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Te seguiré buscando

FOTO: Cortesía

Concurso Carta Al Padre 2019

Mención Especial

Por Diana Karina González Cota

 

No he dejado de buscarte. Al principio te buscaba todo el tiempo, en la casa, en tus cosas, en la cama y en la silla de ruedas, pero no encontraba nada más que objetos vacíos e inútiles, porque no estabas tú para darles sentido. Llena de rabia y dolor, lloré tanto y tan desesperadamente como si eso pudiese hacerte volver, para verte y despedirme por última vez, otra vez.

El doctor dijo despídanse, ya déjenlo ir. En esos momentos los doctores aceptan dignamente la derrota de su profesión y hablan de Dios, porque saben que ni todo el conocimiento de una enfermedad te prepara para hablar de la muerte. Pero él jugó limpio, nunca mintió, nunca vendió esperanzas; siempre dijo que ese día llegaría. Lo intenté, te dije adiós, en silencio y casi a gritos, te dije gracias miles de veces, siendo la única palabra que pude articular entre mis sollozos, pero nada de eso me sirvió.

Yo no quería despedirme, por eso te seguí buscando. No te encontré en el mundo físico, así que te busqué en mis sueños. Primero fueron horribles pesadillas, donde volvía el dolor de verte indefenso, desprovisto de tu fuerza, incapaz de protegerme, yéndote lentamente quién sabe a dónde; y al despertar me daba cuenta que, en el mundo real, la angustia de perderte se había ido contigo. Luego aparecías más feliz que nunca, inmune a cualquier amenaza, invencible, capaz de todo, y ahí yo pude decirte todo lo que en el mundo de los vivos se me quedó atorado en la garganta tantas veces.

De esos sueños rescaté las huellas de tus enormes manos, el ángulo exacto en que tu ceño se fruncía, tus dientes perfectamente alineados detrás de tu sonrisa, el olor a aceite mezclado con tu perfume, el arrastrar de tus botas, el sonido de tus llaves tintineando de tu cinto, el rechinido de tus dientes, el tronido de tu rodilla izquierda. Memoricé cada cosa tuya porque de alguna forma tenía que hacerte volver.

Te soñé diario por meses hasta que dejaste de venir con tanta frecuencia. Convencida de que solo me quedaba el pasado, necesitaba grabar en mi memoria cada uno de tus días, entonces te busqué en mis recuerdos y en las fotos, pregunté de ti lo que no sabía, recreé escenas, llené algunos huecos de olvido y me aprendí tu vida mejor que la mía.

Solo así pude comprenderte, dejar de juzgarte y aceptarte con tus incongruencias: con tu dolor que a veces dañaba, con tu obsesión al trabajo, con tus vicios, con tu necesidad de control, con tu temor a fallar y a faltar; con tu sensibilidad y tu amor infinitos, con tu alegría, con tu seriedad, con tu moral, con tu inquebrantable carácter, con tu mano dura pero justa. Solo así te supe ser humano.

FOTO: Cortesía.

Cuando tenía el valor, visitaba esos lugares en los que dejaste rastro de tu existencia, hablaba de ti con otras personas buscándote en ellas y en sus recuerdos. Muchas veces te vi en tus hermanos y en tu madre, que tuvo el buen tino de darles los mismos ojos a todos, como si hubiera sabido desde siempre, que muy temprano dejaría de ver los tuyos. Todavía contengo el llanto al verles y visitar esa casa donde ahora estás en las fotos de los muertos.

Después te busqué en la gente nueva que, al conocerme, tenía la necesidad de conocerte, porque para conocer a alguien debes comprender de donde viene. Y en el proceso de hablar de ti y lo que hay de ti en mí, me he reconstruido, y me duele, porque la niña y la joven que fui se han ido, y tú con ellas. Me hubiese encantado volvernos a conocer ahora, tú más paciente y yo menos inexperta, que nos hubiésemos podido seguir conociendo, cuando yo fuese esa que aún no soy y tú el que no pudiste ser.

Todo el mundo dice que después de la tormenta viene la calma. Tienen razón, pero nadie dice que después de la calma se siente el vacío, y aunque mueves escombros y reconstruyes los espacios, si prestas atención, el vacío sigue ahí. Así ha sido esta infinita despedida. Transitar de decir adiós en incontables ocasiones cuando no te puedo traer conmigo, cuando necesito ir ligera para seguir, y volver a buscarte cuando no veo mis anclas, cuando no recuerdo quién soy o cuando quiero estar contigo.

Después de este tiempo me doy cuenta que te extraño más en el futuro y, aunque eso no sea lógicamente posible, te extraño en lo que aún no existe: te extraño siendo el abuelo de los hijos que no tengo; te extraño sentado en la mesa de mi nueva casa tomando café con pan cualquier día por la tarde; te extraño aconsejándome sobre el carro que debo comprar o el negocio que quiero emprender. Extraño verte sin prisa y sin preocupación; extraño verte envejecer.

Sin embargo, no me haces falta porque fuiste más que suficiente; los recuerdos de la vida que me diste han sido mi alimento para seguir en este mundo sin ti. La fuerza cuando me siento débil, la sabiduría cuando no sé a dónde ir, la tranquilidad cuando tengo miedo, la compañía cuando me siento sola, la unión cuando veo a mi familia fragmentada.  En el más grande atisbo de humildad, acepto que, si quisiera tenerte, es porque mi amor me hace egoísta, pero no porque me faltes. Como el poema que recitabas de memoria, “vida, nada me debes. Vida, estamos en paz”.

Y a pesar de todo, te extraño. Por eso me he inventado tantas formas de buscarte. En los objetos, en los lugares, en las fotos, en mis sueños, en mis pensamientos, en otras personas, en conversaciones sobre ti. No siempre con la misma intensidad, pero te busco, porque es la única forma que tengo de tenerte y de que no te vayas. No he dejado de buscarte, y a veces, si tengo suerte, te encuentro.

Diana Karina




Papá

FOTO: Cortesía

Concurso Carta Al Padre 2019

Carta ganadora del Cuarto Lugar

Por Andrea González Parra.

 

¿Cuál es el significado de esta palabra? Porque, fácilmente, podría buscarla en un diccionario o en internet. Sin embargo, creo que, más que darle un significado, hay quienes le dan un sentido. Papá, para mí, es protección y amor, porque ese sentido se lo dio el mejor padre del mundo, el mío.

Mi papá ha estado en cada uno de los momentos de mi vida, ha sido mi protector, mi amigo, un padre maravilloso que me ha dado su amor y apoyo incondicional siempre, mi más grande héroe y una de las personas a las que más amo y admiro.

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No recuerdo cuando fue la primera vez que me sostuvo entre sus brazos, pero estoy segura de que él sí lo hace, y muchas veces lo he descubierto mirándome con orgullo y un sentimiento que reconozco como auténtica felicidad; eso hace que me imagine cómo fue el primer momento que pasamos padre e hija, con él sosteniéndome con fuerza, pero, al mismo tiempo, con delicadeza, siendo extremadamente cuidadoso para no lastimarme, viéndome pequeña y frágil, como un tesoro: su tesoro.

Claro que no puedo describir lo que él sintió cuando me miró por primera vez, pero estoy segura de que irradiaba felicidad, y se encontraba maravillado por el brillo de los ojos de aquella bebita que era resultado de tanto amor entre él y mi madre. Desde ese momento y hasta la fecha, me ha protegido de todo y, de hecho, yo sé que, si fuera posible, desde que nací me hubiese encerrado en una burbuja, donde todo fuera perfecto para mí, donde nadie nunca me hiciera daño, donde jamás hubiera conocido el dolor.

Sin embargo, y como eso no era posible, se encargó de educarme para que fuera una persona segura de mí misma y fuerte, pero sin perder a esa niña que siempre corría hacia él, buscando en su mirada y sus brazos, su protección. Ahí es cuando me doy cuenta de que, a pesar de que siempre anhelé crecer y que mis padres dejaran de verme como una niña, siempre voy a ser la niña de papi.

Todos los recuerdos que tengo de mi padre, me dejan en claro que él es un verdadero papá; como cuando íbamos juntos al parque y, después de horas y horas, tenía que llevarme en los brazos hasta casa, porque yo seguía insistiendo en quedarme más tiempo. Recuerdo también las veces que lo despertaba picándole los ojos en las noches, porque necesitaba ir al baño, o a beber agua, y me daban miedo los monstruos y fantasmas que, en mi imaginación, me esperaban fuera del cuarto si no iba mi papá protegiéndome; se levantaba adormilado y bostezando, pero jamás se quejó o me reprendió por ello. También guardo los recuerdos de todas las veces que asistió a las juntas, para recoger mis calificaciones, y me decía lo orgulloso que estaba de mí.

Siempre trata de sacarme una sonrisa, y siempre lo logra, sin importar cuantas cosas me agobien, cuanto estrés, cuanta tristeza y cuanta negatividad haya a mi alrededor, él es como una luz que me ilumina en mis malos momentos y en los buenos también. No sólo es un maravilloso padre, sino un excelente abuelo para mi hija. Sé que nos ama a ella y a mí más que a nada en el mundo y que haría cualquier cosa por nosotras. Nunca voy a alcanzar a agradecerle todo.

Muy pocos tienen la misma suerte que yo, al tener un padre tan bueno como el mío, que de verdad se comprometa con su labor como papá, que tenga la paciencia, el valor, la fuerza, la actitud y, sobre todo, el amor, para convertirse en un verdadero héroe para sus hijos, para guiarlos por un buen camino, para aconsejarlos y estar para ellos en los momentos más difíciles, para compartir con orgullo y alegría los buenos momentos y sus logros, para recordarles a diario lo orgullosos que se sienten de ellos y de que sean sus hijos. Muy pocos se atreven a amarlos incondicionalmente, con todas las cosas que vienen de por medio al tener un hijo.

Quisiera poder agradecerle de alguna forma todo lo que ha hecho por mí, pero sé que jamás terminaría. Por todas las veces que me abrazó y me dijo que todo estaría bien, las veces que me llamó la atención para corregir mi comportamiento, todas las ocasiones en que jugó y salía conmigo, brindándome los mejores momentos padre e hija, los mejores recuerdos de mi infancia, mi adolescencia y, hoy en día, de mi vida adulta, aconsejándome lo mejor, amando incondicionalmente a mi hija y dando todo por nosotras. Es maravilloso contar para todo con la persona que me engendró, que esté orgulloso de mí, que realmente se preocupe y me ame.

Definitivamente tengo al mejor padre del mundo y, teniéndolo a él, no podría pedir nada más.

Espero que la vida me conceda muchísimos años más a su lado, que nunca me falte su buena vibra, sus chistes malos, sus consejos, sus brazos que siempre me hacen sentir una niña pequeña, amada y protegida.

Amo y admiro a mi padre, esa persona que le dio un maravilloso sentido a la palabra “papá”.

AndreaKappage.




Corazón de madera

FOTO: Internet

Concurso Carta Al Padre 2019

Carta ganadora del Tercer Lugar

Por Victoria Valery Vélez Valencia

 

Hay palabras que nunca se olvidan, más cuando vienen de las personas que más amas, pero son quienes, aunque les duela, nos ubican en la realidad. Por eso, aún resuena en mi mente cuando lo escuché decirme “Si ya no quieres trabajar, tendrás que dejar la carrera. No hay otra opción”, mi corazón se sintió abandonado y, obviamente, salí llorando de la habitación llena de furia; en mi mente sólo pensaba en ¿Por qué no me apoyaban?. Yo solo quería dedicarme a estudiar y a ser joven, como muchos de mis amigos.

Lo que no entendí en ese momento, es que me daban todo lo que estaba en sus manos, pero a la par me estaba enseñado, junto con mi madre, a vivir. Me demostraron que aunque me amaban, necesitaría poner de mi parte para lograr mis sueños.

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Él es un hombre sencillo, sus manos se han dedicado a dar forma a la madera, para crear todo aquello que viste los hogares de muchas familias, que aún valoran el esfuerzo de la carpintería, adora restaurar muebles y antigüedades, por eso cada vez que llegan a sus manos, se dedica ellos con amor y esa destreza de una vida, para renovarlas en hermosas piezas.

Heredó de sus padres el valor del trabajo y, desde su niñez, vivió el bullicio de una familia como las de antes, con un montón de hermanos con quien compartir, pelear y, ahora, recordar un sin número de proezas, tantas que hasta la fecha van surgiendo historias perdidas en las reuniones familiares.

Es de los hermanos sándwich, esos que solo llaman la atención de los padres con sus travesuras, y miren que en su haber tiene de todo, como aquél ratón que puso en la máquina de coser de mi abuela, quien entre el espanto solo alcanzo a gritar el primer nombre que vino a su mente en esos casos: Mauricioooo.

Claro que no estaba solo en esas aventuras, pero era quien no perdía oportunidad para hacer una broma, de hecho hasta la fecha no se le va una, y disfruta de dar carrilla. Y miren que es pesado, no perdona una, es parte de él, si no eres el sujeto de la broma es bastante disfrutable; ese carácter afable y bondadoso, lo hace el mejor padre que puedo tener.

En mi infancia disfruté de un padre que me enseñó a escalar montañas, correr en la playa hasta estar cubiertos de arena, nadar hasta cansarnos y soltar miles de carcajadas, estábamos solo él y yo, mi hermana nació hasta casi mi adolescencia, así que básicamente tuvimos un mismo padre pero en dos momentos muy diferentes de su vida.

Entre esos momentos, tuvimos que regresar unos años a nuestro lugar de nacimiento, pero nada fue igual; ya no éramos de ahí, la vida en una ciudad llena de complicaciones lo ponía triste, le tocaron de esos robos que con frecuencia se dan en autobuses, en los que la impotencia te va llenando de coraje, jornadas de salir de madrugada para llegar de noche a tu hogar, sin saber cómo están; si bien nos iba, no veníamos en la noche y los fines de semana. También hay buenos recuerdos, pues convivimos con familia que, estando al otro lado del mar, no habíamos tenido la  oportunidad de disfrutar, aun así su corazón estaba en La Paz.

En la primera oportunidad regresamos, mis padres venían cansados pero llenos de esperanza para retomar el paso, cosa que no fue fácil, pero aquellos clientes y amigos de toda la vida les dieron la pauta para volver a caminar; era nuestro hogar y habría que volver afanarse en los tablones, clavos y martillos, para recuperarlo.

Poco a poco nuestra vida avanzó, fue cuando tomé su mandato de seguir trabajando y, gracias a eso, el tiempo me abrió las oportunidades que llegaron con ese esfuerzo; en ese mismo transcurrir del tiempo, mi padre ha visto aparecer destellos de luz en su cabello y bigote, se convirtió del mejor papá, al mejor abuelo que mi hijo pueda tener.

Lo recibió con el doble de amor en sus brazos, un amor renovado de tener el orgullo de narrar sus primeras palabras, pasos y caídas; siguen pasando los años, y con ellos van siendo diferentes, abuelo y nieto, pero tienen un código que solo entiende la complicidad del día al día, por eso es nuestro Geppetto de gran corazón, nombre que de hecho significa José, su otro nombre.

Hoy sus manos no son tan fuertes como antes, pero siguen cargadas de energía y de un alma inquebrantable que lo ha hecho fiel a su familia, a sus convicciones y a si mismo, tiene piezas de hombre biónico, pero el principal, que es su corazón, para abrazar y adoptar a quienes llegan a su casa, es único.

Quiero mil años para seguir escuchando sus historias de sus travesuras, para que sea el mejor en juegos de mesa en los que pocas veces puedo ganar, para ser el mejor compañero en viajes; por eso lo quiero tan solo unos mil años a mi lado, como el gran árbol que es.

SEUDÓNIMO: VAVEL