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Gente de El Valle con 100 años de edad. ¿Qué los ha hecho vivir tanto? (II)

Pedro Menchaca Elías. FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Don Pedro Menchaca Elías, michoacano de 98 años radicado en Ciudad Constitución, aún recuerda su primer pago cuando lo llevaron de niño a sembrar garbanzo en la sierra de La Tepuza, y cómo por un milagro de Dios —según sus propias palabras— sigue vivo luego de un accidente que casi le arrebata la vida —aunque sí le arrebató parte de un pie. Por su parte, doña Elena Fernández Fernández, también habitante de Comondú, cumplirá 102 años en mayo próximo y no pierde para nada el apetito, al contrario, sus hijos creen que parte de su vitalidad es que todavía le hinca duro el diente a la comida.

En la primera parte de estas entrevistas, conocimos sus historias de amor, sus familias y descendencia; en esta parte, y continuando con un gran esfuerzo de síntesis nuestra y de memoria de ellos, contamos algunos pocos —poquísimos— tramos de su ir y venir a lo largo de un camino de 100 años. En el caso del hombre, de su propia voz relatamos su historia; en el caso de la señora, su hijo, Santana Núñez Fernández, fue quien contó su historia. Para ver la primera parte de esta entrevista DA CLIC AQUÍ.

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Hombre de fe

Don Pedrito —como le dicen de cariño— nació la noche del 20 de noviembre de 1920 en una hacienda agrícola de La Tepuza, municipio de Numarán, Michoacán. En el siglo XIX, su abuelo llegó de España y se estableció en Guanajuato, donde nació su padre —Aurelio Menchaca—, para más tarde migrar a La Tepuza, que según el sitio MiPueblo.Mx, actualmente cuenta con apenas 687 habitantes, con casi 100 personas con más de 60 años, la mayoría con baja escolaridad y viviendo en casas con piso de tierra; allí, alrededor de 50 personas que no saben leer ni escribir. Y parece que no ha cambiado en 100 años, pues don Pedro así pasó su infancia.

Tendría unos 7 años cuando “el patrón” fue a pedirle a su papá llevarlo a la siembra del garbanzo, y a la semana se ganó 25 centavos: su primera ‘raya’. Sería cerca de 1930, y es su recuerdo más lejano, pues no tiene memoria de sus juegos —y pese a que nunca aprendió a leer ni escribir, todavía lleva intacto el nombre de la maestra de la hacienda: Elvira Ramírez. Siendo niño, todavía rememora que andaba entre la siembra y se caía con el peso de la bolsa con garbanzos, pero le siguió… Sólo que se le hizo poca la paga. Entre risas, contó que a sus papás se le hizo bien, pues al señor le pagaban 50 centavos de raya a la semana.

Pedro Menchaca toda la vida se dedicó al campo. Se casó con doña Piedad Ortiz cuando él tenía 15 años y ella 12; se conocieron en esa hacienda —en esos años él cuidaba chivas— y nunca se separaron, sólo con la muerte de ella en Ciudad Constitución en 1986. Su vida fue la siembra y la pizca en diferentes campos agrícolas —“no hubo trabajo que no hiciera”, dice, pero nunca aprendió a manejar el tractor. A Comondú llegó en 1952, y dice que le gustaba realizar el riego de algodón, maíz, garbanzo y trigo, en lo que fueron los tiempos de gloria de la agricultura en el Valle de Santo Domingo, y cuando se vino a colonizar, en buena medida, con gente del campo que vino de diferentes partes de México, como este caso.

¿A qué cree usted que pueda vivir tanto, casi hasta los 100 años? Le pregunté, y su respuesta fue corta y sencilla: “porque Dios me quiere mucho”. Y casi por terminar la entrevista, contó cómo estuvo a punto de perder la vida. Sería en los años 60’s, en la zona sur de Estados Unidos, cuando fue a buscar trabajo; estando en una estación del ferrocarril, debía tenía los pies muy cerca de la vía, pues recuerda que una rueda del tren le rebanó todos los dedos. Hasta la fecha, y aunque camina con ambos, tiene amputado todo el frente de un pie; y sólo hubieran bastado unos centímetros más para que hubiera sido destazado por el tren. Para él, esta es una muestra de lo que Dios hizo por él, y de poder seguir vivo con cerca de un siglo de existencia.

El buen comer

Hace como cinco años, doña Elena Fernández Fernández se quebró la cadera al caer accidentalmente al piso en vez de la cama —contó su hijo, Santana—, y como en Ciudad Constitución que no la podían operar, la trajeron a La Paz, inconsciente, en una ambulancia. Ha sido quizá la única vez que ha venido a esta capital, pues lo más ‘lejos’ que conoce es Villa Morelos, a unos cuantos kilómetros de Constitución. Es curioso como con 102 años de vida la mujer nunca ha salido de los municipios de Loreto y Comondú, sacando adelante a su familia en diferentes ranchos de esta región a lo largo de su vida. Y como en una novela de realismo mágico, su vida siempre ha girado siempre alrededor de la comida, lo que al parecer la ha conservado más un siglo de vida.

Su hijo relató que aunque ahora está de moda hablar de lo “orgánico” ellos ya lo hacían y no sabían, y atribuye a esa dieta natural, sin químicos, ni enlatados, lo que los hizo gente fuerte y saludable, pues comían básicamente lo que sembraban en los ranchos. “En aquellos años, cuando estábamos en los ranchos, eran pozas de agua, donde había agua y había un pedacito de tierra donde sembrar, lo que sembrábamos mucho era chícharo, haba, repollo y calabazas. Ahí no había fertilizante, Miapá les echaba estiércol (de las heces de las chivas), ya después supe por qué, el terreno era entre arenoso y duro, pero más arenoso que tierra (…) Ahí se daban unas ‘sandillotas’ ¡así!, no como ahorita, todas blancas y descoloridas, ¡esas sandías eran una cosa roja y dulce! (…) Nos criaron con puro frijol y arroz, chícharo, haba y huevo, la carne si la comíamos, pero lo que es embutido no, ni latería, ni tanta cochinada que comemos ahora”.

Ricardo Núñez Toba, esposo de doña Elena —fallecido en 1986—, trabajó en el cuidado de ganado, y juntos, también cuidaron huertas y aprendieron a preparar comida para vender. Luego de andar por la serranía, desde La Purísima hasta San Juan Londó —por decir algunos puntos, pues recuerdan varios ranchos como Bombedor, La Luz, La Poza de Teresa y Palo Blanco, etcétera—, finalmente se establecieron hace 50 años en Ciudad Constitución. No hubo tierras registradas a sus nombres y la sequía que mataba al ganado los rindió, además de la vejez que les quitaba energías. Así que ya en la cabecera municipal de Comondú se hicieron queseros y vendieron comida.

Aún recuerdan, a mediados de los años 60’s, cuando doña Elena se levantaba a las tres de la mañana para hacer tortillas de harina para los camioneros que salían a trabajar a la carretera transpeninsular y buscaban comida desde temprano. Eso fue a la altura del actual retén militar en Loreto, y cuando los señores laboraron en un rancho de Víctor Davis, tío del actual Gobernador de BCS. Los trabajadores echaban a la tierra sus maquinarias y material para construir la carretera, y doña Elena les preparaba lonches, desayunos, comidas y cenas. Además, de hacer queso, requesón, tortillas y guisados, “era buena para hacer dulce de limón real y pasteles” que hacía en hornos calentados con leña de palofierro.

De joven, doña Elena llegó a pesar entre 130 y 150 kilos. Y a pesar de que hoy en día ya pasa los 100 años, todavía come muy bien. Su hijo mayor contó que es capaz de comer un plato de menudo —“lo que le encanta son las boferas”—, pollo o pescado. Alguna vez un sobrino le convidó una lisa macho y ella nomás tiraba las espinas cuando se las encontraba, y hasta pidió otro pescado; alguna vez le llevaron un pollo de La Ley y nomás dejó la ensalada —cuenta entre risas—, como la vez que se quejaba de un dolor de muelas y le tuvieron qué recordar que hacía muchos años que se le habían sacado. Sin duda, los alimentos provistos directamente de las tierras de Loreto y Comondú han sido importantes para su longevidad. Por cierto, mientras terminábamos la entrevista —que la señora no quiso darnos de viva voz—, estuvo muy entretenida comiendo naranjas.




Gente de El Valle con 100 años de edad, que viven para contarlo (I)

Doña Elena Fernández. FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Doña Elena Fernández Fernández cumplirá 102 años en mayo próximo, y sin duda, es una de las personas más longevas de Ciudad Constitución; al nacer, su madre la ‘regaló’ a una hacienda cerca de Loreto, en donde trabajó como sirvienta hasta que se casó con Ricardo Núñez Toba y anduvieron de un rancho para otro, de Loreto a Comondú. Ella nunca ha salido de estas tierras. En contraste, don Pedro Menchaca Elías, a sólo dos años de cumplir un siglo de edad, anduvo desde la sierra de Michoacán —en donde nació— hasta Estados Unidos donde estuvo a punto de perder la vida en los ferrocarriles; se casó con Piedad Ortiz con quien procreó 14 hijos y una descendencia de alrededor de 100 nietos, y desde 1952 también se estableció en esta cabecera municipal.

En entrevista exclusiva para CULCO BCS, estos fundadores del Valle de Santo Domingo relataron sus historias de vida. Se trata de lo que cada uno contó, ya que prácticamente no hay documentos que prueben sus dichos, además algunos datos podrían ser sólo aproximados, pues les costó esfuerzo rasgar en sus memorias. En el caso de doña Elena, al momento de visitarla no quiso hablar con nosotros, pero su hijo Santana Núñez Fernández fue quien nos contó toda su historia —con ella presente y quien no negó nada—; en el caso de don Pedro, de su viva voz transcribimos su relato. Estas dos personas de El Valle no tienen nada en común, salvo vivir allí y ser de los más veteranos testigos del tiempo; ambos tienen problemas serios de audición, pero en general gozan de salud estable, de lucidez y memoria. Con un enorme reto para sintetizar dos siglos de existencia, presentamos aquí la primera de dos partes.

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La semilla de un gran árbol

Elena Fernández Fernández nació en Agua Verde, una playa cerca de Loreto; no hay acta de nacimiento que sobreviva, y sus hijos hasta la fecha tienen la duda de si nació en mayo de 1913 ó 1916, aunque se han quedado con la segunda. Su madre, una mujer “de colmillo suelto” anduvo mucho tiempo de Loreto a Agua Verde y tuvo varios hijos que dejó ‘regados por varios lados’, y el caso de nuestra protagonista no fue la excepción. A las semanas de nacida, se la dejó a doña Isabel en el rancho Los Dolores, donde vivió toda su infancia y juventud. ¿Quién diría que esa niña, de no haber sido criada en una familia tradicional, sobreviviría más de un siglo y tendría un árbol genealógico tan grande?

“Mi nana fue poquito ‘inquieta’. A las tres o cuatro semanas de nacida se la llevaron don doña Isabel y don Agapito Vélez, en el rancho Los Dolores, pegado a San Javier, ahí fue toda su juventud, y sigue siendo la hacienda más vieja”, contó su hijo, Santana Núñez. Según les ha contado doña Elena, no recibió el mejor trato de doña Isabel, y no se fue de allí hasta que se casó, en 1955, con don Ricardo Núñez Toba, durando muy poco en la hacienda y yéndose de rancho en rancho algunos años, pues el señor era vaquero y se dedicó al cuidado de las chivas. Llegarían a Ciudad Constitución aproximadamente en 1968. Es decir, este año que El Valle cumple 65 años de Fundación, ellos cumplen medio siglo en esta ciudad; en este caso ella sola, pues su esposo falleció hace tres décadas.

Fruto de su matrimonio, doña Elena y don Ricardo procrearon cuatro hijos: Santana de 62 años; Pablo; Ricardo —fallecido—; y el menor: Rubén, de 56 años. La señora tiene una descendencia de 16 nietos y 13 bisnietos, algunos, fuera de Baja California Sur. No se volvió a casar. Según relató su hijo, sus recuerdos más lejanos son de cuando era muy joven, soltera como de treinta años —es decir, hace unos 70 años— y que le tocaban las lluvias en la sierra de San Javier y tenía que bajar descalza por los arroyos. Al parecer, su mejor vida no fue bajo el cuidado de doña Isabel en Los Dolores, sino en la vida que hizo junto a su esposo, quien falleció en su casa en la colonia 4 de Marzo en 1986. Se acompañaron por 31 años. Este año, se cumplen 32 de su partida.

Un camino de 50 años

También en 1986 falleció doña Piedad Ortiz, esposa de nuestro segundo protagonista: don Pedro Menchaca Elías, quien nació el 20 de noviembre de 1920. No le alcanzó la memoria para acordarse cuándo se casaron, pero jura que fueron más de 50 años de estar juntos —según nuestros cálculos se casaron en 1935. Él tenía 15 años, y ella 12. Ambos se conocieron en donde nacieron: en una enorme hacienda agrícola en La Tepuza, municipio de Numarán, Michoacán. Por azares del destino, muchos años después llegaron a vivir al Ejido Cuatro, municipio de Comondú, trabajando siempre en el campo; y finalmente, a una vivienda —también, como en la historia anterior— en la colonia 4 de Marzo de Ciudad Constitución, donde ella falleció. Su descendencia abarcó a nueve hijas —la mayor, “de 80 y tantos”— y cinco varones, y aunque como él mismo dice “se me borró la cuenta”, calcula que tendrá más de 100 nietros, bisnietos y tataranietos.

Don Pedrito se acuerda muy bien de su historia de amor. Era un adolescente que vivía de pastorear chivas en los cerros de La Tepuza y bajaba cada 15 ó 20 días al pueblo, y sólo conocía a un primo que vivía allí cerca, cuando “me dio por salir a la calle” y tuvo la curiosidad de buscar novia. “La gente andaba acarreando agua con un cántaro en el hombro y yo le preguntaba por las muchachas. La primerita fue Agustina. ‘Oye, ¿de quién es esa muchacha?’, ‘De Pancho Piceno’, me dijo mi primo. Y que me voy y le digo, ‘Oye, ¿cómo te va?’, ‘¿Cómo le va?’. Le dije ¿no quisieras ser mi novia? Ella dijo ‘¡Pero no nos conocemos!’, ‘Pues ahí nos conocemos en el camino’, y sí, en realidad no nos conocíamos”. Y haciendo caso a su tía, quien le decía si una muchacha le convenía o no, él dejó pasar otra oportunidad. A la tercera, llegó Piedad.

“Me fui a cuidar mis chivas otra vez, al mes volví y vi a otra. Fue la que vino siendo mi señora, de Pancho Ortiz, ‘Pero son muy malos’, me decían. No hice caso y le dije ‘Oye, ¿cómo te va?’, ‘¿Cómo le va?’, ‘¿No quisieras ser mi novia?’, ‘¡Pero no nos conocemos!’. ¡Era lo primero que me decían! Y sí, en realidad no nos conocíamos: ‘Pero ahí en el camino nos conocemos’”. Se lo contó a su tía y ella le dijo emocionada “¡Esa sí te conviene!”. Entonces él le dijo a su prometida ‘Óyelo bien, conmigo no vamos a andar con esto y con lo otro. Nomás quiero que me digas si quieres ser mi novia para casarnos, ‘¡Pero no tan pronto!’, ‘Va a haber tiempo’. Me volví a ir y venir, y luego a una prima hermana le dije ‘Maria, hazme una carta para pedir a la hija de Pancho Ortiz’. ‘Bueno’, dijo, y se puso a escribir, aunque aquel tiempo era raro el que sabía leer allí”.

Todavía recuerda que la defendió de otro pretendiente que la quería de novia, y él dice que andaba armado por si acaso, ya que asegura que en aquel tiempo había “muchas mataderas” por las cuestiones de la tierra. Doña Trina, abuela de Piedad, se dio cuenta que ya traía novio y primero se opuso ante la extrañeza de ver a dos tan jovencitos que ni se conocían, pero ellos dijeron que se querían casar. Él se los dijo, a la mujer y la novia, que “en el camino se hace todo”. Y en efecto, ese camino les duró más de medio siglo.

No te pierdas la segunda parte de esta entrevista, sobre su juventud, sus quehaceres, el recuerdo de hace décadas y ¿qué es lo que, según ellos mismos creen, hace que vivan tantos años?