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Asesinato de su hijo la convirtió en rescatista; de las más destacada de BCS (I)

FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La Comandante Vero no nació en Baja California Sur, sin embargo, lleva casi una década en Ciudad Constitución, donde fundó y sigue operando el Grupo de Rescate “Edy”, uno de los más importantes en dar atención a víctimas de siniestros y accidentes en el municipio de Comondú. Este año cumple cinco años en su labor. La buena fama de su trabajo hizo que el año pasado, Verónica Rodríguez Peña fuera la única mujer rescatista de Baja California Sur en ser llamada para auxiliar en el rescate de víctimas por el sismo de la Ciudad de México ocurrido el 19 de septiembre del año pasado.

A manera de homenaje, en el marco del Día Internacional de la Mujer, CULCO BCS publica en dos partes la entrevista exclusiva que la socorrista de Comondú tuvo con este medio. En esta primera parte, nos centraremos en su historia de vida: ¿qué experiencia puede detonar para que alguien, sin cobrar nada y a veces sin ayuda, salga de madrugada a la carretera a salvar vidas? ¿Alguno de estos rescates se le han quedado prendidos para siempre en su memoria?

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“Mi nombre es Verónica Rodríguez Peña, soy originaria del Estado de Chihuahua. Nací el 1 de enero de 1961, pero tengo 8 años aquí, en Ciudad Constitución. Estuve viviendo en Estados Unidos durante 30 años. Me casé allá, de hecho mis hijos están allá (…) El Grupo “Edy” tiene cinco años laborando para la comunidad. El servicio que damos es gratuito, somos altruistas, no cobramos los servicios, y abarca desde traslados hasta La Paz, y en la zona norte, Loreto o Santa Rosalía, hasta donde nos pidan el servicio, aunque la mayor parte de la actividad se realiza aquí en Ciudad Constitución. Hay días que sí ocurren muchos accidentes al día, pueden ser dos o tres, por promedio. Atendemos accidentes que van desde volcaduras tanto en la carretera como en la ciudad. Nos hablan del 911 y acudimos al lugar del accidente”.

La transformación del dolor

La Policía Municipal de Comondú le hizo llamar “Comandante”, y saben que es una aliada cuando una persona pasa por una situación en la que puede perder la vida en Ciudad Constitución. Con el Grupo de Rescate “Edy”, Verónica Sánchez tiene 5 años. Todo inició por la muerte de su hijo Edimelet —de ahí el nombre del grupo—, quien fue víctima de una bala perdida en Stockton, California Estados Unidos, en 2007, y falleció por las complicaciones y la tardanza de que una ambulancia llegara a auxiliarlo. Esta desesperante situación, la animó a ser rescatista y ayudar a salvar vidas. De hecho, para conocer sobre intervención en crisis, estudio la carrera de Psicología en Tijuana.

“Mi hijo tenía 14 años cuando ocurrió el accidente. Fue un 3 de marzo del año 2007, iba caminando y una bala perdida le perforó  el pulmón; la bala brincó a su cabeza; tuvieron que abrirle el cráneo para poder sacar la bala y mi hijo se ahogó en su propia sangre; la ambulancia tardó en llegar. Mi hijo cumplía años el 16 de marzo. Tres días después de su muerte fui a llevarle flores y un pastel a su tumba. La muerte de mi hijo, en definitivo, marcó mi vida para siempre. El dolor no se borra, he aprendido a vivir con el dolor. Y ahora siento que en cada servicio que doy, cada vida que salvo, ahí está mi hijo Edimelet“.

Un ayudante muere en sus brazos

Al preguntarle por los casos de rescate que le han resultado más impresionante, recordó dos. El primero fue un presunto suicidio de un joven que un tiempo ayudo a salvar vidas en el Grupo “Edy”. Lo identificó hasta verlo directamente durante el rescate, y hasta la fecha, le cuesta trabajo narrar lo sucedido. “El caso que me impactó bastante fue el de un muchacho que pertenecía a nuestro grupo. Estaba realizando su Servicio Social con la edad de 18 años, cuando un día nos habla el C-4 y nos manda a una dirección para asistir. Llegamos a la vivienda, tuvimos que romper la ventana para poder entrar porque la puerta se encontraba con llave; lo que me impactó fue que era el muchacho que en un tiempo perteneció al grupo, era el que estaba sin vida, ahorcado”.

“Otro caso impactante fue cuando me hablaron de mañana, muy temprano, y acudí al servicio, cuando íbamos llegando miré a la persona sentada en la carretera; al acercarme estaba sentada, ¡cuando le veo la parte de su cara derecha destrozada! Su piel, su carne le colgaba como un bistec, con fragmentos de cartílagos, de hueso, sobre el pavimento donde el vehículo en el que viajaba se volcó y se impactó sobre el pavimento. Algo muy conmovedor fue que después de este accidente lo miré y antes que yo le pudiera decir algo me dijo, ‘Sí, Señora, Usted fue la que me levantó después del accidente'”.

Falta ayuda a los que ayudan

El protocolo de un servicio de rescate —narró la “Comandante Vero”—, empieza con una llamada del 911 que indica la dirección en donde están solicitando la unidad; luego se canaliza y si la persona ocupa el traslado se le lleva hacia el hospital o hacia algún lugar donde tenga su seguranza. Cuando hay un accidentado y no ha llegado la policía, señaló que los rescatistas pueden trasladar al paciente, dependiendo de la gravedad en la que se encuentre, y cuando se encuentra un cuerpo sin vida, ahí sí se tiene que esperar a las autoridades.

“Este servicio es totalmente gratuito, pero si la persona quiere apoyar con  alguna donación es bien recibida”, dijo. Y manifestó que “desgraciadamente no contamos con ninguna ayuda gubernamental. La ambulancia fue donada, pero los gastos de combustible, reparaciones de la ambulancia  y gastos de material son derivados de rifas y cosas por el estilo”. Pese a todo, hay satisfacciones por las que vale la pena hacer esta labor: “la satisfacción a diario de poder ayudar me mantiene viva. Me ha tocado gente, por ejemplo, una señora que venía de López Mateos en labor de parto, nació su bebé en la ambulancia. Después me encuentra la señora y me dice ‘¡Mire, ésta la niña que nació en su ambulancia!’ Ésto después de 4 años”.

No te pierdas en la segunda parte su experiencia como rescatista para encontrar personas luego del sismo de la Ciudad de México el año pasado. ¿Pudo salvar personas con vida? ¿Cómo se organizaron? ¿Recibió algún tipo de reconocimiento por su labor? Si deseas apoyar económicamente o en especie al Grupo de Rescate “Edy”, proporcionamos su número celular, mismo que te puede salvar la vida, pues Verónica Rodríguez Peña dice que lo utiliza como si fuera teléfono público y contesta siempre: (613) 1085385.

FOTO: Cortesía.




Gente de El Valle con 100 años de edad. ¿Qué los ha hecho vivir tanto? (II)

Pedro Menchaca Elías. FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Don Pedro Menchaca Elías, michoacano de 98 años radicado en Ciudad Constitución, aún recuerda su primer pago cuando lo llevaron de niño a sembrar garbanzo en la sierra de La Tepuza, y cómo por un milagro de Dios —según sus propias palabras— sigue vivo luego de un accidente que casi le arrebata la vida —aunque sí le arrebató parte de un pie. Por su parte, doña Elena Fernández Fernández, también habitante de Comondú, cumplirá 102 años en mayo próximo y no pierde para nada el apetito, al contrario, sus hijos creen que parte de su vitalidad es que todavía le hinca duro el diente a la comida.

En la primera parte de estas entrevistas, conocimos sus historias de amor, sus familias y descendencia; en esta parte, y continuando con un gran esfuerzo de síntesis nuestra y de memoria de ellos, contamos algunos pocos —poquísimos— tramos de su ir y venir a lo largo de un camino de 100 años. En el caso del hombre, de su propia voz relatamos su historia; en el caso de la señora, su hijo, Santana Núñez Fernández, fue quien contó su historia. Para ver la primera parte de esta entrevista DA CLIC AQUÍ.

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Hombre de fe

Don Pedrito —como le dicen de cariño— nació la noche del 20 de noviembre de 1920 en una hacienda agrícola de La Tepuza, municipio de Numarán, Michoacán. En el siglo XIX, su abuelo llegó de España y se estableció en Guanajuato, donde nació su padre —Aurelio Menchaca—, para más tarde migrar a La Tepuza, que según el sitio MiPueblo.Mx, actualmente cuenta con apenas 687 habitantes, con casi 100 personas con más de 60 años, la mayoría con baja escolaridad y viviendo en casas con piso de tierra; allí, alrededor de 50 personas que no saben leer ni escribir. Y parece que no ha cambiado en 100 años, pues don Pedro así pasó su infancia.

Tendría unos 7 años cuando “el patrón” fue a pedirle a su papá llevarlo a la siembra del garbanzo, y a la semana se ganó 25 centavos: su primera ‘raya’. Sería cerca de 1930, y es su recuerdo más lejano, pues no tiene memoria de sus juegos —y pese a que nunca aprendió a leer ni escribir, todavía lleva intacto el nombre de la maestra de la hacienda: Elvira Ramírez. Siendo niño, todavía rememora que andaba entre la siembra y se caía con el peso de la bolsa con garbanzos, pero le siguió… Sólo que se le hizo poca la paga. Entre risas, contó que a sus papás se le hizo bien, pues al señor le pagaban 50 centavos de raya a la semana.

Pedro Menchaca toda la vida se dedicó al campo. Se casó con doña Piedad Ortiz cuando él tenía 15 años y ella 12; se conocieron en esa hacienda —en esos años él cuidaba chivas— y nunca se separaron, sólo con la muerte de ella en Ciudad Constitución en 1986. Su vida fue la siembra y la pizca en diferentes campos agrícolas —“no hubo trabajo que no hiciera”, dice, pero nunca aprendió a manejar el tractor. A Comondú llegó en 1952, y dice que le gustaba realizar el riego de algodón, maíz, garbanzo y trigo, en lo que fueron los tiempos de gloria de la agricultura en el Valle de Santo Domingo, y cuando se vino a colonizar, en buena medida, con gente del campo que vino de diferentes partes de México, como este caso.

¿A qué cree usted que pueda vivir tanto, casi hasta los 100 años? Le pregunté, y su respuesta fue corta y sencilla: “porque Dios me quiere mucho”. Y casi por terminar la entrevista, contó cómo estuvo a punto de perder la vida. Sería en los años 60’s, en la zona sur de Estados Unidos, cuando fue a buscar trabajo; estando en una estación del ferrocarril, debía tenía los pies muy cerca de la vía, pues recuerda que una rueda del tren le rebanó todos los dedos. Hasta la fecha, y aunque camina con ambos, tiene amputado todo el frente de un pie; y sólo hubieran bastado unos centímetros más para que hubiera sido destazado por el tren. Para él, esta es una muestra de lo que Dios hizo por él, y de poder seguir vivo con cerca de un siglo de existencia.

El buen comer

Hace como cinco años, doña Elena Fernández Fernández se quebró la cadera al caer accidentalmente al piso en vez de la cama —contó su hijo, Santana—, y como en Ciudad Constitución que no la podían operar, la trajeron a La Paz, inconsciente, en una ambulancia. Ha sido quizá la única vez que ha venido a esta capital, pues lo más ‘lejos’ que conoce es Villa Morelos, a unos cuantos kilómetros de Constitución. Es curioso como con 102 años de vida la mujer nunca ha salido de los municipios de Loreto y Comondú, sacando adelante a su familia en diferentes ranchos de esta región a lo largo de su vida. Y como en una novela de realismo mágico, su vida siempre ha girado siempre alrededor de la comida, lo que al parecer la ha conservado más un siglo de vida.

Su hijo relató que aunque ahora está de moda hablar de lo “orgánico” ellos ya lo hacían y no sabían, y atribuye a esa dieta natural, sin químicos, ni enlatados, lo que los hizo gente fuerte y saludable, pues comían básicamente lo que sembraban en los ranchos. “En aquellos años, cuando estábamos en los ranchos, eran pozas de agua, donde había agua y había un pedacito de tierra donde sembrar, lo que sembrábamos mucho era chícharo, haba, repollo y calabazas. Ahí no había fertilizante, Miapá les echaba estiércol (de las heces de las chivas), ya después supe por qué, el terreno era entre arenoso y duro, pero más arenoso que tierra (…) Ahí se daban unas ‘sandillotas’ ¡así!, no como ahorita, todas blancas y descoloridas, ¡esas sandías eran una cosa roja y dulce! (…) Nos criaron con puro frijol y arroz, chícharo, haba y huevo, la carne si la comíamos, pero lo que es embutido no, ni latería, ni tanta cochinada que comemos ahora”.

Ricardo Núñez Toba, esposo de doña Elena —fallecido en 1986—, trabajó en el cuidado de ganado, y juntos, también cuidaron huertas y aprendieron a preparar comida para vender. Luego de andar por la serranía, desde La Purísima hasta San Juan Londó —por decir algunos puntos, pues recuerdan varios ranchos como Bombedor, La Luz, La Poza de Teresa y Palo Blanco, etcétera—, finalmente se establecieron hace 50 años en Ciudad Constitución. No hubo tierras registradas a sus nombres y la sequía que mataba al ganado los rindió, además de la vejez que les quitaba energías. Así que ya en la cabecera municipal de Comondú se hicieron queseros y vendieron comida.

Aún recuerdan, a mediados de los años 60’s, cuando doña Elena se levantaba a las tres de la mañana para hacer tortillas de harina para los camioneros que salían a trabajar a la carretera transpeninsular y buscaban comida desde temprano. Eso fue a la altura del actual retén militar en Loreto, y cuando los señores laboraron en un rancho de Víctor Davis, tío del actual Gobernador de BCS. Los trabajadores echaban a la tierra sus maquinarias y material para construir la carretera, y doña Elena les preparaba lonches, desayunos, comidas y cenas. Además, de hacer queso, requesón, tortillas y guisados, “era buena para hacer dulce de limón real y pasteles” que hacía en hornos calentados con leña de palofierro.

De joven, doña Elena llegó a pesar entre 130 y 150 kilos. Y a pesar de que hoy en día ya pasa los 100 años, todavía come muy bien. Su hijo mayor contó que es capaz de comer un plato de menudo —“lo que le encanta son las boferas”—, pollo o pescado. Alguna vez un sobrino le convidó una lisa macho y ella nomás tiraba las espinas cuando se las encontraba, y hasta pidió otro pescado; alguna vez le llevaron un pollo de La Ley y nomás dejó la ensalada —cuenta entre risas—, como la vez que se quejaba de un dolor de muelas y le tuvieron qué recordar que hacía muchos años que se le habían sacado. Sin duda, los alimentos provistos directamente de las tierras de Loreto y Comondú han sido importantes para su longevidad. Por cierto, mientras terminábamos la entrevista —que la señora no quiso darnos de viva voz—, estuvo muy entretenida comiendo naranjas.




Gente de El Valle con 100 años de edad, que viven para contarlo (I)

Doña Elena Fernández. FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Doña Elena Fernández Fernández cumplirá 102 años en mayo próximo, y sin duda, es una de las personas más longevas de Ciudad Constitución; al nacer, su madre la ‘regaló’ a una hacienda cerca de Loreto, en donde trabajó como sirvienta hasta que se casó con Ricardo Núñez Toba y anduvieron de un rancho para otro, de Loreto a Comondú. Ella nunca ha salido de estas tierras. En contraste, don Pedro Menchaca Elías, a sólo dos años de cumplir un siglo de edad, anduvo desde la sierra de Michoacán —en donde nació— hasta Estados Unidos donde estuvo a punto de perder la vida en los ferrocarriles; se casó con Piedad Ortiz con quien procreó 14 hijos y una descendencia de alrededor de 100 nietos, y desde 1952 también se estableció en esta cabecera municipal.

En entrevista exclusiva para CULCO BCS, estos fundadores del Valle de Santo Domingo relataron sus historias de vida. Se trata de lo que cada uno contó, ya que prácticamente no hay documentos que prueben sus dichos, además algunos datos podrían ser sólo aproximados, pues les costó esfuerzo rasgar en sus memorias. En el caso de doña Elena, al momento de visitarla no quiso hablar con nosotros, pero su hijo Santana Núñez Fernández fue quien nos contó toda su historia —con ella presente y quien no negó nada—; en el caso de don Pedro, de su viva voz transcribimos su relato. Estas dos personas de El Valle no tienen nada en común, salvo vivir allí y ser de los más veteranos testigos del tiempo; ambos tienen problemas serios de audición, pero en general gozan de salud estable, de lucidez y memoria. Con un enorme reto para sintetizar dos siglos de existencia, presentamos aquí la primera de dos partes.

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La semilla de un gran árbol

Elena Fernández Fernández nació en Agua Verde, una playa cerca de Loreto; no hay acta de nacimiento que sobreviva, y sus hijos hasta la fecha tienen la duda de si nació en mayo de 1913 ó 1916, aunque se han quedado con la segunda. Su madre, una mujer “de colmillo suelto” anduvo mucho tiempo de Loreto a Agua Verde y tuvo varios hijos que dejó ‘regados por varios lados’, y el caso de nuestra protagonista no fue la excepción. A las semanas de nacida, se la dejó a doña Isabel en el rancho Los Dolores, donde vivió toda su infancia y juventud. ¿Quién diría que esa niña, de no haber sido criada en una familia tradicional, sobreviviría más de un siglo y tendría un árbol genealógico tan grande?

“Mi nana fue poquito ‘inquieta’. A las tres o cuatro semanas de nacida se la llevaron don doña Isabel y don Agapito Vélez, en el rancho Los Dolores, pegado a San Javier, ahí fue toda su juventud, y sigue siendo la hacienda más vieja”, contó su hijo, Santana Núñez. Según les ha contado doña Elena, no recibió el mejor trato de doña Isabel, y no se fue de allí hasta que se casó, en 1955, con don Ricardo Núñez Toba, durando muy poco en la hacienda y yéndose de rancho en rancho algunos años, pues el señor era vaquero y se dedicó al cuidado de las chivas. Llegarían a Ciudad Constitución aproximadamente en 1968. Es decir, este año que El Valle cumple 65 años de Fundación, ellos cumplen medio siglo en esta ciudad; en este caso ella sola, pues su esposo falleció hace tres décadas.

Fruto de su matrimonio, doña Elena y don Ricardo procrearon cuatro hijos: Santana de 62 años; Pablo; Ricardo —fallecido—; y el menor: Rubén, de 56 años. La señora tiene una descendencia de 16 nietos y 13 bisnietos, algunos, fuera de Baja California Sur. No se volvió a casar. Según relató su hijo, sus recuerdos más lejanos son de cuando era muy joven, soltera como de treinta años —es decir, hace unos 70 años— y que le tocaban las lluvias en la sierra de San Javier y tenía que bajar descalza por los arroyos. Al parecer, su mejor vida no fue bajo el cuidado de doña Isabel en Los Dolores, sino en la vida que hizo junto a su esposo, quien falleció en su casa en la colonia 4 de Marzo en 1986. Se acompañaron por 31 años. Este año, se cumplen 32 de su partida.

Un camino de 50 años

También en 1986 falleció doña Piedad Ortiz, esposa de nuestro segundo protagonista: don Pedro Menchaca Elías, quien nació el 20 de noviembre de 1920. No le alcanzó la memoria para acordarse cuándo se casaron, pero jura que fueron más de 50 años de estar juntos —según nuestros cálculos se casaron en 1935. Él tenía 15 años, y ella 12. Ambos se conocieron en donde nacieron: en una enorme hacienda agrícola en La Tepuza, municipio de Numarán, Michoacán. Por azares del destino, muchos años después llegaron a vivir al Ejido Cuatro, municipio de Comondú, trabajando siempre en el campo; y finalmente, a una vivienda —también, como en la historia anterior— en la colonia 4 de Marzo de Ciudad Constitución, donde ella falleció. Su descendencia abarcó a nueve hijas —la mayor, “de 80 y tantos”— y cinco varones, y aunque como él mismo dice “se me borró la cuenta”, calcula que tendrá más de 100 nietros, bisnietos y tataranietos.

Don Pedrito se acuerda muy bien de su historia de amor. Era un adolescente que vivía de pastorear chivas en los cerros de La Tepuza y bajaba cada 15 ó 20 días al pueblo, y sólo conocía a un primo que vivía allí cerca, cuando “me dio por salir a la calle” y tuvo la curiosidad de buscar novia. “La gente andaba acarreando agua con un cántaro en el hombro y yo le preguntaba por las muchachas. La primerita fue Agustina. ‘Oye, ¿de quién es esa muchacha?’, ‘De Pancho Piceno’, me dijo mi primo. Y que me voy y le digo, ‘Oye, ¿cómo te va?’, ‘¿Cómo le va?’. Le dije ¿no quisieras ser mi novia? Ella dijo ‘¡Pero no nos conocemos!’, ‘Pues ahí nos conocemos en el camino’, y sí, en realidad no nos conocíamos”. Y haciendo caso a su tía, quien le decía si una muchacha le convenía o no, él dejó pasar otra oportunidad. A la tercera, llegó Piedad.

“Me fui a cuidar mis chivas otra vez, al mes volví y vi a otra. Fue la que vino siendo mi señora, de Pancho Ortiz, ‘Pero son muy malos’, me decían. No hice caso y le dije ‘Oye, ¿cómo te va?’, ‘¿Cómo le va?’, ‘¿No quisieras ser mi novia?’, ‘¡Pero no nos conocemos!’. ¡Era lo primero que me decían! Y sí, en realidad no nos conocíamos: ‘Pero ahí en el camino nos conocemos’”. Se lo contó a su tía y ella le dijo emocionada “¡Esa sí te conviene!”. Entonces él le dijo a su prometida ‘Óyelo bien, conmigo no vamos a andar con esto y con lo otro. Nomás quiero que me digas si quieres ser mi novia para casarnos, ‘¡Pero no tan pronto!’, ‘Va a haber tiempo’. Me volví a ir y venir, y luego a una prima hermana le dije ‘Maria, hazme una carta para pedir a la hija de Pancho Ortiz’. ‘Bueno’, dijo, y se puso a escribir, aunque aquel tiempo era raro el que sabía leer allí”.

Todavía recuerda que la defendió de otro pretendiente que la quería de novia, y él dice que andaba armado por si acaso, ya que asegura que en aquel tiempo había “muchas mataderas” por las cuestiones de la tierra. Doña Trina, abuela de Piedad, se dio cuenta que ya traía novio y primero se opuso ante la extrañeza de ver a dos tan jovencitos que ni se conocían, pero ellos dijeron que se querían casar. Él se los dijo, a la mujer y la novia, que “en el camino se hace todo”. Y en efecto, ese camino les duró más de medio siglo.

No te pierdas la segunda parte de esta entrevista, sobre su juventud, sus quehaceres, el recuerdo de hace décadas y ¿qué es lo que, según ellos mismos creen, hace que vivan tantos años?




A 65 años de su fundación, Ciudad Constitución recuerda a sus colonizadores

FOTOS: Ayuntamiento de Comondú.

Ciudad Constitución, Baja California Sur (BCS). Trinidad Cota Acosta, secretario general del Ayuntamiento de Comondú, fue el orador oficial del acto cívico para conmemorar el 101 Aniversario de la Promulgación de la Constitución Política de México y los 65 Años de Fundación de Ciudad Constitución que se realizó en esa ciudad, se informa a través de un comunicado de prensa.

“Hoy 5 de febrero recordamos el esfuerzo y la difícil esperanza que los colonizadores y avecindados de Ciudad Constitución forjaron en cada calle, en cada plaza, en las viviendas y edificios, en el comercio y en oficinas de gobierno, celebrando hoy una fecha cívica de profundos antecedentes históricos para el pueblo mexicano y ejemplo para quienes en busca de nombre para su comunidad quisieron honrar la Constitución de 1857,  por eso es tiempo de fiesta para los comundeños, al vivir tiempos de unidad, pero sobre todo de transformación”, dijo.

Durante el acto celebrado en la Plaza de Armas Ignacio Zaragoza, encabezado por el alcalde Humberto Gutiérrez Briseño, y otras autoridades, Cota Acosta afirmó que el sueño de reverdecer  el Valle de Santo Domingo es apostarle al turismo y de elevar la productividad de sus sectores económicos.

En el marco del acto cívico, autoridades militares, educativas y representante del Congreso del Estado, encabezados por alcalde, realizaron guardia de honor y ofrenda floral en el busto de Venustiano Carranza; momentos antes, se hizo una guardia de honor y ofrenda floral, acompañado de autoridades militares, educativas, integrantes del cabildo y funcionarios municipales.

Las actividades conmemorativas al 65 Aniversario de Fundación de Ciudad Constitución iniciaron el domingo por la tarde, con baile popular en la explanada de la Casa Amarilla, continuando este lunes por la mañana con exposición fotográfica, así como  intercambio de experiencias  de fundadores del Valle de Santo Domingo, bajo el nombre de Niños de El Crucero. Los festejos culminan hoy con noche bohemia, el martes a partir de las ocho de la noche, en el salón de la Casa Amarilla, donde participan artistas locales.




Comundeño estrena libro y trabaja en robot para ayudar a discapacitados

FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El próximo año, José Luis Gómez Torres cumplirá 30 años, y lo celebrará promocionando su primer libro: 21 Desencantos, y trabajando en el exoesqueleto Olín, un proyecto robótico para ayudar a personas con discapacidad de movilidad, como la que él mismo posee. Sobre ambos tópicos, el joven originario de Ciudad Constitución platicó con CULCO BCS, sin dejar de tocar otros temas como los escritores que lo han inspirado o la imagen “ridícula” que se tiene de las personas con discapacidad —y que La Paz “está de la chingada” para que éstas se muevan con facilidad en sus banquetas.

Nació en la cabecera municipal de Comondú el 18 de junio de 1988, y aunque es de signo Géminis, le gusta más presumir su horóscopo chino: “el Año del Dragón. Por que todos los demás están bien culeros: el Año de la Rata, del Puerco; a mí me tocó el Dragón y lo aprovecho”. Desde 2006 vive en esta ciudad y trabaja como maestro en el Tecnológico de La Paz, de donde egresó como Ingeniero en Sistemas. A pesar de que se considera tímido, admite que ante un micrófono es otro, así que ante la entrevista no se intimidó nada; justo un día antes de esta charla había ido a promocionar su libro a la Secundaria 17, en esta ciudad, donde les confesó a los adolescentes que esa “había sido la etapa más horrible de su vida” y que no se preocuparan, porque “eso de que eres bien ojete se va a terminar”.

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“En El Valle no pasa mucho, entonces ahí las infancias son muy tranquilas. Eso fue otra cosa que definió poquito mi gusto por la literatura; nada más había dos canales, entonces te aburrías muy rápido en la televisión y agarraba los libros de la escuela y me los acababa (…) Hasta la secundaria empecé a leer libros como tal, ahorita me avergüenza lo que leía al principio, ¡ya no leería esa literatura de autoayuda de pacotilla con la que empezaba en secundaria!”.

Sobre los autores y libros que lo inspiraron para animarse a escribir, luego de pensarle mucho, dijo “¡Hemingway! El tratamiento de Hemingway en Por quien doblan las campanas. Se le conocía porque era muy seco en la cuestión romántica de sus personajes y luego sale con eso que yo considero una de las historias de amor más bonitas de la literatura; y El viejo y el mar: la única razón por la que quiero pescar es porque leí El viejo y el mar (…) ¡García Marquez! recuerdo estar en el Tecnológico, o en la prepa, y la sensación de querer salir de clases porque tenia Cien años de soledad en la casa y quería llegar a leerlo, y cuando pasa eso es hermoso (…) El Quijote es otra de las influencias fuertes. Cuando lo conocí en la Secundaria no me pareció atractivo, pero cuando lo leí en el Tec me di cuenta que podía ser divertida, eso se me hizo muy revelador, que pudiera haber un libro que fuera divertido”.

Pequeños y crueles

En semanas recientes, José Luis Gómez Torres presentó su primer libro: 21 Desencantos, 21 minificciones fáciles de leer y de encantar, pues sin rubor alguno, en estos relatos cortos y crueles el autor hace experimentar a sus personajes amargos tragos, y —todavía— es capaz de hacernos soltar una carcajada. Aunque algunos fueron escritos desde 2011, “el grueso del los cuentos se desencadenaron en el Taller de la Serpiente, donde entreé en 2015 o finales de 2014 (…) Los empecé a escribir por una convocatoria nacional (la “Julio Torri”). Ilusamente, pensé, pues nunca podía completar las 80 pinches cuartillas, pero a partir de que salí de la carrera decidí que quería escribir. Cuando empecé a buscar, eventualmente salió el nombre de Raúl Cota; no sabía si era para publicar o empezar a colaborar, yo no sabía de qué iba, pero no sólo me contestó sino que me habló. Para mí el taller es el momento en el que yo me empecé a sentir escritor”.

Un importante detonador para querer ser escritor —contó—, fue cuando leyó unos consejos de Ray Bradbury, “quien decía que al principio también le costaba mucho trabajo escribir, igual que a todos (…) Cuando él contaba que rentaba una máquina de escribir, ¡por que ni siquiera tenía una máquina de escribir!, se me hizo como una cachetada ‘tienes todo para hacer algo que a otros les costó mucho trabajo, ¿porqué no lo estás haciendo?’, me dije”. También confesó que generalmente escribe pensando sus cuentos como cortometrajes, “el logro máximo que yo concibo es que lo que escriba después pudiéramos llevarlo al cine”, y aunque aún no define si luego escriba una novela o un guión, dijo que le gustaría que los personajes fueran gente como en la vida real, “no tan guapas”.

FOTO: Alejandro Savant.

Nada de ‘angelitos’

José Luis Gómez Torres nació con atrofia muscular espinal tipo II, lo que le dificulta no sólo caminar, si no que la enfermedad puede avanzar hasta parar algunas de sus funciones básicas. “Esa condición de discapacidad es congénita. Yo nací sin poder caminar porque mis músculos no son lo suficientemente fuertes para cargar mi cuerpo —este hermoso cuerpo. Entonces, nunca pude caminar, pero además es una condición progresiva: eventualmente algunos músculos más importantes que las piernas o los brazos me van a empezar a fallar, por ejemplo, los de la respiración o el tracto digestivo; es general, todas las señales se ven afectadas (…) No es curable ni tratable, al menos curable; no sé si no es tratable o en el ISSSTE no pueden cargar con esos gastos; hasta donde sé no hay tratamiento, el tratamiento es hacer mucho ejercicio para retrasarla lo más que se pueda”.

Al preguntarle por la imagen que muchas personas se forman de las personas con discapacidad, de que son unos ‘angelitos’ y ‘pobrecitos’, soltó la carcajada. “Tiene partes verdaderas y partes muy ridículas ese concepto. Obviamente hay muchas cosas que no puedo hacer, pero dan por hecho muchas cosas que sí puedo hacer, como ser culero con otras personas, ¡y de eso me arrepiento!, porque te comentaba: recuerdo que fui un niño cruel con otros niños, por lo mismo porque yo me sentía mal, me sentía solo, supongo que tiendes a lastimar cuando te sientes así, por eso era medio ojete con otros morritos, y tenía como este sentido sectario; andaba con mi pandillita, y los demás si me caían gordos, buscaba la manera de joderlos. Entonces, por una parte sí te limita, porque claro que no puedes hacer lo mismo que los demás niños, pero en otros sentidos, sé que no hubiera hecho lo mismo si no tuviera la discapacidad, quizás hubiera estando echando desmadre, ya tendría uno o dos chamacos, y tendría que estar trabajando en uno o dos trabajos, y es una visión que ahorita no me agradaría”.

“Cuando alguien me dicen la frasesita de ‘mira, tú que estás en la silla y los otros muchachos están sanos…’ ¡me rompe los huevos! Por que no es que yo haya hecho cosas a pesar de la discapacidad y estoy haciendo cosas que son dignas de reconocimiento (…) Te ven en una silla de ruedas y dan por hecho que eres bueno o que eres inteligente, y no es así: ni me considero bueno ni me considero especialmente inteligente”, además coincidió en que tener una discapacidad no es un ‘requisito’ para tener talento para escribir —o para lo que sea. “Me acostumbré a que no podía hacer cosas que quería, entonces esa capacidad de tolerancia a la frustración, a la larga te sirve”, aunque sí, admite que su condición “me puso en ciertas condiciones que me llevaron por el camino que ahora tengo y ese camino me gusta”.

Robot para discapacitados

Precisamente, “si no fuera por la discapacidad” —dijo—, quizá no hubiera ideado el proyecto de robot Olín, un exoesqueleto en el que trabaja desde 2013 en el Tecnológico de La Paz, y que ha llamado la atención de medios locales y nacionales por la utilidad que tendría. “Cuando salí de la ingeniero propuse el proyecto de un robot que ayudara a personas con discapacidad a levantarse solas de la cama e ir al baño. Ese proyecto quizá jamas la hubiera tenido de no haber tenido una discapacidad y ahora ha tenido mucho apoyo, como de Conacyt o la Dirección General de Tecnológicos, y que nació obviamente de una problemática real: alrededor de un 5% de la población mexicana tiene alguna discapacidad. Cuando entré a la Maestría decidí que quería hacer algo”.

¿Cómo funciona el robot Olín? “Se acerca al usuario, lo sujeta y es como si tuvieras un traje robot; una vez que te sujeta, la persona se mueve con él (…) Uno los colaboradores hizo un interfaz con el celular, con el bluetooth, y a partir de la cama se ejecuta la rutina y baja a ti, te sujeta y te levanta”, y la idea es que funcione tanto en el hogar como en el trabajo. Explicó que las sillas de ruedas no tienen un área de rotación muy amplia, de manera que, como en su caso, no pueden andar en pasillos estrechos, “se me dificulta andar en bares, porque generalmente son pequeños, es lo que más me lastima de la silla de ruedas, todo lo demás no importa, ¡no saben los bares todo lo que se están perdiendo conmigo”, sonrió.

FOTOS: Cortesía.

El exoesqueleto se desarrolla en el Departamento de Posgrado e Investigación del Tecnológico de La Paz, en el laboratorio de Procesamiento de Imágenes, Visión Artificial y Robótica, y en su desarrollo han participado casi una veintena de personas, desde estudiantes hasta doctores. Ahora se encuentra en la etapa de pruebas, por lo que el producto aún no está disponible. Desde la robótica, esto puede ser muy útil para las personas con discapacidad —él por su cuenta, además, trabaja en desarrollar otra tecnología para que puedan manejar un automóvil—, pero también está en al parte arquitectónica, sensibilizando a ciudadanos y comerciantes para que ellos puedan acceder más comodamente, pues José Luis asegura que ni siquiera el malecón es apto.

En ese sentido, La Paz “esta de la chingada, tú no puedes andar ni siquiera en el malecón, que es la que yo pensaría que debería ser la parte mínima que debería ser accesible, en la cuestión de los locales, ya no hablemos de más lejos (…) A veces son detalles pequeñitos, hay un solo escalón, por ejemplo, creo que a veces es nomás cosa de presentarles la problemática y esa solución no es complicada, pero no están conscientes de esa personas”.