Sudcalifornianos y la matanza del 68. Tan lejos y tan cerca

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FOTO: Internet.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Rubén era muy joven cuando estuvo en la Ciudad de México, en 1968, y llegó a aceptar dinero para ser un porro. El ahora catedrático de la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS), por supuesto, lo ve muy distinto. En aquel entonces —relató—, era un muchacho inocente que no hizo daño alguno, y jamás pasó por su mente lo que ocurriría la tarde y noche del 2 de octubre: la matanza del 68; el asesinato y la desaparición forzada de cientos y cientos de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Tan sólo unos días antes, él se había regresado a La Paz. Consternado, lleno de rabia, se enteró de todo ante la indiferencia de la sociedad paceña de aquel entonces. A 50 años de la masacre de Tlatelolco, CULCO BCS buscó el testimonio de sudcalifornianos que muy cerca —en el tiempo y en la distancia—, sobrevivieron a ese brutal acontecimiento.

El doctor Rubén Salmerón es profesor de Filosofía en la UABCS. Nació en La Paz en 1942. Con algunas licenciaturas y maestrías a cuestas, no sólo es una enciclopedia andante con datos que le salen a borbotones, si no que realmente tiene una memoria prodigiosa, recreando en esta larga entrevista la ciudad de La Paz de hace medio siglo: una tierra aislada. “Estábamos como en otra dimensión (…) Éramos un pueblo de campanario”, ya que las campanadas de la catedral se escuchaban en todo el poblado en aquel entonces; cuando el estadio “Arturo C. Nahl” quedaba “lejos” del centro; la carrera transpeninsular apenas se estaba construyendo; y la vida comercial de la ciudad empezaba gracias al transbordador, en donde él llegó de vuelta a su ciudad natal desde la Ciudad de México, por casualidades de la vida, unos días antes de la noche de Tlatelolco.

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Doctor Rubén Salmerón. FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

“Me encabroné”

“Yo llegue a la Ciudad de México con huaraches de llanta, tipo ranchero, y con sombrero, y hablando ¡Me puchi! Así éramos todos, era lo que nos caracterizaba. Las regiones de México eran muy plurales —lo sigue siendo, pero ahora no hay muchas diferencias, antes no, ahora se parecen muchos los jóvenes de todo el mundo—. Aquí éramos muy regionalistas”. Había ido a la enorme ciudad a estudiar teatro, tras asistir a clases aquí con el profesor Piñeda Chacón. Aunque iba becado, contó que se le hizo fácil aceptar dinero para andar como porro, es decir, de revoltoso para desprestigiar a los verdaderos activistas. Sin embargo, moralmente empezó a simpatizar con la causa estudiantil, tocándole participar en la Marcha del Silencio realizada el 13 de septiembre de ese año.

El 2 de octubre del 68, ya estaba en La Paz. “Como siempre, Televisa no dijo nada; en los periódicos locales, por ahí alguna notita (…) Sería la radio, la XEW que era la que nos llegaba. Yo me enteré al siguiente día”. Diez días después de aquella masacre empezaban las Olimpíadas del 68, y le tocó saber de ellas al momento: “¡Y le aplauden a Díaz Ordaz! ¡Yo me encabroné! Desde aquí me fui a Todos Santos y bien encabronado, ¡’que no pasaba nada’! ¡No es posible!”. Por su mente cruzó la idea que tras estos asesinatos a manos del gobierno se vendría una guerrilla en México, “desde Sonora, Guerrero, ‘se va a prender la mecha’, pensé, pero no, no pasó nada”. Le sorprendió también ver la falta de reacción de indiferencia en gran parte de la sociedad mexicana. Ni qué decir de La Paz que, al parecer, no le dio la mínima importancia al suceso.

Al preguntarle si tenía conocimiento sobre si hubo algún estudiante sudcaliforniano en aquel evento, dijo que no sabía de ninguno. “Hubo militares nacidos aquí, que los llevaron. Uno de ellos recibió un balazo en la columna y duró mucho tiempo con dificultades (…) Ningún sudcaliforniano figuró como directivo de los comités de huelga”. Pero hubo alguien más por ahí, un joven sudcaliforniano, en el preciso momento de la mascare. Quiso ir, pero de nuevo intervino el azar, colocándolo lejos del sitio de las balas, a unos 4 ó 5 kilómetros.

Aníbal Angulo. FOTO: Modesto Peralta Delgado.

“No me mataron porque se me olvidó”

El artista plástico Aníbal Angulo estuvo en la Ciudad de México el 2 de octubre de 1968. También es nacido en La Paz; y también iba a estudiar arte, creyendo que iba por el teatro, pero encontrándose con la fotografía. “Yo quería hacer teatro, con Juan Melgar, Nacho del Río…”. Ese día se enteró de una manifestación masiva en la Plaza de las Tres Culturas, y aunque no tenía nada qué ver con el conflicto estudiantil, había salido de su casa, con su cámara al hombro para ir a tomar fotos. Un amigo le llamó para pedirle ayuda para revelar unas fotografías y allí, en un laboratorio de revelado, se le fueron las horas, mientras mataban y detenían estudiantes. “No me mataron porque se me olvidó”, dijo.

“Yo iba ir a tomar fotos pero un amigo que tenía un lugar donde llevabas a revelar los rollos, por la colonia Juárez, me pidió ayuda para hacer unos fotos que necesitaba. En esa época había que usar tinas largas, con ácidos; entre dos teníamos que meter el papel, enrollarlo, desenrollarlo, etcétera. Y empezaron a salir las fotos con manchas, y decíamos ‘¿qué pasa si le negativo estaba bien?’ Volvimos a poner el papel, hasta que nos dimos cuenta que éramos nosotros con la grasa de las manos… Tenía un radio y de pronto escuchamos las noticia de lo que estaba pasando en Tlatelolco. Y dije ‘¡Chin, se me olvidó! ¡Yo iba a ir a tomar fotos!’ (…) Empecé a oír la narración, me empezó a entrar un medio, ¡qué bárbaro de la que me salvé!”.

En ese viaje, hizo amistad con el joven actor José Alonso, a quien le pidieron unas fotografías para una obra de teatro; a Aníbal se le ocurrió que él se las podía tomar. Y así inicia en la fotografía, y es en la Ciudad de México de 1968 donde explora ésta y otras disciplinas de la plástica, por lo que lo toma como el punto de partida de su trayectoria artística. Justo este año, Aníbal Angulo celebra 50 años de carrera, siendo uno de los artistas plásticos más prolíficos y reconocidos de Baja California Sur.

2 de octubre, no se olvida

De vuelta al relato de Rubén Salmerón, escribimos aquí un resumen de la matanza del 68, con algunos datos interesantes concedidos en esa larga entrevista. El académico de la UABCS recordó que todo empezó el 1 de julio de 1968 con el Bazucazo en la Escuela de San Ildefonso. “Con un pleito entre dos vocaciones del Poli y una preparatoria de la UNAM, en La Ciudadela. Termina en golpizas. El gobierno propiciaba la rivalidad para tener divididos a los jóvenes; intervienen después los granaderos (…) el rector Barros Sierra junta a 100 mil estudiantes y sale al frente de las calles protestando contra la intervención violenta del gobierno, y se van dado las cosas al grado de que se van concentrando en el Zócalo. Ya para entonces son más de medio millón”.

Se forma el Consejo Nacional de Huelga a fines de julio. Por esas fechas, bajan de la bandera de México del asta del Zócalo y suben la bandera rojinegra de huelga, lo que enciende el coraje del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz y de su secretario de Gobernación: Luis Echeverría Álvarez. “Para entonces está interviniendo la CIA, después se sabe que Díaz Ordaz era agente de la CIA: le paga Estados Unidos para tener aquí controlado al país”, y a pesar de que, aparentemente, el pretexto del ataque era que la manifestación irrumpiría en las Olimpíadas del 68, según el sociólogo, lo que estaba detrás eran las políticas de control del país vecino del norte: “la histeria norteamericana, decían a lo pendejo, sin ninguna prueba que estaban influenciados por cubanos, soviéticos (…) Todo estuvo planeado desde el Pentágono por la CIA”.

De julio a octubre, “los muertos se están viendo en todo el trayecto”, por lo que al pliego petitorio de los manifestantes se suma la indemnización a las familias de los estudiantes que han ido muriendo. “El 13 de septiembre fue la Marcha del Silencio. A mi tocó ir a esa marcha donde todos iban tapados”. El 18 el ejército entró a la UNAM y se llevó más de 600 detenidos que fueron a parar a diferentes cárceles. El día 20, Salmerón regresaba a casa.

En la mañana del 2 de octubre, al saber de la manifestación masiva en la Plaza de las Tres Culturas, Díaz Ordaz y Echeverría planean la represión. “Díaz Ordaz se va a Guadalajara para decir que ‘no tuve qué ver’, ¡una pendejada!, y Echeverría se entrevista con Siqueiros, lo invita a un café a una reunión para taparse de que él tampoco hizo nada. Las acciones empezaron a las 5 de la tarde, y a las 6 empezó el operativo (…) La balacera duraría hasta la madrugada”.

Habría alrededor de 10 mil personas. De pronto, gente disfrazados de estudiantes, pero distinguidos por un guante blanco, tomaron el tercer piso de uno de los edificios y sacaron a representantes de los comités. Eran del batallón Olimpia. “Empezaron a tirarle al ejército, empezaron a matar soldados siendo soldados —para echarle la culpa a los estudiantes—, entonces se armó el merequetengue y todo el mundo a correr (…) Díaz Ordaz dijo que murieron 20 personas, pero periodistas, porque estaba la prensa internacional, dijeron que entre 300 y 400 (..) La gente da testimonio que iban en camiones, como los de Ayotzinapa. Muchos fueron incinerados, otros tirados al mar,y gran parte terminaron en lo que era la prisión de Lecumberri“.

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