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Ofrecerá Insude Curso-Taller de Senderismo en Santa Rosalía

FOTO: Insude

La Paz, Baja California Sur (BCS). El Instituto Sudcaliforniano del Deporte (Insude) abrirá su programa de capacitación correspondiente a este año, ofreciendo el Curso-Taller de Senderismo en Santa Rosalía del 25 al 27 de enero, brindando de esa manera oportunidad a las personas interesadas en adquirir conocimientos y técnicas para la práctica de este deporte de aventura, informa en un comunicado el Insude.

Esta actividad se hace a través del departamento de capacitación que tiene a su cargo la Subdirección de Cultura Física del Insude en coordinación con la Dirección del Deporte Municipal de Mulegé, mismo que estará a cargo del instructor Saúl Aguilar Morales, quien el año pasado ofreció este tipo de capacitación en La Paz con muy buena respuesta.

Fue a petición de José Antonio Aguiar Peña, director del deporte en Mulegé, que se programó el curso, mismo que contempla aspectos teóricos y prácticos, en los que el ponente hablará de sus experiencias y conocimientos en la materia; después el grupo saldrá al campo donde se experimentará el contacto con la naturaleza, siguiendo las reglas para evitar cualquier incidente que ponga en riesgo la integridad física de quienes practican el senderismo.

En las propias oficinas de la Dirección del Deporte se trabajará en la parte teórica y posteriormente saldrán al Volcán de las Tres Vírgenes para poner en práctica los conocimientos adquiridos, trabajando durante 3 días; viernes 25 de 16:00 a 19:00 horas y el sábado en dos sesiones de 9:00 a 14:00 horas y de 16:00 a 19:00, para culminar el domingo 27 de 6:00 a 12:00 horas.

Los interesados deberán llenar una solicitud de inscripción y cubrir una cuota de 300 pesos hasta antes del 18 de enero, ya que posterior a esa fecha tendrá un costo de 400 pesos, para ello deberán comunicarse a las oficinas del Insude, concluye el comunicado.




Del niño inquieto de Santa Rosalía al astrónomo más importante de México (I)

FOTO: Fernando Guerrero.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Omar López Cruz es considerado uno de los astrónomos más importantes de México y del mundo, representando un orgullo para Baja California Sur; en su trayectoria, destaca el haber encabezado una investigación que encontró el agujero negro supermasivo más grande del universo. Te compartimos la entrevista exclusiva que concedió a CULCO BCS, en esta primera parte, centrada en su historia de vida: cómo pasó de ser un niño juguetón y curioso en un pueblito que hasta la fecha no creció, hasta estudiar en el extranjero y convertirse en el respetado científico que es hoy en día.

Nació en La Paz, BCS, el 20 de noviembre de 1964, aunque no le desagrada la idea de decir que “es” de San Lucas, un pueblo pequeño costero a escasos kilómetros de Santa Rosalía, donde pasó su infancia y que recuerda de forma tan vívida. Es astrónomo por el Department of Astronomy and Astrophysics, de la University of Toronto en Canadá, donde realizó su Maestría en 1991, y su Doctorado en 1997. Con 53 años de edad, actualmente es investigador titular del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) en Puebla, Puebla.

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Por el trabajo de su padre —subteniente Leonardo López Toral— , quien era mecánico de la Fuerza Aérea Mexicana, nació en La Paz, pero la familia se trasladó a San Lucas en 1965, un poblado que a su madre —Austrebertha Cruz de López— le parecía “más que un lugar alejado de Dios”, sin embargo, su papá quiso quedarse. “Debido a que en San Lucas había una pista de aterrizaje, mi padre fue comisionado allí para reabastecer a los aviones de Ensenada a La Paz. El comandante era el capitán César Atilio Abente —conocido como el Che Abente, por ser originario de Uruguay. Había tres militares que iban a San Lucas, pasaban cuatro meses y regresaban a La Paz. Era muy tardado ir y venir, el viaje tomaba más de una semana en un camión que llevaba el correo desde Santa Rosalía a La Paz. Mi papá solicitó al Che Abente que lo dejara en San Lucas permanentemente. Todos pensaron que estaba loco. ¿Qué iba a hacer en ese lugar tan solo?”.

Los caminos de la vida —y el hambre de conocimiento—, llevarían a Omar López Cruz a estudiar en la Escuela Superior de Física y Matemáticas del Instituto Politécnico Nacional en la Ciudad de México, en 1987 y dos años después fue becado por Conacyt para estudiar astronomía en Canadá, regresando a México en 1996. Pese a ese enorme salto, sigue recordando su infancia contemplando el cielo nocturno y el mar, en un tiempo en que no había ni siquiera electricidad.

“En ese tiempo era el lugar más cercano al paraíso, era un lugar virgen, donde los peces se daban en abundancia; el fondo del mar que no era tan profundo, estaba sembrado de callos de hacha; escarbando un poquito entre la arena salían las almejas. No podías caminar por la playa sin encontrarte con las jaibas y las mantarrayas. Los esteros de San Lucas además de ser criaderos de peces y camarones también eran excelentes criaderos de zancudos. En mis años en San Lucas, siempre traía la piel pinta de los piquetes de zancudos. Así crecí, sin electricidad, sin agua potable, sin televisión. La radio era nuestra única conexión con el mundo. Recuerdo que oímos por la noche algunos programas de la XEW. No recuerdo haber conocido el aburrimiento, me pasaba todo el día en la playa, era el terror de las jaibas, no se me escapaban. Mi papá me había mandado a hacer una fisga para atrapar a las jaibas, lisas, lopones, pulpos y calamares. Armado con un cuchillo que traía en una funda que ceñía con un cinturón a la cintura y mi fisga me creía Chanoc. Sólo salía del agua cuando mi mamá me llamaba a comer. Comía lo más rápido posible y me regresaba a la playa”.

FOTOS: Cortesía.

Fue al jardín de niños en Santa Rosalía, y a la primaria en la escuela rural “Emiliano Zapata” en San Bruno; su profesora fue la Tati Ahumada. “Era muy cariñosa, recuerdo que salíamos a los arenales de San Bruno de excursión. Los niños nos peleábamos por encontrar florecitas silvestres, por cada flor que le llevábamos nos dada un beso. Fue un tiempo muy feliz, pero no aprendí mucho (…) Recuerdo el famoso Libro mágico, mi padre me trató de enseñar a leer con ese libro, pero eran más duros los reglazos que lo que yo aprendía. El método con el que mi papá había aprendido, no funcionaba para mí. Y lo que es peor, el famoso Libro mágico me traumatizó. Es el único libro que quemaría”.

A muy temprana edad —aseguró—, soñó que ya leía: “Dicen que uno no se da cuenta cuando aprende a leer, yo recuerdo haber soñado que ya sabía leer, que todos esas sílabas que no podía conectar, de repente se hacían claras y que las reconocía en todas las palabras, largas o cortas. Cuando desperté ya sabía leer”. Y en esa etapa, comenzó a crear su biblioteca: “Mi padre me había regalado el primer libro con el que fundé mi biblioteca personal, un diccionario enciclopédico Pequeño Larousse. Los demás los comencé a comprar por correo al Readers Digest. Era un placer recibir aquellos libros de historia, del mar, de la naturaleza, del uso del lenguaje, etcétera. Me compré mi primera enciclopedia, la cual leía todos los días. Al regresar de la escuela, después de comer, tomaba uno de los tomos y lo abría al azar, y comenzaba a a leer”.

Aún recuerda, también, el restaurante “Playa San Lucas” que su madre había abierto en ese lugar, improvisando una hornilla donde preparaban mojarras fritas y cócteles de almeja y ostión. “La gente comenzó venir los fines de semana desde Santa Rosalía, San Bruno, Mulegé y hasta San Ignacio a las mojarras de doña Bertha, mi madre. Llevamos más tiempo fuera de San Lucas, que lo que duró en restaurante, pero la gente sigue recordando a Toral (mi padre), a doña Bertha y las mojarras de San Lucas. La última vez, cuando estuve en el Archivo Histórico “Pablo L. Martínez”, en La Paz, salió una persona que vino a saludarme que dijo que me conoció en San Lucas, en el restaurante de mi mamá”.

De vuelta a La Paz

En 1972 regresaron a su padre a esta ciudad. Con cariño, dijo que aún graba en su memoria a algunos de sus profesores, desde que estuvo en la Escuela “Miguel Hidalgo”, hasta la “Torres Quintero” con la profe Lupita; en tercero, en la “Ignacio Zaragoza”, la profe María de los Ángeles Domínguez; y en cuarto año la profe Olga Silva Lara que “no fue muy grato. No me había dado cuenta que era diferente a mis compañeros”, confensando la discriminación que sintió: “Mis padres son de Oaxaca. Yo me creía tan sudcaliforniano como los chuniques, pero mi profe Olga me hacía ver que era diferente y me enfrentaba. Mis compañeros a veces me llamaban tahualila, pero no entendía por qué, yo había nacido en La Paz, creía que los tahualilas eran de otros lados. En quinto, con los profesores Nelson Arnaud y Raúl de Borja Alvarado Ruíz, recobré la confianza y me lancé de lleno a aprender todo lo que podía. Todo cristalizó en sexto año, con el profe Raúl Acevedo García”.

“Ese tiempo marcó mi vida, nunca me ha causado tanto placer aprender, como en ese tiempo. Me hice el especialista en el Ciencias Sociales; aún recuerdo en contenido de algunas páginas, incluyendo el texto y las ilustraciones. Gregorio Chávez Montiel era el experto en Matemáticas. Teníamos pique, siempre estábamos tratando de mostrar quién sabía más. Creo que eso, ha de haber enfadado a nuestro compañeros. Goyo y yo éramos unos presumidos odiosos, pero más bien lo que hacíamos era poner una máscara de sabelotodo para cubrir nuestra timidez”.

“Descubre” el cielo

En el verano de 1977 regresaron a San Lucas, siendo ya cinco hermanos —Nereida, Rosa Elia, Zoraida y Javier—, y fue este el momento en que decidió ser astrónomo. “Hasta entonces creía que no era bueno para las matemáticas. Pero conocí a la profe María de Jesús Hernández Real, quien me enseñó que las matemáticas no sólo era hacer sumas, restas, multiplicaciones y divisiones —creo que aun sigo siendo malo para hacer cuentas—, pero la profe Mary me enseñó que las matemáticas también eran crear e imaginar, y para eso creo que sí soy bueno. Entonces, convencido de que sería abogado apenas un año atrás, me dediqué a aprender matemáticas.  Fue una noche de verano cuando sentado a la orilla del mar en San Lucas, tenía una radio de baterías sobre mis piernas y escuchaba Oxígeno de Jean Michel Jarre. Miraba hacía Guaymas donde se veían mucho relámpagos, de repente el cielo se despejó y el cielo se lleno de estrellas. No teníamos el servicio de electricidad, lo que hacía una noche pura.  En ese momento supe que quería ser astrónomo“.

Al regresar a La Paz, quiso ingresar a la Escuela Secundaria “María Morelos y Pavón”, pero no fue admitido en el turno de la mañana, “años más tarde me enteré que algunos de mis “amigos” comenzaron una campaña para que no ingresara a la Morelos, pues decían que yo era igual de sangrón que mi amigo Goyo Chávez, quién era el mejor estudiante de toda la secundaria”, pero a los pocos días entró a la Secundaria 3 que el maestro Ernesto Romero Lucero abrió cerca de la Zona Militar. “Allí la recepción fue muy diferente (…) La Secundaria 3 necesitaba alumnos, admitió alumnos rechazados de otras secundarias (…) Por azares del destino la profe Mary volvió a ser mi maestra de matemáticas, quien también se había mudado a La Paz. Cada determinado tiempo, le hablaba para visitarla en su casa para resolver dudas. La relación educativa se fue transformando en una relación de amistad que perdura hasta la fechas, ahora es la ‘comadre Mary’, madrina de 15 años de mi hermana Nereida”.

“La preparatoria la hice en el Instituto Tecnológico de La Paz, el mejor bachillerato de Noroeste del país. La prueba de fuego era que todos los egresados del Tec que hacíamos examen de admisión en la UNAM, IPN, UAM y en otras universidades, lo pasábamos sin problemas. Quién más influyo en mi carrera en ese tiempo fue la licenciada Silvia Moreno Bravo, maestra de cálculo diferencial e integral. Cuando le dije que quería estudiar astronomía, me dijo que tenía que ir la Ciudad de México a estudia física o matemáticas”.

De La Paz, se fue al entonces Distrito Federal, a la Escuela Superior de Física y Matemáticas del IPN. “La Ciudad de México me comió y me escupió. Fueron cuatro años muy duros, por lo contaminado y sobrepoblado de la ciudad”, donde le tocó vivir de cerca la explosión de gas de San Juanico en 1984 y el sismo de 1985. Dos años más tarde se mudó al INAOE en Puebla, “fue hasta entonces que me pude dedicar a la astronomía de lleno. Terminé mi tesis en diciembre de 1987. El 8 de enero de 1988 el INAOE me brindó el primer contrato como investigador. En 1989 me fui a la Universidad de Toronto a hacer la maestría y el doctorado. Antes de regresar a México, hice una estancia en la Universad de Harvard en 1995. Regresé a INAOE en 1997″. Es así que antier se cumplieron exactamente 30 años en que entró a laborar en la INAOE.

Fue en las últimas semanas del año pasado, que el astrónomo Omar López Cruz vino a La Paz, a dar una conferencia en el Archivo Histórico “Pablo L. Martínez”, donde ante un nutrido público abundó sobre el tema de los agujeros negros y otros de divulgación científica. Al día siguiente pudimos charlar con él, y además de abrir su cajón de recuerdos, también comentó sobre un ambicioso proyecto para Baja California Sur, mismo que, de continuar la violencia, puede verse afectado. No te pierdas la segunda parte de esta entrevista que aborda éste y otros temas de divulgación científica.

 




El pan de Santa Rosalía, el mejor de BCS; pues ¿cómo lo hacen?

“Ojo de buey”, una muestra del famoso pan de Santa Rosalía, que se hace en El Bachicha: FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

La Paz, Baja California Sur (BCS). No. Desgraciadamente, ni en la panadería “El Boleo” ni en “El Bachicha” quisieron hablar de una “receta secreta” para hacer el pan de Santa Rosalía: el de mayor fama en Baja California Sur —los primeros dijeron que “no había” un ingrediente secreto; los segundos sólo sonrieron ante la misma pregunta; ambos dijeron que era “el procedimiento”. Sin embargo, pareciera que en lo que coinciden ambas empresas y lo que le da el toque singular a su sabor es su preparación con leña de mezquite en antiguos hornos de barro.

En reciente visita de CULCO BCS a la cabecera municipal de Mulegé, pudimos constatar el trabajo que se hace en ambas panaderías. No por nada, tácitamente representa un atractivo turístico más, al punto que el INAH no ha permitido hacer modificaciones a la panadería El Boleo, cuyo edificio forma parte de la historia del poblado, eso sin contar con lo primordial: el sabor de las tradicionales pitahayas, ojo de buey o cochitos, entre otras delicias de harina y azúcar. ¿Una característica más? Su consistencia y sabor gozan de más duración que el de cualquier panadería en BCS.

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Como dice el dicho, las imágenes dicen más que mil palabras, así que preparamos este fotorreportaje sobre el procedimiento para preparar el famoso y exquisito pan de Santa Rosalía. Fotos exclusivas para CULCO BCS por Modesto Peralta Delgado.

“El Boleo”

Esta panadería que opera desde 1901 fungió como tal para la empresa minera del mismo nombre —la que le dio el impulso a Santa Rosalía—, la que traía sal europea para preparar el pan blanco. En 1954, el francés René Rouyer compró el negocio, pero en la década de los 60’s del siglo pasado, fue don José Gastélum Aguilar —ya fallecido— quien finalmente adquirió la empresa; luego, la heredó a don Jesús Gastélum Arcas, para ser administrada —actualmente— por los hermanos Gastélum Serna. Todo esto nos lo contó uno de ellos: don Jesús Gastélum Serna.

Ubicada en la avenida Álvaro Obregón, en pleno centro de Santa Rosalía, “El Boleo” continúa haciendo una impresionante cantidad de pan diariamente, que va desde 4 ó 5 mil piezas hasta más de 8 mil, en invierno —su temporada alta. Hasta la fecha, el pan lo elaboran con harina y azúcar mexicana y “algunos productos norteamericanos” en los tres hornos de barro originales, que tienen más de 100 años. En cada uno caben hasta 500 piezas que se cuecen en unos 20 minutos. ¿El secreto? Dice que todo está “en el procedimiento”, desde el amasado hasta la cocción en los antiquísimos hornos. Tal es la fama de sus panes, que Jesús Gastélum presumió haber recibido en su negocio la visita de los expresidentes de México Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari, y recientemente, al empresario Carlos Slim Helú —a quien calificó de ser una persona “amable” y “humilde”.

La panadería “El Boleo” se ubica en el corazón de Santa Rosalía, a un par de cuadras del Palacio Municipal. El edificio es el original que funciona desde 1901, cuando efectivamente sirvió como panadería, pero en aquel entonces, para la empresa minera del mismo nombre.

En la parte trasera es amplio el local para preparar las masas y meterlas a los tres hornos de barro que funcionan con leña de mezquite.

El pan crudo se mete en charolas antes de hornearse, siendo hasta 500 piezas “de un jalón”; dicen los panaderos que “no hay receta secreta”, usando harina y azúcar como los elementos bases en cada uno de ellos. Todo está “en el procedimiento” artesanal.

En uno de los tres hornos de barro, antiquísimos, con más de un siglo de edad, los panes se cuecen a altas temperaturas en 15 ó 25 minutos. Aquí salen los bolillos o birotes.

“El Boleo” es toda una tradición de Santa Rosalía. El legado ha pasado de generación en generación —va en la tercera—, y presumen de producir hasta 5 mil piezas de pan cada día.

Entre 10 y 12 panaderos trabajan toda la noche para que cada mañana los lugareños tengan el pan calientito, recién salido del horno; algunos de ellos tienen más de 30 años en esta labor.

La clientela de “El Boleo” se deja ver muy temprano, y muchísimos viajeros que saben de la fama de este pan, no pueden irse sin comprar alguno de sus panes que, a diferencia de otros, puede durar varios días intacto en su sabor.

“El Bachicha”

Norberto Ramón Meza Murillo es uno de los actuales propietarios y trabajadores de esta legendaria panadería ubicada en la calle Doctor Adán G. Velarde, en la colonia La Nopalera de Santa Rosalía. Él pertenece a la tercera generación en este negocio que empezó en los años 30’s del siglo pasado con su abuelo: Norberto Meza Mero, el único y original “El Bachicha”, de 78 años de edad. Primero inició en la colonia Ranchería, pero desde 1984, el local se encuentra en La Nopalera.

El nieto de este personaje contó que “El Bachicha” trabajó en la compañía minera, y con el dinero del retiro invirtió en este negocio, que a la postre fue manejado por sus hijos Miguel Meza Cota y Norberto Meza Cota. Actualmente, son casi una veintena de trabajadores, casi todos artesanos del pan, quienes también usan antiguos hornos de barro donde producen aproximadamente 5 mil panes al día. Todo está en “el punto de cómo preparar el pan”, dijo, pues admitió que sí hay ‘ingredientes secretos’ pero no los quiso revelar. Sus ‘pitahayas ‘y ‘cochitos’ gozan tanto prestigio que tiene clientes que llegan a Cachanía y se llevan su pan hasta Guadalajara, la Ciudad de México, e incluso el extranjero, como Vancouver, Canadá.

La otra panadería legendaria de Santa Rosalía es “El Bachicha”, que ya va en una tercera generación produciendo miles de piezas de pan al día, mismos que preparan de diez a doce panaderos cada mañana.

Aquí también se trata de hornos de barro muy antiguos donde los panes salen listos para consumirse; por supuesto, viajeros de todas partes que visitan Cachanilla también saben de este expendio de pan y llevan varias bolsas de los productos a sus respectivas ciudades, incluso, del extranjero.

El pan birote, la telera y el pan para hot dog también entran en su oferta, y por supuesto, puede probarse en tortas y hot dogs por todo el pueblo al ser sólo dos las panaderías que los producen.

La “pithaya” es uno de los panes más afamados, caprichoso en su forma y con un relleno que deleita los paladares; a diferencia de otros panes, éstos suelen resistir varios días sin descomponerse y guardando el sazón.

“El ojo de buey” es preparado con mermelada de guayaba de un rancho cerca de Santa Rosalía; otra variedad de este producto es terminarlo con coco rallado.

Empanadas de “panocha”, como se le dice popularmente al piloncillo.

Los “cochitos” son panes de un color oscuro al que le dan esa forma con un sabor ligeramente tostado.

Las famosas “pitahayas”. Las auténticas son de Santa Rosalía.




Ya viene Radio Kashana, la primera radio local de Santa Rosalía en 20 años

Santa Rosalía. Fotografías: Modesto Peralta Delgado.

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde 1997, Santa Rosalía —cabecera del municipio de Mulegé— no ha contado con una radio FM local. Actualmente tiene dos repetidoras de radiodifusoras que están en La Paz: Radio de Sudcalifornia en la 99.1 y Promomedios en la 94.7, cuya señal a veces se pierde —y más cuando ocurren contingencias climáticas—; además tuvo Radio Kashana por Internet que inició hace seis años pero se interrumpió desde 2014, justamente por el paso del huracán Norbert. El último es un proyecto encabezado por su director, José Rafael Murúa Manríquez, quien justamente pretende abrir transmisiones de la FM local Radio Kashana el 1 de septiembre.

En entrevista exclusiva para CULCO BCS, Rafael Murúa Manríquez contó los orígenes y planes del proyecto que se convertiría en la primera radio local de Santa Rosalía después de 20 años. Él es egresado de la carrera de Administración Pública de la Universidad de Sonora (Unison), nació en esa tierra y cuenta con 33 años, y para el próximo, cumplirá diez laborando en diferentes medios de comunicación.  La nostalgia a su terruño es una de las motivaciones que lo hizo regresar y querer realizar este proyecto. “A mi generación le tocó desayunar con “Buenos días Santa Rosalía”, Radio Cachanilla se llamaba (la radiodifusora), pero dejó de funcionar desde el 96 ó 97″, dijo.

Rafael Murúa Manríquez. Fotos: Modesto Peralta Delgado.

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El proyecto de Radio Kashana como radio FM local en Santa Rosalía comienza, en el papel, en 2010. Aunque desde 2008, Murúa Manríquez ya empezaba a trabajar en medios, operando la cabina en Radio Bemba —hoy Radio Zoom— en Hermosillo, sería dos años después que comienza el proyecto, dándose cuenta que “era sumamente difícil enterarte de lo que había que no fuera por el mitote, y pues viendo, conociendo, sabíamos que se podía, si queríamos, tener la primera”.

En 2011 se regresó a su tierra: Cachanía —como le dicen, siendo él un cachano, como su generación se hacen llamar. Desde entonces y hasta la fecha, Radio Kashana es uno de los principales medios de comunicación de ese poblado, y mediante el cual se transmitió radio en línea, sin embargo, desde que estaba en Sonora, él ya tenía en mente operar una radio FM local. Es decir, este medio es más conocido como una página web pero siempre hubo el sueño de que funcionara como radiodifusora.

La radio por Internet se manejó desde la cabina de un camión que le fue donado por el Ayuntamiento de Mulegé; era un vehículo no tan viejo, pero arrumbado y sin papeles, que fue perfecto para informar desde ahí, a falta de unas oficinas formales en un tiempo en que llegaron a trabajar a la minera El Boleo miles de personas y se escasearon las casas en renta. Así fue desde diciembre de 2012 hasta que llegó el huracán Norbert —en 2014— y mojó todo el equipo. Para cuando se pudieron reponer, habían cambiado las leyes secundarias en materias de telecomunicaciones y logró obtener una concesión para una radio de uso social y comunitario.

Precisamente la experiencia de un huracán y la incomunicación que se genera con los daños en las repetidoras de La Paz es una motivación importante para crear una radio local. Hoy en día estas radios “dejan de funcionar, siempre se baja la señal, es algo normal, pero aquí no lo atienden como lo atienden en La Paz. Pueden pasar días aquí en que nos quedamos sin radio”. Y abriría su señal en septiembre, mes tradicional en que comienzan las contingencias climáticas en esa zona. “Es muy importante tener un medio análogo cuando tenemos las contingencias que tenemos año tras año, que nos incomunicamos de aquí a la capital del estado y aquí mismo, pues puede pasar un día sin electricidad, no hay Internet (…) no hay como ponernos de acuerdo masivamente, creo que es de suma importancia que contemos con un medio así”.

Murúa Manríquez declaró que “la idea de tener aquí Radio Kashana pues es esa: la necesidad de tener un medio masivo. Tuvimos un retroceso, me imagino que por falta de negocio: dejó de ser un negocio pagarle aquí a profesionales de la locución, del periodismo, de producción, y nomás se utilizan las instalaciones como repetidora, lo que es válido, pero el pueblo de Santa Rosalía nos meceremos tener un medio masivo de comunicación local”.

Una radio de 24 horas

Radio Kashana trabaja para abrir transmisiones en vivo el 1 de septiembre de este año. Murúa Manríquez señala que transmitirá las 24 horas del día, con 1,000 watts de potencia —aunque su concesión podría abarcar hasta 3,000—, cubriendo todo el pueblo de Santa Rosalía y algunas localidades como San Lucas, San Bruno y Palo Verde. Sólo en la cabecera municipal son aproximadamente 15 mil personas las que podrían tener acceso, y participar en sus programas a través de redes sociales.

La mayor parte de la programación será música, e incorporarán seis líneas temáticas y programas que ya habían tenido por Internet —aunque algunos nombres podrían cambiar—: Cultura al aire con la doctora Patricia Valenzuela; Cachana de todo, sobre medio ambiente, que sería cubierto por el joven de preparatoria Alejandro Cárdenas; Tamara Chayo, estudiante de preparatoria en la Ciudad de México retomaría Cachana, conoce tus derechos en la temática de Derechos Humanos; los que aún están pendientes son las temáticas de salud sexual y reproductiva, y equidad de género. Además, el programa estelar será el noticiero Providencias que el propio Rafael Murúa conducirá de 7:00 a 9:00 horas, atendiendo la participación de ciudadanos a través de llamadas y redes sociales.




Internos del Cereso de Santa Rosalía han leído más de 100 libros en 3 años

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Charla de internos del Cereso pertenecientes al Club de Lectura de Santa Rosalía, con Modesto Peralta Delgado. Se contó con permiso para tomar fotografías y por razones de seguridad, se difuminan sus rostros. Fotos: Cortesía.

La Paz, Baja California Sur (BCS). “N”, de 28 años, es un interno en el Cereso de Santa Rosalía en proceso de sentencia por homicidio calificado, quien desde el 2013 que entró al Club de Lectura —es uno de sus iniciadores— ha sido uno de los participantes más entusiastas, leyendo más de 100 libros en poco más de 3 años; asegura que, sea condenado o no, ha cambiado su percepción de las cosas y no delinquiría otra vez, y en mucho, tanto la literatura como su fe en Dios han formado parte de su nueva visión de la vida. Incluso, guarda frases escritas en un par de hojas por si algún día puede publicar un libro.

El pasado 17 de febrero, su servidor, Modesto Peralta Delgado, fue invitado a presentar su libro Prólogos a la muerte en la cárcel ubicada a un par de kilómetros de la cabecera municipal de Mulegé. Ahí dimos una charla, y algunos de los participantes dieron sus opiniones respecto al libro, como parte de la dinámica del club que coordina el psicólogo José Antonio Iturriaga Hidalgo, quien también nos dio una entrevista para realizar este artículo vivencial sobre el impacto positivo que puede tener la literatura.

Como era de esperarse, al entrar al Cereso de Santa Rosalía, hay varios filtros qué pasar: puertas y más puertas, y rejas y más rejas qué cruzar, para llegar a un pequeño salón multiusos, con computadoras y libros, en donde quincenalmente se reúnen los integrantes del Club de Lectura de Santa Rosalía. La actividad la realizan voluntariamente algunos ciudadanos, sin formar parte de programas de gobierno, y con el solo fin de introducir el hábito de la lectura en los condenados y procesados que asisten. Desde el 2013 que entró en función este club —señaló Iturriaga Hildalgo—, se les han llevado entre 100 y 150 títulos. Las reglas para pertenecer son muy claras y sencillas: leer el material que el psicólogo se encarga de seleccionarles, asistir a las reuniones y comentar libremente sobre lo leído.

“N” fue modesto al decir que él habría leído “sólo” unos 100 libros en los tres años que lleva formando parte de este grupo. Cualquiera podría pensar que dentro de la cárcel, con todo el tiempo del mundo, esto no es algo impresionante. Sin embargo, aunque desconocemos el número total de presos en el Cereso de Santa Rosalía, es evidente que no todos se interesan. El club de lectura en prisión comenzó con 14 internos, siete de ellos ya salieron cumpliendo su condena, y han quedado siete. Por tanto, leer más de 100 libros en 3 años, no requiere sólo de tiempo libre, sino de un interés que se ha fomentado con paciencia y un auténtico entusiasmo por contagiar la literatura, y que ésta pueda tener un efecto en la vida de personas en reclusión. “Yo no creo que voy a cambiar a alguien, porque no depende de mí el cambio, pero buscamos fomentarles un buen hábito, que a su salida sea de alguna utilidad. (Los efectos han sido) su capacidad de expresarse, de estructurar sus pensamientos de mejor forma, quien lee y se expresa bien tiene un buen argumento”, dijo Iturriaga Hidalgo.

Durante la charla, algunos de los asistentes comentaron sus impresiones del libro de cuentos, con detalles en lo leído y los significados o trasfondos que su servidor quiso plasmar en Prólogos a la muerte. Fue interesante no sólo oír sus opiniones respecto al libro, sino dar cuenta que algunos han encontrado apasionante la lectura de autores de la literatura universal. Iturriaga Hildago recuerda que el material que más debate generó en este grupo fue La metamorfosis de Franz Kafka, “fue un libro que dudé en llevárselo, pero luego pensé ‘a ver qué generan ellos’, y fue una de las sesiones más fluidas”.

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En el caso de “N” —cuya identidad, como la del resto de los internos se omite por razones de seguridad— me dijo que para él leer es “una explosión de pensamientos, me rescatan de este lugar”. En efecto, para ellos, asistir a estas reuniones es un escape de su internamiento, y en algunos casos, como los que tenían su familia en Veracruz, Tamulipas o Guerrero, estas visitas significaban ‘sus visitas’. El hombre en proceso por homicidio dijo que había leído un par de libros cuando era estudiante, pero ahora estaba agradecido con el Club de Lectura de Santa Rosalía al haberle acercado un centenar de títulos. Entre los libros favoritos de “N” están Quién mató a Palomino Molero de Mario Vargas Llosa, Memorias de mis putitas tristes y Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez.

Aunque está en espera de una sentencia que podría ser de 20 años de prisión, o más, expresó que “ya no tiene los mismos pensamientos”. La lectura, para él, le ayuda a “pensar diferente”. Aunque dice no pertenecer a ninguna iglesia en especial, tiene fe en Dios. Y sí, tanto su fe religiosa, como lo que ha descubierto a través de la literatura, han creado un cambio positivo en su persona, según sus propias palabras, y así lo mostró en su actitud, al menos, en ese momento de la charla. Ahora “N” tiene en mente poder compilar varias frases por si algún día pueda publicarlas en algún sitio. Es de notarse, pues, que de la lectura, ha pasado a la inquietud de escribir.

Al preguntarle al psicólogo si, en general, los internos eran difíciles de tratar, dijo que no. “No sé si sea en la población en general, pero con la gente que yo he trabajado, al contrario, son personas que reciben muy bien a quien los visita”. Por último, comentó que entre los cambios que ha visto en su fomento a la lectura en prisión es la capacidad de expresarse, y recordó el caso de un interno que en diez sesiones apenas articulaba palabra, y a partir de las siguientes, se hizo tan desenvuelto que costaba trabajo que cediera el turno de hablar a otros compañeros. De manera que el Club de Lectura de Santa Rosalía ha propiciado que algunos presos puedan despertar su empatía o sensibilidad a través de la literatura, lo perciban como un escape de la rutina y propicie un cambio positivo en su mentalidad; y además puedan notarse sus efectos, al menos, en su forma de expresarse.

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