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El poema que devora la noche, de Ramón Cuéllar; lectura de Rubén Rivera

FOTOS: Cortesía.

Colaboración Especial

Por Rubén Manuel Rivera Calderón

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El Odile de Ramón es un huracán que se refleja en los espejos del lenguaje y de la historia. Asume todos los nombres y adjetivos que sugiere su ventosa cabellera; es metáfora, mito, leyenda y realidad devastadora. Une con el miedo primitivo, espanta con su furia al confiado y al prevenido; nos transforma; nos convierte en otros; nos “odiliza”.

Ramón Cuéllar Márquez encarna literariamente a un monstruo y su fantasma; a un monstruo que despierta, habla y convive con los fantasmas personales y colectivos. La embestida predecible, pero inevitable, arrancó las máscaras de propios y extraños, que no tuvieron otra que correr a guarecerse bajo una lámpara, para descubrirse pequeños e indefensos; pero monstruos, también. Animalitos que tiemblan ante la sombra que se proyecta en el piso: ese escudo de luz que genera su propia incertidumbre, pero que también esconde las garras de las pequeñas sanguijuelas.

Las palabras de Ramón Cuéllar Márquez dan vida significante a la bestia que devora la noche, esa pesadilla que se prolonga en la vida diurna, y que al final de la tormenta somos nosotros mismos (al huracán nada le importa lo que digamos de él). Nadie querrá reconocerse o entender a la primera: así de pequeños y frágiles somos; sólo deseo que el Odile de Ramón, está crónica metafórica, ciclón de imágenes e historias entreveradas en un solo aliento claro y poderoso, los sacuda.

Porque el Odile de Ramón es una oruga hambrienta, una tortuga gigante; un dios creador, maligno o cojo (patada de mula); es el corazón del cielo, agua corpulenta o aullido transparente: ser invisible que nos saca a empujones de nuestra zona de confort; y también, más acá de la metáfora literaria, es un pretexto para que la burocracia medre y algunos zombis se tropiecen con sus fantasmagóricos despojos.

Por eso las sabias abuelas, nos dice la voz creada por Ramón: “tapan los espejos, temerosas de que la luz se repita a lo largo de sus vidas”. Porque al final todo vuelve, y como Odile, también se acaba. Fetos de agua, fetos de polvo, “tolvanera” transparente que todo lo golpea y aplasta.

Odile nos “odiliza”: nadie construyó el “arca”, pero al final todos nos trepamos a ella “dando tumbos”, un arca invisible que nunca partió. Es el barco que somos cada uno de nosotros, “barco imaginario” o “de papel sin propósitos, perdido”, dice Ramón; mientras “el agua muerde, el agua atraganta, el agua reconstruye”.

Dice el poeta: todos “van de aquí para allá para refugiarse de tu gigantismo [Odile], pero no de sus latidos…” Todos están juntos y a solas con su miedo solidario. Sin embargo: “en sus casas hombres y mujeres no sabrán qué hacer con sus silencios”; pues “nada de lo que digan [Odile] evitará tu presencia”.

Lo fatal de la fatalidad es que también pasa, se desvanece, se convierte en su contrario; en el canto de los pájaros que pueblan el paisaje barrido por el viento, en la gracia de su vuelo, en su dicha. Apunta la voz poética: “Y parecías grande, inacabable, que tus remolinos eran millones de manos que todo lo deseaban…” Sí, la fatalidad fatalmente pasa, pero no la poesía de Ramón Cuéllar Márquez. Esa se queda con nosotros gracias a su pluma y a los Cuadernos de la Serpiente. Y se queda para que comprendamos lo que no se explica fácilmente, o no se quiere explicar, juzgar o entender; pues muchos quisieran olvidarlo, y que los demás lo olviden fácil, rápidamente.

Porque al huracán de viento y agua no siguió sólo la calma y el canto de las aves, siguió: “una turba hambrienta de tomar objetos y no comida”. Porque los héroes y los villanos afloran en los peores momentos y son sus protagonistas… Alto. Flaco favor le hago a la poesía de Ramón con estos lugares comunes. Lo admito, miento: Ramón Cuéllar no propone en su obra que aquel Odile, del que nos habla en sus apuntes sobre Odile, nos “odiliza”; su paso inexorable sólo nos desnuda, nos muestra hasta los huesos la contradictoria (perdurable y frágil, solidaria y envilecida) condición humana, expuesta por un meteoro; pero que ahora (y por los próximos años) cuenta con sus modernos, y no sé hasta dónde, hermosos huracanes tecnológicos, iluminados de soledad: “hasta que otra vez la energía eléctrica los devuelva a sus ordenadores portátiles, a sus teléfonos celulares, a sus televisores, a sus islas de información”.




Abren convocatoria para los Juegos Florales del Carnaval La Paz 2018

FOTO: Modesto Peralta Delgado.

La Paz, Baja California Sur (BCS). El Comité de Carnaval La Paz 2018, a través del Instituto Municipal de Cultura (IMC) de La Paz, invita a todos los poetas de nacionalidad mexicana a participar en los Juegos Florales del Carnaval La Paz 2018, Tierra de Encanto y Fantasía.

Los interesados podrán registrar un poemario inédito, de tema y forma libre, cuya extensión será de 20 cuartillas como mínimo y 50 como máximo, entregando cuatro copias del mismo, informa el Instituto Municipal de Cultura de La Paz, a través de un comunicado de prensa.

El trabajo deberá firmarse con un pseudónimo. Dentro del paquete, en un sobre cerrado deberá incluir una ficha con los datos de identificación del autor: nombre, domicilio, teléfono, lugar de residencia y una copia de identidad del autor.

Los concursantes deberán entregar o enviar sus trabajos al IMC, ubicado en calle Querétaro #1810 esquina con Yucatán, en el fraccionamiento La Palmas, C. P. 23060, La Paz, BCS, teléfono 6121294872.

Se otorgará un premio único e indivisible de 40 mil pesos y flor natural al poeta que presente un poemario sobresaliente y excepcional en los  Juegos Florales del Carnaval La Paz Tierra de Encanto y Fantasía.

El certamen queda abierto a partir de la publicación de la convocatoria y hasta el vieres 12 de enero del 2018 a las 14:00 horas; todos los casos no previstos en la convocatoria serán analizados y resueltos por el jurado califcador, concluye el comunicado de prensa del IMC.




‘Barco de piedra’ o la patria dura, el nuevo libro de Rubén Rivera

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). De no ser por la poesía no habría entendido el sentido de la vida y la muerte. Y de no ser por López Velarde jamás me hubiera detenido en la significación de la patria. No el menoscabado sentido institucional, sino en el del poeta que cree en la integración de los individuos como un manto protector de su evolución cultural. Todas las civilizaciones están marcadas por su asentamiento, florecimiento y caída. México, pienso, continúa instalado en los pormenores de su fundación, y a la que se le ha llamado historia mexicana, pero que sigue regenteada, como un burdel, por políticos corruptos, y habitada por una idiosincrasia ciudadana que posee múltiples variantes. No obstante, aquí el asunto es la patria y su decantación poética.

Hace muchos años que no leía un poema de largo aliento que me dejara ahíto, interrogativo, sobre todo entusiasmado de que la poesía puede ser el rompimiento de los paradigmas modernos si el poeta encuentra la voz exacta que le dé cauce. Ese poema se llama Barco de piedra, el más reciente libro de Rubén Manuel Rivera Calderón (Cuadernos de la Serpiente, número 15, 2017), quien ha desatado la furia cotidiana para poner en entredicho nuestros valores y nuestra identidad no sólo local sino nacional. Armado con los versos de la experiencia, Rivera Calderón nos va conduciendo verso a verso por los senderos del cuestionamiento, de la patria y de la poesía como ente capaz de decirlo todo y al mismo tiempo de guardar silencio.

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La obra poética de Rubén Rivera ya abarca más de dos décadas y a lo largo de ese periodo hemos leído y aprendido que la pasión, las imágenes, los versos, las palabras tienen el don de la mutación, que poco a poco el poeta fue revelándose a sí mismo, pero también ofreciéndonos alternativas para leer la cotidianidad. Es un poeta de la vida diaria, en cada uno de sus versos desnuda y desgarra la condición humana, nos coloca en las incógnitas no resueltas de nuestras manías. He admirado la poesía de Rubén durante años, he seguido sus libros, algunos han alcanzado el paroxismo de la confesión interior y nos muestran a un poeta vivo, descarnado y honesto, consciente de su propia fragilidad y consciente de su estado estético, ambas cosas conectadas cada que escribe un poemario nuevo.

Debo decir que por momentos su poesía pareció dar vueltas en círculos, que ahondó una y otra vez en las paradojas que lo llevaron a convertirse en poeta. Creo que ni él mismo se dio cuenta hasta dónde lo llevaría. Sin embargo, de pronto, Rubén Rivera Calderón ha escrito un largo poema donde se ha reinventado, un largo río convertido en un barco de piedra, que es a la par madre, patria, ciudad y una casa vacía, todos elementos conjuntos que nos muestran las inquietantes maneras en que nuestra realidad se ha transmutado. Y también Rubén ha sufrido una metamorfosis al lanzarse al vacío de lo desconocido, tal como lo hiciera Huidobro en Altazor, aunque con distintos propósitos. Al final, el arquetipo viene a caer en lo mismo: el tocamiento y retocamiento de la realidad.

Así, provisto de sus certezas e incertidumbres, Rubén Rivera se lanza a la mar oscura con su barco de piedra, que no es otra cosa que la patria desusada, una casa que dejó de ser solariega y protectora. Una madre sin senos, una madre que ya murió y no nos hemos dado cuenta. Barco de piedra nos lleva por senderos conocidos y también por los callejones más inhóspitos, tratando de recordar por qué somos los que somos, descubriendo en ello la simulación tan bien elaborada a lo largo de dos siglos. Es decir, se inventó una patria que fue monolítica desde su instauración y nos convirtió en ciudadanos también monolíticos; pero, desde la mirada del poeta Rivera Calderón es posible transitar por las aguas de una vida cotidiana que no está edificada con paradigmas salvadores.

Una lectura directa, sin detenernos, nos ofrece la oportunidad de concebir con sentido crítico que la sociedad no es la patria, sino un algo multicultural, a veces racista, a veces clasista y siempre dividida por la política rapaz de los individuos más tenebrosos que tienen rostros, guayaberas, trajes elegantes y corbatas para aparentar ser los perfectos conductores del barco de piedra que por momentos parece de papel entre sus manos. Por ello, quizá Rubén Rivera nos propone retomar el ahora desde todos los flancos, en especial el de la ciudad y sus instantes asombrosos que nada tienen que ver con su historia, sino con su vivaz modo de encarnar la verdad de sus habitantes, quienes la mayor parte de las circunstancias no saben qué hacer con sus vidas. En este caso la poesía de Rubén es un canto a la casa de sus adentros, pero también la de todos, y la literatura puede ser un buen pretexto para reinventarnos y desdecirnos de tantas pendejadas. La patria ya no es una madre salvadora ni nadie se aventará al abismo con una bandera enrollada al cuerpo para dignificarla.

Uno va recorriendo los versos y se van hilando los sentidos, las diferentes formas en que podemos aprehender la poesía. Cada verso es insólito en sí mismo, a ratos mezclados con un profundo surrealismo, donde cada palabra detona no una respuesta sino una nueva manera de interpretar el mundo, o de simplemente inquietarlo nomás por que sí. La totalidad del poema nos asalta con varias visiones, y una de ellas es que funciona como un Aleph, sí, el borgeano, porque desde todos los ángulos podemos ver el universo infinito que somos y a la par el signo de ver que nada ha cambiado por más retoques que se le den. Por eso la patria sigue estando en estado de fundación porque no ha acabado de hacerse, una ciudad que “es un retablo de piedras/ y almas secas a punto de incendiarse”, nos dice Rubén. En Barco de piedra como en el Aleph somos infinitos porque estamos enlazados con todos los rincones del pensamiento, que es uno solo, tan variado y tan cambiante.

Lo que sucede en el barco debe importarnos porque se trata de nosotros. Vamos incluidos en él. Desprovistos tal vez de la mexicanidad cercenada por los movimientos del poder político y económico local y global, hemos aprendido a transitar por un falso nacionalismo, exacerbado únicamente en el fútbol o cuando nos hieren el orgullo; fuera de ahí la identidad se ha perdido, se ha hundido en la indiferencia. Y cómo no, si el punto de quiebre lo estamos viviendo desde hace décadas y la patria dejó de ser el manto protector prometido desde la primera constitución política. Y este barco de Rubén no es más que señal de que hace falta revisarnos, pero también traer a la escena la poesía, en especial este poema prodigioso que hace hincapié en las propias incapacidades del poeta para comprender. Es una fantasía, un producto del ideal más que del de la necesidad humana de convivir. El poeta debe decirlo de este modo y no de otro, o quizá otro, pero con la certidumbre de la poesía que se sumerge en sus miasmas y en su silencio para significar.

Cada estrofa nos enlaza, nos apunta para que sintamos el vacío de ya no sabernos, de estar perdidos en una casa solitaria, la patria, y que ya no podemos cambiarnos porque no hay a dónde ir, con el peligro de que un día nos embarguen y nos echen a patadas. Dentro de la casa, la patria, cada rincón se asoma a través de las ventanas para que veamos la realidad, además de los rostros de nadie y de todos, con imágenes y fantasmas. Con ello, Rubén Rivera se aventura a decirnos que los poetas requieren de autocrítica, pegarles o pegarnos una poetiza para que se dejen de mamadas y de pensar en sus arrogancias y sufrimientos para que se percaten de sus fragilidades. Sabe que la poesía es un canto, no una solución, pero también denuncia el acribillamiento de la patria, con esa violencia instalada desde los escritorios y los discursos burocráticos, dando como resultado que la ciudad, la casa, la patria, ya no nos protege, porque la vida cotidiana es una puta rentable que han construido como hoteles a lo largo de las playas.

Con esa realidad secuestrada, Barco de piedra desnuda palmo a palmo el territorio delimitado por bardas de piedras simbólicas concentradas en la violencia para que nadie escape. En ese sentido la patria ha enloquecido y es cada vez más amenazante. Madre y más mentadas. Con ello hemos perdido la endeble identidad, pero también, por otro lado, desde la perspectiva del poeta Rivera Calderón, hemos ganado una nueva forma de solucionar nuestras miserias. Con todo eso podemos navegar por las incertidumbres, seguros de nada y de todo. Y a pesar de que hemos perdido la seguridad, el manto protector de la patria-casa-ciudad-madre, aún existe la luz que todo lo descubre y habilita la esperanza de una renovación total. La poesía estará ahí y el poeta Rubén Rivera con su barco de piedra.

*Rubén Manuel Rivera Calderón, Barco de piedra, México, Ediciones Cascabel Literatura, Cuadernos de la Serpiente N° 15, Poesía, La Paz, B.C.S., 2017.




“Galería de espejos fragmentados”, de Jorge Chaleco Ruiz

Jorge Alberto Chaleco Ruiz. FOTO: El Grito Colectivo.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El suicidio ha sido siempre muy cuestionado. Unos alegan que es un acto de valentía y otros que resulta un acto de cobardía. Otros más consideran que el suicida se va voluntariamente, cosa que me hace dudar, pues es un acto final, consecuencia de una serie de situaciones emocionales que van desde la depresión, a la desesperación de hechos fortuitos que han afectado su vida. Para muchos —también— es un chantaje que trata de llamar la atención hacia algo fundamental: la falta de vida en las relaciones humanas. La falta de amor. El suicidio es un problema de salud pública dicen, pero nadie está cerca para apoyar a un suicida en el momento culmen. Por supuesto, las visiones y opiniones van y vienen, unas fundamentadas y otras, obra del prejuicio y la desinformación. El suicida llega a un acto desesperado donde aparentemente las alternativas se acabaron, las opciones están desusadas y la puerta final es la salida al agobio de las penurias.

Jorge Alberto Chaleco Ruiz se ha lanzado en busca de la motivación, el pretexto por el que tres decenas de mujeres —artistas todas— decidieron —o no— dejar este mundo. Es una revisión estética del dolor y sus implicaciones, sus desesperanzas y sus frustraciones, el cómo las acometidas de la vida pegaron tan fuerte que no supieron qué hacer con ellas. Se trata del libro de poesía Galería de espejos fragmentados, ganador del Premio Estatal de Poesía “Ciudad de La Paz” 2015, escrito con mesura, con claridad, llevándonos de la mano por la galería del terror de descubrir que a veces el arte puede no ser tan compensatorio, tan evolutivo. En el caso de estas treinta mujeres el arte no fue para nada curativo y mucho menos una manera de entender profundamente la significación de la vida.

Asomarnos a estos versos, de pronto prosaicos, de pronto versiculares, nos deja un entendimiento de que Jorge Chaleco exploró a su modo, desde su punto de vista, las circunstancias envolventes de las suicidas, ésas que determinaron su muerte. Es un libro tétrico, oscuro, tenebroso, que cala en lo más hondo del inconsciente y que nos avisa que la muerte tiene múltiples formas y que siempre se cumple. No obstante, tiene momentos de luz, de lucidez, de desnudamiento del arte como acto deliberado de vida en el último aliento. Hay quienes ven en el suicidio un acto estético que nos demuestra lo volátil que es la vida, lo frágil que puede resultar el significado de estar aquí y ahora. Y justamente en cada poema, en cada línea, Chaleco es capaz de mostrarse también a sí mismo a través de estas mujeres, su propio atisbo de la muerte. Tal vez se ha curado con la muerte de estas mujeres.

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Un libro agobiante, cansado, pero escrito con delicadeza. Quizá por momento le falte pasión, pues por instantes pareciera escrito bajo el velo de una metodología poética y no con las entrañas y los miedos que implica ahondarse en las profundidades del suicidio. A veces sus versos resultan convencionales y cosméticos, efectistas, sin ganas de decir más o instalado en la premura de su sentido final. Hay algunos que se parecen entre sí; algunos que semejan el pasaje de la misma suicida y no el cambio de personalidad que implica el nuevo tema mortuorio. No hay sorpresas. No hay exploración. Es sólo un compendio de poemas que asoman sus desdichas, pero no afrontan sus grandezas, o en otras palabras, el poeta se contuvo demasiado y sólo nos mostró una parte superficial de su comprensión de la realidad del suicidio. Galería de espejos fragmentados no es un libro para gozarse ni para asombrarnos, en definitiva.

*Jorge Alberto Chaleco Ruiz, Galería de espejos fragmentados, México, Gob. del Estado de BCS, ISC-Secretaría de Cultura, 2016, 78 páginas.




Juan Pablo Rochín, el poeta más galardonado de Baja California Sur

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Juan Pablo Rochín Sánchez. Fotos: Cortesía.

La Paz, Baja California Sur (BCS). Con 39 años de edad, Juan Pablo Rochín Sánchez —nacido en La Paz, BCS, el 5 de mayo de 1977—, acaba de obtener el Premio Estatal de Poesía “Ciudad de La Paz” 2016 por su trabajo La tumba de poeta. Ésto, luego de que el año pasado ganara el Premio Regional de Poesía, y habiendo ganado en años anteriores el estatal de ensayo y el regional de cuento, lo que lo convierte en uno de los más galardonados en estos ya tradicionales concursos literarios que otorga el Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC).

Si bien, nombres como Leonardo Varela, Ramón Cuéllar Márquez, Christopher Amador Cervantes y Edith Villavicencio figuran entre los máximos ganadores de estos certámenes, Rochín Sánchez ha despuntado en años recientes, “barriendo” en prácticamente todos los certámenes de poesía en Baja California Sur. En entrevista para CULCO BCS, el autor habló sobre los libros que marcaron su vida, cómo llegó la poesía a su vida —cómo es que no se consideraba a sí mismo un poeta—, y su opinión en algunas controversias concernientes a los concursos literarios en la entidad.

Primero que nada, háblanos del trabajo que acaba de obtener el Premio Estatal de Poesía 2016.

El poemario lo titulé La tumba del poeta. ¿Sabes? Se me ocurrió primero el título, cosa rara. Entonces me puse a buscar en Internet qué había que se llamara así y no encontré más que referencias de poetas fallecidos. Por ejemplo, la tumba del poeta de Vicente Huidobro, y biografías, y así varios más, pero ningún libro, mucho menos de poesía. Ya con el título pensé en qué cosas podrían ser la tumba de un poeta, actual, o yo mismo. Me quedé entonces con dos opciones, por resultarme experiencias cercanas: el silencio, es decir, cuando el poeta se calla cosas que tenga que decir; y dos, el trabajo en oficina, con horarios que atrofian riñones, en resumen, yo. Me refiero a un poeta detrás de un escritorio inventariado, al que nadie toma en cuenta por su nombre real, ni cualidades, sino cuando lo hace con seudónimo. Éste, “Gila”, es un reptil tipo cachorón, del desierto sonorense, de mordida venenosa, por virulenta. En realidad el seudónimo lo he usado desde hace varios años, incluso tengo un libro de ensayos llamado El anarkista roto, el cual firmo como Gila como autor, y dentro hay un ensayo que se llama El Hombre de Gila (Elogio al lector  hipotético). Es un crítico literario que vive de consumir la carroña del lenguaje. Es un tanto una broma para mí mismo, jeje.

Algunas veces te hemos escuchado decir que te consideras más un narrador que un poeta, pero luego de ya algunos premios en poesía, ¿cómo te defines como escritor?

Mira, mi caso, porque lo había dicho muchas veces antes, del 2000 hasta el 2010 escribí básicamente cuento y ensayo. Jamás poesía. Luego entonces, no era poeta. Lo había intentado pero no me salían más de tres miniversos. Entonces dije, a los cuatro vientos “no puedo escribir poesía, no es lo mío, es lo más difícil del mundo, no se me da, no paso de tres versitos chafas. No doy más. Soy narrador, soy cuentista y ensayista”. Entonces ocurrió, por ahí de agosto del 2010 que quería escribir algo acerca de la muerte de mi papá. Un día, libreta en mano, tomé la pluma y no la solté hasta terminar un poema extenso de 17 cantos, que después titulé El hombre de las manos de nube. Te cuento que antes no sabía qué era lo que iba a salir, y lo que fue es que encontré en la poesía. Y de largo aliento. De ahí en adelante me solté, como si ya supiera. Ese mismo año fue benéfico porque escribí tres libros. De entre abril a mayo, El anarkista roto, sobre las injusticias laborales —resultado de mis tres libros de cabecera preparatorianos: el Manifiesto comunista, La moral anarquista y El anticristo—; en agosto escribí ‘El hombre de las manos de nube’, y en septiembre, octubre, Cuentos vagamundos. En enero del 2011 me premiaron con la Mención Honorífica del Premio Nacional de Poesía Mérida 2011. Tres días después nace mi primogénito. “Traía torta”, como se dice. Sin embargo, no fue sino después de entrar al taller de poesía en casa de mi camarada Raúl Cota Álvarez, hace dos años. Ahí, la palomilla me dio su verdadera visión de mis intentos escriturales. No sé. Le hallé el hilo a cómo leer con ojos críticos a los demás y cómo corregir los propios. Fue la banda, y exponer mis trabajos, quienes desempolvaron mis ideas y las encaminaron. Estoy convencido de que fue a partir de ahí que le agarré la onda. Por fortuna.

¿Cómo llega la poesía a tu vida; qué poemas o poetas te han inspirado a escribir versos? 

Siempre he leído poesía. Desde mi casa, en los libreros, ya tenía un Los días de aquel tiempo, cuento largo que considero el mejor trabajo de narrativa escrito por un sudcaliforniano; y Refugio de ballenas, de Raúl Antonio Cota, así como Tierra final, de J. Ruiz Dueñas, o Levántate, guaycura, de José Alfredo no recuerdo qué. Me impresionaron. Antes yo era dibujante, hasta que descubrí que la literatura era también arte, pero con palabras. De ahí para delante. Leer, leer y leer. Después llegaron un Sabines, un Manuel Acuña, un Dario, un Lorca. El día que yo escriba un Casada infiel, me retiro, jajajaja. Bueno, quizá no; pero me consagraría por toda la eternidad.

Eres uno de los sudcalifornianos con más premios, sin embargo, seguro has perdido. ¿Cuántas veces has competido; crees que se generen envidias luego de ganar en varios concursos?

Has puesto el dedo en la llaga. Mira, la primera vez tuvo una honrosa mención en el 2 de noviembre del 2000, Festival de Día de Muertos. Después en 2005, ganamos en cuento. En la universidad obtuve premio de cuento, poesía y ensayo. Los tres al mismo tiempo, creo. En 2006 gané el estatal de ensayo. 2007, regional de cuento, así como el de cuento de Todos Santos el mismo año. 2011, Mención en Mérida; 2013 y 2015, los Juegos Florales Nacionales del Carnaval La Paz; 2015, Regional de Poesía; y 2016, Estatal de Poesía. Además de esto, he participado diez años casi consecutivos en el que es mi fuerte, el estatal de cuento, el cual nunca he obtenido. Snif (…) Envidias, no sé. No creo. Tal vez recelo, últimamente, debido a que laboro en la institución convocante. Pero a mi favor te digo que he solicitado apoyo y me han dicho, un par de veces, que no, que no apoyan a trabajadores. Entonces, las convocatorias no me excluyen —y participo con seudónimo, así que nadie sabe. Así es como he obtenido reconocimientos, mediante falsos nombres. Yo no hago las convocatorias, ni las hago a mi favor. Sólo he solicitado apoyo como creador, que lo soy; no como amigo o compañero de trabajo. Pero los demás no lo saben. Creen quizá que hice trampa. Nada de eso. Les gané en las mismas circunstancias que ellos compitieron. Lo siento. También te digo que conozco cómo escriben la mayoría de mis conocidos, y creo que falta mucho trabajo. No soy altanero, mamón o grosero, pero soy lector exigente. Y no hay mucha tela de dónde cortar mangas (…) En pocas palabras, en cuento he participado diez veces, diez años; nunca lo he ganado. En los demás, los premios han sido primer intento, casi todos.

¿Qué valor le das a obtener un premio literario; qué le dirías a aquellos que compiten y no han ganado hasta ahora; un reconocimiento o publicación te dan cierto estatus?

Definitivamente de aquí no se gana dinero, sino es ganando un certamen. El resto del año, o de los años, se trabaja por amor al arte. Es increíblemente maravilloso ganar. Te sientes chingón. En mi caso, sinceramente, no me siento más que nadie. Y no veo ninguna otra manera de que te publiquen que ganando las convocatorias. Por mi nombre y llevando yo mis manuscritos a equis o ye editorial, me han rechazado (…) ¿Consejos? Leer más de lo que se escribe. Leer siendo crítico severo, pero también por placer. A estas alturas ya no tengo mucho tiempo para leer por gusto, pero lo hago en los peseros o caminos, de ida al trabajo o de regreso, algunos minutos. De esta manera ya he leído kilómetros y kilómetros de tinta (…) Estatus no sé. Reconocimiento, a medias. Entre los amigos o familia. Y créeme. No tengo muchos amigos. No paso de un puñado de “likes”, jeje.

¿Qué opinión te merecen los concursos literarios, en particular, los estatales y regionales que convoca el ISC, en cuanto a sus procesos y entrega de premios; harías alguna propuesta?

Tienen pros y contras. A favor, es que la oferta se ha ampliado para la comunidad que escribe, que sí son muchos. En contra, tardan más de dos años en publicar los trabajos premiados. En fin, una de cal por las que van de arena. Por lo menos aseguras que algún día te publicarán. En esta ocasión, por ejemplo, cambiaron la fecha de entrega de reconocimientos, o premiación en público, para marzo del 2017. Es decir, cinco meses después de dar los fallos. Me parece increíble, pero lamentablemente ha sido la tónica de los últimos tres años. Mejor me callo la boca. No me interesa ni quiero opinar sobre mis compañeros de oficina, no vaya a ser que la embarre. Hacen su chamba. Yo la mía. Punto. Nadie se mete con mis obligaciones, yo tampoco con los demás.

¿Cuál considerarías tu mejor texto?

Pregunta harto difícil. Muchos textos me gustan. Son mis hijos de papel, ni modo. Todos tuvieron su momento y situaciones diversas de gestación. Amo la poesía, el ensayo y mis cuentos. Creo, pues, que los más recientes tienen mejor factura. Te hablo de ‘Cuentos vagamundos’, ‘El anarkista roto’, ‘El perro es ahora el señor de la casa’, ‘La tumba del poeta’, y algunos inéditos y en proceso, como son La casa con olor a thiner (poesía), Next post (poesía) y mero trance creativo, que tentativamente llamo Mi madre, mujer de las manos tenues, también poesía. Por ahí anda la cosa.

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Poemas inéditos de Juan Pablo Rochín

Hay en el teléfono un monólogo de prisas.

Escucho una voz como lejana.

Como agua caediza por las ranuras del tejado.

Allá, la hoz cercena cuanto callo.

Silencios. Sollozos. Bendiciones.

La memoria se estrella cotidiana.

Algo dice de la sangre que corre en el pasillo.

Que estalla y pide y ríe y cambia los canales de la tele.

Se entusiasma con sus nietos al oírlos.

Atrás quedan las transfiguraciones del día.

Los recuerdos. Los fantasmas. Navidades. Años nuevos.

Las ventanas pletóricas de ojos inculpables.

Es tan fácil olvidar a los caídos en guerra.

A los que ya no hoyan las hojas este otoño.

Al padre ocurrente que fue nuestro poeta guía.

Su rezo ayuda a escapar tantito al marido que todo lo sabe desde el cielo.

Desde las nubes de un eterno cotidiano.

Ella vigila concisamente se cumplan las leyes de la fe. De las creencias.

Habla entonces de repulsas, aborrecimientos y lecciones

que nos ajustan la desidia y los confines de los dientes.

Sobre la mesa se ciñe artificiosa la meta del dolor.

Mi madre, convertida a fuerza en inmigrante,

descubrió la sequedad de la carretera hace diez años.

Hay en el teléfono un monólogo de prisas y de adioses y te quieros que atragantan y que asfixian.

 

***

 

Abres los ojos

con la ansiedad vestigial de todo el mundo

dentro del pecho

y la luz del alba transpirando allá afuera

entre ramas de gorriones cantadores.

Te levantas, sin coartada, esa mañana.

 

Tiemblas, puntual

en vilo frente a la ducha

después de una batalla épica

contra Morfeo          [al que dejaste herido

de muerte imaginaria].

Por más que respiras

desplumándote los ojos

el porvenir te tantea vehemente la cabeza,

escurre por los hombros el impulso

—entumecido aún, enjabonado

lleno de umbrales—

: un bostezo voraz te resucita

y el agua —humeante—

despelleja, dülce, tu abandono.

 

Tiemblas

[todavía bajo el agua

a pesar de la contemplación

inaudita de tus manos y tu historia

a punto del ahogo.

Tiemblas,

[previo suplicio

sin poder decir palabra alguna

con la crisis y esta rabia que te incitan a escribir

nervios adentro

: la encía sangra

y sabe a amnesia.