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Los polvorientos caminos de la fe. Consag y Link, dos exploradores

FOTO: Patricia Valenzuela Lugo.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la actualidad, el transitar por alguna de las carreteras de nuestra Sudcalifornia nos representa un gran engorro, ya que de antemano nos predisponemos a que va a ser aburrido, durará mucho tiempo y sólo vamos a ver pasar, por la ventanilla de nuestro auto, cardones, mezquites y cerros áridos. Sin embargo, no nos ponemos a imaginar la gran dificultad que fue, para los primeros colonos europeos, el transitar en caballo o mula, por senderos inexplorados que, por lo mismo, los hacían intransitables y peligrosos. Por lo anteriormente descrito, se antoja como titánica la gran labor que desempeñaron los jesuitas que arrostrando todos estos obstáculos decidieron explorar y conquistar palmo a palmo la península Californiana.

Uno de estos sacerdotes, el cual se distinguió por sus grandes dotes de explorador, fue Fernando Consag (en croata, Ferdinand Konščak). Este ignaciano había nacido en Varasdin, al noroeste de la actual Yugoslavia, el 3 de diciembre de 1703. Su ingreso a la orden lo lleva a cabo en Eslovaquia en el año de 1719, sin embargo, sus estudios de seminarista los desempeñó en Austria. Fue un alumno empeñoso y debido a su avanzado progreso, al profesar sus votos sacerdotales lo nombran catedrático en un seminario de Budapest. Es en el año de 1730 que solicita, y se le concede, el venir a trabajar en las misiones de la Nueva España. Después de permanecer por un corto tiempo en la ciudad de México, es enviado a las Misiones de la California en el año de 1732.

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A su llegada es destinado a la Misión de San Ignacio Kadakaaman, en donde se distingue por sus habilidades para la construcción, así como por ser un hombre diligente y de nobles sentimientos, siendo muy apreciado por los naturales de aquellas tierras. En el año de 1744 es destinado a la misión recién formada de Nuestra Señora de los Dolores del Norte y, al año siguiente, prosigue su apostolado en la de Santa María Magdalena. Debido a su vocación de explorador, se le envía a la región poco explorada del septentrión de la península y descubre un terreno muy bueno en donde funda la Misión de Santa Gertrudis, La Magna.

Al año siguiente de estar desempeñando su ministerio, el Provincial de los Jesuitas, el sacerdote Cristóbal de Escobar y Llamas, el cual tenía amplio conocimiento de las excelentes dotes de explorador y cartógrafo de Consag, lo envía hacia el norte de las Californias, con el objetivo de que indague si estas tierras son, o no, una isla. El día 14 de julio de 1746 parte en barco desde Loreto a este gran viaje. Durante su estancia en aquellas tierras, elabora un minucioso mapa el cual confirma lo que ya había descubierto el también jesuita Francisco Kino y otros exploradores, que la California era una península, y para demostrar su dicho elaboró uno de los mapas más completos, el cual aún se conserva. Aunado a lo anterior, llevó a cabo una minuciosa e interesante bitácora de viaje, la cual se encuentra resguardada en el Archivo Franciscano de la Biblioteca Nacional.

FOTOS: Internet.

Al regresar a Loreto es devuelto a su ministerio, sin embargo, su espíritu inquieto no lo deja estar tranquilo y para el 22 de mayo de 1751 emprende una nueva expedición, partiendo de la misión de San Ignacio, hacia la isla nebulosa o Isla de Cedros. Su recorrido lo realiza por tierra y le toma 41 días llegar hasta enfrente de la Isla. Durante sus jornadas, se dio tiempo para llevar un detallado e interesante registro de la flora, la fauna y los naturales de aquellas tierras, con los que se topaba. El mencionado diario, lo incorporó  José Ortega en un libro titulado Apostólicos Afanes de la Compañía de Jesús. De regreso de este viaje continuó desempeñando sus labores misionales, entre las que destaca la construcción del templo de la hermosa Misión de San Ignacio. El sacerdote Consag fallecería el 10 de septiembre de 1759, tras 27 años de servir en la California. Sus restos descansan en la Misión de San Ignacio Kadakaaman.

Sobre el sacerdote Wenseslao Link (Vaclav en su lengua natal), encontramos que nació en Nejdek, Bohemia occidental, el 29 de marzo de 1736. Su noviciado lo realiza en el poblado de Brno y, aún sin concluir sus estudios, lo envían a la Ciudad de México en la Nueva España en el año de 1754. Continúa sus estudios de teología y profesa sus votos en el año de 1761. Fue en ese mismo año que se le concede el iniciar su vida de misionero y al lugar que se le destina es a la California, específicamente a la Misión de San Borja Adac, la cual había sido fundada por el jesuita Georg Retz 2 años antes.

Tal parece que Link estaba destinado a ser un explorador, más que a desempeñar su vocación de sacerdote. Su primera expedición la realiza en los meses de marzo y abril de 1765 a la Bahía de los Ángeles y la Isla del Ángel de la Guarda. Posteriormente, de agosto a diciembre de ese mismo año, emprende un viaje hacia la desembocadura del Río Colorado, pero debido a los vientos y temporales propios de esas fechas en aquellas regiones, no logró llegar. Unos meses después, de febrero a abril de 1766, realiza un nuevo viaje y en esta ocasión tiene mejor fortuna y logra explorar la zona del Río Colorado.

Durante los viajes realizados por el sacerdote Link, elaboró unos minuciosos informes en los que daba cuenta de los animales y plantas de aquellas regiones, así como los encuentros con habitantes de estos sitios. También consigna una gran cantidad de detalles cartográficos de aquellos parajes. Fue tan abundante la información que logró registrar que Ernest J. Burrus pudo elaborar una obra en 3 volúmenes con todo el material que pudo reunir de los viajes del sacerdote. En total estuvo 6 años cumpliendo su labor de misionero y explorador en las Californias.

En el mes de febrero de 1768, Link, así como sus demás hermanos de la Orden, son embarcados en el puerto de Loreto en cumplimiento a la Orden de Expulsión de los integrantes de la Compañía de Jesús de todos los territorios de la Corona Española. Al llegar a España, estuvo preso casi 1 año y es hasta 1769 en que regresa a su tierra, a la ciudad de Olomuc, Moravia. Los siguientes 28 años de su vida continuaría desempeñando sus labores sacerdotales, hasta que el 8 de febrero de 1797 fallece a la edad de 94 años, víctima de hidropesía.

La fuerza y férrea convicción de Consag y Link, permitieron que las tierras Californianas fueran exploradas y, por consiguiente, conocidas por el mundo. Mucho debemos a estos hombres que, a pesar de no contar con los medios que tenemos ahora, pudieron llegar a regiones donde difícilmente cualquier persona lograría llegar en la actualidad. La fe inquebrantable de que estaban haciendo el bien para todos, los impulsó a realizar obras que aún en la actualidad nos sorprenden.

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Juan María de Salvatierra y Visconti. Ut sementem feceris, ita metes

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Este 17 de julio se conmemora el aniversario luctuoso número 302 del Apóstol de las Californias, el sacerdote jesuita Juan María de Salvatierra y Visconti. Un hombre que dejó una profunda huella en la construcción de la California colonial, ya que sin sus gestiones ni su maestranza en la organización y gestión de recursos en el Fondo Piadoso de las Californias, jamás hubiera sido posible el que uno sólo de los asentamientos misionales en nuestra península fructificara. Tuvo una vida intensa y llena de privaciones, pero también de grandes logros y aciertos. Fue un hombre de su tiempo, el cual vivió y murió convencido de la importancia de la obra misionera para redimir a tantos gentiles que habitaban en la California, sus amados indios californios.

De acuerdo a sus biógrafos, Salvatierra nació el 15 de noviembre de 1648, en la famosa ciudad de Milán, Italia. Era descendiente de una familia acomodada (los duques de Milán). A la edad de 17 años tomó la decisión de ingresar en la Societas Iesu, e ingresó al Colegio de Génova donde inicia sus estudios religiosos. Desde su ingreso, manifestó su deseo de encaminarse a la vida misionera y, utilizando las influencias de su familia, logró ser trasladado hacia la Nueva España, en donde concluye sus estudios en el Colegio de Tepotzotlán y se ordena sacerdote. Debido a su gran dedicación y nivel académico, es nombrado maestro de retórica en el Colegio de Puebla.

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Sin embargo, su vocación de misionero siempre lo llamó, por lo que en el año de 1681 se le concede iniciar este ministerio en la Sierra Tarahumara, en la Misión de Chinipas, uno de los lugares más remontados y de difícil acceso en aquella serranía. Durante 10 años desarrolla su ministerio con gran entusiasmo, logrando fundar varios asentamientos religiosos en aquellos parajes.

En el año de 1681 se le cambia su ministerio a las regiones del Noroeste de la Nueva España, lo que actualmente son los estados de Sonora y Sinaloa. Durante su peregrinar por estas tierras conoce y entabla una amistad, la cual perduraría durante todo el resto de su vida, con el sacerdote, también italiano, Francisco Eusebio Kino. En sus interminables charlas por los caminos hacia las diferentes Misiones de aquellos lugares, Kino logra entusiasmarlo y motivarlo narrándole sus experiencias de más de 2 años de estancia en la California, donde tuvo la oportunidad de explorar un territorio casi virgen y en el que abundaban los gentiles, tierra fértil para convertirlos a la gracia de la Fe, y una excelente oportunidad para experimentar la construcción de la idílica sociedad comunal a la que aspiraban los Jesuitas. Fue así como inician una serie de viajes a la Ciudad de México, en la que buscan por todos los medios el conseguir la aprobación de sus planes por parte de los Rectores de la Compañía de Jesús, así como la autorización real del Virrey.

No es sino hasta el año de 1696, un 6 de febrero, que el virrey Dn. José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma, otorga a la Compañía de Jesús, la Licencia y Cédulas Reales para proceder con la colonización de la California. Todo esto, sólo fue posible debido a los oportunos donativos que se hicieron por hacendados acaudalados, así como de algunas órdenes religiosas de la Nueva España, que aceptaron y vieron con buenos ojos el entusiasmo desmedido y ferviente de los padres Salvatierra y Kino, por iniciar la labor Misionera en aquellas tierras, que siempre habían sido consideradas de inútil importancia para la Corona y vedadas a la exploración. A la compañía de Jesús se le concedió la máxima autoridad en estas tierras Californianas, a cambio de no pedir un solo centavo del tesoro de la corona para sufragar sus viajes y futuros asentamientos.

A partir de ese año, se inician los preparativos por parte de la Compañía de Jesús para adquirir los barcos y los bastimentos, así como el personal que acompañaría a Kino y Salvatierra en su empresa en la California. Lamentablemente para ellos, el año de 1697 fue abundante en rebeliones por parte de los naturales de la tarahumara y Sonora, por lo que, en varias ocasiones, tienen que acudir ambos sacerdotes a tranquilizar a la gente e imponer la paz en aquellos sitios. En el mes de octubre de ese año y ya casi para zarpar, el sacerdote Kino es llamado, con carácter urgente y de obligatorio cumplimiento, a sofocar una rebelión que se daba entre sus pupilos de la Pimería Alta, por lo que un solitario Salvatierra tiene que partir el 10 de octubre a su encuentro con las tierras Californianas.

Después de varias exploraciones en la península, y basado en los documentos y experiencias que le trasmitiera el sacerdote Kino de su estancia en estas tierras, Salvatierra desembarca y funda la Misión de Loreto, la cual queda consagrada con una solemne ceremonia el 25 de octubre de 1697. A partir de esa fecha, se dedica a promover la obra misionera para la que se había preparado con tanto esmero y la cual le había significado grandes esfuerzos. Empieza una vigorosa catequización de los naturales de aquellas tierras, así como la exploración de los sitios en los cuales se concentraban grandes comunidades de naturales. Con gran pesar del sacerdote Salvatierra, en el año de 1704 es nombrado Provincial de la Compañía de Jesús y tiene que viajar a la Ciudad de México, en donde permaneció hasta que finalizó este encargo, y de inmediato solicita ser devuelto para continuar su ministerio misionero en la California.

Es importante mencionar que, sin importar el haber desempeñado los cargos más altos de la Orden en la Nueva España, o tener un nivel académico de primer nivel entre sus demás hermanos ignacianos, él siempre se comportó de forma humilde y prudente, desempeñando todas las actividades que era menester, en su afán de continuar expandiendo la influencia de la catequización por toda la península.

Cuenta el sacerdote Miguel el Barco, que en no pocas ocasiones y debido al atraso en la llegada de las provisiones, que se enviaban desde Sonora y Sinaloa para la subsistencia de las Misiones en las Californias, el sacerdote Salvatierra, al igual que todos los naturales de estas regiones, tuvo que salir al monte a recolectar plantas y animales de la región para poder sobrevivir. Jamás le escucharon algún lamento, alguna queja. A pesar de que pudo haberse sustraído a estos estragos, pidiendo su cambio a cualquier lugar que él deseara, ya sea en la Nueva España o en Europa, él siempre quiso estar entre sus amados indios californios.

Contando con 69 años de edad, cansado y enfermo de un mal que, en aquellos años se le conoció como “el mal de piedra” (litiasis vesical o cálculos en la vejiga), es llamado por el virrey Marqués de Valero, para que acuda a la capital de la Nueva España a ayudar a la redacción de un libro que, por órdenes del Rey Felipe V, debía de elaborarse, y en el que se consignara la historia de California. Siempre fiel al cumplimiento de sus obligaciones y deberes, el sacerdote inicia lo que sería su último viaje. Llega a la ciudad de Tepic, en donde se agravan sus dolores y, sintiendo ya muy cercana su muerte, le pide a sus hermanos sacerdotes que lo lleven a la ciudad de Guadalajara, ya que desea exhalar su último aliento en la capilla dedicada a la Virgen de Loreto, advocación mariana de la que fue ferviente seguidor, y la cual se encontraba en el interior de la iglesia de la ciudad de Guadalajara, misma que promovió su construcción cuando fue rector del Colegio Jesuita de aquella ciudad.

Durante la noche del 17 de julio de 1717, el sacerdote Salvatierra se despoja de su vestidura carnal, entre las muestras de cariño y tristeza de todos los que le rodeaban, sabiendo que, en esos momentos, se iba uno de los grandes hombres que había dado su vida en pos de la catequización de sus amados hijos californios.

La memoria del sacerdote Juan María de Salvatierra y Visconti, se va diluyendo cada vez más en el trajín de la sociedad actual, pocas son las personas que aún lo recuerdan y, mucho menos, aquellos que estudian su vida y obra. Es menester que las instituciones que tienen por objetivo la difusión y custodia de La Historia de nuestra media península, fomenten, con acciones certeras y organizadas, el que se conozca lo que hicieron los grandes hombres que vivieron y murieron por darnos una identidad.

Una hermosa frase en latín reza de la siguiente manera: “Ut sementem feceris, ita metes”, lo cual podemos traducir al español Como sembrares, así cosecharás. La siembra del padre Salvatierra fue buena y abundante, ahora queda a aquellos que tenemos su legado en nuestras manos, el hacernos dignos de sus afanes y esfuerzos, y ser corresponsables de un futuro promisorio y honorable para esta hermosa tierra de la California, la California Original.

 

Bibliografía:

“Cartas sobre la conquista espiritual de Californias” (México, 1698) y “Nuevas cartas sobre Californias” (1699) – Juan María de Salvatierra.

Misión de la Baja California – Juan María Salvatierra.

El apóstol mariano representado en la vida admirable del venerable padre Juan María de Salvatierra de la Compañía de Jesús – Miguel Venegas

California, Juan María de Salvatierra y los californios – Eligio Moisés Coronado

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La supuesta estancia de Francis Drake en la California

FOTOS: Cortesía.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La estancia de Francis Drake en la antigua California, como parte de su ruta hacia lo que hoy se denomina como la Bahía de San Francisco —a la cual bautizó como Nueva Albión, antiguo nombre de la Isla Inglaterra—, es algo muy cuestionado y discutido. Si bien es cierto que tuvo que pasar con su barco cerca de nuestra península, para llegar a este destino, no existe evidencia de que haya desembarcado en el lugar que hoy se conoce como Puerto de Pichilingue; simplemente, existen las narraciones en el imaginario popular, que son las que dan cuenta de este hecho, como muchas otras leyendas antiguas y contemporáneas.

Francis Drake Mylwaye nació en Tavistock, Inglaterra. Su padre fue un granjero y predicador protestante, el cual, conociendo la afición de su hijo por los barcos y los viajes por mar, decide emplearlo como marinero a la edad de 13 años. Debido a sus habilidades en las artes marinas y su gran inteligencia, rápidamente asciende en los puestos de responsabilidad hasta que queda encargado como capitán de su primer barco. Realiza un viaje hacia las costas de África, donde esclaviza a 200 de sus pobladores, y a los cuales vende en islas del atlántico americano. Posteriormente, realiza diferentes viajes con fines de piratería (corsario) en las costas de Nueva España, centro y sur de América. Fue en el año de 1578 que la reina Isabel I lo pone al mando de 6 barcos, con el propósito de que asalte y se apodere del todas las riquezas posibles, en las costas de América dominadas por la corona española. Durante su travesía, hasta llegar a los puertos de la Nueva España, pierde 5 de los barcos en diferentes hechos, y se queda sólo con la nave insignia la cual llevaba el nombre de Pelican y que en el trayecto rebautiza como Golden Hind (Cierva Dorada).

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Corría el año de 1579, en que el Corsario Drake se encontraba en un viaje rumbo al norte del continente americano, buscando una ruta llamada El paso del noroeste (que no es más, que un mítico e imaginario pasaje que, supuestamente, aseguraban, se encuentra atravesando el océano ártico, para desembocar en la parte nórdica del océano atlántico, lo cual lo llevaría por una ruta corta y directa hasta su país natal, Inglaterra).  Todo este viaje lo realizaba cargando un gran botín de piezas de oro, playa y joyería, las cuales había obtenido al atracar ciudades y barcos, en su ruta a través de las costas de Chile y Perú.

Según lo que consigna en su documento La Leyenda del Tesoro de Pichilingue de Paco Castillo, expresa lo siguiente: “Francis Drake, quien  en el año 1578 recorrió todo el litoral del Océano Pacifico, atacando y saqueando puertos, apoderándose de buques españoles, el botín así adquirido fue muy valioso, sobre todo por el oro y la plata que contenía. Uno de los barcos que asaltó fue la Nao “Santa Fe” a la altura de Cabo Corrientes, que llevaba en su interior un riquísimo cargamento de monedas de oro, perlas y joyas. Perseguido de cerca por dos embarcaciones españolas, se dirigió al norte de la Península de California, penetró en la Bahía de La Paz y fondeo frente a la isla de San Juan Nepomuceno, que enmarca la Bahía de Pichilingue; ahí, ante la amenaza de sus perseguidores, Drake decidió esconder el tesoro; amparado por las sombras de la noche y acompañado de tres hombres de su entera confianza, bajó a tierra, y en uno de los declives de la isla, sepultó los cofres del tesoro, no sin antes tomar las debidas referencias geográficas para su posterior recuperación. En ese lugar pasó cinco días en espera de que pasara el peligro, al cabo de los cuales el barco desplegó sus velas y enfiló al sur, con el fin de pasar por el Estrecho de Magallanes y retornar a su patria, llevando en sus bodegas parte de las riquezas obtenidas en sus correrías por los mares y costas del continente americano”.

El relato antes mencionado tiene imprecisiones en cuanto a fechas, ya que el año en que debió pasar Drake por las costas de la antigua California, fue el de 1579 (aproximadamente en los meses de mayo o junio). Finalmente, es importante recalcar que, una vez que Drake fundó el puerto de Nuevo Albión, regresó a Inglaterra, pero por una ruta que trazó a través del océano pacífico, el océano índico y de ahí bordeando África hasta llegar a Europa. No regresó al sur del continente Americano, o por lo menos, no en ese viaje.

De ahí en fuera, en la mayor parte de la bibliografía consultada, son muy cautos en mencionar si Drake visitó las aguas de la Bahía de La Paz, o si acaso desembarcó en las playas de este destino, simplemente hacen mención de que “En 1579 se supo de los merodeos en aguas californianas de Francis Drake, aunque este no logró asestar el golpe por entonces” (Historia general de Baja California Sur: Los procesos políticos Dení Trejo Barajas, Edith González Cruz). También en el libro Baja California Sur. Historia breve de Ignacio del Río Chávez y María Eugenia, sólo mencionan “El primer recorrido de salteo lo hizo en 1579 el pirata Francis Drake, quien pasó finalmente a California y de ahí enfiló sus proas en dirección al Asia”.

Pero hay otros escritores que mencionan “Sir Francis Drake mismo, navegaba las aguas de Cabo San Lucas en 1578” (Pericúes Piratas y Sacerdotes: La historia de Cabo San Lucas Casimiro Gardea Orozco) y “1579 junio. Drake arriba a las costas de San José del Cabo, en su navío llamado “The Golden Hind” (Cierva Dorada) de 120 toneladas, 37 metros de eslora y bandera inglesa, la intención era abastecerse de agua, reparar su nave y seguir su ruta hacia el norte de California y, posteriormente, a Inglaterra. Drake saqueó los puertos del litoral del pacífico y los barcos españoles desde Chile hasta México.” (Apuntes cronológicos de Baja California Sur y Los Cabos. RecopilaciónFrancisco Holmos Montaño).

Más allá de quién pudiera demostrar tener documentos que avalen la supuesta estancia de Francis Drake en la mítica California, no cabe duda que, nuestra península fue una tierra fructífera para leyendas sobre estos Corsarios que dejaron huella en la historia.

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El Fondo Piadoso de la Antigua California. La buena fe desvirtuada en imprudencia

FOTO: Modesto Peralta Delgado.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde que la Corona Española dejó de lado los viajes a la tierra nombrada California, las expediciones fueron cada vez más esporádicas y sujetas a un permiso por parte del Virrey de la Nueva España, el cual pocas veces lo concedía. Las costosas expediciones que se habían sufragado con dinero de la Hacienda de la Corona siempre terminaban en desastres y en nada redituaban ganancias como para seguirlas patrocinando. Bajo estas condiciones fue que dos hombres de intrépido valor decidieron emprender la búsqueda del permiso para establecer asentamientos en la California con el único fin de convertir a la cristiandad a los miles de nativos que deambulaban por aquellas tierras. Los nombres de estos hombres fueron Francisco Eusebio Kino y Juan María Salvatierra.

A la par que Kino y Salvatierra buscaban el convencimiento de sus superiores en la orden de los jesuitas, también se preocupaban por convencer a los ricos mecenas de la cristiandad de la Nueva España del gran servicio que prestarían a “Dios” si colaboraban con bienes materiales (dinero y propiedades) para conformar un capital del que se pudiera echar mano para la compra de barcos, alimentos y herramientas así como la contratación de marineros y soldados que acompañaran a los religiosos en la búsqueda de las miles de “almas paganas” que habitaban esas tierras y que “El Señor” quería que conocieran la “verdadera fe” de manos de los religiosos. Es así como convencieron a figuras de gran renombre como el Conde de Miravalle, el Marqués de Buenavista, Juan Caballero y Ocio, Pedro Gil de la Sierpe y el propio Virrey de Nueva España, Don Fernando de Alencastre Noroña y Silva. Además de los ya mencionado varias de las corporaciones religiosas que ya habían llegado hacía años a la Nueva España y poseían grandes haciendas las cuales tenían excelentes producciones, ofrecieron ayuda en especie y económica para sufragar parte de estas futuras expediciones. Fue así como a partir del año de 1697 dieron origen a la integración del Fondo Piadoso de las Californias.

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Cuando en el mes de octubre de 1697, el sacerdote Salvatierra se hizo a la mar rumbo a la California, el Fondo Piadoso contaba con la cantidad de 37 mil pesos lo cual era más que suficiente para la fundación y sostenimiento por corto tiempo de una Misión. A finales de ese mismo mes ya al desembarcar en la península, llamaron a esta primera Misión con el nombre de “Loreto”, siendo el primer enclave permanente en las tierras Californianas. Conforme se compraban insumos y materiales para enviarlas de los poblados de lo que actualmente es Sinaloa, Nayarit  y Sonora, con el dinero que había en el Fondo, éste se veía fortalecido con donaciones de otros píos mecenas como el Marqués de Villapuente de la Peña y su prima y esposa la Marquesa de las Torres de Rada junto con la Duquesa consorte de Béjar y Gandía. Estas personas buscaban no solamente la satisfacción cristiana de contribuir con la “Santa Obra” sino al mismo tiempo “ganarse la gloria eterna” en el momento en que desencarnaran y fueran al encuentro del Creador. Por lo anterior  no escatimaban sus esfuerzos donando propiedades como Haciendas, Molinos, Viñedos, etc. así como los dividendos que produjeran “a perpetuidad”. Ha quedado constancia en los documentos que aún se conservan del Fondo Piadoso que se donaron haciendas con valor de 200 mil pesos para restablecer los destrozos que se ocasionaron en algunas de las iglesias como consecuencia del levantamiento de los pericúes durante los años 1734-1735.

En los 70 años que permanecieron los jesuitas realizando su labor religiosa en la California, el Fondo Piadoso fue administrado por su Orden de forma independiente al Gobierno de la Corona. Con las ganancias que se obtenían de las rentas de las propiedades donadas, el ganado y los productos que se obtenían, se sostuvieron las 13 Misiones que se levantaron, cosa que seguramente jamás se hubiera logrado sin este valioso aporte. Sin embargo cuando en el año de 1768, los Jesuitas fueron expulsados de todos los territorios pertenecientes a la Corona Española, el Fondo Piadoso de Las Californias pasó a ser administrado por órdenes directas del Rey. Es aquí cuando empieza el saqueo y el dispendio de los recursos resguardados por esta institución ya que muchas de las propiedades fueron vendidas de forma irregular y el dinero obtenido jamás se reintegró al fondo y mucho menos se destinó para el fin para el que se había creado.

Cuando en el año de 1823 finalizó la llamada Guerra de Independencia, y se empezó a consolidar el primer gobierno de la naciente República Mexicana, el Fondo Piadoso pasó a ser manejado por el gobierno establecido. Para estas fechas la península de California estaba regida por la Orden de los Dominicos y en el territorio denominado la Alta California, los Franciscanos realizaban las actividades de apostolado y habían consolidado 23 puntos misionales. Durante estos primeros años del gobierno mexicano sus dirigentes aún no lograban sacudirse el pesado yugo de la iglesia católica y por lo mismo cedían ante sus nefastas pretensiones tratando de conseguir su valioso apoyo para mantenerse en el poder. Es así como el presidente en turno en el año de 1836, José Justo Corro, aprobó una ley autorizando a la “Santa Sede” para la creación de un obispado en California, el cual sería dirigido por el Obispo Francisco García Diego y Moreno, el cual llegó a aquellas tierras hasta el año de 1840. Dentro de la mencionada Ley se concedía que el capital de que disponía el mencionado Fondo Piadoso de las Californias se le fuera otorgado para realizar las actividades para las que originalmente fue creado. Sin embargo aquí cabe hacer la aclaración que para esos años la cantidad de naturales que aún vivían en los alrededores de las antiguas Misiones eran sólo un puñado ya que la mayoría habían muerto víctimas de la enfermedades traídas por los extranjeros y a la imposibilidad para adaptarse a esta nueva cultura. Con lo anterior trato de expresar que ya no existían la razón principal para lo que fue creado el Fondo Piadoso de las Californias y por lo mismo se debió de haber planteado una estrategia ya sea para restituir lo que aún quedaba del mismo entre los descendientes de los primeros donantes o bien liquidarse de forma legal y que formara parte de la Hacienda del Gobierno Mexicano. Sin embargo esto no se hizo así y debido a ello se desencadenaron una serie de trastornos que vinieron a afectar económicamente por muchísimas décadas al erario mexicano.

Retomando el hilo de nuestro análisis histórico, el Fondo Piadoso sólo duró hasta el año de 1842 en manos de la diócesis de California. Cuando el trastornado y primer chapulín de la historia mexicana, Antonio López de Santa Ana llegó en una de tantas ocasiones a la Presidencia de la República, de forma arbitraria e inconsciente revoca la ley que se había expedido años atrás sobre el Fondo Piadoso y publica un nuevo decreto donde ordena que a partir de ese año sea administrado por la Hacienda Mexicana. Este obtuso y decrépito político en unos cuantos días ordenó que todas las propiedades que estaban amparadas por este Fondo Piadoso fueran rematadas a un valor ínfimo y que el dinero resultante de su usufructo pasara a formar parte de la Hacienda Nacional. Se sospecha que muchas de estas propiedades pasaron a manos de sus compinches más allegados y de él mismo.

Pasados unos años, y como producto de la injusta guerra de intervención y ocupación que llevó a cabo el ejército yankee a nuestra patria mexicana en los años de 1846 a 1848, los hipócritas religiosos que aún dirigían las Iglesias dentro de lo que fuera la Alta California decidieron aprovechar esta oportunidad y solicitaron al Gobierno de los Estados Unidos de América que impusiera al gobierno mexicano, como parte de las abusivas demandas de los vencedores, el que se restituyera el dinero al que equivalía el Fondo Piadoso de las Californias en el año en que les fue cedido para su administración (1836). El gobierno yankee ni tardo ni perezoso vio la oportunidad de arrancarle otro pedazo a nuestra destrozada nación y pidió la integración de una Comisión Mixta Americano-Mexicana de Reclamaciones con el único fin de resolver el reclamo de la comunidad religiosa de la Alta California. Ante la negativa del gobierno mexicano para hacer el pago correspondiente, ventajosamente el gobierno yankee impuso el arbitrio del embajador británico en Whashington sabiendo que este personaje, hambriento de ganarse el favor de los yankees, fallaría de forma positiva a la petición, y así fue. El 11 de noviembre de 1875 el mencionado embajador Sir Edward Thornton, condenó al gobierno mexicano a pagar la cantidad de 904,070.79 dólares a los religiosos de la Alta California como la parte proporcional que les correspondía a las supuestas misiones que ellos administraban en ese lugar.

México tuvo que realizar el pago de esa cantidad en varias parcialidades, sin embargo se negaba a pagar intereses por las mismas. Ante la presión del gobierno yankee, el caso fue llevado ante la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya para que ahí se analizara y dirimiera. Para nuestra desgracia, el poder del gobierno yankee pesó mucho más que la justicia y, con base a un término legal denominado “res judicata” (cosa juzgada) se dejó en firme la “sentencia” que ya había expresado el cónsul británico Sir Edward Thornton. Obviamente se puede entrever que la Haya no quiso comprometerse en este entuerto y simplemente pasó “la bolita” al representante inglés para que sobre él recayera el peso de la decisión. En consecuencia, el Gobierno Mexicano estaba obligado a pagar a los Estados Unidos de América, para el arzobispo y obispos católicos de California, la cantidad de 1,402.682.67 dólares así como una anualidad “perpetua” de 43,050.99 dólares. A partir de ese año las mencionadas sumas fueron pagadas por nuestro gobierno, pero como una paradoja, las monedas con las que se pagó fueron acuñadas en plata, tal como las que se ofrecieron a aquel injusto traidor que al vender a su Maestro, se ganó el repudio de todos los que conocieron el hecho y al final murió por su propia mano.

Como colofón de esta situación, durante el sexenio en que estuvo en la presidencia Gustavo Díaz Ordaz, se emitió el pago de 716 mil 546.00 dólares al gobierno yankee para finiquitar la injusta deuda a la que fue condenado nuestro país a cuenta del famoso Fondo Piadoso de las Californias.

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El destierro de los jesuitas. El fin de la teocracia en la Antigua California

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). La California como territorio bajo el dominio de la Real de la Corona Española, tuvo su inicio con el establecimiento del primer asentamiento permanente, lo cual ocurrió oficialmente el 25 de octubre de 1697 con la fundación del Real Presidio de Loreto, de la mano del jesuita Juan María de Salvatierra. El hecho de que esta expedición pudiera efectuarse resultó toda una odisea, y más si tomamos en cuenta que se sostuvo por espacio de 70 años, con muchas carencias y limitaciones, sin embargo, los jesuitas lograron fundar 17 enclaves misionales que permitieron la evangelización de los naturales y el inicio de la explotación de los recursos naturales de estas tierras.

Independientemente de la opinión de los críticos o detractores que protestan, debido al desconocimiento de los efectos benéficos de la estancia de los jesuitas y demás colonos de la península, cabe mencionar que como  fenómeno histórico, la etapa colonial de la California —la cual se desarrolló en gran medida por la orden religiosa de los jesuitas—, fue un proceso más o menos tranquilo. Si bien dicha etapa no estuvo exenta de constantes levantamiento de los naturales para sacudirse la aculturación que pretendían implantar los colonizadores, ésta se dio de una manera relativamente tersa, sin que existieran las temibles matanzas y abusos que sí se realizaron en el centro y sureste de la Nueva España. No pretendo de ninguna manera promover una apología de la etapa misional, pero sí recalcar la importancia de hacer una ponderación neutral acerca de los efectos que esto tuvo para nuestra península, así como su integración al concierto de las naciones que entraron bajo el dominio europeo.

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La etapa misional de los jesuitas fue paralela a la introducción de especies animales y vegetales desconocidas en esta parte del mundo, las cuales vinieron a complementar la dieta muy pobre que tenían los antiguos californios. Aunado a lo anterior se procuró enseñar a los naturales actividades como la talabartería, curtido de pieles, preparación de conservas y carne seca, elaboración de vino, agricultura, ganadería, así como cestería y tejido de prendas como cobijas o calcetas.

Todas estas actividades fueron bien recibidas y aprendidas, de tal manera que en la actualidad, a más de 300 años de distancia, en algunos rincones del estado los descendientes de los indígenas y colonos europeos aún realizan dichas prácticas, incluso muchas a la antigua usanza, tal como se enseñaron en las misiones de los siglos XVIII y XIX. No obstante, como efectos nocivos, la implementación del régimen misional trajo consigo la aculturación de los naturales, así como la muerte de decenas de miles de ellos, provocada por el contagio de enfermedades como la sífilis (mal gálico), fiebre, peste, varicela, entre otros padecimientos.

El final de este periodo fue consecuencia de las evoluciones que se daban en la configuración política y social de Europa; aunque este continente dista miles de kilómetros de la California, el largo brazo de su maléfica influencia no tardó mucho en hacerse sentir. Corría el año de 1767 y en España se encontraba reinando Carlos III, el cual era descendiente de la Casa Borbona; en esos momentos cobraba mucha fuerza una doctrina política denominada “regalismo” que defiende el derecho del Estado nacional a intervenir, recibir y organizar las rentas de sus iglesias nacionales.

La expulsión de una orden obediente al Papa como la jesuita, resultaba económicamente apetecible, porque reforzaba el poder del monarca y porque tras la expulsión de una orden religiosa, venía la correspondiente desamortización de sus bienes, que el Estado podía administrar como creyera oportuno. En ese tiempo, la Corona Española tenía las arcas reales prácticamente en bancarrota debido a los excesos del sostenimiento de las extravagancias de sus soberanos y por las constantes guerras que realizaba contra otros imperios europeos.

Carlos III

Fue así como el Rey Carlos III encontró una solución rápida para obtener recursos económicos que necesitaba con urgencia, adueñándose de las posesiones que con tanto esfuerzo había logrado la orden de los jesuitas. En ese mismo año se comisionó al visitador de la Corona, José de Gálvez, para que implementara las Reformas Borbónicas en la Nueva España, y con ello recobrara el control político y administrativo de esta colonia. Aparejado con lo anterior, se expidió la Orden de Expulsión de los Jesuitas para todos los dominios de la Corona Española, misma que se ejecutó de forma inmediata en el centro y sureste de la Nueva España. Sin embargo, debido a la ubicación remota de la California y sus misiones, no fue sino hasta finales de ese año, el 30 de noviembre de 1767, que llegó a nuestras tierras Gaspar de Portolá, recién nombrado Gobernador, para que llevar a cabo estas órdenes.

El Gobernador desembarcó en el puerto de San Bernabé junto a una buena cantidad de soldados, ya que se tenía la falsa idea de que los jesuitas se negarían a dejar sus misiones e incluso se pensaba que organizarían una revuelta para impedir ser hechos prisioneros. De forma secreta, Portolá se dirigió a Loreto, en donde de inmediato comunicó las órdenes para su expulsión al sacerdote encargado de los jesuitas en las Californias. Sin hacer mayores cuestionamientos se convocó a todos los sacerdotes que estaban en las catorce misiones diseminadas por la península, para que se concentrarán en el Real Presidio de Loreto.

Se fijó el día 3 de febrero de 1768 para el embarque. Por la mañana celebró una misa el padre Retz y comulgó toda la población; por la tarde, el padre Hostel, que llevaba 33 años de misionero, hizo una ceremonia de despedida a la Virgen de los Dolores para que amparase a los hijos que dejaban y a los pobres misioneros que se iban. En la noche se embarcaron en el navío La Concepción; se cuenta que aquella noche todo el pueblo de Loreto estaba en la playa. Al ver tales demostraciones, el mismo gobernador Portolá no pudo contener las lágrimas. Abordaron las lanchas el 4 de febrero y al salir el sol levantaron anclas.

Sin embargo, las tierras californianas no estuvieron desamparadas por mucho tiempo del dominio de otra orden religiosa. El 14 de marzo de 1768 salieron de San Blas (actual estado de Nayarit), con destino a Loreto, los quince franciscanos presididos por el mallorquino Junípero Serra, quienes se hicieron cargo de las históricas Misiones ex jesuíticas de la Antigua California. Con este episodio se dio cierre a la etapa de las Misiones comandadas por los jesuitas.

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