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Apuntes históricos sobre los Pericúes

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra media mitad sur de la península de Baja California fue habitada por tribus que descendieron desde el norte del continente hace aproximadamente unos 12,500 años. Conforme estos grupos fueron descendiendo, se establecieron en lugares donde encontraban condiciones propicias para alimentarse y tener refugio. En la región más austral de nuestra península, lo que hoy es el territorio del Municipio de Los Cabos, fue habitado por una gran cantidad de grupos, los cuales compartían una lengua así como ciertas costumbres. A la llegada de los misioneros españoles se les denominó con el nombre de pericús o pericúes.

La principal fuente de información sobre los grupos étnicos nativos de la península han sido los textos misionales que nos dejaron los sacerdotes pertenecientes a la Compañía de Jesús, y que por espacio de 70 años cohabitaron con estos grupos. Además de lo anterior se cuenta con unos pocos textos escritos por exploradores, militares e incluso corsarios, que estuvieron de paso por estas tierras, y que nos narraron sus encuentros, en el caso que nos ocupa, con los pericúes, y las impresiones que en ellos causaron. Finalmente mencionaremos a algunos antropólogos y exploradores de la primera mitad del siglo XX, los cuales han realizado interesantes hipótesis sobre las osamentas encontradas y los asentamientos de estos grupos. Algunos de estos investigadores son William C. Massey y Paul Rivet, entre otros.

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Se cree que la población total de los pericúes, a la llegada de los colonos europeos para fundar la Misión de Santiago en 1721, era de aproximadamente de unos 5,000 individuos. Conforme fueron conociendo a los integrantes de este grupo, se encontraron con que dentro de ellos había divisiones por su dialecto: los hucitíes, los coras, los edús o edúes y los denominados propiamente pericúes; sin embargo, los religiosos, para poder denominarlos sin mayores problemas, decidieron atribuirles a todos el nombre de pericúes. Al parecer el origen de este nombre se debe a la dificultad que tenían los colonos para poder entender su lenguaje, ya que hablaban rápidamente y con un tono agudo, “semejante al de los periquitos”, de ahí que decidieran nombrarlos como “pericúes.

Investigadores como Rivet, sostuvieron la explicación sobre el origen de los pericúes, como descendientes de grupos que arribaron a la península por mar, procedentes de la polinesia y norte de Australia. Esta suposición se basaba en las características de sus cráneos, los cuales eran hiperdolicocéfalos (largos y anchos), muy semejantes a los habitantes de la Polinesia. Además, la lengua de los pericúes era totalmente diferente a la de los demás grupos de la península. Esta hipótesis continúa siendo investigada.

Como ya se mencionó, el territorio que ocupó este grupo fue la punta sur de la península Californiana, desde Cabo San Lucas hasta el Cabo Pulmo, junto con las grandes islas del sur del Golfo de California –como Cerralvo, Espíritu Santo, Partida y San José. Se dice que su complexión física era fuerte, y su color de piel era más claro que el de los demás habitantes de la California. Los hombres andaban desnudos y, de acuerdo a lo descrito por Clavijero, adornaban toda la cabeza de perlas, enredándolas y entreverándolas con los cabellos, que mantenían largos. Entretejían con ellas unas pequeñas plumas blancas, resultando de todo un adorno postizo que, visto de lejos, pudiera pasar por peluca. También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas”. Sobre la vestimenta de las mujeres nos dice: Las más decentes en vestirse eran las mujeres de los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas. Hay en este pedazo de tierra cierta especie de palmas, distintas de las que producen los dátiles, y de éstas se valen las indias, para formar sus faldellines. Para esto golpean sus hojas, como se hace con el lino, hasta que salen esparcidas las hebras, las cuales, si no son tan delicadas como las del lino, a lo menos quedan, machacadas de este modo, más suaves que las del cáñamo. Su vestido se reduce a tres piezas, dos que forman juntas una saya, de las cuales la mayor, poniéndola por detrás, cubre también los dos lados volteando un poco para delante, y llega desde la cintura hasta media pierna o poco más. La otra pieza se pone por delante, cubriendo el hueco que dejó la mayor, pero sólo llega a las rodillas o muy poco más. La tercera pieza sirve de capotillo o mantelina con que cubren el cuerpo desde los hombros hasta la cintura o poco más. Estos vestidos no están tejidos sino engasados de hilos, o diremos mejor cordelillos, unos con otros por el un extremo, como en los flecos, deshilados o guadamaciles, quedando pendientes a lo largo en madejas muy tupidas y espesas. Y aunque labran unas pequeñas telas de estas pitas o hebras de palmas, no son para vestirse sino para hacer bolsas y zurrones, en que guardan sus alhajuelas. Estas indias del cabo de San Lucas crían el cabello largo, suelto y tendido por la espalda. Forman de figuras de nácar, entreveradas con frutillas, cañutillos de carrizo, caracolillos y perlas, unas gargantillas muy airosas para el cuello, cuyos remates cuelgan hasta la cintura y, de la misma hechura y materia, son sus pulseras.

La mayor parte de su alimentación consistía en peces, aves, pequeños mamíferos marinos, bivalvos, venados, frutas y semillas. Los pericúes que habitaban en la costa, eran excelente nadadores, y habían desarrollado la construcción de una especie de canoa la cual consistía en unos 4 o 5 troncos, a los que amarraban con cuerda obtenida al machacar el agave. Con este tipo de canoas podían navegar hasta 5 o 7 kilómetros al interior del mar, y quizás mucho más, de ahí que lograron desplazarse a las Islas San José, Cerralvo y Espíritu Santo, las cuales poblaron desde hace 10 mil años. Las herramientas que utilizaban eran el arco, flechas, percutores, tajadores, raspadores, silbatos de hueso de venado o pelícano, arpones de madera, anzuelos de concha, cestas elaboradas con ramas flexibles de algunos arbustos, perlas acanaladas.

Dentro de su cosmovisión, ellos creían en un Dios supremo: Niparaja, el cual tenía por esposa a Anajicojondi. Tuvo tres hijos con ella, entre los que podemos mencionar a Cuajaip. Creían que existía un Gran señor, el cual luchó contra Niparaja, y fue derrotado. Su nombre era Tuparán o Bac. Dentro de su cosmovisión existían otros seres como Purutahui: Creador de las estrellas, y Cucunumic. Creador de la luna. Se ha difundido mucho que los pericúes eran polígamos, y que cuando llegaban extranjeros a visitarlos, ellos les ofrecían a sus mujeres, para que tuvieran sexo; sin embargo, este tipo de relatos son contradictorios, ya que existen otras fuentes donde narran que eran monógamos y que cuidaban mucho a sus mujeres para evitar que fueran violentadas. Desde mi punto de vista considero que era cuestión de elección personal, tanto del hombre como de la mujer si deseaba ser monógamo o no.

En cuanto a las costumbres funerarias, la antropóloga Harumi Fujita, ha realizado una serie de exploraciones en la Isla Espíritu Santo, en entierros que se han encontrado, obteniendo las siguientes conclusiones: los cuerpos eran colocados dependiendo de la jerarquía del individuo, de tal forma que en el lugar central de una cueva se ubica al individuo que tuvo más poder. Se les sepultaba con sus objetos más valiosos como puntas de flecha, conchas, anzuelos, perlas acanaladas, etc. En el caso de los concheros era común que se les sepultara colocando conchas o madreperlas en diferentes partes del cuerpo o frente a ellas como un símbolo de identidad del grupo. Se piensa que la colocación de cuerpos dentro de una cueva era un símbolo de renacimiento por asociación con la matriz. En los entierros que datan del año 1000 d.C. en adelante se aprecia un trato diferenciado a los familiares del difunto los cuales eran sepultados en la misma cueva. Se cree que las costumbres funerarias surgieron posteriormente al seminomadismo cuando los grupos tenían asegurado, al menos por un buen periodo de tiempo, la alimentación y entonces procedieron a crear un sistema socioeconómico, político y religioso sólido como una forma de control. Los entierros se hacían al azar en los mismos sitios donde habitaban los Californios. Todos los cuerpos enterrados se realizaron de forma flexionada pero sin un orden preestablecido.

De acuerdo a los informes de los misioneros jesuitas, los pericúes era el grupo más rebelde y belicoso de la península. Siempre se mostraron renuentes a aceptar la aculturación que iniciaron los colonos. La gran rebelión iniciada en el año de 1734 en las Misiones de Santiago y San José del Cabo, así como la violenta represión, vino a reducir drásticamente la cantidad de pericúes. Durante los siguientes años y hasta la salida de los jesuitas en 1768, las grandes epidemias de sífilis, sarampión y viruela atacó con mayor virulencia a las poblaciones de indígenas del sur de la península, de forma que, a finales del siglo XVIII, los pericúes estaba extintos lingüística y culturalmente.

Conforme se fue poblando esta zona, antes habitada por los pericúes, por los colonos europeos que llegaban a esta zona, varios de ellos se casaron y procrearon familias con los últimos pericúes que quedaban, de tal forma que en la actualidad existen pobladores que genéticamente son descendientes de este linaje ancestral.

 

Referencias bibliográficas:

Clavijero, F. J. (1770). Historia de la Antigua o Baja California.

Fujita, H (sin fecha). Proyecto El Poblamiento De América Visto Desde La Isla Espíritu Santo, B.C.S.

G. Cervantes. L. E. et al (sin fecha). Materiales Arqueológicos: Una Revisión De Algunos Ejemplares, A Lo Largo De La Historia.

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La Segunda cosecha. Una singular práctica de los Californios

 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nunca en la historia de la humanidad ha habido un proceso evolutivo homogéneo en todas partes del orbe. Mientras que en África y Asia daban inicio los primeros asentamientos humanos populares, y con ello era punto de partida para el desarrollo de toda una cultura compleja, en la mayor parte del mundo los grupos humanos vivían en el neolítico, desconociendo no sólo la escritura sino el metal y la rueda. Es debido a lo anterior, que no debe extrañarnos, que los colonos europeos al llegar a nuestra península de Baja California, a principios del siglo XVI, encontraron a grupos étnicos con un desarrollo evolutivo clasificado en el paleolítico.

¿Cómo se ha caracterizado la forma de vida en la era paleolítica de la humanidad? El Lic. Antonio Gómez-Guillamón Buendía nos comenta lo siguiente La existencia de abundante caza favoreció el desarrollo de la industria lítica, con la producción de cantos, bifaces, raederas, raspadores, perforadores, hojas de laurel y arpones. El hombre del Paleolítico buscaba hábitats cercanos al agua para garantizar su supervivencia. Los primeros homínidos vivían en cuevas para protegerse de las inclemencias del tiempo. La evolución humana propició el abandono progresivo de las cuevas en beneficio de cabañas provisionales, generalmente de planta circular, realizadas con ramaje. En las cuevas, el ser humano desarrolló el arte paleolítico con pinturas minerales sobre escenas de caza y rituales mágicos. La religión primitiva se basaba en la adoración de los elementos de la naturaleza. El final de las glaciaciones supuso el final del Paleolítico y el paso al Mesolítico. Esta etapa  fue común a todos los grupos del orbe, sin embargo lo que originó que se pudiera pasar de esta etapa a otras más evolucionadas fue en gran medida el intercambio con otros grupos que venían de sitios lejanos, y a contar con un medio ambiente que les proporcionara las suficientes condiciones como para pasar hacia la agricultura, y con ello a contar con tiempo libre para desarrollar una cultura más compleja.

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Las variables que acabamos de enunciar en el párrafo anterior, no las tuvieron los habitantes de nuestra península. Por el hecho de estar confinados en una península fueron pocos y muy esporádicos los intercambios que se tuvieron con grupos externos, lo que no impactó en la cultura incipiente de los Californios. Además de lo anterior, el medio ambiente de nuestra península, principalmente el de la parte central y sur, era desértico por lo que obligaba a sus moradores a vivir de la recolección de frutos y la caza, lo que los llevaba a un nomadismo casi permanente. Debido a lo anterior el proceso evolutivo en cuanto a los aspectos que definen a una cultura tardaron mucho más en darse, lo que originó el paleolítico fosilizado, como lo enuncia el Dr. Miguel León-Portilla, al ubicar a nuestros antiguos pobladores.

Estas consideraciones permitirá al lector comprender muchas de las manifestaciones de los grupos étnicos originarios que a los ojos de los colonos europeos les parecieron monstruosas e inexplicables, siendo una de ellas la llamada segunda cosecha. El sacerdote Juan Jacobo Baegert, misionero de San Luis Gonzaga Chiriyaqui, describe este suceso de la siguiente manera las pitahayas encierran una gran cantidad de pequeñas semillas, como granos de pólvora, que el estómago, sin que sepa yo el porqué, no puede digerir y que las evacua intactas. Para aprovechar estos granitos, ellos juntan, en la época de las pitahayas, todos los excrementos y recogen de ellos la mencionada semilla, tostándola y moliéndola para comérsela entre bromas; lo que llaman los españoles la segunda cosecha o la de repaso. Ahora, si esto lo hacen por necesidad, por glotonería o por amor a las pitahayas, me abstengo de decidir; es muy posible creer que sean los tres motivos los que los conducen a tal asquerosidad. Se me hizo difícil dar crédito al informe que sobre esto me dieron, pero he tenido que verlo varias veces y sé que no pueden, desgraciadamente, desistirse de esta costumbre muy arraigada, como tampoco de otras parecidas.

Otro de los misioneros que por espacio de 34 años vivió en nuestra península, 32 de ellos en la misión de San Francisco Javier de Vigge-Biaundó, Miguel del Barco, lo describe de la siguiente manera dando aún más detalles Parece que se dolían de que, comiendo esta fruta, tan estimada de ellos, se les escapase su semilla sin poder tomarla su gusto particular y no pudiendo de otro modo separarla, inventaron el siguiente. En tiempo de pitahayas, en que regularmente no comían otra cosa, cada familia prevenía un sitio cerca de su habitación en que iban a deponer la pitahaya después de digerida según orden natural; y para mayor limpieza ponían en aquel sitio piedras llanas o yerbas largas y secas o cosa semejante, en que hacer la deposición sin que se mezclase con tierra o con arena. Después de bien seca, la echaban en las bateas las mujeres, desmenuzándola allí con las manos hasta reducir a polvo todo lo superfluo y que no era semilla de pitahayas sin que esta operación les causase más fastidio que si anduvieran sus manos entre flores. Para apartar aquel fétido polvo de la semilla, movían la batea como se hace cuando se limpia cualquiera grano. Quedando ya sola la semilla en la batea, echaban sobre ella brasas y la tostaban como las demás semillas; pero ésta de que tratamos, echa de sí un fetor intenso, que se difunde por mucha distancia. Seguíase después el molerla y comerla hecha polvo, como cosa regalada; y como tal, en una de las visitas que el padre Francisco María Píccolo hizo a los gentiles, le regalaron éstos con algo de tal harina, que el padre, sin saber lo que era, comió por darles gusto y mostrar aprecio de su regalo: cosa que, divulgada entre los padres, fue algunas veces materia de diversión cuando concurrían con el padre Píccolo. Esto es lo que en la California suelen llamar la segunda cosecha de las pitahayas, la cual era común a todas las naciones de la península; pero en las misiones antiguas poco a poco la han ido dejando; y si en ellas aún queda algo de esto, será poco y sólo entre los viejos.

El padre del Barco era Español y el padre Baegert era Alsaciano (influencia francesa y alemana) por lo que podemos concluir que ambos procedían de una cultura en donde este tipo de hábitos, y muchos otros que tenían los Californios no eran practicadas e incluso desconocidas, por lo que al apreciarlas se les hacían sumamente primitivas, y por decir lo menos, poco higiénicas. Sin embargo, en descargo de nuestros queridos Californios, podemos decir que en una tierra donde se pasaban frecuentes hambrunas, y el conseguir un poco de alimento que pudiera calmar, aunque sea por poco tiempo, el hambre sempiterna de los habitantes, ese tipo de costumbres alimentarias eran socorridas y hasta incluso realizadas de forma sistemática y como bien se dijo, las pudieron apreciar en todos los grupos étnicos que en aquel entonces habitaban la península conocida.

Finalmente, como aspecto anecdótico es importante mencionar que los mismos europeos de aquella época, cuando se encontraban en situaciones extremas en donde lo más importante era la supervivencia, no tenía el menor recato en recurrir a comer alimentos que repugnarían a los mismo Californios, que tanto tachaban de comer lo que fuera. Tal es el caso de los relatos que se hacen de la alimentación a bordo del Galeón de Manila en su viaje de retorno (tornaviaje) el cual podía durar hasta 5 meses, y durante este largo trayecto, la tripulación y pasajeros terminaban por comer galletas podridas y engusanadas, ratas e incluso un agua verdosa, la cual despedía olores fétidos. También no se descarta la antropofagia, cosa que jamás fue practicada en la antigua California.

Los antiguos Californios eran individuos de su tiempo por lo que invito a todo aquel/aquella que desee acercarse a su cultura e historia para contemplarla en toda su magnificencia, debe hacerlo liberado de prejuicios impuestos por una cultura reciente.

Bibliografía

Barco, Miguel del, Historia natural y crónica de la antigua California. Adiciones y correcciones a la noticia de Miguel Venegas (formato PDF), 2a. ed. corregida, estudio preliminar, notas y apéndices por Miguel León-Portilla, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1988, 482 p., dibujos y mapas (Serie Historiadores y Cronistas de las Indias

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez

Lic. Antonio Gómez-Guillamón Buendía     Consultado 01 de agosto de 2022.

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