrosos que tienen rostros, guayaberas, trajes elegantes y corbatas para aparentar ser los perfectos conductores del barco de piedra que por momentos parece de papel entre sus manos. Por ello, quizá Rubén Rivera nos propone retomar el ahora desde todos los flancos, en especial el de la ciudad y sus instantes asombrosos que nada tienen que ver con su historia, sino con su vivaz modo de encarnar la verdad de sus habitantes, quienes la mayor parte de las circunstancias no saben qué hacer con sus vidas. En este caso la poesía de Rubén es un canto a la casa de sus adentros, pero también la de todos, y la literatura puede ser un buen pretexto para reinventarnos y desdecirnos de tantas pendejadas. La patria ya no es una madre salvadora ni nadie se aventará al abismo con una bandera enrollada al cuerpo para dignificarla.

Uno va recorriendo los versos y se van hilando los sentidos, las diferentes formas en que podemos aprehender la poesía. Cada verso es insólito en sí mismo, a ratos mezclados con un profundo surrealismo, donde cada palabra detona no una respuesta sino una nueva manera de interpretar el mundo, o de simplemente inquietarlo nomás por que sí. La totalidad del poema nos asalta con varias visiones, y una de ellas es que funciona como un Aleph, sí, el borgeano, porque desde todos los ángulos podemos ver el universo infinito que somos y a la par el signo de ver que nada ha cambiado por más retoques que se le den. Por eso la patria sigue estando en estado de fundación porque no ha acabado de hacerse, una ciudad que “es un retablo de piedras/ y almas secas a punto de incendiarse”, nos dice Rubén. En Barco de piedra como en el Aleph somos infinitos porque estamos enlazados con todos los rincones del pensamiento, que es uno solo, tan variado y tan cambiante.

Lo que sucede en el barco debe importarnos porque se trata de nosotros. Vamos incluidos en él. Desprovistos tal vez de la mexicanidad cercenada por los movimientos del poder político y económico local y global, hemos aprendido a transitar por un falso nacionalismo, exacerbado únicamente en el fútbol o cuando nos hieren el orgullo; fuera de ahí la identidad se ha perdido, se ha hundido en la indiferencia. Y cómo no, si el punto de quiebre lo estamos viviendo desde hace décadas y la patria dejó de ser el manto protector prometido desde la primera constitución política. Y este barco de Rubén no es más que señal de que hace falta revisarnos, pero también traer a la escena la poesía, en especial este poema prodigioso que hace hincapié en las propias incapacidades del poeta para comprender. Es una fantasía, un producto del ideal más que del de la necesidad humana de convivir. El poeta debe decirlo de este modo y no de otro, o quizá otro, pero con la certidumbre de la poesía que se sumerge en sus miasmas y en su silencio para significar.

Cada estrofa nos enlaza, nos apunta para que sintamos el vacío de ya no sabernos, de estar perdidos en una casa solitaria, la patria, y que ya no podemos cambiarnos porque no hay a dónde ir, con el peligro de que un día nos embarguen y nos echen a patadas. Dentro de la casa, la patria, cada rincón se asoma a través de las ventanas para que veamos la realidad, además de los rostros de nadie y de todos, con imágenes y fantasmas. Con ello, Rubén Rivera se aventura a decirnos que los poetas requieren de autocrítica, pegarles o pegarnos una poetiza para que se dejen de mamadas y de pensar en sus arrogancias y sufrimientos para que se percaten de sus fragilidades. Sabe que la poesía es un canto, no una solución, pero también denuncia el acribillamiento de la patria, con esa violencia instalada desde los escritorios y los discursos burocráticos, dando como resultado que la ciudad, la casa, la patria, ya no nos protege, porque la vida cotidiana es una puta rentable que han construido como hoteles a lo largo de las playas.

Con esa realidad secuestrada, Barco de piedra desnuda palmo a palmo el territorio delimitado por bardas de piedras simbólicas concentradas en la violencia para que nadie escape. En ese sentido la patria ha enloquecido y es cada vez más amenazante. Madre y más mentadas. Con ello hemos perdido la endeble identidad, pero también, por otro lado, desde la perspectiva del poeta Rivera Calderón, hemos ganado una nueva forma de solucionar nuestras miserias. Con todo eso podemos navegar por las incertidumbres, seguros de nada y de todo. Y a pesar de que hemos perdido la seguridad, el manto protector de la patria-casa-ciudad-madre, aún existe la luz que todo lo descubre y habilita la esperanza de una renovación total. La poesía estará ahí y el poeta Rubén Rivera con su barco de piedra.

*Rubén Manuel Rivera Calderón, Barco de piedra, México, Ediciones Cascabel Literatura, Cuadernos de la Serpiente N° 15, Poesía, La Paz, B.C.S., 2017.