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“Los Garrobos” prendieron “tokín” en La Paz; el rock une a todas las generaciones

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“Los Garrobos”. Fotos: Beiren Esliman.

Colaboración Especial

Por Beiren Esliman

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando lo que llamamos cultura ya no es suficiente para poder expresar lo que se piensa o siente, comienzan a surgir nuevas formas que se manifiestan desde otras perspectivas, sobre todo cuando lo que quieres hacer es un reclamo para finalizar con los clichés y estereotipos que ha marcado la sociedad y que a duras penas estamos dejando atrás.

La emoción de asistir a un tokín, como si fuera la primera vez, es indescriptible, es un instante en el que pierdes la noción del tiempo y sabes que a través de las notas musicales estruendosas vas a encontrar aquello que pensabas perdido en el pasado, esas raíces que te hicieron que actualmente eres.

Pelos de colores, casi todos de negro, uno que otro disfrazado; desde adolescentes hasta adultos mayores, pero aquí, las generaciones no importan. Los tokines son para unificar, para compartir esas experiencias que —por generaciones— siguen siendo las mismas.

De los grupos estelares que se presentaron la noche de este sábado en La Paz —en el salón Ailú, en la colonia Pueblo Nuevo— uno proveniente de Guadalajara, Jalisco: “Esquina Rota”. Arribado a esta ciudad desde hace unos días, aseguran que de esa gran urbe de la que provienen, no se manan los sentimientos que aquí se perciben. “Aquí sentimos que no hay divisiones, es multi-género, que tiene que ver con la esencia de la banda, porque nosotros agarramos varios tipos de géneros, desde el punk, el reggae, el hip hop, esencialmente para tener más amplitud y romper lo que son las barreras de los géneros”, especificaron sus integrantes.

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“Esquina Rota”.

La gente en el slam, que se golpea de un lado a otro, refleja el coraje de las canciones de los grupos, que se revelan ante el sistema opresor, buscando romper estereotipos. Aquí todos son iguales, todos se unen con el mismo fin, “agarrar cura y escuchar música con contenido”, comentan los espectadores.

Por fin, el grupo estelar “Los Garrobos” sale a escena, todos alborotados se aglomeran a la orilla del templete, gritando, chiflando, esperando a que el primer sonido de la guitarra se oiga para iniciar con el slam nuevamente. Bailan, cantan, corea las canciones de su grupo, todos en un mismo ánimo, todos con la rebeldía por encima. Aquí los ingenieros, doctores, abogados, diseñadores, comunicólogos, estudiantes universitarios, estudiantes de media superior, todos son un solo cuerpo. No hay generaciones, no hay edades y no hay distingos de gustos musicales.

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“Loa Garrobos”.

Miguen Ángel “Lagarto” Núñez, vocalista del grupo “Garrobos”, comentó en entrevista que las tribus subterráneas de México se unen con su música. “Somos una banda privilegiada, y lo digo con mucho gusto, de llegar a todos los sectores, poder tocar con punks, con metaleros, con rockers, con urbanos con darks, con skas, eso es lo que nos hace ser diferentes y es por eso que estamos aquí, por más de 20 años ya”.

Los Garrobos “prenden a la gente”, los ahora llamados “chavos rucos” de la generación “X”, los milennials de la generación “Y”, en conjunto con la denominada generación “Z”, se fusionan, se compenetran y relacionan, intercambian gustos, anécdotas y se dan cuenta que pase lo que pase, siguen siendo las mismas experiencias.

La mujeres contraculturales —que se han rehusado a seguir esos parámetros e ideas cuadradas de ser sólo catalogadas como progenitoras— aquí son una más de la “palomilla”, nadie las juzga, nadie las controla. “Las mujeres al tratar de luchar por un lugar, debemos de entender la igualdad de géneros, no por obligación, sino por derecho. Aunque en México todavía no estamos preparados para ese cambio, la gente aún no entiende este cambio y si tú te revelas como mujer, tatuada, rebelde y que eres independiente, rápido te ponen una etiqueta”, asegura “El Lagarto”.

Cuando el tokín llega a su fin, sigue la adrenalina, pero lo único que queda es la esperanza de que pronto organicen uno igual, para que de nuevo sean uno con la música y por algunas horas, todos dejen de ser lo que la sociedad les dicta que sean, que se pierdan títulos, que se pierdan etiquetas. Esto sólo es capaz de lograrlo el rock en toda la escena musical.

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La poesía en la música y el cine: cinco acercamientos a músicos poetas

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Bob Dylan con D. A. Pennebaker, al fondo, filmando Don’t Look Back. Fotos: Internet.

Colaboración Especial

Por Lefteris Becerra

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Las controversias que desató el que la Academia Sueca le otorgara a Bob Dylan el Premio Nobel de Literatura no han parado. Para muchas personas del mundo académico resulta inadmisible. Para quienes —como el cineasta y poeta lituano Jonas Mekas— saben que la poesía no sólo ocurre en los libros dedicados a ella, el premio es una fresca constatación de ello que abre los ojos hacia aquellos espacios en los que ocurre la poesía sin que medien los medios comunes para ello. Para los seguidores de la música folk o el folk rock, el Nobel debió decantarse por otras figuras como Leonard Cohen. En fin, que el anuncio desde Estocolmo no parece terminar con el enfrentamiento de las reacciones. Y el silencio de Dylan es el telón de fondo para todo ese barullo del que las llamadas redes sociales se han hecho eco.

Mientras que se dirime en círculos especializados si estuvo bien o no el reconocimiento literario otorgado a un cantante popular, desde hace décadas, los artistas y muchas personas en el mundo aprecian la creatividad poética de Dylan. Al iniciar su carrera a principios de la década de 1960, no estaba claro cuál sería el alcance de su poder creativo. Estaba en pleno desarrollo. Y hubo quien desde entonces se percató de las dimensiones de la figura de ese joven delgado y desaliñado, que al tomar una guitarra, una armónica o un piano, era capaz de ofrecer una mirada sobre el mundo que era a un tiempo crítica y bella.

Uno de los testigos del crecimiento creativo y el potencial que encerraba Dylan, fue el director de cine estadounidense D. A. Pennebaker. Su opus noveno es el filme que conocemos bajo el título Don’t Look Back, un registro de la gira de Dylan por Gran Bretaña en 1965. A esta cinta que ya cumplió 50 años de realizada se le considera la primera de un género que es muy gustado y que cuenta con ejemplares extraordinarios a lo largo de ese medio siglo de existencia: el rockumental. No se trata de la grabación de un concierto —aunque no falta el pietaje dedicado a, por ejemplo, su apoteósica presentación en el Royal Albert Hall—, ni de una biografía, sino de cine directo, que intenta captar la frescura del personaje en múltiples espacios y momentos en los que atraviesa por diferentes estados anímicos, departiendo con amigos, fanáticos o los medios de comunicación.

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El resultado es un brillante documento que marca la transición entre un Dylan que ya era célebre por la calidad de su música folk, hacia otro que va a acercarse en el futuro mucho más al rock no acústico y que se convertirá en la figura que hoy despierta pasiones a favor y en contra. El registro de Pennebaker cuenta con muchos aciertos y contribuye en la creación de la persona Dylan que no es ajena a los momentos de crueldad —como cuando en un mano a mano improvisado con el cantante Donovan, le espeta su canción “It’s All Over Now, Baby Blue”, ganando la pelea contra la cursilería por nocaut—, ni a las reacciones de creatividad espontánea del insolente Dylan. La secuencia inicial del filme es uno de los momentos icónicos del rock, con Dylan tirando cartulinas con palabras de la canción “Subterranean Homesick Blues” que se escucha en la banda sonora. Para hacer más memorable la escena, al fondo se ve al poeta beatnik Allen Ginsberg conversando con otra persona.

Décadas antes de que se inventara el video musical a lo MTV, Pennebaker y Dylan crearon estas imágenes que se usaron para promocionar el filme, el famoso trailer o avance, como lo conocemos. Don’t Look Back será función de apertura del ciclo de noviembre en el cineclub Medusa de la Red de Cineclubes de La Paz. Para continuar, se proyectarán otros tres rockumentales y un ensayo cinematográfico.

La vida y obra de la artista estadounidense Patti Smith, conocida por su aproximación poética al rock desde el punk, en el filme Patti Smith: Dream of Life (Steven Sebring, 2008); luego tendremos Leonard Cohen: I’m Your Man (Lian Lunson, 2005) que es una mezcla de tributo de diferentes artistas y grupos de la escena del rock como Nick Cave y Antony de Antony and the Johnsons, con pasajes documentales sobre quien ha grabado 14 discos de estudio, ha publicado una decena de libros de poesía y dos novelas y que dijo al enterarse del Nobel para Dylan —atajando la falsa polémica creada por algunos de sus fanáticos que lo preferían a él para el laurel—: “es como prenderle una medalla al Everest por ser la montaña más alta”, lo cual clarifica la perspectiva irónica que estos personajes tienen de semejantes “acontecimientos”, amén del elegante reconocimiento a Dylan.

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Dylan y Patti Smith.

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Leonard Cohen.

Seguirá el ciclo con la proyección de otras dos piezas estupendas: Corazón de perro de la artista multidisciplnaria Laurie Anderson, que recibiera la comisión del canal cultural franco-germano Arte para su realización. El resultado es un ensayo cinematográfico que pinta de cuerpo entero el talento y la creatividad de la también cantante y escritora. Es un ejemplo rotundo de cómo no es necesario ni siquiera escribir versos para desplegar la poesía que caracteriza todo lo que esta artista estadounidense toca. En sus diferentes visitas a nuestro país, quienes hemos tenido el privilegio de asistir, hemos sido testigos de esa cualidad que se manifiesta en los sonidos de su violín eléctrico, en sus breves pero encantadores cuentos y ahora en la forma fílmica. Baste decir que Laurie Anderson estuvo casada con el rockero Lou Reed y del que quedó viuda el pasado 27 de octubre de 2013, y esa pérdida, junto a la de su perra Lolabelle, le sirven de inspiración para un documento poético de largo aliento.

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Laurie Anderson y Lou Reed.

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Lou Reed y Laurie Anderson.

El filme de Laurie Anderson fue estrenado en 2015 en el Festival de Cine de Telluride y en el de Venecia con el aplauso crítico casi unánime y universal. Sólo se ha mostrado en la Ciudad de México y será una ocasión espléndida poder disfrutarlo en La Paz. Por último, para cerrar el ciclo de forma magnífica, el quinto martes de noviembre, el 29, proyectaremos un documental dedicado a examinar la figura del autodenominado Profeta del nopal, Rockdrigo González, músico poeta tampiqueño —aunque defeño por vocación y adopción. El célebre músico que muriera trágicamente, según la versión chocarrera de la banda chilanga, “de un pasón de cemento” —aplastado por el concreto del edificio de Tlatelolco en el terremoto de 1985.

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Rockdrigo.

Quienes ya han escuchado las composiciones de Rockdrigo y gustan de su lírica, podrán ver un buen documental dirigido por Rafael Montero (autor de Cilantro y perejil, entre otros filmes) en el 2004, y quienes no saben de la existencia de este portento del género rupestre, tendrán ocasión de descubrirlo con material de archivo espléndido que nos recupera la memoria de la trayectoria trágica de un talento poético sin par.

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