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Leer a Albert en tiempos del narco. Amar a Camus en tiempos de guerra

Albert Camus. Fotos: Internet.

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¡Qué fácil es matar hoy en día! Por tres o cinco mil pesos una tarde secuestran a un hombre, lo torturan toda la noche, literalmente lo destrozan, y por la madrugada lo tiran en partes dentro de bolsas para la basura en algún callejón. No habrá detenidos, no pasará nada. Los verdugos no irán a la cárcel, aunque saben que es muy probable que acaben como las víctimas. Es el eterno retorno de la narcoviolencia. Los psicópatas —insensibles al dolor, creídos cabrones y valientes— pululan libremente en las calles de nuestras ciudades. Y cuando en medio de este narcoterror se atraviesa un inocente, o por error se asesina a quien no era, da exactamente igual. Los crímenes quedan impunes. No hay juicios, aunque en tiempo de redes sociales, sentados desde un escritorio, ciudadanos estigmatizan al muerto: “por algo fue” —decimos—, y no importa si no fue por nada, si fue una víctima colateral, de todos modos enjuiciamos que “algo hizo”. Sí, vivir. Vivir —hasta donde la suerte lo permita— en ciudades sin ley. El gobierno está doblemente maniatado para no hacer nada por parar las ejecuciones: una enraizada corrupción en todas las esferas y una incapacidad brutal. Sólo harán realmente algo cuando ocurra una sola cosa: que toquen a uno de ellos. Mientras, no harán nada. Y los altos funcionarios están seguros de que eso es difícil, porque además de ganar unos sueldazos, cuidan estar bien custodiados porque ellos son ciudadanos de primera, el resto, simples mortales abandonados a su suerte.

Hombres roban sin ser detenidos, o están sueltos al siguiente día; comienzan o comenzarán los secuestros y el “cobro de piso”: los criminales reinan donde la justicia es una ficción que los ciudadanos aceptamos, con el leve espejismo de una civilidad a la que nos esperanzamos pero que parece perdida. La gente que trabaja honradamente está en la mitad de un sándwich, entre bandas criminales que matan y delinquen sistemáticamente, y entes gubernamentales a las que no les importa la seguridad, sólo llevar agua para sus molinos. Esto es la narcocultura. No sólo un asunto de canciones o películas. Una cultura, como una visión de la vida, estilo o forma de vida, en donde, precisamente, la vida no vale nada y donde los delincuentes tácitamente mandan.

Los que matan no quieren la vida del otro —si no vale la propia, qué va a valer la de los demás—, quieren enviar un mensaje de poder. En Baja California Sur medio millar de vidas han sido despojadas en años recientes, el lapso históricamente más violento en toda la historia de la entidad; no sólo matan, matan con crueldad y con la garantía de la impunidad; no sólo es “entre ellos”, sino que una sola vida inocente, un solo error, bastaría para indignarse —aunque eso ya tampoco tenga valor ni sirva de nada. Y esto produce en los ciudadanos comunes y corrientes un abanico de emociones que van desde el pánico y la pesadumbre hasta la indiferencia por la costumbre y el humor negro. De pronto, aceptamos la violencia diaria. Los asesinatos son sistemáticos, metódicos, masivos e impunes. No son legales, pero casi, al dejarlos seguir descontroladamente.

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¿Exagero? Tal vez. Así me quedé, hace unos diez años, cuando leí por primera vez a Albert Camus, en el ensayo El hombre rebelde, que inicia hablando del asesinato masivo y sistemático, en el contexto de la recién pasada Segunda Guerra Mundial. Su forma de entrar al tema del asesinato como algo cotidiano, chocó conmigo. Las palabras me atrajeron, pero sentía demasiado lejano de mi realidad el crimen como forma de vida —por paradójico que suene. A los años, la violencia que florece y se expande por el narco en México y en BCS produce —puede producir— una empatía con la temática de este autor africano. Este ensayo, junto con El mito de Sísifo, son el extracto de la filosofía existencialista de Camus, y la idea de que la vida es un absurdo sin sentido, pero que al final, vale la pena vivirla.

Lo que vino a empujar sus conceptos fue su tiempo, la resaca de la Guerra Mundial, ¿de verdad los seres humanos fuimos capaces de asesinar a millones de seres humanos, de las formas más despiadadas y con un sentido racional? Yo ahora me pregunto, si ejecutaran a un vendedor de droga, suponiendo que sea sólo por eso en medio de esta guerra entre bandas delictivas, ¿merece por eso la muerte?; la sociedad, ¿consiente la pena de muerte al juzgar al asesinado “por que por algo le pasó eso”? El asesinato sistemático debiera tener un fundamento, como todas las guerras, y ese “debiera” es encontrarle una razón a algo que a todas luces es irracional. Un ejemplo, ahora sabemos y pensamos que la esclavitud es inhumana y no merece una sola razón para justificarse, pero en su momento, cuando fue un gran negocio intercontinental, fue completamente aceptado. La ola de crímenes producto del narcotráfico tiene el objetivo claro de adueñarse del mercado de las drogas —además de abrirse paso a otros negocios y dominar el territorio, de la misma forma en que los perros y gatos orinan las orillas de ‘su’ territorio. Sí, el objetivo es claro, pero no es válido. Pero ha resultado tan doloroso e inusitado, que pasamos de la consternación a la normalización del fenómeno. A veces, a través del humor negro o de la más asombrosa indiferencia, ya que nos volvemos insensibles. Pero resulta que una nueva balacera cerca de nosotros, un muerto que era conocido, o el chismorreo del nuevo asalto a un lado de la casa, despierta —de nuevo, también— aquella preocupación primigenia. Un terror mezclado con depresión. Este texto va dirigido a aquellos que no la han normalizado, y cuyas emociones se han visto trastornadas alguna vez a causa de la mayor crisis de inseguridad en el país y en nuestro Estado. Al ciudadano común. No imagino que un político o un sicario llegando hasta estas líneas, pero me conformo con que una sola persona abra un libro de este argelino y medite sobre el asunto.

Albert Camus (1913-1960) nació en Argelia —al extremo Norte de África— pero se naturalizó francés. Tiene una biografía muy interesante, de esas que se mueven en los extremos. Nació en la miseria, huérfano de padre, a quien visitaría en su tumba cuando el escritor era más grande que su progenitor; fue criado por su madre, una trabajadora analfabeta, la única que no leería a uno de los más jóvenes en ganar el Premio Nobel de Literatura (en 1957); y murió joven, en un accidente automovilístico, entre hierros retorcidos donde encontraron el manuscrito de su última novela. Su obra más famosa fue la novela El extranjero (1942), aunque escribió teatro, ensayo y periodismo. Junto a Jean Paul Sartre, constituyeron la mejor dupla del existencialismo, aunque se enemistaron cuando el primero criticó fuertemente al segundo por la publicación de El hombre rebelde; pero a diferencia del primero, Camus era un tipo no sólo inteligente, sino atractivo y con aire de James Dean. Y a pesar de que su temática —aparentemente— estaría lejos del optimismo, en el fondo de algunos de sus textos, hay esa vitalidad nietzschezana que rendía un tributo a la vida. Aquí conectamos el tema con nosotros, su pertinencia y actualidad.

Nos referiremos especialmente a El mito de Sísifo (puede leerse en este enlace), que comienza con la poderosa frase “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. El suicidio es un tema abundante que no alcanzaríamos a tratar aquí, pero viene al caso la sensación de batallar tanto para nada. El mito referido lo ilustra perfecto: Sísifo es condenado a subir una piedra a un risco y soltarla y volverla a subir… eternamente. ¿No es algo absurdo? Esa fue la conclusión de Camus. La vida no es fácil. Y tras el horror de las guerras mundiales —que comparo en este punto con la narcoviolencia, en el sentido de ser homicidios sistemáticos y avasalladores—, queda una sensación de que no hay Dios que escuche parar la matanza, ni Estado que pueda o quiera controlarla, e invade una sensación de que la vida no vale nada, y que no tiene caso tratar de ser una persona buena, pues aparentemente los malos gobiernan y tienen el poder de aplastarnos. Y a pesar de todo, tenemos que seguir, aunque llega un momento de hartazgo en que pensamos, ¿seguir a dónde y para qué? En ese momento nos encontramos en el sentido absurdo de la vida, y desde ese pozo, Camus nos llama a reflexionar.

La fatalidad de encontrarnos con medio millar de muertos producto de la guerra entre bandas delictivas —sólo en BCS—, en donde el gobierno no puede y pareciera no querer detenerlo, y que acentúa el delito ante leyes ineficaces, nos ha tomado por sorpresa pero poco a poco nos hemos acostumbrado. La paleta de colores de las emociones ha ido del pánico al humor negro. Cuando nos encontremos paralizados por el terror o impotentes ante la muerte de inocentes; cuando llegue la angustia y la depresión; cuando internalicemos la demencia en que se ha convertido nuestra cultura y civilización, estaremos en ese pozo. Cualquier tipo de ayuda será agradecida, y una de ellas es la meditación que se da a través de ciertas lecturas como las de este autor. Leer no es la respuesta, sino pensar a través de lo que mentes brillantes no han legado; y traducirlo a nuestra vida y transmitirlo. Todo está a nivel mental, digámoslo también, a nivel moral y espiritual. No siempre es fácil acercarnos a este tipo de literatura y verlo como opción; y es que lo que llamamos “promoción de la cultura” —llámese arte o ciencia— es el renglón en el que menos les interesa invertir a los gobiernos, y lo que desdeñan como parte de una solución integrada al problema de la violencia: porque les conviene tener ciudadanos atemorizados, desorganizados y sin conciencia social. Atrapados entre los delincuentes de cuernos de chivo y los delincuentes de cuello blanco, aún hay la forma de salir de la depresión, la crisis y la deseperanza.

Lo insólito en Albert Camus es que, a pesar de que la filosofía existencialista pareciera caracterizada por complicarse la vida, por ver las cosas con pesimismo y con la premisa de lo absurdo, resulta que se trata esencialmente de dos cosas: aceptar la vida así como es, con todo y sus injusticias sociales y los peligros inherentes, y apreciarla más, es decir, querer vivir más y experimentar más.

¿Quiere decir que ya estábamos bien divirtiéndonos con el Internet y la televisión, y que todo esto es una perorata? No. No se trata de llegar a la frivolidad sino a la toma de conciencia, ni precisamente al placer por sí mismo, sino como uno de los sentidos que le podemos dar a la vida. Y que nada, nada justifica asesinar. Estamos en un mundo que nos ha dado más facilidades que en cualquier otra época de la Historia, y eso nos ha hecho desvalorizar el esfuerzo, y si le sumamos que ante la pobreza una opción es ganar mucho dinero aunque se viva muy poco, resulta entonces que matar es fácil. Demasiado fácil. Y no se interprete tampoco como una pasividad ante el asunto, nada más lejos de la filosofía de este autor, que lo aborda con amplitud en el ensayo El hombre rebelde (puede leerse en este enlace), pero que haría extendernos demasiado.

Entonces, lo insólito es que a pesar de tanto y todo, se puede elegir valorar la vida y vivir lo más posible, como una especie de venganza a la muerte pronta y sin sentido que ya se ha vuelto parte de nuestra cultura y, por tanto, de la forma normal de ver nuestra vida. “Uno debe imaginarse a Sísifo feliz”, concluye Camus, para sorpresa de muchos que veían venir cualquier cosa menos una actitud positiva. Entonces, si es tan fácil que puedan matarnos, debemos reivindicar el sentido de nuestra existencia y valorar la vida. Una forma de vengarse de esta crisis, entonces, es haciendo cosas que nos hagan ser felices.




Empleado mentiroso

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Gobernador Carlos Mendoza Davis. Foto: Gladys Navarro.

A botepronto

Por Gladys Navarro

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Atrás quedaron los días en que el entonces candidato a gobernador, Carlos Mendoza Davis, alardeaba que sabía bien cómo erradicar el crimen en Baja California Sur. En donde tenía oportunidad lo decía. Dependiendo del lugar, lo enfatizaba todavía más. Los loretanos lo recordarán, por ejemplo, porque les tocó recibirlo en su arranque de campaña el 5 de abril del 2015 y entonces admitió que la violencia repuntó en el periodo de su antecesor, Marcos Covarrubias (cuatrienio del que formó parte desde la Secretaría General una temporada) y se lanzó muy seguro: “vamos a limpiar el estado, y lo vamos a hacer rapidito”. Creo que muchos nos preguntamos cotidianamente cuál es su definición de rapidez porque justo el pasado viernes 10 de marzo se cumplió un año y medio de su gestión y es evidente que la inseguridad no sólo no ha disminuido, sino que se ha agudizado y los hechos violentos a los que llaman “de alto impacto” se han extendido de La Paz al resto de los municipios sobre todo a Los Cabos, el motor económico de la entidad. Sólo tomando en cuenta la estadística del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el mes de enero BCS tuvo una cifra histórica junto a Colima se ubicaron como las dos entidades que más homicidios dolosos registraron por tasa poblacional, en el caso de nosotros, tuvimos 55, esto es 7 veces más que la cifra de enero de 2016, una tasa de 7.7 homicidios por cada 100 mil habitantes (como referencia, la media nacional para enero fue de 1.8 muertes violentas por cada cien mil habitantes). Pero si las cifras no les dicen mucho, o les dicen pero hacen como que no (y me refiero a los defensores y aplaudidores del Gobernador), basta con contabilizar los eventos violentos de la última semana: 11 personas asesinadas del lunes 6 de marzo hasta la tarde de ayer, incluyendo dos mujeres, una de ellas con una amenaza en una manta, una adolescente lesionada al quedar en un fuego cruzado y una captura de un presunto narcomenudista en pleno lobby del hotel Hyatt Ziva en San José del Cabo. Un clima de violencia, pues, nunca registrado en aquel destino y que sin duda repercutirá negativamente por más que lo nieguen. La imagen del destino, cuya economía depende del turismo y es impulso importante para el resto del estado, ya está dañada, y no se advierte que se haga algo contundente para revertir esta situación. ¿Qué pensarán los empresarios que decidieron contratar a Carlos Mendoza? A un año y seis meses de su gestión conviene recordar aquellos discursos esperanzadores para muchos, simuladores para tantos, y seguramente que ahora coincidirán varios, plagados de mentiras. ¿Necesita el empleado más tiempo de prueba? ¿Qué no dijo con tal seguridad que sabía como hacerlo y “rapidito”? Durante su campaña enmarcaba la inseguridad de BCS en el contexto nacional y no en las fallas locales. Hoy como Gobernador responsabiliza a la familia. Culpa al núcleo familiar de producir ciudadanos consumidores de drogas y que al tiempo se convierten en delincuentes. Y la tarea ya no le parece tan sencilla de atender, hoy nos dice que el problema “duerme en nuestras casas”, acusa la falta de atención a jóvenes y los problemas de violencia entre padres, y la sola presencia policíaca no lo frenará, ha dicho. Lo entendemos en parte, porque es un problema que se dejó crecer como en el resto del país. Pero el cambio en el discurso y el panorama que enfrentamos día a día muestra que la situación no sólo está peor de lo que se pensaba, sino que confirma la opinión de quienes no le creyeron antes. Ratifica, pues, que el aspirante mintió una y otra vez y con demagogia barata en su carta de presentación, por.que la experiencia presumida no se ha traducido en resultados significativos. No hay una postura enérgica hacia la Federación para que enfrente su parte y tampoco se advierte que la llamada estrategia coordinada se traduzca en resultados positivos contundentes como aseguró una y otra vez, o sea “rapidito”. Hasta aquí de momento, queridos. Gracias por leerme. Los leo en abotepronto@gmail.com

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La inseguridad en BCS: de pasividades y revanchas

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La inseguridad es uno de los temas más delicados e importantes que atraviesa actualmente BCS. Foto: Internet.

Ius et ratio

Por Arturo Rubio Ruiz

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Mientras Baja California Sur se hunde en una violenta espiral que nos ubica por mucho en el contexto nacional como la entidad con mayor incremento de homicidios violentos, el gobernador, principal responsable de la seguridad pública estatal, aparece en imágenes que difunde su costoso aparato de comunicación social, recibiendo un ejemplar en facsímil de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, lo que demuestra lo poco que a nuestro gobernador le importa nuestra seguridad.

Lamentable es ver a nuestro gobernador ocupado en liviandades, en minucias publicitarias, cuando debería estar encabezando la estructura operativa del estado, en el combate al crimen organizado que opera impunemente en todo el territorio estatal.

Si el que “sabe cómo”, el que “no le tiembla la mano”, en lugar de empuñar la espada de la justicia para defendernos de la criminalidad, la estira para recibir un documento de ornato —copia de la Constitución de 1917—, entonces nos debemos sentir decepcionados, engañados, traicionados  y burlados por quien vino a nuestras casas y con falsa humildad tocó a las puertas a pedirnos trabajo, con la falsa promesa de reintegrarnos la tranquilidad.

Para ser contratado vía el voto popular, utilizó el procedimiento delictivo de engaño, al desplegar todo un esquema de sortilegio y encanto, tendiente a hacernos creer que él podía brindarnos la seguridad y tranquilidad que la incompetencia y corruptelas de su antecesor en el cargo había permitido que nos fuera arrebatada.

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Y una vez que a través del engaño y la maquinación logró ser elegido al tomar las directrices de la entidad, en lugar de desplegar el esquema necesario, adecuado y funcional para rescatar a nuestra entidad del embate delictivo, tomó un consecutivo de equívocas determinaciones, cuya repercusión tiene hoy en día a la entidad inmersa en la peor panorámica nunca antes presentada, de escalada delictiva, violencia urbana, ejecuciones, latrocinio, corrupción, incompetencia e impunidad.

Hemos sido defraudados.

Y lo más grave es que la seguridad del Estado se encuentra al garete. El jefe del ejecutivo estatal prefiere que le tomen fotos que se difunden en la red de culto a su imagen, desplegada a un alto costo presupuestal, cuando debería estar DE TIEMPO COMPLETO aplicando sus conocimientos y determinaciones en el combate a la criminalidad. En lugar de eso, delega la función en un grupúsculo de improvisados e incompetentes.

Basta revisar la hoja curricular del encargado de la Subsecretaría de Seguridad Pública, para constatar que no tiene ni los conocimientos, ni la experiencia, ni la preparación, ni la determinación necesaria para llevar a buen puerto la encomienda.

Y lo mismo pasa con los titulares de las diferentes corporaciones estatales y municipales. Del procurador no hay nada más que decir. De sus magros resultados dan cuenta los más de veinte mil gobernados que inútilmente esperan que en su caso se proceda a procurar justicia.

El asesinato artero de dos agentes de la Policía Ministerial que fueron abatidos mientras realizaban una investigación relacionada con la ola de ejecuciones acaecidas en la entidad, puso de manifiesto el descaro e impunidad con que actúan los elementos criminales. Y la ausencia de reacción eficaz y oportuna por parte de las fuerzas del orden en el Estado, puso en evidencia su incapacidad para enfrentar la acometida de la criminalidad.

La pasividad del procurador llevó casi a una revuelta intestina en el seno de la corporación ministerial. Le dieron un ultimátum: “o nos autoriza o nos vamos por nuestra cuenta a localizar y detener a quienes mataron a nuestros compañeros”, le dijeron. Y finalmente autorizó, con más de 24 horas de retraso, la conformación de un contingente numeroso que como fuerza de reacción, acudieron al sur del Estado a vengar sus compañeros caídos.

Y entonces empezó la cacería indiscriminada, la persecución violenta, los allanamientos sin mandato judicial, las detenciones sin control ni garantismo. La fuerza policial combatiendo el fuego con fuego, la ilegalidad con ilegalidad.

¿Era necesario? Creo que sí. Si le preguntas a los elementos policíacos te dirán que sí, con pleno convencimiento, y si le preguntas al ciudadano medio, probablemente te dirá lo mismo. ¿Por qué habremos de respetar los derechos humanos de quienes delinquen, matan, extorsionan, envenenan a nuestros jóvenes?

¿Era necesario? Creo que sí. En estos momentos y tomando en cuenta todas las aristas, sí era necesario una respuesta contundente de nuestras fuerzas del orden, y el costo que implica el que en el proceso se violenten algunas normatividades, queda soslayado por el hecho de que es necesario poner un rotundo y contundente alto a esos delincuentes que se pasean impunemente por nuestras calles, y toman vidas como si ello les fuera permitido por derecho propio.

¿Era necesario? Sí, pero bien pudo evitarse. Porque es muy grave que en lugar de inteligencia y prevención, se use la violencia represora y vengativa.

¿Era necesario? Sí, pero bien pudo evitarse, si se hubieran tomado a tiempo las acciones preventivas y operativas funcionales y adecuadas.

¿Por qué la policía no actuó con la misma fuerza y contundencia desde la primera ejecución? Otra sería nuestra expectativa. No fue hasta que mataron a sus compañeros, que se dio la reacción que debió ser gestada desde el primer atisbo del problema. Cero tolerancia, cero concesiones.

Reaccionó la fuerza pública hasta que le mataron a dos de sus integrantes. Le mataron a “los suyos”. Triste y lamentable. Pero más triste constatar que nosotros, los simples ciudadanos, los de a pie, los “daños colaterales”, no somos de “los suyos”. Esa división entre fuerza pública y ciudadanía es muy bien aprovechada por el crimen organizado. “Divide y vencerás”, bien aplicado.

Debemos recuperar el rumbo de la legalidad, pero sobre todo, debemos exigir que el gobierno deje los discursos, los pretextos, las excusas y nos presente un plan de acción que nos permita vislumbrar una expectativa que cierre a este círculo de sangre y violencia que cada día se extiende más. Y Esperamos la misma reacción de fuerza policial para los asesinatos de civiles. Que no se reserve esa fuerza nada más para los casos en que agentes de policía sean victimados.

 




En México se desconocen las ejecuciones en BCS: Emiliano Ruiz Parra

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El periodista Emiliano Ruiz Parra, en el taller de crónica que dio recientemente en La Paz. Fotos: Modesto Peralta Delgado.

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). “El no hablar de una realidad no significa que no exista”, opinó el periodista Emiliano Ruiz Parra en su reciente visita a La Paz —en donde dio un taller de crónica periodística—, al preguntarle si en la Ciudad de México se sabía de la ola de violencia y ejecuciones que se viven en esta ciudad. “No se sabe. Yo diría que en el mapa de la violencia mexicana, en los medios, en la percepción pública desde la Ciudad de México no está todavía Baja California Sur. ¿Por qué? Porque evidentemente hay un trabajo de contención, hay un esfuerzo de contención mediática de las autoridades estatales para que eso no se diga”.

El autor de los libros Ovejas negras. Rebeldes de la iglesia mexicana del siglo XXI y Los hijos de la ira, ofreció dicho taller la semana pasada, a través del Instituto Sudcaliforniano de Cultura, en la flamante Casa del Libro Sudcaliforniano —en El Ágora—; en entrevista exclusiva para CULCO BCS, Ruiz Parra comentó sus impresiones sobre el periodismo impreso que se hace en Baja California Sur y el poder de las redes sociales.

El elefante en la sala

En la semana que estuvo en esta ciudad, Ruiz Parra indicó que todos los días leyó los periódicos El Sudcaliforniano, El Independiente y Diario La Paz. Su opinión sobre este oficio a nivel local es que “no es muy distinto el periodismo de medios impresos de La Paz al que se hace en muchas ciudades de este país, incluida la Ciudad de México. No voy a decir que los chilangos somos la neta, porque no es verdad, más bien somos, básicamente, uno más de una costumbre de mirar hacia la gente que tiene cargos públicos como las únicas fuentes creíbles o posibles, lo cual es, por supuesto, un error sistemático, sistémico e histórico del periodismo mexicano, porque los funcionarios públicos, a menos de que estén contra la pared, nunca a decir nada y nunca van a hacer nada que valga la pena, salvo excepciones, claro (…) Me he encontrado un periodismo, en los periódicos impresos, que reproduce básicamente las declaraciones del Gobernador y de ahí para abajo”.

Además —en su opinión—, los medios impresos de BCS toman la violencia en el estado en sus versiones oficiales. “Es muy curioso ver como hay ‘un elefante en la sala’ que es la violencia y las ejecuciones que están ocurriendo en esta ciudad, de las que nadie habla, pero todo mundo habla de lo que el Gobernador dice al respecto. Entonces, no se habla del fenómeno sino de las reacciones oficiales al fenómeno. El hecho es que está claro que hay una intención de no hablar de un tema delicado, peligrosos, difícil, que no ha sido fácil de abordar en ninguna parte del país”.

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¿”Poder” de las redes sociales?

Al preguntarle sobre la ‘lectura impresionista’ que actualmente se hace en los medios digitales —donde en un mar de información, a veces se viene leyendo poco y no precisamente lo más importante—, dijo que “creo que los que estamos fallando y los que estamos en deuda somos los que estamos generando contenidos, que en su gran mayoría son aburridos y le dicen muy poco a la gente (…) Tenemos que ofrecerles a los lectores historias mucho más cercanas a su contexto, a su realidad, que puedan verse reflejados en lo que están leyendo, y también investigación más profunda; estamos inundados de información chatarra, de información de mala calidad, inclusive hecha en los lugares profesionales de la noticia; entonces, lo que tenemos que hacer es menos información pero de más calidad. Y por supuesto que los medios digitales son la alternativa y la esperanza para hacer eso”.

Además, cree que ahora la gente sigue más a los periodistas que a los medios por sí mismos. “Cada vez sigue menos a los periódicos, y tiene más credibilidad en ciertos periodistas (…) Estaremos más apoyados en el prestigio personal y en la credibilidad”.

Por último, se le preguntó a Ruiz Parra su opinión sobre las redes sociales y su relación con el periodismo, así como si realmente éstas poseen un poder para realizar cambios en la sociedad. “Para mí es muy positivo que haya un espacio en donde la gente pueda mentarle la madre al gobierno (…) Que el descontento social se pueda expresar. Eso está bien, y se necesita sensibilidad para sentirlo, recogerlo (…) Hay mucha emoción, mucho sentimiento, pero hay mucha chatarra (…) Hay que tomarlas con más escepticismo, esta idea del poder de las redes sociales, no me queda claro todavía que puedan llegar a las calles”.