Adiós al Carnaval La Paz 2017, al desplumadero y la fantasía

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Desfile en el Carnaval La Paz 2017. Fotos: Modesto Peralta Delgado.

La Paz, Baja California Sur (BCS). La fantasía no es sólo un asunto de los niños. Consciente o inconscientemente, los adultos acudimos a ella como un escape de la realidad, como lo fue, por un corto lapso de seis días, el Carnaval La Paz 2017 titulado —de forma muy atinada— “El juego de la vida”, pues esta breve reseña apunta, precisamente, a esa parte ficticia por la que estamos dispuestos a desplumarnos año tras año.

Al decir que nos “desplumamos”, no nos referimos a las plumas que tanto se ven en las fiestas carnestolendas, sino en la sensación que nos da vernos más livianos de los bolsillos cada que nos retiramos de ellas. Como si un imán hubiera jalado hasta el último centavo. Y es que no sólo se trata de que cada año venga más caro, es que, ¡a eso vamos! Sí, a divertirnos, pero a sabiendas que salirnos un rato de nuestra realidad implica gastar mucho. Decir que “salimos de la realidad” es literal: entrar al malecón de La Paz en estos días significó entrar a un mundo de fantasía.

Soñamos, por ejemplo, con ganar un billete de 500 pesos en uno de los tantos fraudes a los que vamos mansamente sin obtener un solo peso: porque el aro nunca entra en el cuadrito; la pelota nunca entra en la canasta; las canicas nunca entran en los hoyos de más valor; y ya todos sabemos que las miras de los rifles están chuecos. Regresó un puesto en el que un amigo jugó el año pasado, lanzando dados para juntar números para premios tan atractivos como una pantalla de plasma o un mini componente, el caso es que cada lanzamiento parecía acercarse más al puntaje y tenía que meter más dinero. Finalmente, mi amigo abandonó el juego luego de invertir aproximadamente 200 pesos, sin salir con un solo peso, y todavía chantajeado de que ‘estaba dejando ir la oportunidad’.

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En el mejor de los casos, trajimos a casa los mismos juegos de mesa que hoy lucen empolvados, y que en cualquier rato la madre de familia saca en un costal de basura. Se sabe, por supuesto, que cada carnaval, son toneladas de basura las que se tienen que recoger del malecón y calles adyacentes, pero en realidad, muchísima más la conservamos en nuestras casas, producto de los juegos más baratos y sencillos como lanzar monedas o recoger pescaditos. Quien no tenga un “escaleras y serpientes” o una lotería arrumbada en su casa, no fue al carnaval.

Una curiosidad es haber encontrado “cuernos de chiva” de juguete, que según el vendedor, que venía de Aguascalientes, aquí no ‘pegaron’ tanto como en otras ferias donde ha ido. La narcocultura se ha adentrado hasta en los artículos para niños.

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La fantasía no está sólo en apostar a los mismos juegos que nadie gana, el ambiente festivo en sí mismo lo es, de cabo a rabo. Empezando por titular de reyes y reinas a los participantes, quienes se visten estrafalariamente para la ocasión. En el desfile del carnaval se ve el espíritu verdadero de la tradicional ficción: los artistas locales han puesto su imaginación al servicio del papel maché y el aluminio, y en las comparsas no es menos chillante el colorido, los contoneos y los botes de cerveza. Cada carro, cada comparsa, es una estampa de irrealidad a la que sonreímos y aplaudimos.

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En el carnaval casi nada es real, así que no se extrañe que el sombrero texano que compró resulte ser un chicharrón, o que el cojín que se ganó en un juego, parezca funda de almohada un día después de haberse usado. Y no: la chica escorpión, tampoco existe, ni son ciertos una veintena de fenómenos y esculturas que se vieron caminando en estas tardes y noches.

Los juegos mecánicos también nos marean con su ímpetu de viaje alocado entre luces multicolores; como nos marean los gritones que ofertan cobijas y trastes; los conciertos casi privados de los escenarios pequeños, dispuestos a lo largo del malecón de La Paz, o las clásicas batucadas aderezadas —con cierto olor a carrizo quemado en algunas ocasiones. Y qué decir de las bebidas exóticas, los panes gigantescos o el colorido desfile de dulces, golosinas y puestos de tacos, también de fantasía, ofreciendo cuatro tacos por 50 pesos, cuando vamos viendo que sus tortillas son del tamaño de una uña.

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Y así volvemos cada año, a quejarnos de lo caro que está todo —y los puesteros, de lo ‘cuchillito de palo’ que son los inspectores del Ayuntamiento—; de uno que otro artista principal que ni en su casa conocen; de las colas, las caminatas, los olores y las típicas humedades —y no precisamente de agua— que también son parte de lo que siempre se encontrará en el carnaval. Y es que al parecer, la queja también es parte de la tradición.

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Regresamos porque a pesar de todo, nos gusta, nos lo merecemos, y porque, retomando la primera idea, significa una breve fuga de una realidad que hacía mucho tiempo no calaba tanto en los paceños. Desde la política internacional hasta la nacional, y la crisis de inseguridad que se vive en BCS, el carnaval de La Paz bien puede ser un pequeño respiro. Un —caro— viaje a la fantasía. No faltará quien critique que todo esto no es más que ‘circo, pan y vino’ para el pueblo, y también sería un punto de vista válido, pero no es el único; y puede haber otras formas menos populosas y más sofisticadas de divertirse, pero el fin no dejará de ser el mismo: salir un momento de los problemas o la rutina. Ahora sí que aplicando el dicho de “cada quien habla de como le fue en la feria”, así, cada quién hablará de cómo le fue en el carnaval.

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Modesto Peralta Delgado

Modesto Peralta Delgado

Escritor y periodista. Nació en Ciudad Constitución, BCS, el 26 de febrero de 1978. Licenciado en Cs. de la Comunicación, por la UABC, en Mexicali, BC, en 2002. Autor de “Prólogos a la muerte”, Premio Estatal de Cuento “Ciudad de La Paz” en 2013, y de “Caperucita Roja, muy roja”, Estatal de Dramaturgia en 2015 —en edición—. Fue reportero web y editor de medios digitales. Es director y fundador de CULCO BCS.

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