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Las palabras terminan encontrándote, aunque no sean tuyas

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja  California Sur (BCS). Hay libros que pretenden llevarlos al cine y a veces son un éxito, pero otros se convierten en monumentales fracasos de taquilla, a pesar de que la obra literaria obtuvo gran difusión y superventas, sin que necesariamente esto signifique que es malo, pues se ha asociado a los bestsellers como productos literarios inferiores, sobre todo por escritores alzacejas que tienen obras espléndidas y reconocidas en el mundo académico e intelectual.

Hay escritores que debido a la dedicación literaria con que crean sus libros son rechazados por las editoriales comerciales por considerarlos demasiado cultos, pero de poco interés para el gran público. Yo creo que por eso existe tanto concurso literario lanzados por los gobiernos y las universidades, para hacerle frente a esos creadores que no obtienen respuesta en el mundo editorial, aunque puede ser un arma de dos filos, porque en ocasiones a los estados solo les interesa cumplir con su deber institucional, y terminan embodegando las publicaciones sin que se les dé amplia difusión. No es una regla general, pero sí ocurre con mucha frecuencia.

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Pienso en Mario Puzo, quien deseaba ser reconocido como un gran escritor por el mundo intelectual: sus primeras dos obras las escribió para ser admitido en el Olimpo de los dioses alzacejas. Nunca obtuvo ganancias económicas ni mucho menos reconocimiento, aunque algunos sí hablaron bien de esos dos libros, hay que decirlo. Así que decidió dejar atrás las exquisiteces culteranas y se dedicó a estructurar un libro libre de sus obsesiones de aceptación: de ahí nació El Padrino, un bestseller que como todos sabemos alcanzó el éxito internacional y con el que se inspiraron para hacer tres películas, con guiones del propio Puzo, en conjunto con Francis Ford Coppola.

Así que eso de que sueñes con hacer la gran obra de la lengua española para las editoriales comerciales es una apuesta económica que no están dispuestas a asumir; por supuesto, hay excepciones que han logrado una extraordinaria obra y ser un superventa —seguro que ya tienen dos en mente, ¿no?—, pero están contadas con la palma de la mano. Hay una película que vi en 2012 llamada en México Palabras robadas, pero en inglés The Words, es decir, Las palabras, que me parece es la forma en que debemos ver el filme, no por el robo, sino por la significación literaria que me produce. Según las reseñas cinematográficas, se trata de un drama romántico que me parece no le hace justicia a su estructura, que se maneja a varios niveles, pues no se trata solo de las relaciones humano-afectivas, ni creo que sea solo compleja y pretenciosa ni menos floja narrativamente como aseguraron algunos en su momento. Incluso algunos medios suizos dijeron que era un plagio de una novela de Martin Suter, de 2004, Lila, Lila, que incluso fue hecha película en 2009. Klugman y Sternhal, los directores, negaron tal cosa, pues según ellos era una historia que habían planeado desde 1999, mucho antes de que apareciera la mencionada novela.

The Words es una película debutante dirigida por Brian Klugman y Lee Sternthal, y protagonizada por Bradley Cooper, Zoe Zaldana, Dennis Quaid, Jeremy Irons, entre otros. La historia trata de un exitoso escritor —Clayton Hammond— que presenta su más reciente libro, The Words, quien va contando y leyendo la obra. El escritor actúa como narrador frente a un público y al mismo tiempo es el narrador que despliega la historia de Rory Jansen, un escritor que lucha por ser publicado y reconocido; sin embargo, al igual que con Mario Puzo, las editoriales han rechazado su primer libro por ser demasiado bello y culto. Decide casarse con Dora, su pareja, y como luna de miel se va a París, más que por placer, para olvidar la frustración de que no le publican su libro. Caminando por las calles, en un anticuario halla un maletín de piel que le gusta y Dora decide comprárselo. Al regresar a su país, la decepción de Rory es tan grande que está a punto de tirar la toalla para nunca más escribir porque ha sido rechazado nuevamente.

Atorado en la desilusión, se pone a revisar el maletín y descubre que dentro hay un manuscrito de hojas amarillentas y gastadas. Se pone a leerlo. Ahí es cuando entra el narrador del libro, quien comienza a contar su historia, ocurrida durante la segunda guerra mundial. Algunos dicen que la historia está inspirada en un hecho de la vida de Ernest Hemingway, quien en un viaje perdió su obra escrita hasta 1922 y que jamás recuperó. Rory queda impactado por el relato, lo que él siempre ha querido, aquellas palabras que hasta el momento no le han surgido más que a partir de sus lecturas y no de las experiencias que la vida le ha ofrecido. Para sentir el placer de cómo se escriben aquellas palabras, decide transcribirlas a su computadora, palabra por palabra, incluso los errores de dedo y las faltas de ortografía. 

El manuscrito que encuentra Rory Jansen trata sobre Jack, un joven que se enlista al ejército durante la segunda guerra mundial, que en lugar de ir al frente, lo utilizan para cosas logísticas, como la cocina. Ahí conoce a un soldado que le habla de cosas que le abrieron los ojos, de libros que nunca había leído, así que le presta libros, con los que Jack se mete en un mundo desconocido que no sabía de su existencia. 

Dora, la esposa de Rory, por accidente lee la novela en la computadora, quedando fascinada con la historia, por lo que anima a Rory a que busque quién se la publique; en la confusión, sin aclararle a Dora que no es de él, guarda silencio y decide entregar el manuscrito al director editorial donde trabaja. Y ocurre lo impensable: el libro es publicado, obteniendo con ello un éxito comercial sin precedentes.

Aquí es donde entra el tercer narrador de la historia, que hasta ese momento no existía porque lo suponíamos muerto (pero estaba vivo, como el gato de Schrödinger): aparece el verdadero autor del libro perdido, Jack, ya muy anciano. Sentado en una banca, Jack le dice a Rory que él es el autor del libro que lo ha vuelto famoso. Jansen queda impactado y su primer impulso es ofrecerle parte de las regalías, pero Jack lo rechaza. No se entiende por qué a Jack anciano no le importa el dinero, pero al mismo tiempo quiere dejar patente que él es el autor. Esto derrumba a Rory y provoca que su relación con Dora entre en conflicto.

Mientras el autor de The Words va relatando a su auditorio, hay una escritora novel joven, Danielle, quien curiosa y seductora pretende sacarle el final del libro a Hammond, pues este los dejó en ascuas en la presentación aseverando que para saberlo debían comprarlo. Danielle termina sacándole el final de la novela, pero al espectador de la película le queda ambiguo porque se podría deducir que es un libro autobiográfico de Hammond, o quizás no. De este modo, como se puede ver, hay varios niveles narrativos: uno, el de Clayton Hammond; dos, el de Rory Jansen, su historia, y tres, el de Jack, el autor del manuscrito. Para mí hay cuatro planos más: uno, el de los guionistas de la película; dos, el de la historia que cuenta Jack; tres, el del anciano Jack que termina de contarle a Rory su historia, y finalmente, que me parece el más importante: el observador de todos estos narradores, quien es el que puede mirar el conflicto creado por las palabras de todos ellos.

Como se puede ver, no solo es una historia que funciona como matrioshka, sino que es el encadenamiento de la duda de quién creó a quién, cómo en apariencia es una historia que en realidad se convierte en una cadena que llega hasta nosotros como espectadores, que se adiciona a la anécdota de Hemingway y el reclamo de plagio de otra historia similar… Lo cual nos lleva también a mirar nuestras propias narraciones, si no somos, asimismo, una concatenación de relatos que no tiene fin y que en algún momento podemos encontrarnos con nosotros mismos frente al espejo o en la calle con nuestras palabras, que al parecer no me pertenecen, pero que en definitiva terminarán por encontrarme debido al gigantesco encadenamiento a que estamos sometidos desde que apareció la primera palabra y nos comenzó a enredar hace miles de años.

 

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