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A un siglo del huracán de 1918. Crónica de una catástrofe en BCS (I)

FOTOS: Archivo Histórico “Pablo L. Martínez”.

Colaboración Especial

Por Luis Domínguez Bareño

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En Baja California Sur es cosa común el acercamiento y paso de ciclones tropicales durante el verano e inicio del otoño, éstos tienen gran influencia sobre las condiciones de vida en el agreste y seco medio peninsular; sin las lluvias que aportan difícil sería mantener núcleos poblacionales, son de un gran beneficio. Desgraciadamente, cuando el sudcaliforniano no toma las medidas pertinentes, es cuando estos benefactores pueden trocarse en desgracias, donde los beneficios pueden ser menores a los daños y, lo más lamentable, esos daños pueden significar la pérdida de vidas humanas.

Los ciclones tropicales son de los eventos meteorológicos de mayor capacidad destructiva en nuestro planeta, pues llegan a combinar lluvias torrenciales con vientos intensos, además de inmensas marejadas que pueden destruir pueblos y ciudades en la línea de costa cercana al impacto. El principal factor para medir la intensidad de un ciclón es, básicamente, la fuerza de los vientos que sostiene cerca de su centro. Recordemos que los huracanes en el hemisferio norte hacen el giro sobre su eje en sentido contrario a las manecillas del reloj, este giro provoca que la zona central del sistema forme un espacio bien definido de baja presión, con ausencia de nubes y en calma, denominado ojo; esta es la zona nucleogenética de los ciclones pues controla el movimiento del ciclón y participa en su mayor parte de la “absorción” de calor necesario que asciende y se distribuye por todo el ciclón, incrementando su potencia.

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Uno de los más potentes y desastrosos ciclones que han tocado el sur de la península californiana —hoy Baja California Sur—, fue el ciclón que golpeó el llamado Distrito Sur de la Baja California del 15 al 17 de septiembre de 1918, hace exactacamente un siglo. Después del ciclón Liza de 1976, es éste ciclón sin nombre del año de 1918, el segundo ciclón que ha dejado más víctimas a su paso por estas tierras pues se habla que fueron 25 víctimas mortales en San José del Cabo, una víctima en San Antonio y una en Pescadero, además de varios desaparecidos en el mar.

Históricamente hay poca información sobre los ciclones en nuestra media península, yéndonos más atrás, unos 30 años en el tiempo, es muy complicado conocer las tormentas tropicales y ciclones que nos han afectado; ha faltado una socialización del conocimiento en este aspecto. El Gobierno de México desde finales del siglo XIX tiene un área de meteorología que atiende e informa sobre este tipo de fenómenos pero, desgraciadamente, la información no llega al común de la población a veces ni en el momento mismo de su generación; cuando el fenómeno está en desenvolvimiento y ponen en peligro a la población, mucho menos se ha hecho la historiación y difusión social de los datos. Contrario a ese auto desprecio de los hechos en nuestro país, han sido los Estados Unidos los que mantienen un registro consecuente de las tormentas tropicales y huracanes en nuestra zona del Pacífico Nororiental. Para efectos de enriquecer este trabajo sobre el huracán de 1918, hemos echado mano del importante informe que sobre el mismo escribió en el Monthly Weather Review, Franklin G. Tingley, meteorólogo de la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) y que se publicó en Washington durante enero de 1919.

Tingley afirma que fue durante los días del 14 al 17 de septiembre de 1918 en que este huracán surcó las aguas del Pacífico Mexicano, internándose a la media península por San José del Cabo y continuando hacia el norte, pasando por tierra muy cerca de La Paz, trayectoria que dibuja Tingley en el mapa que se muestra en las imágenes anexas, y en la cual se aprecia un recorrido muy parecido al del muy recordado y reciente potente huracán Odile. Tingley recoge los informes de dos embarcaciones que se encontraron al huracán de 1918 en mar abierto. El primer navío que cita información es el del barco Delagoa, de bandera danesa y un peso de 3, 541 toneladas. El informe de ese primer encuentro que hace el capitán Hansen es transcrito por Tingley para documentar su informe. En ellos da cuenta el capitán que se encontraron con el huracán en 19° grados latitud Norte y 106° longitud Oeste,  estas coordenadas son en mar abierto a unos 170 kilómetros al oeste del puerto de Manzanillo, Colima.  El 14 de septiembre desde el Delagoa comenzaron a sentir la elevación del oleaje de rumbo Este Sureste y para la medianoche el viento ya se incrementaba a casi 20 km/h; en la madrugada del día 15 el viento del Noreste fue en incremento hasta llegar a los 100 km/h, con la nubosidad y lluvia característica del acercamiento de un ciclón; para las seis de la mañana el viento ya rebasaba los 120 km/h, lo cual colocaba al barco bajo los efectos de un huracán en toda su magnitud.  En punto de las 8 de la mañana el viento fuerte siguió aumentando, por la descripción que hace el capitán de estar bajo “un huracán violento” debemos suponer que era un huracán mayor, de lo que hoy se conocería en la escala de huracanes Saffir-Simpson como un Categoría 3 por lo menos. Señala el informe que el mar subió increíblemente del Sureste, los chubascos eran torrenciales con olas que rompían muy alto y el barco estaba totalmente a la deriva recibiendo severos golpes del agua en el casco de la nave. Para las 10 de la mañana notaron que, el centro del huracán, les pasaba por el Este, dirigiéndose dicho fenómeno rumbo al Norte; ésto les dio pie a intentar dirigir la nave hacia el Sur para escapar de la tormenta, el viento comenzó a cambiar de dirección, primero viniendo del Norte y noroeste, para después soplar al Oeste, y a la una de la tarde del Suroeste. En este tiempo se registró la presión mínima de 975 hectoPascales, lo cual es característico de un huracán categoría 2, aunque la medida que determina hoy en día la clasificación de la intensidad de un huracán es la fuerza de sus vientos.

Hubo otro barco que se encontró cerca del huracán y reportó algunos datos, fue el Ciudad de Para, el cual cubría la ruta del canal de Panamá hacia San Francisco; cuenta su capitán G. McKinnon que el 16 de septiembre se encontraban en 22° latitud Norte y 110° longitud Oeste, esto es a unos 100 km al Sur de Los Cabos; los efectos que ellos sintieron en la noche del 16 al 17 de septiembre fueron una presión atmosférica de 993 Hpa. y un viento de 80 km/h del Oeste-Noroeste. Esto es que el huracán pasó al lado de derecho (Este) de la embarcación, por la trayectoria del ciclón que era hacia el Noroeste y que la parte más potente del ciclón ya había tocado el Sur de la península bajacaliforniana. El barco Ciudad de Para no sintió el golpe del huracán desde todos los cuadrantes, es decir no estuvo tan cerca del centro del ciclón como el Delagoa, más sin embargo alcanzó a ser golpeado por el cuadrante suroeste del ciclón con una fuerza de tormenta tropical. Como diríamos en el argot choyero sobre ciclones, les tocó la pura “colita”.

Estos interesantes datos de la navegación marítima nos sirven para conocer en gran medida de la potente dimensión del huracán, el cual comenzó a golpear San José del Cabo con toda su furia durante la tarde del día 16 de septiembre para durante la madrugada enfilarse sobre tierra hacia la ciudad de La Paz. Aquí es importante compartir el informe que envió a su país el consul estadounidense B.F. Yost, quien se encontraba en Santa Rosalía, según mis rudimentarios conocimientos del idioma, traduciendo el informe citado la narración sería la siguiente:

El mayor daño hecho en La Paz es para las embarcaciones; cada barco en la bahía fue volado sobre la playa, más o menos todos fueron dañados y unos totalmente arruinados. Como La Paz es principalmente comunidad marítima, muchas personas tenían todos sus ahorros invertidos en pequeños balandros usados en el cabotaje. algunos de estos navíos  fueron totalmente destruidos, mientras los otros que quedaron ha sido imposible de repararlos hasta ahora debido a la ausencia total de los materiales necesarios, como la estopa, hojas de cobre, y clavos de cobre.

El resultado es que la mayor parte de los navíos están todavía sobre la playa y en espera de ser reparados antes de que puedan ser puestos a flote de nuevo. El daño en La Paz y sus alrededores probablemente alcanzará un total de 200,000 pesos. El viento del Norte y el Noreste fue el que hizo el mayor daño. El vapor americano Sun Gabrien, en marcha para La Paz sobre aquel tiempo, con una carga general grande, ha fallado en llegar, según cuentan los periódicos. Otro vapor americano, el Coos Bahia, con rumbo hacia San Francisco, es dado por perdido con todo a bordo. Otros navíos que habían sido reportados perdidos, gradualmente se ha estado teniendo noticias de ellos.

Los informes de San José del Cabo indicarían que la tormenta fue sumamente severa allí. Pequeños arroyos se hicieron torrentes furiosos, arrasando todo en su camino y dejando casas y árboles en el mar. Muchas personas perdieron sus vidas ahogados o por caída de árboles, el número de muertos hasta ahora se considera que es de 25. San José es el centro de la industria de caña de azúcar, cuya cosecha sufrió un daño considerable; otras cosechas han sufrido en la misma proporción. Las comunidades de Santiago, Miraflores, y San Bartolo fueron golpeadas con severidad por la tormenta, aunque ninguna muertes haya sido reportada de aquellos sitios. Sin embargo, mucho daño fue hecho a las cosechas recientes. En El Triunfo la tormenta era claramente menos violenta, pero aproximadamente 20 pulgadas de precipitación fueron cuantificadas. Muchas casas fueron arruinadas y la mayor parte de los techos volaron. Casi todos los edificios sufrieron algún tipo de daño.

De toda la información disponible, es fácil de afirmar que la tormenta parece haber sido limitada a la parte del Sur de la península, que fue muy dura, como huracán, en el Distrito de San José del Cabo, y probablemente alcanzó gran fuerza en alguna distancia en el mar adentro. Esto alcanzaría una muy pequeña parte al noreste y al oeste de La Paz. Los efectos de la tormenta en Mazatlán, Altata, y Guaymas no fueron tan sensibles, pero una marejada y viento pesada del sudoeste fue sentida.

En Santa Rosalía muy poco viento fue registrado, y éste nunca alcanzó la velocidad de una tormenta. Una marejada pesada del Sureste ha continuado durante dos días sin hacer cualquier daño material, excepto el lado de un pedazo de muelle de la Compañía Boleo que embarca en esta parte del Golfo fue algo trastornada. Se pensaba que 11 barcos alemanes que navegaban cerca, y fueron anclados en Santa Rosalía, podrían sufrir daño, pero ellos soportaron la corriente marina en buenas condiciones.

El daño total causado en el área afectada por el ciclón, sin contar los barcos perdidos en el mar, puede ser estimado en aproximadamente medio millón de pesos.




El Faro Viejo de Cabo Falso. La luz de la región más austral de la Antigua California

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  En el siglo XVI, con el retorno de los barcos mercantes españoles que viajaban hasta Filipinas para adquirir especias, oro, marfil, plata, sedas y demás artículos suntuosos, pasaban delineando las costas de nuestras tierras bañadas por el océano Pacífico. Dada la importancia económica que estos galeones y su preciada carga representaban para el imperio se decide establecer cerca del sitio llamado Cabo de San Lucas una señalización, en ese entonces hogueras alimentadas por leños de mezquite, que indicara dónde debían dar vuelta los barcos para dirigirse hacia San Bernabé —hoy San José del Cabo— a reabastecerse  de agua y alimentos. Ese fue el antecedente más antiguo del sitio conocido hoy como Cabo Falso.

Con el transcurrir del tiempo y el incremento de los viajes que realizaban los barcos que hacían las rutas desde los puertos de San Francisco, San Diego, Monterrey en Estados Unidos hasta las costas mexicanas del interior del Golfo de California, así como San Blás, Manzanillo, Acapulco,etcétera, es que a finales del siglo XIX se decide construir un potente faro que ofreciera un punto de referencia y prevención para aquellos transportes marítimos. Algunos autores sostienen que la verdadera razón del establecimiento de un faro en este sitio era para confirmar la pertenencia a la República Mexicana de las tierras de la península de California, ante el incesante embate del gobierno estadounidense por apropiarse de ellas.

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En el año de 1886, durante el gobierno del general  Porfirio Díaz, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, envía al ingeniero español Joaquín Palacios Gómez para que determine el sitio idóneo para construir este faro. Debido a que  la maquinaria debía ser mantenida en funcionamiento de forma permanente exigía que el farero u operario viviera en el lugar, motivo por el cual se buscó un terreno en donde hubiera un manantial de agua que surtiera del vital líquido a quien decidiera vivir y trabajar en este lugar. Una vez encontrado ese “ojo de agua”, se procedió a buscar un sitio cercano a él donde pudiera construirse el faro. Determinado el espacio en el Cerro del Vigía, se adquirieron 17 hectáreas, que en ese entonces eran propiedad de los señores Manuel Güereña y Laiza Ritchie de Flores, para tener espacio más que suficiente para la operación de este equipo.

Para iniciar la construcción del faro, el ingeniero Palacios tuvo que trasladarse a residir en el pueblo de Cabo de San Lucas, junto con su esposa Petra Magro y sus hijos Joaquín y Roberto. Los materiales necesarios para construir el inmueble tuvieron que ser traídos en barco hacia el poblado y posteriormente se construyó una vía férrea sobre la que se transportaron hacia el sitio donde finalmente se construiría el faro. Este proceso tardó 2 años. En 1904 dieron inicio las obras de construcción. El señor Gabriel Fonseca narra en su página web los siguientes datos de la construcción del faro: “Así mismo, dada la importancia de la subsistencia humana en un sitio alejado, el techo se diseñó como un colector pluvial y se construyeron bajo el faro dos cisternas para almacenar agua. Otro dato sobresaliente fue que cuando se terminó de acarrear todo el material de la obra, gran parte de los rieles se utilizaron para realizar una estructura para la base de los cimientos del edificio. La exigencia era grande, esta construcción fue la primera inversión importante que hizo el gobierno federal en la historia para el territorio de Baja California, en ese entonces. Además, todo el mecanismo y las luminarias del faro eran lo más moderno de la época y provenientes de Europa. Las piezas de funcionamiento se presentaron en una exposición universal que se realizó en París, Francia en 1900. Este mecanismo duró en funcionamiento más de 100 años.”

Finalmente el día 5 de mayo de 1905 fue inaugurado el Faro, siendo una obra de portento e ingeniería inusitada para esas fechas en la California del Sur. Contaba con una torre de diez metros de altura donde se instaló un destellador giratorio de luz blanca de una frecuencia de 4 segundos con alcance de 10 millas náuticas, energizado con gas de petróleo. Para su mecanismo se ordenó la fabricación a Barbier, Francia, de tres prismas de cristal de roca (cuarzo) tallados pieza por pieza por artesanos, dándole a la lente una forma circular-cóncava, unidos los rectángulos entre sí.

Algunos de los fareros que trabajaron en el lugar fueron: Rafael Tomás Sandoval Mantecón, Agustín Payén Salazar, Marcos Payen Sandoval, Miguel Ángel Herrera Morales, Néstor Herrera. El faro se mantuvo en funcionamiento ininterrumpido hasta el año de 1965 en que un huracán de gran magnitud destrozó su mecanismo. El gobierno determinó construir un faro más moderno y que tuviera un funcionamiento autónomo, esto es, sin necesidad de intervención de la mano del hombre. Este nuevo faro se construyó en un cerro que se encontraba a espaldas de donde estaba el anterior faro, en el cerro del Rodadero, un poco más elevado. Desde esas fechas los habitantes de Cabo San Lucas empezaron a nombrarlo faro viejo para distinguirlo del que lo había venido a sustituir.

Con el paso del tiempo este hermoso edificio empezó a deteriorarse, víctima de la erosión de los elementos naturales y al abandono en que se dejó. Se sabe que el empresario hotelero Ernesto Coppel Kelly, propietario del complejo turístico Pueblo Bonito, adquirió al ejido Cabo San Lucas las tierras que circundan el Faro Viejo y que ha restringido el libre acceso a este sitio. Esta magnífica construcción fue restaurada en los 90´s y se ofrecen visitas guiadas al área, a cargo de la asociación civil “Yenekamú”.

Como podemos darnos cuenta, la tierra de la California del Sur ofrece magia y nostalgia de hermosos tiempos idos a quien tenga la paciencia y motivación por encontrarlos. El faro Viejo de Cabo Falso, un coloso de 113 años, es un sitio que todo mexicano debiera de conocer, un vestigio de la prosperidad de estas tierras y de la pertenencia de la misma a la Nación Mexicana.




Los dos rostros de Los Cabos

FOTOS: Gladys Navarro.

Cabo San Lucas, Baja California Sur (BCS). Son dos rostros completamente distintos. Uno es rubio y el otro moreno. Ambos vienen de lejos, aunque no por los mismos fines. Uno grita, goza, se emborracha, y se va; el otro suda, calla, sobrevive, y en su día de descanso hace una pausa, y olvida por un momento que el lunes regresará al hotel o a la obra, al supermercado, a esperar el transporte incómodo bajo los 40 grados, y recorrer a pie, otra vez, esa calle de tierra, obscura y peligrosa.

Es un domingo a mediodía. Los turistas estadounidenses caminan por la avenida el Paseo de la Marina, se ven relajados; ellas, con su cortito short de mezclilla y debajo el bikini fosforescente, y ellos, con el pecho descubierto, bermudas y sandalias. Ya el sol y el bronceador hicieron de las suyas y lo presumen. Mejillas y torsos bronceados, brillantes.

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Van en grupo o en parejas. Algunos van al tradicional “Mango Deck”, el restaurante de los concursos atrevidos a cambio de shots de tequilas, el favorito de los springbreakers que, año con año, poco antes de Semana Santa, llegan a adueñarse del puerto por unos días.

En “El Mango”, como también le dicen, ya comienza a sentirse el ambiente festivo, como cada día de la semana. Los automóviles rodean la glorieta y monumento al Pescador y buscan estacionamiento.

Ya adentro los meseros van y vienen y, hay que decirlo, lucen más animados cuando llegan a aquellas mesas que están ocupadas por grupos de extranjeros bronceados. Piensan en las propinas, quizá, que es donde mejor les va. Y allí están, morenos, delgados, no muy altos, sonrientes, veloces, suben y bajan la escalera que lleva a las mesas que están en la arena, las que tienen esa vista privilegiada al “fin de la tierra”. Varios de ellos, si no todos, tienen ya experiencia en la industria turística. Nacieron en Acapulco.

En ese espacio, entre mesas, platillos con ceviches, cocteles y pescados, nadie está triste. En un rato más alistarán los concursos, el animador se prepara. Allí nadie piensa en balaceras, la crisis o las elecciones. La temperatura que no cede, entonces lo esencial son las ambarinas, faltaba más.

En las calles del puerto los turistas caminan con seguridad y eso que no se observa ninguna patrulla. Apenas un par de gendarmes en la zona de la joyería Diamante que ha sufrido al menos tres robos. El más reciente en mayo pasado.

A simple vista, pareciera que pasó lo peor. Ya van poco más de cinco meses desde aquel 20 de diciembre de 2017 cuando Los Cabos llegó a las portadas  de los diarios y a los portales nacionales e internacionales: aparecieron colgados, simultáneamente, los cuerpos de seis hombres. Fueron dos en cada puente, en La Paz, San José del Cabo y en Cabo San Lucas.

Esa era la manera de recibir a quien apenas llegaba para fungir como procurador de Justicia del Estado, Daniel de la Rosa Anaya. Llegaba de Baja California, la tierra donde se estrenó esa violencia extrema.

Luego de  la noticia que puso a temblar a gobiernos, empresarios e inversionistas, vinieron los anuncios de más fuerzas federales, mesas de seguridad, planes especiales para los destinos turísticos.

Pero antes de esas fotografías que inundaron los medios de comunicación, las pugnas entre grupos criminales habían dejado a cientos de hombres y mujeres, incluso a niños asesinados. Tras los cuerpos colgados en los destinos que integran Los Cabos, comenzó, entonces sí, un drástico descenso en el número de homicidios.

“Hasta en un 90 por ciento”, presumió el secretario de Turismo, Enrique De la Madrid, en una visita reciente.

Los Cabos, con su San Lucas de desenfreno y su San José histórico, parece que es el mismo que se conoce desde hace años. Como si no hubiese vivido el año pasado la peor crisis de inseguridad en su historia, con cerca de 500 personas asesinadas y que, a decir de algunos empresarios y autoridades optimistas, “se está normalizando,”.

El destino mantiene una tarifa promedio de 286 dólares la noche (casi 6 mil pesos en promedio por noche) y el Gobierno estatal y federal presumen que se construyen casi 5 mil nuevas habitaciones que estarán listas entre 2018 y 2021, con todo lo que ello implica, más demanda de mano de obra y entonces de servicios, de tierra, casas, agua, alumbrado, transporte, paz, de todo lo que merece un ser humano que llega con sueños, con hambre y miedo, que debe dejar a su familia porque ya les levantaron un hermano o les mataron un hijo, o porque –como dice Miguel— “el trabajo ya no deja, a menos que seas sicario o narco”.

Como “Miguel”—así pide que le diga—, oriundo de Tlapa de Comonfort, pero residente en San Lucas desde hace 14 años, a este puerto siguen llegando diariamente 100 personas, según platica el secretario general de Cabo San Lucas, Jorge Luis Sánchez.

Muchos de estos nuevos residentes sanluqueños siguen haciendo la travesía hasta llegar a estas tierras sudcalifornianas. Vienen del emblemático Acapulco, cuya “Bahía del amor” inspiró a grandes, como a don Agustín Lara, con su “María bonita”. Lo hacen cargados de historias, y algunos incluso dudan en compartir que son de aquellas tierras sureñas. Están cansados de prejuicios. Así lo sienten. “Son los fuera”, se escucha decir con bastante frecuencia cuando se dirige alguna crítica hacia ellos.

—¿Y de dónde es, don Miguel?

—Soy de Guerrero.

—¿De qué parte?

—De un pueblito.

—¿Cómo se llama? Yo conozco un poco. Platíqueme.

—Tlapa

—Tlapa de Comonfort. De La Montaña. Muy bien. Pero ya es usted choyero, oiga. Ya tiene un buen rato aquí.

—Sí, ¿verdad?

Miguel es un hombre moreno, bajito y de ojos grandes. “Algo desconfiado”, dice él mismo. Cuida un estacionamiento en la zona dorada de San Lucas. Es cauteloso y de pocas palabras, pero entre las pláticas sobre las aficiones compartidas, como aquella por el pozole verde, las picaditas con quesillo, y las historias aquellas con alguno que otro mezcal entre pecho y espalda, don Miguel sí alcanza a platicar que la vida en Los Cabos no es de ensueño, no para ellos, “los de fuera”.

—No es fácil, hay que trabajarle, hay que sudar mucho. Le sufre uno mucho.

Y el año pasado, con la crisis de inseguridad, las cosas se volvieron más feas, aunque aún  —subraya— sin comparación a lo que le tocó ver en su pueblo y de lo que huyó.

Hoy el puerto luce en calma, de hecho, “lo peor” –platica— fue en San José del Cabo. “Por el bien de todos así debe permanecer”, concluye.

El problema es que muchos, oriundos o no, desconfían de esta tensa calma y padecen a diario su propia crisis.

***

Lilia y Yolanda son vecinas. Viven en la invasión Real Unidad, cuyo nombre no tiene nada ver con realeza, sino con la realidad.

Lilia llegó de Culiacán hace doce años. El dinero no alcanzaba. Así que decidió tomar el ferry y conocer Los Cabos, con su fama de tierra segura y llena de oportunidades.

Al llegar aquí se topó con la realidad: ganaba el doble que allá, sí, cerca de los 4 mil pesos al mes, pero no podía con las rentas de 5 mil pesos. Le tocó engancharse con los “vendedores” de terrenos irregulares que no son de ellos, pero saben de la necesidad de las personas y la ruta ilegal para formar nuevos asentamientos, incluso en zonas de peligro, como los cauces de arroyo.

Real Unidad está detrás de Bodega Aurrerá, apenas a unos metros de la avenida Leona Vicario que lleva hasta el aeropuerto privado de Cabo San Lucas o hasta el otro extremo, al paseo de la marina, aquel donde van caminando los turistas relajados decidiendo dónde comer.

Las últimas casas de la colonia colindan con la autopista de cuota, el libramiento Cabo San Lucas-San José del Cabo. Así recibe el destino a los turistas que toman esta ruta más rápida para llegar: un arroyo seco en donde se observan cuartos construidos con madera y cartón, que se deben levantar año con año porque los ciclones arrasan con ellos cada temporada.

Si alguna vez bajaran, los turistas conocerían con detalle el otro rostro de Los Cabos, donde viven quienes los atienden con una sonrisa.

El terreno es arenoso, las “casas” construidas con pedazos de lo que sea, algunas tienen un cuarto en obra negra. A medida que se avanza, son más los polines viejos que sostienen un montón de cables enmarañados que llevan la energía hasta sus cuartos.

La colonia tiene al menos 12 años.  Antes –platica Lilia— “de plano nos robábamos la luz”, pero a Comisión Federal de Electricidad no le quedó de otra que hacerles convenios para pagar una especie de cuota colectiva, que tampoco es barata, asegura.

—Nos cobran 700 pesos por dos familias. Por ejemplo, nosotros somos tres y con mi vecina son cuatro, pero prácticamente no estamos todo el día, nada más tenemos la tele y el refri. Mi vecina tiene una bocinita apenas.

Lilia añade que ella tuvo suerte porque fue a hacer el convenio para la luz son CFE hace un año, pero otras familias ya no alcanzaron.

—¿Qué les dijeron?

—Que no existimos, que la colonia no existe. ¿Cómo va usted a creer? ¡Pero si estamos aquí!

—¿Y el agua?

—Uy, esa es la batalla de siempre. Aquí el Ayuntamiento cuando quiere manda una pipa, y como no nos alcanza, tenemos que juntarnos entre varios y comprar una privada. Pero hablamos que hay familias un poco más grandes que pagan sus 100 pesos por un tinaco de 400 litros y no alcanza más que para uno o dos días.

La mujer comprende que están en una zona peligrosa, pero no tiene opción. No hay apoyos, no le alcanza para pagar créditos de 500 mil pesos por una casa, y la lista de espera para los apoyos del Instituto de Vivienda (INVI) no avanza. Así que en estos años, poco a poco, ha ido construyendo su casa de concreto.

—Lo que queremos es estar un poquito más seguros, de todos modos, si nos quieren sacar nos van a sacar, la tengamos de madera o de material.

A unos metros de su casa está un terreno que hace las veces de campo de fútbol, con llantas semienterradas y en donde se reúnen los aficionados para disfrutar de la tarde, aunque el sol les queme. Ya por la noche deben tener cuidado al volver a sus casas.

En esta colonia, como muchas más de San Lucas o San José, irregulares o no, el panorama es muy similar. No faltan los asaltos, los robos a las casas que la mayor parte del día están solas porque sus dueños tienen largas jornadas en los hoteles; tampoco faltan los vendedores de droga y los “halcones”, quienes caminan despacio y observan a los visitantes desconocidos, vigilando sus movimientos hasta que abandonan el terreno.

—¿Pasan patrullas por acá?

—Uy, señorita, no. Aquí hablamos a una patrulla y viene al cuarto día. Estamos jodidos.

—Pero si está cerca de la carretera…

—Pues sí, pero eso no importa, aquí no se pasa nadie. Y ahorita  hay más cholos. Viera qué peligro después de las siete de la tarde.

Las familias de las casas más alejadas, las de las orillas, son las que más han sufrido –dice—a cada rato les entran a robar. “Los agarran hasta dormidos”, cuenta. Y el año pasado también les tocó conocer los casos de dos conocidos que los levantaron y asesinaron.

—Al hijo de una subgerenta de Soriana se lo mataron acá abajo. Sí han pasado muchas cosas en toda esta área, solo que se sabe poco por el turismo. De eso se vive.

Ahora doña Yolanda quiere platicar su preocupación. Ella se encargó el año pasado de estar buscando apoyos en el Ayuntamiento para que les construyeran un parque, pero de nuevo la historia: son invasores. No existen.

—Teníamos un parquecito pero el ejido nos lo quitó. Fuimos a quitar el alambrado, barrimos y todo. No es nuestro, es cierto, pero si no le hacemos así, no hay donde jueguen los niños. De por sí, cada vez hay más vándalos…

Tocó puertas en varias dependencias, pero nadie le supo decir quién podría ayudarlos en su demanda: un parque para los niños.

—Al final, un vecino donó un columpio, cooperamos para pintar, le pusimos llantas. Era un basurero. Ahorita ya  no está tan bonito, pero mínimo que allí se entretengan un rato los chamacos.

La mujer dice que, con todo, ahora que no se han escuchado balaceras se siente algo más tranquila, pero teme que sea un asunto de tiempos electorales, por ejemplo, o que si existe una tregua, ésta se rompa.

—Ya sabe cómo se las gastan…

Muchos jóvenes de colonias como ésta comienzan el consumo de drogas a edades muy tempranas. El Gobierno del Estado reconoció el año pasado que en la entidad se tenía un serio problema por el consumo de la droga conocida como “cristal”.

La Procuraduría General de Justicia del Estado ha informado con mayor frecuencia de decomisos de cientos de dosis de droga, pero a decir de muchos ciudadanos en este puerto, la realidad es algo distinta.

Un lanchero que ofrece tours al famoso arco de Cabo San Lucas platica la dinámica conocida.

—Aquí encuentras lo que quieras y así va a seguir. El gringo viene a eso, a disfrutar con todo. Eso sí, mientras mantengan las cosas tranquilas porque a nadie le conviene el desorden. Por eso lo frenaron.

Son las 4 de la tarde, el Paseo de la Marina conduce a la famosa playa de “La Empacadora”, también conocida como “Acapulquito” o, de plano, “La de los pobres”, como dice el joven que trae cargada su carreta de cacahuates y gomitas.

El cerro del Vigía es su guardián. Allí permanecen vestigios de la empacadora de Elías Pando, que hacia la segunda década del siglo XX se convirtió en una de las principales fuentes de trabajo para toda esta zona. Cerró justo en 1979, al arranque de la actividad turística a gran escala. Los Cabos se convertiría con los años en lo que es hoy, un lugar todavía atractivo para turistas, pero también para cientos de personas que buscan mejorar su calidad de vida, teniendo que abandonar sus raíces.

Pero en La Empacadora, quienes todavía siguen disfrutando del agua cálida, no tienen tiempo de pensar en el desarrollo, ni en los retos, ni los riesgos, ni los excesos, ni en los equilibrios. Es su día de descanso. Trabajaron toda la semana construyendo hoteles o limpiando cuartos, atendiendo locales, sirviendo bebidas, planchando, barriendo calles, y deberán volver en un rato a sus colonias en el viejo autobús, antes que obscurezca porque se pone peligroso.

Algunos ya levantan sus sombrillas de colores, muchas de ellas rentadas, y rodean el sector naval que está allí mismo. Van hacia la parada de autobuses, sandalias en mano, toalla al hombro, torsos morenos descubiertos.

Allá van, concluyendo otra jornada, ahora la de descanso. Disfrutando como se puede, con lo que se tiene; disfrutando una de las pocas playas donde el acceso no está restringido o no les ponen tantos “candados” para entrar, donde no les hacen mala cara.

En su camino de regreso también se encuentran la entrada al Pedregal, la zona exclusiva de residencias valuadas en millones de dólares. Desde aquí se observa el contraste del puerto, cabeño, ese que prevalece aunque los homicidios hayan descendido, aunque no se escuchen balaceras. Persisten las condiciones de desigualdad, de miseria, las víctimas de una visión de gobierno y de desarrollo.

Al menos dos rostros se encuentran en Los Cabos: disfrutando de una playa “privada”, quienes se hospedan en Ventanas del Paraíso, uno de los hoteles más caros, ubicado a la mitad del corredor turístico, en donde las habitaciones pueden costar de 50 mil a 80 mil pesos por noche, y, por otro lado, quienes ocuparon tierras que no son de ellos, porque no había más, que deben trabajar largas jornadas y el domingo de quincena, si pueden, se escapan a La Empacadora.

Los turistas tienen su Centro de Atención  y Protección que se construyó el año pasado, tras las alertas de viaje emitidas por el Gobierno estadounidense, ante el aumento de homicidios. Allí los visitantes son atendidos con amabilidad, reciben orientación y pueden levantar denuncias.

Los habitantes de San Lucas y San José deben aguantar las emergencias con una policía que no rebasa los 500 elementos, para una población de más de 300 mil habitantes. En las colonias como Real Unidad, no hay comandancia ni pasan patrullas con regularidad. Entonces, ¿será como platicó Lilia?: “para ellos, para el gobierno no existimos”.




Voltaire y el desprecio a los chúntaros de Los Cabos

FOTOS: Cortesía.

Colaboración Especial

Por Xire Gal

 

Cabo San Lucas, Baja California Sur (BCS). Hay cosas en las que por varias razones no creo, pero que podría considerar posibles. No así darle crédito al destino como voluntad que de algún modo influye en los quehaceres diarios. Es respetable que algunas personas lo crean, pero por favor no se interprete de esa manera lo que a continuación voy a contar.

Motivado por el impulso que he venido sometiendo, de responder a una jugada de mala fe, buscaba en el Facebook viejas publicaciones sobre las fiestas que por tradición se realizan año con año en la cabecera y las delegaciones de este municipio de Los Cabos. Compulsivamente recorría los comentarios, en lectura rápida, y tomaba notas. Mi intención: recoger las voces ciudadanas. Entre tantos comentarios uno llamó mi atención haciendo que leyera pausadamente. Corregidos los errores ortográficos, se lee así: Pseudo-fiestas para chúntaros hediondos. Ja ja ja ja. Deben regresarse a sus puebluchos a morirse de hambre y dejar de contaminar nuestro pueblo. Y San Lucas jamás serán todos.

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Entré al perfil de quién lo escribió. Todo indica que es un perfil falso, lo que no me extrañó, el anonimato permite que se saque lo peor que hay dentro, protegiendo del juicio de los demás, no hay que olvidar que la moral es pública. El perfil no tenía una foto de que mostrara un rostro, no puede ser de otra manera: el odio no tiene rostro propio, esta injuria habla por muchos y por nadie.

Como tantos de los que habitamos estas tierras sudcalifornianas, vengo de fuera, soy un fuereño, un chúntaro. También, como muchos me he enfrentado a comentarios semejantes, con rostro y sin él. Por desgracia, el medio para hacerle frente casi siempre es con más odio, a través de su consecuencia práctica, la violencia.

Inquieto por la tempestad de ideas que me invadían, invite a un amigo para platicar. Acostumbro buscar las palabras de hombres y mujeres que considero ilustres, palabras que puedan encausar mi pensamiento a través del diálogo.

Lo cité en un pequeño café, a esas horas en las que no es habitual beber café (algo complicado en Los Cabos, aquí a todas horas se bebe). Al llegar me sorprendió que mi amigo ya estuviera esperándome en una mesa con dos tazas humeantes ya preparadas.

–Querido Voltaire, disculpa mi demora —dije, preocupado de que estuviera molesto.

Despegó la taza de sus labios. Sonrió levemente al tiempo que me hizo un ademán con la mano indicando que me sentara.

–No te preocupes. Dime ¿qué ocurre?

Hable de todo lo que había pasado; luego pregunté: en tu opinión ¿en qué estriba esta tendencia a odiar a aquellos que no se consideran parte del nosotros?

–Todos los hombres sería iguales, sino tuvieran necesidades. La miseria unida a nuestra especie subordina un hombre a otro; no se trata de la desigualdad, que es una desgracia real, se trata de la dependencia.

–Mucho se ha hablado, antes y después de ti, de esa miseria inmanente al ser humano. Que uses la palabra especie no es arbitrario, nuestras carencias inician en lo biológico y como tantas cosas después las (in)perfeccionamos. Tienes razón, eso que llamas miseria es el germen de nuestras pasiones, que traen consigo el fatuo juego del poder. En este juego, el que busca subyugar al otro reconoce esas miserias, sus carencias, “regresen a su pueblucho a morirse de hambre”, pero ¿reconoce las suyas? Sin duda lo hace, aquel al que intenta ponerle el yugo al cuello es su espejo, su rostro es el de las carencias que comparten. Me viene a la mente una líneas que le escribe Johannes a su amada Cordelia: Me dicen que sólo me amo a mí mismo. Y eso es cierto, pero tan sólo porque te amo a ti; al amarte sólo a ti, amo cuanto te pertenece y, en consecuencia, debo amarme a mi mismo. Pienso que para el sentimiento de odio sucede algo análogo, inversamente. Es decir, este reconocer la carencia propia en el Otro debería fomentar la idea de semejanza, de mismidad, entre ambos, mas ocurre lo contrario, lo que hace es acrecentar su desprecio, a toda costa se busca negar al otro y con él lo que le espejea. Se odia en el otro lo que se reconoce como parte de sí mismo. Sin embargo, de nuevo te pregunto ¿cómo librarse de esto?

–El género humano, tal y como es, no puede subsistir, a menos que exista una infinidad de hombres útiles, que no posean nada de nada; ya que, ciertamente, un hombre satisfecho no abandonaría su tierra para venir a trabajar la nuestra.

Estaba a punto de beber de mi taza cuando escuché estas últimas palabras, fueron un golpe doloroso. Es una constante en los reproches que se nos hace a quienes venimos de fuera, esas palabras contienen el “San Lucas nuca serán todos” del comentario anónimo. El fuereño, por mucho que se esfuerce no se apropia de la tierra a la que la necesidad lo obligó a huir, y el nativo no puede dejar de sentirlo ajeno a una tierra que en realidad sólo existe en sus memorias. El insulto tiene un doble fin, recordar que nunca será la tierra del que viene de fuera y ayuda a creer que sí es la del nativo. Lo que duele en insultos de esa calaña es que efectivamente el que deja su tierra lo hace porque no se estaba satisfecho, hubo que dejar lo que no se tenía en busca de tener algo. Por mucho que duela, el insulto revela esa verdad, y tiene fundamentos. Desarticula y acorrala, y ¿qué animal —incluidos los racionales— acorralado, no responde con agresividad?

Tranquilamente pregunté:

–Esta insalvable diferencia entre el que es de aquí y el que es de allá, entre el nativo y el de fuera, las añoranzas arraigadas y desarraigas de ambos, ¿justifican las manifestaciones de odio que uno y otro se dirigen?

–Está claro que todo particular que persigue a un hombre, a su hermano, porque no es de su opinión, es un monstruo.

– ¿Cómo ver al Otro como hermano, o siquiera como amigo?

–La amistad es un contrato tácito entre dos personas sensibles y virtuosas. Digo sensibles, ya que un monje, un solitario puede no ser malvado en absoluto y vivir sin conocer la amistad. Digo virtuoso, ya que los malvados no tienen más que cómplices… Los negociantes tienen socios… Los príncipes tienen cortesanos, sólo los hombres virtuosos tienen amigos —prosiguió Voltaire.

–Te sigo en lo que dices. La verdadera amistad, o cualquier otro tipo de vínculo amoroso, sólo es posible cuando la relación deja de tener un carácter instrumentalista, cuando el otro dejar de ser un medio para cubrir una necesidad. Ojalá la cosa fuera tan fácil como se dice, la verdad es que el proceso de humanizar al otro para entenderlo como parte del nosotros trae consigo una multiplicidad de complicaciones éticas, psicológicas, pragmáticas… E incluso estéticas. Yo empezaría por buscar erradicar la perversión que busca hacer del nosotros un yo – yo, cuando debe ser un yo – tú. Es poco productivo querer hacer al otro un igual.

–La igualdad es, pues, a la vez la cosa más natural y al mismo tiempo la más quimérica.

–Si algo enriquece este mundo es la diversidad. Muchos discursos en la actualidad predican partir en la búsqueda de una falsa igualdad en lugar de partir de reconocer nuestras diferencias. La consecuencia, cuando no se encuentran las igualdades se responsabiliza al otro por no ser como yo.

–La discordia es el gran mal del género humano, del que la tolerancia es el único remedio.

Justo iba a hablar cuando el vecino de la mesa de junto se disculpó por estar atento a lo que platicábamos, lo que calificó de grosero, por lo que se disculpo por segunda vez. Dijo llamarse Karl Popper y nos pidió que le permitiéramos decir algunas palabras sobre la tolerancia.

–Hay una insensatez, la intolerancia, difícil de tolerar. En realidad, es aquí donde encuentra su límite la tolerancia. Si concedemos a la intolerancia el derecho a ser tolerada, destruimos la tolerancia.

Pensé para mis adentros. Cuánta verdad, el ejercicio de la tolerancia tiene un límite. En este proceso de integración entre los que son de aquí y somos de allá nos encontraremos con situaciones difíciles de reconciliar. Unos y otros debemos tolerarlas. Lo que no debe permitir ninguna de las partes es tolerar a los que no tienen intención de razonar y que sin importarles en lo más mínimo su prójimo lo trasgreden, violentan, niegan, ningunean, y hasta aniquilan. Agradecido por las enseñanzas, no me quedó otra que pagar nuestra cuenta y la de ese buen hombre.

FUENTES:
VOLTAIRE. Diccionario Filosófico. 2010. México D.f. Editorial Fontamara. Pág. 340
KIERKEGAARD, Sören. Diario de un seductor. 2014. México D.F. Gandhi ediciones. Pág. 144.
POPPER, Karl. Tolerancia y Responsabilidad Intelectual.



La antena que desviaba huracanes de Los Cabos: ¿verdad o leyenda?

IMÁGENES DE “ODILE”. Internet.

Colaboración Especial

Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En esta época de variaciones climáticas atípicas, es normal escuchar teorías de manipulación del clima, incluso como arma de guerra. Un rumor de hace 10 años que cada vez se vuelve más poco creíble y en realidad sí se sucedió, es éste caso. La sociedad sudcaliforniana quizá todavía recuerda vagamente lo que se decía de una antena especial en Los Cabos instalada por particulares para desviar huracanes. ¿Realidad o leyenda urbana?

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En 2004, una antena ionizadora fue instalada en el Instituto Tecnológicos de Estudios Superiores (ITES) de San José del Cabo. Durante los años que duró, los huracanes presentaban un movimiento muy extraño ya que al acercarse a la entidad se desviaban, y hasta el año de su destilación en 2008, se vivió una escasez de lluvia en la región.

Se dice que sus fines fueron estudiar la manipulación climática y evitar que el centro turístico se viera afectado por los huracanes. Sin embargo, se dieron muchas quejas por parte de los agricultores que culpaban de la sequía a la antena ionizadora, y también de la ciudadanía cercana, ya que temían que pudiera ocasionar daños a las personas por alguna emanación extraña de energía o radiación.

Francisco Cota Márquez, director municipal de Protección Civil de Los Cabos, apuntó que la antena será derrumbada, así como también se iniciará una investigación sobre quienes la instalaron, esto para tranquilidad de los habitantes y, en su caso, por salud de todos los que viven cerca de la escuela.

El también profesor señaló que se realizaría una investigación exhaustiva, un trabajo serio para localizar quiénes son los que operaron la antena en años anteriores, y en su caso lograr la localización de otras antenas que se encuentren ubicadas dentro del territorio municipal.

Por su parte, el rector del Instituto, Enrique Pedrín, puntualizó que desde 2008, año a partir del cual ha sido el responsable del ITES Los Cabos, no ha operado la antena en el municipio, y aunque se tiene conocimiento que fue instalada en 2004, se desconocía quién son los dueños, mismos que no creo que tengan valor de reclamar los aparatos y transformadores.

Agregó que la intención de desmantelar la antena ionizadora es para no dejar dudas en la ciudadanía, y lo más importante, a la gente de campo, que conoce bien cómo son los tiempos de lluvias y la presencia de huracanes. Con su inhabilitación, el ITES Los Cabos dejará de ser objeto de los daños que se puedan producir por la instalación de la antena dentro del área académica.

Aunque la manipulación climática no está comprobada, los hechos sí se dieron y más que leyenda urbana, tenemos una historia muy curiosa, que el tiempo ha ido borrando, pero en épocas que la manipulación del clima vuelve a estar en los principales temas de  conversación, estos hechos vuelven a salir a la luz. Sin embargo, todo queda en rumores o historias viejas si no se cuenta con evidencia.

Jorge Garza Cosío, responsable de MetMex, nos ayudó a recordar el tema con un artículo publicado en El Sudcaliforniano el 13 de julio del año 2008, donde se menciona no sólo a las autoridades involucradas —que fueron federales, estatales y municipales—, sino que cita los beneficios que planteaba el proyecto en aquel entonces.

Si se demostró la baja en intensidad de los fenómenos naturales, ¿cuál fue la razón para desinstalarla? ¿Por petición de la población? ¿Por los efectos negativos en la naturaleza? ¿O por infringir leyes internacionales? (hay que recordar que la manipulación climática está regulada). La famosa antena ya se volvió leyenda urbana, aunque fue algo muy real, las razones por las que se instaló ahí están claras, pero su deshabilitación es otro misterio que aún sigue sin resolver, sin duda un tema que sigue abierto, más ahora que la manipulación climática es una preocupación mundial.