1

El Fondo Piadoso de la Antigua California. La buena fe desvirtuada en imprudencia

FOTO: Modesto Peralta Delgado.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde que la Corona Española dejó de lado los viajes a la tierra nombrada California, las expediciones fueron cada vez más esporádicas y sujetas a un permiso por parte del Virrey de la Nueva España, el cual pocas veces lo concedía. Las costosas expediciones que se habían sufragado con dinero de la Hacienda de la Corona siempre terminaban en desastres y en nada redituaban ganancias como para seguirlas patrocinando. Bajo estas condiciones fue que dos hombres de intrépido valor decidieron emprender la búsqueda del permiso para establecer asentamientos en la California con el único fin de convertir a la cristiandad a los miles de nativos que deambulaban por aquellas tierras. Los nombres de estos hombres fueron Francisco Eusebio Kino y Juan María Salvatierra.

A la par que Kino y Salvatierra buscaban el convencimiento de sus superiores en la orden de los jesuitas, también se preocupaban por convencer a los ricos mecenas de la cristiandad de la Nueva España del gran servicio que prestarían a “Dios” si colaboraban con bienes materiales (dinero y propiedades) para conformar un capital del que se pudiera echar mano para la compra de barcos, alimentos y herramientas así como la contratación de marineros y soldados que acompañaran a los religiosos en la búsqueda de las miles de “almas paganas” que habitaban esas tierras y que “El Señor” quería que conocieran la “verdadera fe” de manos de los religiosos. Es así como convencieron a figuras de gran renombre como el Conde de Miravalle, el Marqués de Buenavista, Juan Caballero y Ocio, Pedro Gil de la Sierpe y el propio Virrey de Nueva España, Don Fernando de Alencastre Noroña y Silva. Además de los ya mencionado varias de las corporaciones religiosas que ya habían llegado hacía años a la Nueva España y poseían grandes haciendas las cuales tenían excelentes producciones, ofrecieron ayuda en especie y económica para sufragar parte de estas futuras expediciones. Fue así como a partir del año de 1697 dieron origen a la integración del Fondo Piadoso de las Californias.

También te podría interesar: El Archivo Histórico «Pablo L. Martínez». La Casa de la Historia Californiana 

Cuando en el mes de octubre de 1697, el sacerdote Salvatierra se hizo a la mar rumbo a la California, el Fondo Piadoso contaba con la cantidad de 37 mil pesos lo cual era más que suficiente para la fundación y sostenimiento por corto tiempo de una Misión. A finales de ese mismo mes ya al desembarcar en la península, llamaron a esta primera Misión con el nombre de “Loreto”, siendo el primer enclave permanente en las tierras Californianas. Conforme se compraban insumos y materiales para enviarlas de los poblados de lo que actualmente es Sinaloa, Nayarit  y Sonora, con el dinero que había en el Fondo, éste se veía fortalecido con donaciones de otros píos mecenas como el Marqués de Villapuente de la Peña y su prima y esposa la Marquesa de las Torres de Rada junto con la Duquesa consorte de Béjar y Gandía. Estas personas buscaban no solamente la satisfacción cristiana de contribuir con la “Santa Obra” sino al mismo tiempo “ganarse la gloria eterna” en el momento en que desencarnaran y fueran al encuentro del Creador. Por lo anterior  no escatimaban sus esfuerzos donando propiedades como Haciendas, Molinos, Viñedos, etc. así como los dividendos que produjeran “a perpetuidad”. Ha quedado constancia en los documentos que aún se conservan del Fondo Piadoso que se donaron haciendas con valor de 200 mil pesos para restablecer los destrozos que se ocasionaron en algunas de las iglesias como consecuencia del levantamiento de los pericúes durante los años 1734-1735.

En los 70 años que permanecieron los jesuitas realizando su labor religiosa en la California, el Fondo Piadoso fue administrado por su Orden de forma independiente al Gobierno de la Corona. Con las ganancias que se obtenían de las rentas de las propiedades donadas, el ganado y los productos que se obtenían, se sostuvieron las 13 Misiones que se levantaron, cosa que seguramente jamás se hubiera logrado sin este valioso aporte. Sin embargo cuando en el año de 1768, los Jesuitas fueron expulsados de todos los territorios pertenecientes a la Corona Española, el Fondo Piadoso de Las Californias pasó a ser administrado por órdenes directas del Rey. Es aquí cuando empieza el saqueo y el dispendio de los recursos resguardados por esta institución ya que muchas de las propiedades fueron vendidas de forma irregular y el dinero obtenido jamás se reintegró al fondo y mucho menos se destinó para el fin para el que se había creado.

Cuando en el año de 1823 finalizó la llamada Guerra de Independencia, y se empezó a consolidar el primer gobierno de la naciente República Mexicana, el Fondo Piadoso pasó a ser manejado por el gobierno establecido. Para estas fechas la península de California estaba regida por la Orden de los Dominicos y en el territorio denominado la Alta California, los Franciscanos realizaban las actividades de apostolado y habían consolidado 23 puntos misionales. Durante estos primeros años del gobierno mexicano sus dirigentes aún no lograban sacudirse el pesado yugo de la iglesia católica y por lo mismo cedían ante sus nefastas pretensiones tratando de conseguir su valioso apoyo para mantenerse en el poder. Es así como el presidente en turno en el año de 1836, José Justo Corro, aprobó una ley autorizando a la “Santa Sede” para la creación de un obispado en California, el cual sería dirigido por el Obispo Francisco García Diego y Moreno, el cual llegó a aquellas tierras hasta el año de 1840. Dentro de la mencionada Ley se concedía que el capital de que disponía el mencionado Fondo Piadoso de las Californias se le fuera otorgado para realizar las actividades para las que originalmente fue creado. Sin embargo aquí cabe hacer la aclaración que para esos años la cantidad de naturales que aún vivían en los alrededores de las antiguas Misiones eran sólo un puñado ya que la mayoría habían muerto víctimas de la enfermedades traídas por los extranjeros y a la imposibilidad para adaptarse a esta nueva cultura. Con lo anterior trato de expresar que ya no existían la razón principal para lo que fue creado el Fondo Piadoso de las Californias y por lo mismo se debió de haber planteado una estrategia ya sea para restituir lo que aún quedaba del mismo entre los descendientes de los primeros donantes o bien liquidarse de forma legal y que formara parte de la Hacienda del Gobierno Mexicano. Sin embargo esto no se hizo así y debido a ello se desencadenaron una serie de trastornos que vinieron a afectar económicamente por muchísimas décadas al erario mexicano.

Retomando el hilo de nuestro análisis histórico, el Fondo Piadoso sólo duró hasta el año de 1842 en manos de la diócesis de California. Cuando el trastornado y primer chapulín de la historia mexicana, Antonio López de Santa Ana llegó en una de tantas ocasiones a la Presidencia de la República, de forma arbitraria e inconsciente revoca la ley que se había expedido años atrás sobre el Fondo Piadoso y publica un nuevo decreto donde ordena que a partir de ese año sea administrado por la Hacienda Mexicana. Este obtuso y decrépito político en unos cuantos días ordenó que todas las propiedades que estaban amparadas por este Fondo Piadoso fueran rematadas a un valor ínfimo y que el dinero resultante de su usufructo pasara a formar parte de la Hacienda Nacional. Se sospecha que muchas de estas propiedades pasaron a manos de sus compinches más allegados y de él mismo.

Pasados unos años, y como producto de la injusta guerra de intervención y ocupación que llevó a cabo el ejército yankee a nuestra patria mexicana en los años de 1846 a 1848, los hipócritas religiosos que aún dirigían las Iglesias dentro de lo que fuera la Alta California decidieron aprovechar esta oportunidad y solicitaron al Gobierno de los Estados Unidos de América que impusiera al gobierno mexicano, como parte de las abusivas demandas de los vencedores, el que se restituyera el dinero al que equivalía el Fondo Piadoso de las Californias en el año en que les fue cedido para su administración (1836). El gobierno yankee ni tardo ni perezoso vio la oportunidad de arrancarle otro pedazo a nuestra destrozada nación y pidió la integración de una Comisión Mixta Americano-Mexicana de Reclamaciones con el único fin de resolver el reclamo de la comunidad religiosa de la Alta California. Ante la negativa del gobierno mexicano para hacer el pago correspondiente, ventajosamente el gobierno yankee impuso el arbitrio del embajador británico en Whashington sabiendo que este personaje, hambriento de ganarse el favor de los yankees, fallaría de forma positiva a la petición, y así fue. El 11 de noviembre de 1875 el mencionado embajador Sir Edward Thornton, condenó al gobierno mexicano a pagar la cantidad de 904,070.79 dólares a los religiosos de la Alta California como la parte proporcional que les correspondía a las supuestas misiones que ellos administraban en ese lugar.

México tuvo que realizar el pago de esa cantidad en varias parcialidades, sin embargo se negaba a pagar intereses por las mismas. Ante la presión del gobierno yankee, el caso fue llevado ante la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya para que ahí se analizara y dirimiera. Para nuestra desgracia, el poder del gobierno yankee pesó mucho más que la justicia y, con base a un término legal denominado “res judicata” (cosa juzgada) se dejó en firme la “sentencia” que ya había expresado el cónsul británico Sir Edward Thornton. Obviamente se puede entrever que la Haya no quiso comprometerse en este entuerto y simplemente pasó “la bolita” al representante inglés para que sobre él recayera el peso de la decisión. En consecuencia, el Gobierno Mexicano estaba obligado a pagar a los Estados Unidos de América, para el arzobispo y obispos católicos de California, la cantidad de 1,402.682.67 dólares así como una anualidad “perpetua” de 43,050.99 dólares. A partir de ese año las mencionadas sumas fueron pagadas por nuestro gobierno, pero como una paradoja, las monedas con las que se pagó fueron acuñadas en plata, tal como las que se ofrecieron a aquel injusto traidor que al vender a su Maestro, se ganó el repudio de todos los que conocieron el hecho y al final murió por su propia mano.

Como colofón de esta situación, durante el sexenio en que estuvo en la presidencia Gustavo Díaz Ordaz, se emitió el pago de 716 mil 546.00 dólares al gobierno yankee para finiquitar la injusta deuda a la que fue condenado nuestro país a cuenta del famoso Fondo Piadoso de las Californias.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

 




El destierro de los jesuitas. El fin de la teocracia en la Antigua California

FOTOS: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). La California como territorio bajo el dominio de la Real de la Corona Española, tuvo su inicio con el establecimiento del primer asentamiento permanente, lo cual ocurrió oficialmente el 25 de octubre de 1697 con la fundación del Real Presidio de Loreto, de la mano del jesuita Juan María de Salvatierra. El hecho de que esta expedición pudiera efectuarse resultó toda una odisea, y más si tomamos en cuenta que se sostuvo por espacio de 70 años, con muchas carencias y limitaciones, sin embargo, los jesuitas lograron fundar 17 enclaves misionales que permitieron la evangelización de los naturales y el inicio de la explotación de los recursos naturales de estas tierras.

Independientemente de la opinión de los críticos o detractores que protestan, debido al desconocimiento de los efectos benéficos de la estancia de los jesuitas y demás colonos de la península, cabe mencionar que como  fenómeno histórico, la etapa colonial de la California —la cual se desarrolló en gran medida por la orden religiosa de los jesuitas—, fue un proceso más o menos tranquilo. Si bien dicha etapa no estuvo exenta de constantes levantamiento de los naturales para sacudirse la aculturación que pretendían implantar los colonizadores, ésta se dio de una manera relativamente tersa, sin que existieran las temibles matanzas y abusos que sí se realizaron en el centro y sureste de la Nueva España. No pretendo de ninguna manera promover una apología de la etapa misional, pero sí recalcar la importancia de hacer una ponderación neutral acerca de los efectos que esto tuvo para nuestra península, así como su integración al concierto de las naciones que entraron bajo el dominio europeo.

También te podría interesar: Néstor Agúndez Martínez. Pido la palabra

La etapa misional de los jesuitas fue paralela a la introducción de especies animales y vegetales desconocidas en esta parte del mundo, las cuales vinieron a complementar la dieta muy pobre que tenían los antiguos californios. Aunado a lo anterior se procuró enseñar a los naturales actividades como la talabartería, curtido de pieles, preparación de conservas y carne seca, elaboración de vino, agricultura, ganadería, así como cestería y tejido de prendas como cobijas o calcetas.

Todas estas actividades fueron bien recibidas y aprendidas, de tal manera que en la actualidad, a más de 300 años de distancia, en algunos rincones del estado los descendientes de los indígenas y colonos europeos aún realizan dichas prácticas, incluso muchas a la antigua usanza, tal como se enseñaron en las misiones de los siglos XVIII y XIX. No obstante, como efectos nocivos, la implementación del régimen misional trajo consigo la aculturación de los naturales, así como la muerte de decenas de miles de ellos, provocada por el contagio de enfermedades como la sífilis (mal gálico), fiebre, peste, varicela, entre otros padecimientos.

El final de este periodo fue consecuencia de las evoluciones que se daban en la configuración política y social de Europa; aunque este continente dista miles de kilómetros de la California, el largo brazo de su maléfica influencia no tardó mucho en hacerse sentir. Corría el año de 1767 y en España se encontraba reinando Carlos III, el cual era descendiente de la Casa Borbona; en esos momentos cobraba mucha fuerza una doctrina política denominada “regalismo” que defiende el derecho del Estado nacional a intervenir, recibir y organizar las rentas de sus iglesias nacionales.

La expulsión de una orden obediente al Papa como la jesuita, resultaba económicamente apetecible, porque reforzaba el poder del monarca y porque tras la expulsión de una orden religiosa, venía la correspondiente desamortización de sus bienes, que el Estado podía administrar como creyera oportuno. En ese tiempo, la Corona Española tenía las arcas reales prácticamente en bancarrota debido a los excesos del sostenimiento de las extravagancias de sus soberanos y por las constantes guerras que realizaba contra otros imperios europeos.

Carlos III

Fue así como el Rey Carlos III encontró una solución rápida para obtener recursos económicos que necesitaba con urgencia, adueñándose de las posesiones que con tanto esfuerzo había logrado la orden de los jesuitas. En ese mismo año se comisionó al visitador de la Corona, José de Gálvez, para que implementara las Reformas Borbónicas en la Nueva España, y con ello recobrara el control político y administrativo de esta colonia. Aparejado con lo anterior, se expidió la Orden de Expulsión de los Jesuitas para todos los dominios de la Corona Española, misma que se ejecutó de forma inmediata en el centro y sureste de la Nueva España. Sin embargo, debido a la ubicación remota de la California y sus misiones, no fue sino hasta finales de ese año, el 30 de noviembre de 1767, que llegó a nuestras tierras Gaspar de Portolá, recién nombrado Gobernador, para que llevar a cabo estas órdenes.

El Gobernador desembarcó en el puerto de San Bernabé junto a una buena cantidad de soldados, ya que se tenía la falsa idea de que los jesuitas se negarían a dejar sus misiones e incluso se pensaba que organizarían una revuelta para impedir ser hechos prisioneros. De forma secreta, Portolá se dirigió a Loreto, en donde de inmediato comunicó las órdenes para su expulsión al sacerdote encargado de los jesuitas en las Californias. Sin hacer mayores cuestionamientos se convocó a todos los sacerdotes que estaban en las catorce misiones diseminadas por la península, para que se concentrarán en el Real Presidio de Loreto.

Se fijó el día 3 de febrero de 1768 para el embarque. Por la mañana celebró una misa el padre Retz y comulgó toda la población; por la tarde, el padre Hostel, que llevaba 33 años de misionero, hizo una ceremonia de despedida a la Virgen de los Dolores para que amparase a los hijos que dejaban y a los pobres misioneros que se iban. En la noche se embarcaron en el navío La Concepción; se cuenta que aquella noche todo el pueblo de Loreto estaba en la playa. Al ver tales demostraciones, el mismo gobernador Portolá no pudo contener las lágrimas. Abordaron las lanchas el 4 de febrero y al salir el sol levantaron anclas.

Sin embargo, las tierras californianas no estuvieron desamparadas por mucho tiempo del dominio de otra orden religiosa. El 14 de marzo de 1768 salieron de San Blas (actual estado de Nayarit), con destino a Loreto, los quince franciscanos presididos por el mallorquino Junípero Serra, quienes se hicieron cargo de las históricas Misiones ex jesuíticas de la Antigua California. Con este episodio se dio cierre a la etapa de las Misiones comandadas por los jesuitas.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




El ocaso de Guamongo y la Real Cédula del 6 de febrero de 1697

FOTO: Ayuntamiento de Loreto

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Antes de la llegada de los primeros colonos europeos a la Antigua California, Guamongo, divinidad principal de los guaycuras, causante de todas las enfermedades, se enseñoreaba en sus tierras, protegiendo a los guamas, sus principales adoradores y seguidores. Sin embargo, el destino había escrito el final de su reinado, el cual llegaría con el arribo a sus costas de unos hombres vestido de negro, de largos ropajes y que entre sus pertenencias portaban una cruz como símbolo de poder: los jesuitas.

Se tiene registro que desde la llegada de Hernán Cortés a estas tierras (1535) ya venía acompañado de sacerdotes, los cuales durante el tiempo que permaneció en la Bahía de la Santa Cruz hoy La Paz—, se dedicaron a convertir a los gentiles y a construir un incipiente templo. No obstante, debido al desafortunado final de esta expedición y a lo intempestivo de su rescate, tuvieron que abandonar la empresa (1536).

También te podría interesar: 33 Años del CREE. La atención a personas con discapacidad en La Paz

Pasaron alrededor de 147 años para que, de nuevo, la Corona Española tomara la decisión y tuviera el empeño para concretar la exploración y la consolidación de una colonia en la península que había sido descubierta. Tal empresa fue encomendada al almirante Isidro de Atondo y Antillón, el cual partió desde las costas de Sinaloa, el 18 de marzo de 1683 rumbo al puerto de la Santa Cruz. Lo seguían los sacerdotes jesuitas Eusebio Francisco Kino, Pedro Matías Goñi y Juan Bautista Copart, los cuales representaban a su Compañía tras haber conseguido la licencia del virrey José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma, para la evangelización de los gentiles que habitaban estas tierras.

Esta expedición no estuvo exenta de contratiempos, algunos sucesos trágicos como los acontecidos en el puerto de la Santa Cruz, y otros tristes como fue el que motivó que tuvieran que abandonar el puerto de San Bruno, recién fundado por ellos; pero lejos estaban estos desafortunados sucesos de cortar el deseo del Imperio Español, sobre todo de los miembros de la Compañía de Jesús, por regresar a la California y continuar con su labor expansionista.

Para la consecución de tal fin, los altos jerarcas de los jesuitas en la Nueva España promovieron acciones decididas y agresivas para evitar que las demás órdenes, que también ambicionaban ser las responsables de la conversión de los gentiles en la California, se les anticiparan. Y es así que consiguen la Real Cédula del 6 de febrero de 1697, en la cual el virrey José Sarmiento autorizó el establecimiento de la Compañía de Jesús en la California con una doble condición: por un lado, que la conquista se hiciese en nombre del rey de España; y por otro, que esta campaña de ocupación y evangelización del territorio no supusiese un gasto para la Real Hacienda. Con ello los jesuitas obtenían también la responsabilidad civil y militar, de modo que a la labor evangelizadora primeramente encomendada se sumaba la potestad sobre el poder político y militar de los territorios conquistados.

Mucho tuvo que ver el trabajo de los sacerdotes Kino y Juan María de Salvatierra para que esta Cédula fuera suscrita, y por fin su tesón se vio coronado con el éxito; a partir de ese momento toda la estructura de la orden de los jesuitas en la Nueva España se pone en marcha para facilitar los medios por los cuales se pudiera concretar esta expedición: se consiguió el barco para trasladar a la gente que acompañaría a Kino y Salvatierra a dichas tierras, y se inició la recaudación de fondos entre los hacendados acaudalados y piadosos, lográndose obtener una buena suma de dinero, en efectivo y en promesas de pago que se harían efectivas en el transcurrir del tiempo.

Padre Juan María de Salvatierra. FOTO: El Vigía

Llegado el mes de octubre y casi a punto de partir, una rebelión entre los indígenas pimas de la Sierra Tarahumara, orilló al padre Francisco Kino a dirigirse hacia esos sitios para tratar de detener el alzamiento, obligando a que Juan María de Salvatierra fuera el apóstol de las Californias, a quien correspondió el honor y gran responsabilidad de concretar esta gran empresa.

Fue el 19 de octubre de 1697 cuando la expedición llegó a las costas peninsulares, pero hasta el día 25 del mismo mes, se realizó una misa solemne así como una procesión con lo que se fundó oficialmente el puerto de Loreto, siendo la primera colonia permanente que se estableció en la península. Durante los primeros años de trabajo en estas tierras se presentaron muchas privaciones, debido a que la Corona española se negaba a darles socorro, esto justificado por la cláusula establecida en la Real Cédula del 6 de febrero, en la que claramente se especificaba que la Compañía de Jesús no sería un cargo económico para la Real Hacienda.

Los envíos de bastimentos desde Sonora y Sinaloa no eran tan frecuentes ni en la cantidad necesaria para mitigar el hambre de los colonos, por lo que muchos de ellos desertaron y regresaron a sus lugares de origen; por otra parte, y a pesar de que se había garantizado el control político y militar de las Misiones que se establecieran en las tierras conquistadas, en muchas ocasiones esto no era respetado por los soldados de presidio que se asignaban para proteger a los sacerdotes. Hubo varios actos de insubordinación o franco desdén por parte de los soldados al negarse a acatar las órdenes que les daban los jesuitas, llegando incluso a discutir acaloradamente en público.

Sin embargo, la colonización y evangelización de la California se puso en marcho y su avance fue irrevocable; Guamongo se vio desterrado de sus tierras por las que durante milenios se enseñoreó a su antojo y voluntad, y hasta el día de hoy sigue confinado en alguna oscura cueva o en el fondo del mar, tal vez esperando la oportunidad para resurgir de nuevo victorioso.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La rebelión de los pericúes. Un grito de rebeldía en la California ancestral

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Este mes de octubre se cumplen 284 años de uno de los sucesos que conmovió la vida en la tranquila península de California. Me refiero al alzamiento de miles de indígenas de la tribu pericú contra el sistema de vida que intentaban imponerle los misioneros jesuitas y los colonos europeos.

Corría el año de 1734, hacía ya 37 años que se había fundado el primer asentamiento colonizador fijo en la península de California, el cual era el Puerto de Loreto. Los sacerdotes jesuitas iniciaban la colonización de nuevos territorios hacia el sur de la península. Establecieron las Misiones de La Paz Airapí, Todos Santos, Santiago de Los Coras Añiñí y la de San José del Cabo Añuití. Con la llegada a estos nuevos territorios, en la región más austral de la California, iniciaron con el proceso de aculturación del grupo étnico que lo habitaba: los pericúes. Los sacerdotes se aproximaron paulatinamente a estos indígenas y los convencieron de acercarse a sus iglesias – misiones a través de regalos como pinole, pozole y objetos de colores brillantes y vistosos. Una vez que tenían a su alcance un buen número de ellos, empezaban a catequizarlos y a imponerles la monogamia —pues los pericúes era polígamos—, también les pedían que se mantuvieran alrededor de las misiones, abandonando sus ancestrales hábitos nómadas para búsqueda de alimentos.

También te podría interesar: El infierno que destruyó La Perla más querida de La Paz

Aunado a las anteriores imposiciones los obligaban a renegar de sus prácticas de idolatría así como a quemar todos los objetos que les habían sido entregados por sus “guamas” o hechiceros, y a desobedecer cualquier indicación que les dieran estos oscuros y poderosos personajes. Con el paso del tiempo los soldados y colonos que llegaron a vivir en las misiones empezaron a cometer todo tipo de actos vandálicos con los pericúes: violaban a sus mujeres, vejaban y humillaban a los hombres; los golpeaban y daban malos tratos e incluso los asesinaban sin justificación alguna. Aunado a lo anterior, los colonos abusivos raras veces recibían algún tipo de castigo por parte de los sacerdotes.

 

Algo que muy tarde descubrieron los jesuitas fue que los pericúes era el grupo indígena más rebelde y difícil de someter de todas las comunidades que habitaban la antigua California. Al empezarse a difundir las arbitrariedades cometidas contra su gente, los líderes de estos grupos, azuzados por los “guamas”, empezaron a tramar la forma en la cual vengar las ofensas recibidas y castigar a los soldados y a los sacerdotes, a quienes consideraban como los causantes de la destrucción de su antigua forma de vida y la decadencia de su pueblo. Es aquí cuando entran en escena los dos cabecillas y autores de la rebelión más grande que ocurrió en el sur de la península: Chicori y Botón.

Botón era el jefe de la ranchería que se encontraba en el lugar al cual los misioneros denominaron Santiago. Con el establecimiento de la misión en aquel sitio y ante la necesidad de controlar a los indígenas que ahí se iban agrupando, los sacerdotes nombraron a este jefe como “gobernador” y le dieron cierta autoridad y autonomía en sus funciones. Sin embargo por alguna desavenencia que tuvo con el sacerdote Lorenzo Carranco, el cual en ese año se encontraba al frente de la Misión, fue reconvenido públicamente y se le quitó el puesto que hasta ese momento había tenido. Ante esta situación, la cual Botón consideró humillante e injusta, decidió viajar hasta la región de Yenecamú —hoy Cabo San Lucas— en busca de un mulato que vivía en ese sitio, quien era apreciado y reconocido por las bandas y rancherías que habitaban dicho lugar. Ambos planearon vengarse de los sacerdotes que habitaban en las misiones y asesinarlos junto con los soldados que los protegían, asegurando con ello el regreso a sus antiguas costumbres.

La rebelión empezó en la misión de Todos Santos, en donde un grupo de indígenas rebeldes asesinaron al soldado que se encontraba custodiándola. De ahí se trasladaron a este puerto de La Paz —conocido como Airapí— en donde el soldado que ahí habitaba, cuidando al misionero del lugar, corrió la misma suerte que su compañero. Mientras tanto en la misión de Santiago de Los Coras Añiñí, el sacerdote Lorenzo José Carranco había observado una gran inquietud entre los pericúes de la misión, por lo que envió a uno de los indígenas que había catequizado y que le era leal, a que los espiara para conocer sus aviesas intenciones. Su espía regresó y confirmó sus sospechas: los indígenas se estaban preparando para ir a buscar al padre Nicolás Tamaral de la Misión de San José del Cabo Añuití para asesinarlo. De inmediato envía a un grupo de indígenas leales a que pongan sobre aviso al padre Tamaral y le pidan que se vaya a refugiar a su misión de Santiago. Cuando llegan con el sacerdote, éste amablemente les dice que no desea abandonar su misión y que si tiene que sufrir el “sacrificio máximo por llevar la Palabra de Dios a esta gente. Que así sea”.

El día primero de octubre de 1734, un numeroso grupo de indígenas llega al poblado de Santiago de Los Coras Añiñí y toma prisionero al sacerdote Lorenzo José Carranco. Lo sacan a golpes de su cuarto en el interior de la misión y lo asesinan de forma cruel: atravesándolo con flechas y lanzándole piedras. También asesinan a un indígena que era fiel al sacerdote y a los dos soldados que lo custodiaban. Finalmente arrojan los cuerpos a una hoguera junto con diversos objetos litúrgicos extraídos de la iglesia. Dos días después esta banda de indígenas llega a la Misión de San José del Cabo Añuití, en donde sorprenden al sacerdote Javier Nicolás Tamaral y corre la misma suerte que su hermano de cofradía. Es importante mencionar que sólo murieron estos dos sacerdotes y cuatro soldados, sin embargo el número de indígenas que fueron asesinados por haberse convertido a la religión de los extranjeros fue de 27.

 

Al poco tiempo, avisado por los sacerdotes jesuitas restantes, arribó a estas tierras el gobernador de Sinaloa, Manuel Bernardo Huidobro, acompañado de una gran cantidad de soldados y 60 indios de la tribu yaqui, los cuales tardaron 3 años en sofocar este alzamiento. En los años subsecuentes y debido a la llegada de más colonos y soldados al sur de la California, los vejaciones y crímenes contra este grupo indígena de los pericúes se incrementó al tiempo que hubo una gran cantidad de epidemias de sífilis y viruela, contagiada por estos extranjeros. Lo anterior devino en el exterminio total de este grupo étnico hacia la segunda mitad del siglo XVIII.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.