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Las cartas de Johann Baegert: La otra cara del libro negro de la California (II)

 

Colaboración Especial

Por Francisco Draco Lizárraga Hernández

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Al leer las cartas del padre Baegert, es posible percatarse de varias cosas que terminan por dar una imagen algo distinta a la que muchos tienen del misionero amargado e insensible. En primer lugar, un aspecto que llama mucho la atención es el gran cariño que sentía por su familia, pidiéndole a su hermano George, que tradujera sus cartas del latín al alemán para que todos pudieran saber que se encontraba bien de salud y muy contento de servir a Dios mediante su labor misional. Además, al leer la carta que escribió a su madre desde el puerto de Santa María, España, uno no puedo más que enternecerse con las palabras tan afectuosas que le dedica, particularmente con su afirmación de que, consciente que ya no la vería en vida al saber que su misión en América duraría muchos años, en todas las misas que oficiaba pedía por ella, y de igual manera él la invitaba a que rezara por él para que, de esta forma, pudieran volverse a abrazar en la eternidad ante la presencia de Dios Nuestro Señor.

Por otra parte, y contrariamente a lo que muchos pudieran pensar, en la segunda carta que escribió a su hermano George, aún en el puerto de Santa María, el padre Johann, dice explícitamente que después de enterarse de que se había asignado ir a servir en el reino de México, él pidió a Dios que lo enviaran como misionero a alguna de las fronteras jesuíticas, especialmente a Nuevo México o a la California. Posteriormente, en la carta que escribió durante la estancia que tuvo en la Ciudad de México, Baegert no sólo declara que su temor más grande era que, dadas sus aptitudes y cualificaciones para la docencia, hiciera que se quedara dando clases en los colegios de San Gregorio o San Ildefonso, en la capital, o en el aún inconcluso Colegio de San Javier, en Puebla. En contraste, en cuanto el padre Johann Anton Balthasar, provincial de la Compañía de Jesús en la Nueva España, le avisó al joven misionero que su apostolado sería en la California, el alsaciano dio gloria a Dios porque le otorgó la bendita California. En palabras del propio Johann Baegert: Sin haber dicho ninguna palabra al padre provincial –salvo las palabras comunes para saludar– me fue otorgada la bendita California. Digo California, porque de haberlo podido hacer, la hubiese escogido yo mismo. De las muchas misiones en la Provincia mexicana, es la que más viene a mi mente cuando pienso en una misión en el extranjero, y es lo que esperaba al dejar Europa. Pido a Dios su protección para esta labor.

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Con esto, el padre Johann Jacob Baegert, no sólo muestra que en ningún momento se sintió forzado a realizar una labor que a él le disgustaba, sino que inicialmente estaba muy entusiasmado por servir a Dios en las lejanas e ignotas tierras californianas. Si bien puede aducirse que aún no visitaba la California y que, hasta ése momento, todo lo que sabía de ella era por medio de los libros que circulaban en Europa –con todos sus errores e inexactitudes– y de los reportes escritos por los jesuitas que ya habían misionado en la península, especialmente los del padre Francisco María Píccolo. Éste último ignaciano de origen italiano, en sus cartas y reportes mantiene un tono muy optimista con respecto al potencial de la California; esto tal vez se deba a que estaba por un gran entusiasmo inicial debido a la fundación de las primeras misiones californianas, y porque tampoco vivió muchos de los acontecimientos más duros que enfrentaron los jesuitas durante su apostolado en la península, como la rebelión de los pericúes y las epidemias que diezmaron a los indígenas. Como es de esperarse, en cuanto el padre Baegert arribó a la California, y sobre todo al asumir su cargo en la misión de San Luis Gonzaga en el país de los guaycuras –el más árido y tórrido de la parte meridional de la península–, se percató de que el optimismo del padre Píccolo era desmesurado, lo cual lo molestó bastante.

En la primera carta que el padre Johann Baegert escribió a su hermano desde la misión de San Luis Gonzaga, enviada en septiembre de 1752, el misionero le cuenta la impresión que se llevó cuando recién llegó a éste sitio, llenándose de una profunda angustia al ver la desolación y aridez que imperaban en el lugar. Dado a que era evidente que el duro suelo mayormente de roca y la escasez de agua que existía en San Luis Gonzaga no permitirían un gran desarrollo agrícola y ganadero, el alsaciano le hizo saber a su hermano George que no se dejara engañar por los geógrafos europeos que jamás habían puesto un pie en la California y que sólo decían beldades de ella, o por los reportes del padre Píccolo, que exageraba el potencial de esta tierra. Por el contrario, Johann Jacob Baegert, afirmó a su hermano que la California es nada salvo innumerables rocas, y esto es lo que hallas en todas direcciones. Es una pila de piedras llena de espinas, porque esto es toda la California; esto quiere decir que, además de rocas y arbustos espinosos, no encontrarás nada más en la California; o para citar a las Escrituras, un peñasco sin caminos ni agua y lleno de espinas, erguido entre dos océanos. Asimismo, el padre Johann, luego de describir de manera muy general, la topografía, flora y fauna de los alrededores de su misión a su hermano, que en general le parecía agreste y espantosa, no tarda en comenzar sus observaciones sobre los nativos de su misión.

En contraparte a lo que puede interpretarse a partir de la lectura de las Noticias de la península americana de la California, en la correspondencia privada del padre Johann Baegert uno puede percibir que éste misionero, lejos de detestar a los californios, más bien tenía sentimientos encontrados hacia ellos; una combinación de condescendencia –en su sentido negativo–, lástima, frustración y, sorprendentemente, un ápice de admiración. Desde la primera carta que envió a su hermano George desde San Luis Gonzaga, el padre Baegert le dice a su hermano: De todo lo que has leído hasta el momento de éste país, pudieras llegar a la conclusión que el número de sus habitantes debe de ser pequeño, y que estos deben de ser gente depravada. Esto es verdadero. ¿Cómo puede existir cualquier ley u orden cuando carecen de lo más mínimo para su vida diaria, como el alimento, vestido y casa?.

Con esta cáustica introducción al carácter de los californios, el misionero alsaciano dedica las siguientes páginas de su primera epístola no solo a describir los usos, costumbres y particularidades físicas de los nativos de su misión, intercaladas con sus comentarios mordaces. En esta carta, Baegert da puntos de vista muy personales que no llega a plasmar en su libro, como lo es su muy personal frustración de que él, ante todo, estaba para servirles y ayudarlos en lo que necesitasen, como en darles comida y asistirlos en la enfermedad, pero que ellos simplemente no comprendían eso, y mucho menos mostraban el mínimo agradecimiento. Sin embargo, como lo menciona la maestra Nylsa Martínez en su excelente obra La California de Baegert, con todo esto Baegert no se convierte en un simple cronista, como lo había sido el padre Píccolo, sino que intenta comprender las causas por las que los californios habían llegado a su estado, planteando preguntas y explicaciones tanto a nivel geográfico, social y filosófico, convirtiéndose de esta manera en un etnógrafo y antropólogo; esto último si se entiende a la antropología como la ciencia en la que se estudia la naturaleza del ser humano desde un punto holístico, abarcando desde el aspecto biológico hasta el social.

Asimismo, al final de su primera descripción sobre los californios, el sacerdote alsaciano, contrariamente a lo pudiera pensarse, le comentó a su hermano que le dijera a sus hermanos de la Orden en Europa que no tengan miedo de ir a misionar al Nuevo Mundo; que por más miserable fuera la tierra en la que predicasen, o aún si los nativos fueran aún menos numerosos y más salvajes que los de la California, no se les debía de dejar solos, y por el contrario, había que ayudarlos material y espiritualmente. En palabras del propio Baegert: Mientras más depravado sea un pueblo, y mientras más miserable sea la tierra en la que viven, más digno es de compasión. No se debería de permitir que vayan de mal en peor, o que caigan del infierno temporal al eterno. […] Confieso que hasta el momento no me he arrepentido de haber venido aquí, y no sé cómo pudiese a llegar a sentir eso. Después de todo, vivo feliz, especialmente porque cada día me percato cada vez más como los jornaleros europeos pueden cosechar mucho y parecer muy importantes, pero tristemente no logran nada para ellos ni para su prójimo. Con esto, y en diametral contraposición a la opinión de don Pablo L. Martínez, el padre Johann Jacob Baegert no sólo deja claro que realmente valoraba su labor misional; y pese al agreste paisaje peninsular y a la fortísima incomprensión de él hacia los californios, lo movía un sentimiento de compasión hacia los nativos y un desprendimiento a los sentimientos egoístas que el percibía como imperantes en su natal Europa.

Ya en la parte final de su primera carta, Johann Jacob Baegert le relata a su hermano sobre los trabajos que inició para construir la iglesia y casa de la misión de San Luis Gonzaga, la cual aún era de adobe y estaba muy dañada por un reciente huracán, y mencionó que no le era difícil encontrar materiales dada la abundancia de rocas en las cercanías de la zona. De igual manera, también le da pormenores sobre su día a día, como lo era su rutina como religioso, su magra alimentación Además, contaba con el apoyo de su vecino, el padre Lambert Hostell, quien estaba a cargo en la misión de Nuestra Señora de los Dolores, seis horas hacia el este del sitio donde vivía. Gracias a las atenciones que le dio éste otro sacerdote alemán a Baegert, como regalarle frutas y visitarlo una vez al mes, y a su vez por la sincera abnegación que tenía hacia los californios de su misión, pronto el alsaciano llegó a estimarlo y admirarlo, siendo el único amigo, exceptuando al padre Franz Inama, que tuvo durante su apostolado en la California. Pese a todo, el padre Jacob Baegert explicitó a su hermano que en ningún momento sentía que su salud desfalleciese desde que llegó a la península, y tampoco sentía que lo invadiese una melancolía a pesar de su constante añoranza por su querida Alsacia y su familia, además de experimentar una profunda soledad ante la falta de gente con la cual conversar sobre sus temas de interés.

Ya en la segunda que el padre Johann Baegert mandó a Alsacia desde la California en 1755, el jesuita alemán le comenta a su hermano George su hipótesis sobre el origen de la península a partir de sus observaciones de grandes cúmulos de conchas de bivalvos y caracoles en los cerros del territorio de su misión. Partiendo desde una visión escolástica al aducir que la California no fue creada desde el comienzo del mundo, ni que tampoco se había formado luego del Diluvio, Baegert propuso que la península de Baja California debió de haber emergido del mar mucho después de éste último evento como consecuencia de un fuerte fuego subterráneo. En palabras de él: Donde hay tierra ahora, otrora hubo mar. Sin tener la más remota idea de la tectónica de placas, el padre Baegert en cierta manera llegó a algunos puntos correctos sobre la formación geológica de la península.

Luego de plantear esta hipótesis, el misionero le relató a su hermano los avances que había tenido en la evangelización de los californios, que en su opinión eran muy magros ya que la miserable condición de éste país tiene como resultado que sus habitantes caigan en una eterna pereza y en perennes tentaciones. Muy a su pesar, Baegert escribió que sentía que sus homilías y catequesis eran casi vanas a oídos de los nativos por más que se esforzara en enseñarles la doctrina cristiana en su propia lengua, esto debido a que mencionó que no lograban aprender ni memorizar los dogmas de la Iglesia. Contrariamente a los padres Píccolo y Clavijero, quienes sostenían que una buena parte de los indígenas de la California –especialmente los cochimíes–  aceptaban con gusto la nueva religión, el jesuita alsaciano afirmó en esta segunda carta que esto sólo era aparente, y afirmó que: Estoy firmemente convencido que si los trece misioneros repartidos en las doce misiones de la California dejaran el país, en ése momento desaparecería el Cristianismo de esta tierra, y ningún infante sería bautizado en el futuro. Tal es mi abismal juicio.

La desilusión del padre Jacob Baegert sobre los alcances de su apostolado, y el de los misioneros en general, en la California fue en aumento conforme pasaron los años. En las siguientes dos cartas que escribió a su hermano, enviadas en 1757 y 1761, con profunda impotencia le cuenta que le parece humanamente imposible que se logre un cambio en la forma de vida de los californios. Para Baegert, a no ser que por un milagro la California dejase de ser una tierra árida y miserable, no veía posibilidad de enseñar a los nativos una forma de vida más semejante a la europea dado a que era extremadamente difícil hacer que se volviesen sedentarios; esto como consecuencia del tórrido y estéril paisaje de la península. Ante esto, el alsaciano no sólo se lamentaba del grado de incivilización al que creía que estaban condenados los californios, sino que también llegó a la conclusión que la salvación de sus almas era algo a lo que él sentía que no estaba contribuyendo lo suficiente. Con lágrimas en sus ojos al momento de escribir su última epístola, Baegert le confesó a su hermano que por ominoso que pareciese, se sentía más consolado por la idea de los niños californios recién bautizados que morían al poco tiempo de recibir éste sacramento, y que gracias a esto eran remitidos al Cielo, que por aquellos a los que había visto crecer y que ya en la adultez se daban a la depravación y los vicios. Pese a esto, el misionero no se daba por vencido, y le confirmó una vez más a su hermano George que para él era una verdadera gracia de Dios el poder servir a la evangelización de esta gente consideraba como desdichada.

Pero aún si el padre Johann Baegert consideraba que los californios eran dignos de compasión, y aunque nunca lo explicitara textualmente en sus cartas o en sus Noticias, no cabe duda que no sólo llegó a maravillarse, sino a inclusive a admirar a los nativos de la California por ser felices pese a que carecían de prácticamente todo lo que para él, desde su visión europea, se consideraría indispensable. Como le escribió a su hermano en su penúltima carta: El californio muestra en su forma de vivir que no puede o no quiere mejorar. Por pobres y rudos que nos parezcan a nosotros [los europeos], siempre están con buen ánimo y con un humor gracioso, y su naturaleza se contenta con pocas cosas, ¿Qué más pudiese desear un indio? También he de admitir que ellos son realmente felices porque siempre los veo contentos, lo cual se debe a que creen que no les hace falta nada. Con muy altas probabilidades, fue a partir de estas observaciones que el misionero alsaciano, ya en su exilio en Neustadt, luego de consultar las cartas que había enviado a su ya difunto hermano George, escribió: Es muy cierto que California tiene sus espinas, pero estas no molestan ni lastiman con tanta frecuencia, ni tan hondamente los pies de los californios, como aquellas otras que se guardan en los cofres de Europa y que desgarran los corazones de sus dueños, por medio de punzantes congojas, conforme a lo que está escrito en San Lucas 8, 14 […]. Así es que la extremada pobreza de los californios y la absoluta falta de todas las cosas que a nosotros nos parecen indispensables para la vida humana, nos dan una demostración, de ninguna manera despreciable, que nos enseña cómo la naturaleza se conforma con tan poco y cómo con tan poco puede uno mantenerse.

Luego de la última carta que Johann Baegert escribió en septiembre de 1761, la correspondencia con su hermano aparentemente termina. No se sabe si esto fue por el fallecimiento de George, o si esto haya sido porque, en palabras del mismo misionero, eran tan pocos los acontecimientos que ocurrían en la península que le costaba trabajo poder escribir algo que valiese la pena. Para él, en una década que llevaba viviendo en la California había visto pocos cambios, salvo que cada vez el número de los indígenas se reducía más y, anticipándose al explorador de la Alta California, san fray Junípero Serra, le mencionó a su hermano que era imperioso que continuasen las exploraciones hacia el septentrión peninsular. Sin embargo, no puede descartarse la idea de que es muy probable de que Baegert haya enviado más cartas a su familia luego de la de 1761, aunque estas, si siguen existiendo, están aún por encontrarse.

De las cartas del padre Johann Jacob Baegert, además de su inmenso valor etnográfico, pueden rescatarse múltiples aspectos. En primer lugar, éste cuerpo epistolar presenta una faceta mucho más íntima y humana del misionero alemán, que si bien no difiere tanto de lo que se trasluce luego de una lectura minuciosa de sus Noticias en cuanto a su personalidad colérica y poco afable, empero, sí muestra que sus opiniones hacia los californios eran mucho más matizadas a como se muestran en su libro. Además, el recelo que sentía hacia los españoles se hace mucho más evidente en sus cartas, dándole gracias a Dios que su trato con ellos era sólo para lo indispensable en lo que concernía a su apostolado, y prefiriendo pasar el tiempo en servicio hacia sus feligreses; no obstante, su perenne incomprensión hacia ellos, así como su tendencia huraña, hizo que jamás amistara con ellos y que más bien los estudiara a la distancia, casi como un zoólogo con los animales salvajes. Esto le trajo como consecuencia un gran aislamiento que pudo agriar aún más su carácter, sólo manteniendo amistad con su vecino el padre Hostell y con su brillante colega Franz Inama, llegando a llorar cuando se separó de ellos en Flandes.

A manera de una opinión personal, muy posiblemente la diatriba tan feroz que el padre Baegert escribió en gran parte de sus Noticias se deba al carácter apologético de la misma, que si bien él afirma no querer escribir una obra polémica, no hesita en emprender una filípica contra los protestantes y las ideas de Jean-Jacques Rousseau. Para lograr su cometido, Baegert tuvo que omitir en su obra sus sentimientos de lástima y compasión hacia los californios, resaltando mayormente lo negativo, empero, sin dejar de mencionar las pocas cualidades que les veía. Con esto, se explicarían aquellas líneas de su obra en las que menciona el momento en que tuvo que partir de la California: Luego de la misa, se produjo tal universal brote de sollozos entre los californios presentes, que entonces no sólo fui llevado a las lágrimas sin poder evitar el sollozar; sino que aún hoy, al escribir estas líneas, amargas lágrimas bañan mis ojos. Al final, muy a su manera y con unos claroscuros que recuerdan a los de la soberbia catedral de Estrasburgo, en su natal Alsacia, Baegert llegó a querer a los californios.

Finalmente, sería interesante que las instituciones culturales sudcalifornianas, buscaran la manera de reeditar las cartas de Baegert, ya sea desde su traducción al inglés, o aún mejor, traducirlas por primera vez al español. Con esto, se lograría dar a conocer a un mayor público estas epístolas de gran valor histórico-cultural para la Sudcalifornia, ya que el libro donde se compilan está descontinuado y tuvo un tiraje muy limitado, por lo cual es muy difícil de conseguir. En pocas palabras, el controversial padre Johann Baegert está lejos de ser un personaje agotado para futuros estudios de historia regional.

Bibliografía:

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez.

Clavijero, F.X. (2007). Historia de la Antigua o Baja California. Ciudad de México: Editorial Porrúa.

Crosby, H.W. (1994). Antigua California: Mission and Colony on the Peninsular frontier, 1697-1768. Albuquerque: University of New Mexico Press.

Martínez, P.L. (2011). Historia de Baja California. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Martínez-Morón, N. (2018). La California de Baegert. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Nunis, D.B. (1982). The letters of Jacob Baegert 1749-1761: Jesuit missionary in Baja California. Los Ángeles: Dawson’s Bookshop

Ponce-Aguilar, A. (2011). Misioneros jesuitas en Baja California, 1683-1768. Tijuana: Bubok Publishing.

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Las cartas de Johann Baegert: La otra cara del libro negro de la California (I)

 

Colaboración Especial

Por Francisco Draco Lizárraga Hernández

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El período jesuítico de la Antigua California, al igual que prácticamente toda la era colonial hispanoamericana, es un tema lleno de matices y que levanta pasiones en torno a los sucesos que ocurrieron, así como también, hacia los personajes que participaron en ellos. En el caso de la historia de la península de Baja California, dentro de toda la miríada de misioneros que peregrinaron por estas tierras, el que sin lugar a dudas ha generado más opiniones encontradas, es el alsaciano Johann Jacob Baegert. El ilustre autor de la clásica obra Historia de Baja California, don Pablo L. Martínez, nunca se cansó de decir que la magnum opus de éste jesuita alemán, Noticias de la península americana de la California, representaba el libro negro de todas las crónicas misionales de la Antigua California.

La opinión de don Pablo L. Martínez, no es del todo infundada ya que, tomando en cuenta el tono lapidario y mordaz de la obra del padre Baegert, es posible percatarse que éste sacerdote alemán poseía un carácter ríspido y furibundo, además de transmitir una amarga frustración sobre lo que él percibía como el fracaso de las misiones; ante esto, el ilustre historiador sudcaliforniano escribió que el testimonio del alsaciano permite darnos cuenta de que el religioso estaba inconforme con su profesión de fe. Para el lector aficionado a la historia de la península de Baja California, especialmente para los que son oriundos de la región –como lo era el caso del profesor Martínez–, puede resultar bastante impactante, e incluso cruel, leer las tan amargamente famosas primeras líneas del libro de Baegert, que dicen: Todo lo concerniente a la California es tan poca cosa, que no vale la pena alzar la pluma para escribir algo sobre ella. De miserables matorrales, inútiles zarzales y estériles peñascos; de casas de piedra y lodo, sin agua ni madera; de un puñado de gentes que en nada se distinguen de las bestias, si no fuera por su estatura y su capacidad de raciocinio, -¿qué gran cosa debo, qué puedo decir?.

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A causa de todo esto, la mayor parte de los aficionados y conocedores de la historia de la California se imaginan al padre Johann Baegert como un sacerdote amargado, colérico, socarrón y misántropo, en otras palabras, un misionero oscuro. No obstante, cuando uno lee con mayor detenimiento las Noticias de la península americana de la California, y se analiza la obra dentro del contexto de su época, uno comienza a percatarse de que el alsaciano no buscaba simplemente lamentarse de los 17 años que pasó como misionero entre los guaycuras, en la misión de San Luis Gonzaga, y de paso hacer una feroz diatriba contra la península y sus habitantes; más bien, lo que buscaba era desmentir las falsas noticias que se tenían en Europa sobre la California que, tal vez, aún bajo la influencia de las novelas de caballerías y los testimonios apócrifos de presuntos exploradores, se pensaba que era un país próspero, con clima inmejorable y bastante poblado. Obviamente, esto último era absolutamente espurio, empero, los cronistas jesuitas españoles que nunca visitaron la península, como los padres Miguel Venegas y Francisco Xavier Clavijero, y aun los que sí vivieron muchos años aquí, como Miguel del Barco y Fernando Consang, jamás se dedicaron a desmentir estos falsos rumores sobre las presuntas riquezas californianas en sus respectivos reportes y obras. Por el contrario, algunos de ellos, como el padre Venegas, mantuvieron en sus crónicas muchas de las inexactitudes y errores que circulaban en Europa sobre la California durante el siglo XVIII.

Baegert, por su parte, con su talante acucioso y directo, no dudó en alzar su pluma y refutar todas estas falsas noticias sobre la California. Asimismo, se atrevió a reprender y corregir a sus colegas españoles –tanto peninsulares como nacidos en América–, esto al decir que sus crónicas californianas eran, en palabras suyas, tomos gruesos que contienen toda clase de descripciones y datos innecesarios, traídos por los cabellos y exagerados por medio de palabras rimbombantes. De esta manera, alejándose de todo el intrincamiento de las obras anteriores y adoptando un peculiar tono que oscila entre lo sarcástico y taciturno, el padre Johann Baegert, le dedicó poco más de 250 páginas a la península de la que no vale la pena alzar la pluma para escribir algo sobre ella. Con todo esto, la visión que don Pablo L. Martínez tenía sobre el libro de éste jesuita alemán, pareciera debilitarse.

No obstante, el profesor Pablo L. Martínez, quien dicho sea de paso era un aguzado estudioso de las crónicas jesuíticas sobre la Antigua California y que tenía una particular admiración por el padre Clavijero, jamás tuvo acceso a unos documentos que, de haberlos leído, posiblemente hubiesen cambiado sustancialmente su opinión sobre Johann Jacob Baegert: las cartas que éste sacerdote escribió a su familia, especialmente a su hermano George, también jesuita, durante su apostolado en la península. El hecho que las epístolas del padre Baegert hayan llegado a nuestros días ya es un hecho sumamente destacable e, inclusive, azaroso, tanto, que pudiera considerarse casi un milagro, considerando todo el contexto en el que se preservaron inéditas durante casi 200 años. Para explicarlo, hace falta remontarse al momento de la expulsión de los jesuitas de la Nueva España, pasando por el retorno de Johann Baegert a su natal Alsacia y lo que sucedió luego de su defunción.

Una vez que los jesuitas fueron desterrados de los imperios borbónicos en 1768, es decir, de España y Francia, sus respectivos monarcas, Carlos III y Luis XV, dieron una dispensa a los ignacianos cuya nacionalidad no pertenecía a estos dos países, como lo eran Baegert y sus demás compañeros de origen alemán. Dicha excepción consistía en que a estos religiosos se les permitiría viajar a sus países de origen, a diferencia de los de origen español, francés o portugués, que fueron deportados directamente a Roma. En al caso específico del padre Johann Baegert y los demás jesuitas de origen alemán que misionaron en la California, como Franz Inama, George Retz y Lambert Hostell, en cuanto estos llegaron al puerto de Cádiz, España, se les separó de sus hermanos españoles y a los pocos días llegó una goleta de Flandes, en la que se embarcaron el 16 de marzo de 1769. El 13 de abril de ése mismo año, los misioneros alemanes llegaron al puerto de Ostende, Bélgica, y de ahí cada uno regresó a sus lugares de origen.

Desafortunadamente para el padre Baegert, su ciudad natal, Séléstat –Schlettstadt, en alemán–, estaba bajo el dominio de la corona francesa, al igual que el resto de Alsacia, así que no le fue permitido permanecer mucho tiempo en ella; sin embargo, esta breve estancia le sirvió para consultar las cartas que le había enviado a su familia a lo largo de su apostolado en la California, mismas que le sirvieron como base para la redacción de su obra Noticias de la península americana de la California. Esto último puede notarse al comparar la correspondencia privada del sacerdote con su libro ya que existen pasajes que son prácticamente idénticos entre ambas obras, empero, sus cartas poseen un tono mucho más personal e intimista que su crónica.

Luego de dejar por última vez su amada Alsacia, el padre Johann Baegert se estableció en la pequeña ciudad alemana de Neustadt an der Weinstraße, en la región del Bajo Palatinado. Ahí, el veterano sacerdote se instaló en el colegio que la Compañía de Jesús tenía en ésa ciudad, sirviendo como confesor, director espiritual y profesor de teología, trayéndole cierto consuelo a su ánimo tan dolido luego de su deportación. Durante éste tiempo, Baegert entró en contacto con las obras que versaban sobre la California y que ya estaban en circulación en Europa. Naturalmente, estas no fueron de su agrado y, como ya se mencionó, se empeñó en escribir su propia crónica a partir de, en palabras de él mismo, única y exclusivamente de mi propia experiencia, […], lo que me ha pasado a mí en persona; lo que vi y como lo vi yo mismo, o que he oído de las personas que vivieron conmigo en California. De igual manera, en el prólogo de sus Noticias, el padre Baegert aclara que también ha sido impulsado por sus amigos, familiares y compañeros de Orden para escribir su libro ya que ellos, al haber leído las cartas que les había enviado años antes, pronto se percataron de todas las falsedades que se decían de la California.

Después de dos años de trabajo, en 1771, se publicó la primera edición de las Noticias de la península americana de la California en la ciudad de Mannheim, Alemania. La obra fue muy bien recibida y pronto se tradujo al francés en Estrasburgo, en su natal Alsacia. Gracias a esto, Johann Baegert elaboró una segunda edición de su obra en la que agregó todo un anexo intitulado Noticias falsas sobre la California, misma que fue publicada en 1773; muy desafortunadamente, el jesuita alsaciano ya no pudo verla publicada ya que falleció en Neustadt el 22 de septiembre de 1772, a los 54 años de edad, siendo sepultado en las criptas de la iglesia ignaciana de esta ciudad.

Luego de su defunción, las cartas del padre Baegert pasaron a manos de uno de sus hermanos, el sacerdote diocesano Franz Xavier Baegert, quien era párroco de la Dürningen, un pueblo de Alsacia. Una característica interesante es que su hermano Franz se quedó tanto con las cartas originales, escritas casi todas en latín, como era costumbre en la correspondencia de los jesuitas de la época, así como con las traducciones al alemán que hizo su otro hermano jesuita, George. Una vez que organizó todo el corpus de epístolas, el padre Franz hizo un juego de copias de las traducciones al alemán que se lo envió a su único hermano que quedaba con vida, fray Stanislaus Baegert, sacerdote capuchino, quien residía en Estrasburgo y pudo enviar la correspondencia de su finado hermano a periódicos y editoriales locales para su eventual publicación. Tristemente, fray Stanislaus falleció a finales de 1772, lo cual demoró la publicación de las epístolas del padre Johann varios años. Casi un lustro después, en 1777, el padre Franz Baegert pudo publicar por partes una de las cartas de su difunto hermano –la primera que escribió estando en la California– en un semanario de Estrasburgo, Der Patriotische Elsässer, el Patriota Alsaciano en castellano.

Según consta dentro de los archivos de ése mismo periódico, la carta del padre Johann Jacob Baegert tuvo una gran aceptación por parte de los estrasburgueses y, al final del número donde en el que su publicó la última parte de esta epístola, el editor del semanario anunció a sus lectores que se publicarían más cartas escritas por éste jesuita durante su apostolado en la California. No obstante, éste periódico dejó de circular a finales de 1777, razón por la cual las demás cartas del misionero alsaciano quedaron inéditas. Un año después, el padre Franz Xavier Baegert falleció en el pueblo donde era párroco y, al no haber descendencia de ninguno de los hermanos Baegert, las cartas del padre Johann pasaron a manos de un pariente de ellos por vía materna, el abad Johann Adam Scheideck, un fraile dominico y quien estaba a cargo de un asilo de ancianos en Séléstat, el pueblo natal de los Baegert.

Por lo visto, el abad Scheideck no tuvo mucho interés en publicar las demás cartas de su pariente, pero sí consiguió encuadernar uno de los juegos de copias, el cual se ha conservado hasta la actualidad. Con el estallido de la Revolución francesa en 1789, y aún más con la cruenta persecución anticlerical que se vivió en Francia a partir de 1793, el abad escapó a Suiza, llevando consigo el manuscrito encuadernado. Aunque no se sabe a ciencia cierta, es altamente probable que las cartas originales escritas por el padre Johann Baegert, así como las traducciones y copias hechas por sus hermanos, hayan sido confiscadas por parte de los revolucionarios franceses al considerarlas como propiedad de la Iglesia.

Si éste fue el caso, la correspondencia del misionero alsaciano fue enviada a la Biblioteca Municipal de Estrasburgo, donde muy probablemente fueron consumidas por el fuego durante el gran incendio de éste recinto en 1870, en el cual se perdieron tres cuartas partes de los documentos que atesoraba. Esto explicaría por qué no se conserva ningún registro ni copia de las cartas originales en Alsacia o en las diócesis circundantes. Además, en caso de que las originales hayan permanecido en el colegio jesuita de Mannheim, difícilmente pudieron haber sobrevivido al masivo bombardeo que sufrió esta ciudad durante la Segunda Guerra Mundial, el cual destruyó todo su centro histórico, que es donde se encontraba el colegio de la Compañía de Jesús. En pocas palabras, lo más seguro es que las cartas originales del padre Johann Jacob Baegert ya no existan.

En lo que respecta a la copia encuadernada del abad Johann Adam Scheideck, éste regresó a Séléstat en 1800 luego de que Napoleón iniciara negociaciones con el papa Pío VII para regularizar la situación de la Iglesia en Francia y restablecer relaciones diplomáticas con los Estados Pontificios. A los pocos años falleció el abad Scheideck, luego de lo cual el paradero de su juego de copias se pierde por un buen tiempo. Después, se tiene registro de que éste manuscrito llegó a manos de un tal profesor Kirschleger, botánico de la Universidad de Estrasburgo, hacia la segunda mitad del siglo XIX. Luego de su defunción, su viuda donó las cartas a la Biblioteca Municipal de Estrasburgo en 1872, donde permanecieron un siglo sin alteración hasta que en 1972 se les hizo una copia en microfilme. A partir de esta última, en 1982, el historiador estadounidense Doyce B. Nunnis y la profesora alemana Elsbeth Schulz-Bischof elaboraron la primera y única edición de las cartas del padre Johann Baegert, traduciéndolas del alemán al inglés. Considerando todo lo anterior, realmente es casi un milagro se haya conservado hasta el día ése manuscrito encuadernado del abad Scheideck, sin el cual no se pudiera conocer la correspondencia que Johann Jacob Baegert mantuvo con su familia durante su apostolado, misma que es una ventana hacia el interior de la mente de éste controvertido jesuita alemán.

Continuará…

Bibliografía:

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez.

Clavijero, F.X. (2007). Historia de la Antigua o Baja California. Ciudad de México: Editorial Porrúa.

Crosby, H.W. (1994). Antigua California: Mission and Colony on the Peninsular frontier, 1697-1768. Albuquerque: University of New Mexico Press.

Martínez, P.L. (2011). Historia de Baja California. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Martínez-Morón, N. (2018). La California de Baegert. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Nunis, D.B. (1982). The letters of Jacob Baegert 1749-1761: Jesuit missionary in Baja California. Los Ángeles: Dawson’s Bookshop

Ponce-Aguilar, A. (2011). Misioneros jesuitas en Baja California, 1683-1768. Tijuana: Bubok Publishing.

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