1

El Galeón de Manila en la California del Sur. Vientos de Oriente y Occidente

FOTOS: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Vientos del pasado llegan hacia nosotros y atraen con su suave brisa al famoso Galeón de Manila o Nao de China. En la actualidad, pocos son los que recuerdan la poderosa influencia que produjeron los viajes, que por espacio de 250 años, se realizaron entre las Islas de Filipinas y la Nueva España, y menos aún rememoran que en la mayoría de ellos, el sitio de llegada, aunque sea de forma accidental o temporal, fue la punta austral de la península de California.

Durante el siglo XVI, la búsqueda de una ruta rápida hacia las regiones del Oriente de Europa, básicamente los países que conforman el continente Asiático, enfrentó en una desesperada y ríspida carrera contra el tiempo a dos de las grandes potencias marinas en ese entonces: España y Portugal.

También te podría interesar: Tres insignes sudcalifornianas

Después de que algunos viajeros empezaron a llevar desde los confines de Oriente hasta los reinos europeos una gran cantidad de alimentos, conocidos comúnmente como especias y hierbas aromáticas (pimienta, pimentón, chile, cardamomo, clavo, macis, casia, nuez moscada, canela, etc.), se causó un gran revuelo en las clases adineradas, las cuales vieron modificados sus hábitos alimenticios al incorporarles estos condimentos, hasta ese tiempo desconocidos. Sin embargo, el gran problema que había era que estos productos sólo llegaban a través de caravanas que hacían largos viajes a pie o en caballo y que duraban más de un año en concretarse. Además, sólo podían transportar una carga muy limitada de estos productos. En ese entonces las rutas eran sumamente peligrosas, ya que estaban infestadas de ladrones que asaltaban las caravanas y robaban su preciada carga.

Fue entonces que los reyes de España y Portugal se enfrascaron en una serie de exploraciones, buscando una vía más rápida para hacerse de estos productos y, obviamente, obtener la supremacía en su comercio y en las pingües ganancias que se obtenían. Quienes tomaron la delantera fueron los navegantes portugueses, ya que consiguieron llegar a los países asiáticos rodeando el continente africano por el Cabo de Buena Esperanza y enfilar su rumbo hacia el Océano Índico para finalmente llegar a las islas y tierras donde abundaban las especias. El reino de Portugal estableció un férreo dominio sobre esta vía, la cual defendió incluso con acciones armadas. Fue por ello que España volvió sus ojos hacia los mares de occidente, con la firme idea de que si se viajaba lo suficiente hacia el oeste, dado que el planeta tierra era esférico, se llegaría hacia las codiciadas tierras de Oriente y su preciado tesoro de las especias.

Es así como los marinos españoles y otros más, que no eran nacidos en este país pero que alquilaban su trabajo a este reino, empezaron a surcar los mares buscando esta ruta. Si bien es cierto que a finales del siglo XVI (1592) el navegante Cristobal Colón había descubierto algunas grandes islas en su ruta hacia occidente (lo que posteriormente se aclararía que era América), no fue sino hasta ya entrado el siglo XVII, en el año de 1519, que el Rey Carlos I de España integra una flota con 5 naves capitaneada por Fernando de Magallanes, con el propósito de que llegara a las islas llamadas “Molucas” por los portugueses, y así definir una ruta de navegación que fuera propiedad del imperio español. No olvidemos que en el año de 1494, los reinos de España y Portugal había firmado un documento llamado Tratado de Tordesillas, en donde se comprometían a dividirse el mundo conocido, y por conocer, a través de los viajes de ultramar, en una línea imaginaria establecida a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Los portugueses conservaban para sí las rutas al oriente a través del Cabo de Buena Esperanza, y dejaban para los españoles todo un extenso espacio de mar (o por lo menos así se creía) y lo que se encontrare hacia el occidente.

En la extraordinaria expedición que realizó Magallanes, logró la gran hazaña de rodear el vasto continente americano en su parte más austral, legando para la posteridad el famoso Estrecho que lleva su apellido, y que le permitió ingresar al Océano Pacífico (Magallanes fue quien le dio este nombre aunque ya había sido “descubierto” por Vasco Núñez de Balboa en el año de 1513). Prosiguiendo su ruta hacia el Noreste, al final logra desembarcar en la isla denominada como Cebú y decide bautizar a este conjunto de islas con el nombre de Filipinas en honor al Rey Felipe II de España. Lamentablemente, Magallanes muere en un enfrentamiento contra los naturales del lugar y es su piloto, Juan Sebastián Elcano, quien logra llevar a los pocos sobrevivientes de la expedición y a la maltrecha nave capitana de regreso a España a donde llegan en el año de 1522.

Ya con la seguridad de una ruta que ofreciera a España un pasaje hacia el codiciado “oro” de las especias en oriente, se inician expediciones buscando viajar desde las costas de la Nueva España, adquirir la preciada carga en las Filipinas y volver sanos y salvos al punto de partida. A partir del año de 1522 se realizaron diversas expediciones hacia las islas de oriente, entre las que sobresalen las encabezadas por Ruy López de Villalobos (1541) y Miguel López de Legazpi (1564). Lamentablemente, ambas escuadras no pudieron contar con pilotos expertos que pudieran encontrar una corriente marina que les ofreciera la posibilidad de regresar hacia las costas americanas, aún con la carencia de vientos adecuados. No hay que olvidar que en esa época los barcos dependían para su movimiento de los vientos, por lo que si encontraban una “calma” que durara varios meses, podría significar la muerte de todos los ocupantes del navío debido al hambre y la sed.

No fue sino hasta el año de 1565 que el marino y Frayle Andrés de Urdaneta logra encontrar la corriente marina conocida como Kuroshio la cual impulsaba los barcos hacia el noreste de las Filipinas, pasando cerca de Japón, para posteriormente unirse a la Corriente del Pacífico Norte la cual empuja a los barcos a partir del Cabo Mendocino para que desciendan hacia el sur del continente bordeando las costas del pacífico de la Nueva España. A esta ruta se le denominó “el tornaviaje” y fue la pieza que faltaba para armar el rompecabezas de los viajes de América hacia las islas de Oriente.

A partir del año de 1565 se inició un acelerado y exponencial comercio con todo el Oriente, puesto que los comerciantes o representantes de las casas comerciales que estaban establecidas en las Filipinas tenían contacto con comerciantes de todas las regiones del Asia, por lo que era común ver en la Bahía de Manila, capital de Filipinas, a cientos de barcos procedentes de casi todas las regiones alrededor del archipiélago buscando vender sus diversas mercancías, las cuales se extendieron desde las clásicas especias (pimienta, clavo y canela) a la porcelana, marfil, laca y elaboradas telas (tafetanes, sedas, terciopelo, raso), artesanía china, biombos japoneses, abanicos, espadas japonesas, alfombras persas, jarrones de la dinastía Ming y un sinfín de productos más.

Fue así como se empezaron a habilitar barcos que pudieran soportar las inclemencias de los largos viajes y los meses de estar bajo el sol abrasador, que lograran soportar grandes cargas (hubo Galeones de Manila con capacidad hasta de 2000 toneladas) y transportar a una gran cantidad de pasajeros y tripulación (se dice que la Nao de China “La Santísima Trinidad” pudo transportar hasta 1000 personas). Fue tanto el auge del comercio en estos años que llegaron a enviarse 3 o más Naos cada año para ir y traer su preciada carga.

Sin embargo, a pesar de que la ruta estaba asegurada en cuanto a que ya se conocía la cartografía de la misma, no estaba exenta de graves peligros. Por un lado, la gran cantidad de tiempo que se invertía para ir hacia Filipinas (3 meses aproximadamente) y regresar a la Nueva España, que por lo general desembarcaban en Acapulco (6 meses o más), provocaba que solamente aquellas personas con una gran resistencia al hambre y las enfermedades (sobre todo al mal de Loanda o escorbuto) pudieran sobrevivir. La mortandad era grande, ya que aproximadamente sólo el 20% de los que viajaban en el barco lograban retornar. Además de lo anterior, en muchas ocasiones las naos zozobraban debido a las malas condiciones en que zarpaban. La voracidad de los comerciantes obligaba a los capitanes de los barcos a realizar la ruta sabiendo que los barcos tenían podrida una gran parte de su superficie y que seguramente naufragarían en cualquier momento. Preferían cobrar el cuantioso “seguro” del barco antes que velar por la seguridad de pasajeros y tripulación.

Y por si esto fuera poco, durante los 250 años que duró el tránsito del Galeón de Manila por el Pacífico, ocurrieron una gran cantidad de ataques de corsarios que buscaban hacerse de sus fabulosas riquezas aún a costa de su propia vida. La fama que daba a estos bandidos del mar el haber capturado a uno de los Galeones de Manila les aseguraba su pase a la posteridad, además de grandes sumas de dinero.

La península de California salta a la luz del interés de la Corona Española, precisamente durante el siglo XVII y XVIII de la mano de la ruta del Galeón de Manila. Como ya se ha explicado, la Nao de China en su viaje de retorno hacia el puerto de Acapulco pasaba de forma paralela a nuestra península. En su interior llevaba una gran cantidad de pasajeros enfermos, hambrientos y otros más casi agonizantes. Era de imperiosa necesidad para la Corona Española (mejor decir para los inescrupulosos comerciantes españoles) el encontrar algún punto de desembarco en donde se les pudiera surtir de agua y alimentos para continuar el viaje (y llevar su preciada carga a sus bodegas en Acapulco) y que se pudieran recuperar los muchos enfermos que transportaba.

De hecho, el intento fallido de fundar un enclave permanente en la California por parte del explorador Isidro de Atondo y Antillón en el año de 1683, fue motivado por la apremiante necesidad que tenía la Corona Española de reducir las graves pérdidas de los Galeones de Manila en su tornaviaje. En la expedición de Atondo se realiza la primer incursión hacia la parte de Bahía Magdalena (costas occidentales de la California) en busca de un sitio favorable y con agua para la llegada del Galeón de Manila, sin embargo, no se encuentra un espacio que cubriera estas condiciones. Durante los años en que los Jesuitas estuvieron realizando su labor evangelizadora en la California, fueron constantes las presiones de la Corona Española para que exploraran y establecieran un sitio en las costas occidentales de esta península y que dieran salvataje a la Nao de China.

No fue sino hasta el año de 1730 que el sacerdote jesuita Nicolás Tamaral logra establecer una Misión en el sitio que se denominó San José del Cabo, en la región que los pericúes llamaban “Añuití”). Hasta este sitio llegaron varios Galeones de Manila a surtirse de agua en el famoso humedal que ahí se encuentra y a recargarse de provisiones, para culminar con el trecho que les quedaba para llegar a Acapulco. El sacerdote Francisco Xavier Clavijero nos narra en sus crónicas misionales que en el año de 1734 arribó a la bahía de San Bernabé (San José del Cabo) un enorme Galeón de Manila con una gran cantidad de enfermos. Después de permanecer varios días y surtirlo de agua y cuidar de sus enfermos, dejaron en la Misión a cuatro de los pasajeros más afectados y el galeón continuó su viaje hacia Acapulco.

Tres de los enfermos se restablecieron totalmente y sólo uno de ellos, debido a su avanzada edad y grave condición, falleció. Los tres regresaron a la Ciudad de México, donde a la par del capitán del galeón, contaron al Virrey de la atención recibida por el Misionero del lugar. Fue entonces que se recomendó a todos los Galeones de Manila hacer una parada para obtener “refrescos” en su regreso al puerto de Acapulco.

Sin embargo, no siempre fueron bien recibidos los tripulantes del Galeón de Manila en las Californias. Se sabe que en el año de 1589 el corsario inglés Thomas Cavendish capturó y saqueó a uno de los galeones, de nombre Santa Ana, frente al Cabo California (hoy Cabo San Lucas) lo cual lo volvió el corsario más rico de todo el mundo en esa época. En el año de 1709, otro corsario de nombre Woodes Rogers atacó al galeón de nombre Nuestra Señora de la Encarnación, sin lograr su captura; sin embargo, dejó a 8 marinos muertos y otros heridos. También se sabe que, en una ocasión que arribó un Galeón de Manila para surtirse de agua y bastimento en San José del Cabo, al desembarcar una canoa con varios soldados, fueron atacados por un grupo de pericúes los cuales les dieron muerte.

En la actualidad se conoce que, durante el tiempo en que el Galeón de Manila realizó su ruta y llegada a las costas de la Baja California, se llevó a cabo un gran intercambio y contrabando de mercancías. La Corona Española, precisamente para evitar que las mercancías que traía el Galeón de Manila se vendieran sin pagar los impuestos correspondientes, tenía una fuerte prohibición al capitán de estos barcos para que comerciara con los productos; sin embargo, la corrupción ya se había enseñoreado también en estas lejanas tierras, por lo que de forma descarada los comerciantes avecindados en la Baja California acudían en sus botes hacia la Nao de China y compraban diversos productos como especias, porcelanas, estatuillas, etc. a cambio de lingotes de plata. Aún en la actualidad se puede apreciar en el Museo de las Misiones, en Loreto, B.C.S., una gran cantidad de objetos que fueron adquiridos en la Baja California y procedían de las bodegas del Galeón de Manila.

Se cree que unos 110 barcos tuvieron el honroso título de Galeón de Manila o Nao de China y que pudieron surcar los mares desde la Nueva España hacia su destino en el archipiélago Filipino y volver con sus grandes riquezas, sin embargo, no todos tuvieron esta suerte. Con la llegada del siglo XIX y los movimientos independentistas que se dieron en todas las posesiones españolas, México entre ellas, los viajes del galeón se suspendieron (en la Nueva España en el año de 1815). Aunado a lo anterior, la invención de los buques de vapor permitió que la Corona Española iniciara viajes por vías alternas hacia sus posesiones en Filipinas, perdiendo todo interés de que se hiciera por Acapulco. Una vez consolidada la independencia de México, oficialmente en el año de 1821, se dio por finalizado el comercio con el sistema de los Galeones de Manila.

La historia de la Antigua California es plena en sucesos que marcaron la vida de nuestra nación y que impactaron en su destino actual. Mucho hay aún por descubrir y dar a conocer, para que las generaciones de todos los tiempos se sientan orgullosos de su pasado y celebren la vida de este paraíso natural. Como colofón del escrito dejo a ustedes un inspirado verso basado en los legendarios Galeones de Manila o Naos de China:

A las aguas de Acapulco llegando desde Manila con su gran riqueza enfila un gigantesco galeón; por él vienen los ingleses armados para la guerra, cuando se aleje de tierra encontrará al Centurión (El Galeón de ManilaMusador)

 

Bibliografía:

Almazin M. A. El galeón de Manila. Artes de México, n.º 143, 1971.

León Guerrero, María Montserrat (2000). «El gran logro descubridor del reinado de Felipe II. El hallazgo de Tornaviaje de las Filipinas por el Pacífico hacia Nueva España». XIII Coloquio de Historia Canario-Americana ; VIII Congreso Internacional de Historia de America:

Martín-Ramos, Clara. Las Huellas de la Nao de la China en México (La Herencia del Galeón de Manila). 2007.

Ibarra y Rodríguez, Eduardo (1892). Don Fernando el Católico y el descubrimiento de América. Imprenta de Fortaner, Madrid. pp. 184.

Fernández de Navarrete, Martín (1837). Expediciones al Maluco, viage de Magallanes y de Elcano. Imprenta Nacional.

LEÓN GUERRERO, Montserrat (2000). El segundo viaje colombino. Universidad de Valladolid (tesis doctoral)., pp. 20-28.

Rodao, Florentino, Islas del Pacífico: El legado español. Madrid: Lunwerg, 1998, pp. 27-35

John D. Neville. «History of Thomas Cavendish», Heritage Education Program, US National Park Service.

La Historia de la Antigua o Baja California. IV tomos. Francisco Xavier Clavijero.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Probanza ad perpetuam reis memoriam

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando Hernán Cortés llega a la California, venía motivado por la codicia, por la ambición. Es cierto que la curiosidad y el deseo patriótico de cumplir con las ordenanzas impuestas por un rey que se encontraba a miles de kilómetros de distancia formaban cierta parte de su motivación, sin embargo, y de acuerdo a lo expresado por el mismo Cortés en sus famosas “Relaciones”, él siempre ambicionó incrementar sus propiedades, sus títulos y pasar a la historia como el explorador más grande que haya dado España al mundo. No en balde en las “Capitulaciones” que suscribió con la corona Española en el año de 1529, deja bien claro la cantidad de ganancias (en porcentajes) que obtendrá de las riquezas que se descubran, así como los títulos que desde ese momento se le impusieron para llevar a cabo la empresa.

La estancia de Cortés en la California está poco documentada y salvo una que otra epístola que suscribió el Marqués, el Auto de Posesión, Instrucciones de Cortés a Juan de Jasso para explorar el territorio más allá de la Bahía de la Santa Cruz y algunos testimonios que recabaron los cronistas Bernal Díaz del Castillo, Fray Toribio de Benavente, Francisco López de Gómara y uno cuantos más, los sucesos que ocurrieron en estas tierras del noroeste novohispano se mantienen como un secreto.

También te podría interesar: La fundación de San Francisco Xavier de Vigge Biaundó

Lo anterior ha provocado una gran cantidad de especulaciones, que van desde la descripción de un Cortés abatido y derrotado que sólo dejaba pasar el tiempo para crear la idea en sus oponentes, principalmente en Nuño Beltrán de Guzmán, de que no había partido a una empresa que le impuso una derrota. Otros más comentan que Cortés, fiel a su espíritu de explorador y aventurero, se empeñó en realizar expediciones al sur y norte de la Bahía de la Santa Cruz, tratando de obtener información sobre los tesoros de los que tanto se hablaba, pero principalmente identificar fuentes de alimentación y de agua que les permitieran sobrevivir.

En el caso que ocupa mi presente exposición rescataré los puntos más importantes de unos documentos poco conocidos y que constituyen declaraciones, testimonios realizados de primera mano por soldados y marineros que acompañaron al mismísimo Hernán Cortés en esta empresa. Me refiero a la “Probanza ad perpetuam reis memoriam sobre la Tierra del marqués del Valle e indios que de la Nueva Galicia a ella llevaron”. La probanza es una averiguación que jurídicamente se hace de una cosa o conjunto de ellas, que acreditan una verdad o un hecho. El complemento de ad perpetuam reis memoriam, proviene del latín que se traduce como “para perpetuo recuerdo del asunto”, y se usa en algunas locuciones forenses para designar la información hecha para que conste en lo sucesivo una cosa.

El origen de este documento es un nuevo intento por parte del mayor enemigo jurado de Hernán Cortés en aquellos tiempos, nos referimos al multicitado Nuño Beltrán de Guzmán, con el cual había tenido una serie de desavenencias principalmente por la envidia que el segundo le tenía al primero por los logros obtenidos por el marqués, pero además por el temor que sentía de que en un dado caso le fuera a arrebatar por la fuerza las posesiones que ya había logrado en el occidente de la Nueva España, y con ello rivalizara en la conquista de nuevas posesiones hacia el noroeste.

El inicio de este proceso de Probanza se realizó cuando Beltrán de Guzmán fue avisado que, a las costas de Nueva Galicia, posesiones que tenía bajo su dominio y mando, habían llegado varios soldados que solicitaron a Hernán Cortés ser relevados de su compromiso con él y con su expedición en las tierras recién descubiertas. La mayoría de ellos se habían unido a Cortés con la idea de que, al ser éste un explorador de renombre y de reconocido talento militar, al afrontar esta empresa indudablemente los llevaría hacia una nueva conquista en donde el oro y demás riquezas estarían garantizadas. Al darse cuenta que lo único que estaban obteniendo eran penurias (hambre, sed, muerte a manos de naufragios y de los naturales de aquellas tierras) y por ningún lado veían las famosas riquezas por ellos esperadas, de inmediato solicitaron regresar al interior de la Nueva España, pobres, pero con vida.

Fue así como Nuño Beltrán de Guzmán procedió a apresarlos y llevarlos hacia Compostela, un naciente poblado en el cual tenía asentada su morada este ruin conquistador, y los sometió a interrogatorios cuyos testimonios consignó en el documento que a continuación pasaremos a comentar. El fin último de todo este proceso era agenciarse de pruebas que desprestigiaran esta gesta de Hernán Cortés y dejaran en evidencia que el marqués había invadido su jurisdicción, por lo que cualesquiera de sus descubrimientos eran carentes de valor y de legalidad. Independientemente del uso que se les pretendía dar a estas probanzas, para los historiadores constituye una fuente primaria de datos, que, si bien es cierto hay que tomarlos con algunas reservas, mucha de la información contenida arroja luz sobre este periodo tan oscuro de la permanencia de Cortés en nuestra península.

Lo primero que salta a la vista al revisar estos documentos son las creencias bastante arraigadas entre los soldados de que en estos sitios remotos existían tierras donde habitaban personajes legendarios como “El Rey Salomón”, en donde cualquiera podía hacerse de grandes cantidades de riquezas (oro fino, joyas, etc.). Bernal Díaz del Castillo escribe en su libro “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España” la siguiente acotación: “Como en la Nueva España se supo que el Marqués iba en persona, creyeron que era cosa cierta y rica, y viniéronle a servir tantos soldados”. Según lo que expresaron estos interrogados algunos aseguran que junto a Cortés venía un contingente de 200 españoles (100 de caballería y cien de a pie), otros afirman que fueron hasta 400 (200 de a caballo y 200 de a pie), acompañados, además, de un contingente de indios amigos (entre 100 y 200) y esclavos negros (entre 20 y 60). Sin embargo, al final, los hombres terminaron abatidos y decepcionados, en el decir de Alonso de Ceballos, uno de los interrogados, se lee lo siguiente “e que es la más estéril e la más perversa e malvada tierra que hay en el mundo, e que cree que no hay otra más mala en lo descubierto ni por descubrir”.

De las penurias que vivieron los soldados, mientras el Marqués realizaba los viajes en los que daba salvataje a dos de sus navíos que se habían extraviado cuando fueron por el contingente que los esperaba en las costas de Chiametla al mando de Andrés de Tapia, los soldados se quejan amargamente, siendo su testimonio uno de los más desgarradores el que proporcionó el soldado Hernán Rodríguez: “de hambre vio morir a dos e tres cristianos, e que muchos estaban para morir de lo mismo porque estuvieron cincuenta y cinco días sin comer sino yerbas muy malas, ques de la que se hace el vidrio, de que algunos indios (amigos) se murieron súbitamente de habella comido, y muchos negros se hincharon e murieron, e cristianos cayeron malos, e llegaron al cabo por causa de comer la dicha yerba”. Sin embargo, esto no era el único peligro al que se enfrentaron, continúa el mismo soldado relatando “que yendo a buscar la dicha comida tres y cuatro leguas del Real, sabe que un día mataron los indios, siete cristianos, porque iban tan flacos que no tenían fuerzas para poder defenderse; e que asimismo mataron muchos negros e indios (amigos) yendo a buscar la dicha comida; y que algunos cristianos por la necesidad que tenían, mataban los caballos; e que también los dichos indios naturales, por falta de comida, les mataban los caballos e se los comían”.

En estas probanzas también podemos encontrar algunas referencias a la flora y fauna que encontraron a su llegada los españoles, así como su impresión de los naturales de estas tierras. El soldado Luis de Baeza menciona lo siguiente “e que en la dicha tierra no se halló cosa de comer, de maíz ni de otra semilla ninguna, sino unas alberjares que se hallaban en unos árboles espinosos, e unas vainas de unos árboles que son a manera de lentejas, e aquellas se quebraban o se molían e comían, e que en todo el día no les bastaba a cada uno lo que cogía para comer, porque era muy poquito lo que sacaba, e dijo que los árboles que había allí era lo susodicho donde cogían la fruta, e otros que llevaban unas como ciruelas; e que otros árboles había blancos, que eran muy pocos; e que aquellos había cortándolos ya todos; e que en la dicha tierra, hallaron un arroyo que traía un poco de agua, e se sumían en unos xagüelles donde bebían, e yerba no había para los caballos, porque era una tierra muy seca y arenosa”. Sobre los naturales comentó lo siguiente: “que unos decían había cientos e cincuenta; otros, doscientos; e testigo, los que vio, podía ser, hasta setenta o ochenta; e que eran personas de buena disposición, e que andaban desnudos, e que las mujeres tenían unas naguas de yerbas, e que comían y se mantenían, a lo que vio, de raíces e yerbas e pescado”.

En los testimonios del soldado Hernán Rodríguez se puede apreciar la forma en la cual se percibían las costumbres de los naturales de la California, a continuación transcribo lo dicho: “que un indio de los naturales le trajeron donde estaba el Marqués, e le mandó meter en la cocina donde estaba una india de los dichos naturales para que aprendiese la lengua, e que estando en la dicha cocina, el dicho indio, dicen, que asió a la india por las espaldas e hizo su voluntad, e que a palos no se la pudieron quitar hasta que cumplió su voluntad; e que se dice que las mujeres son comunes a todos, e que ninguno tiene mujer propia, e que también oyó decir que eran sodométicos”.

En el supuesto de que esta situación haya ocurrido realmente, se juzga por los extranjeros bajo sus códigos morales, ignorando los usos y costumbres de estos naturales para los que seguramente no existían este tipo de limitaciones y reglas sobre la forma en que se debía de llevar a cabo el contacto carnal.

Entre los soldados y exploradores españoles era muy usual el tachar a los naturales de todas las tierras a las que recién llegaban como practicantes de bestialismo y homosexualismo, el cual en esas épocas se denominaba como el pecado nefando. El hacer este tipo de señalamientos tácitamente los facultaba como obligados a llevar a cabo en primer lugar la suspensión y castigo de todos aquellos que a su juicio lo practicaran y, en segundo lugar a iniciar una campaña permanente de tutelaje a fin de convertir a estos salvajes y hacerlos que se apropiaran de la cultura que los extranjeros poseían la cual per se era considerada superior y digna de ser replicada en estas mentes primitivas, las cuales a cambio debían estar a su servicio y cediendo todas sus riquezas naturales sin oponer resistencia. De cierta forma el que esto apareciera en las probanzas abría la puerta para que en un futuro, si Nuño Beltrán de Guzmán, salía beneficiado con cederle estos territorios para su conquista y tutelaje, pudiera penetrar en ellos e imponer sus reales tal como ya estaba acostumbrado a hacerlo.

Y por si fuera poco este testimonio, en otra parte de las probanzas, en las hechas a Alonso de Ceballos, menciona lo siguiente: “lo que sabe es queste testigo los tiene por selváticos e sin ninguna razón ni ley, ni manera de vivir, e que sabe, según todos los días, que se comen unos a otros, porque los han hallado el indio e indios enteros asados”. Este testimonio es bastante cuestionable y se contradice plenamente con las investigaciones realizadas por los sacerdotes jesuitas que llegaron a nuestras tierras casi 160 años después, y que por espacio de 70 años vivieron entre los grupos de naturales de toda la parte sur de la península, y en ningún momento pudieron constatar que estos grupos fueran antropófagos, incluso sí fueron testigos de su repugnancia a comer animales que tuvieran alguna característica antropomorfa. Es muy probable que estos soldados hayan encontrado los restos de algún venado, puma u otro animal de mayor tamaño que los naturales lo habían semi carbonizado para comerlo, y que al no poder identificar qué era, concluyeron de forma presurosa que era un ser humano al cual estaban preparándolo para comérselo.

No dejamos de lado la posibilidad de que simplemente fuera un falso testimonio que justificara la urgente necesidad de someter y avasallar a estas gentes y posesionarse de sus tierras y riquezas.

Finalmente concluyo que aún falta mucho por analizar de las ya citadas probanzas y obtener toda la riqueza desde el punto de vista de las diferentes disciplinas científicas, con lo que se aclararía aún más el panorama de la estancia de Hernán Cortés en la California.

La mencionada probanza se encuentra depositadas en el Archivo General de Indias ubicado en Sevilla, España. Sería sumamente enriquecedor el que se pudiera conseguir una reproducción de estos materiales y que estuvieran a disposición de consulta en su biblioteca ya que constituyen uno delos primeros testimonios de la entrada de los Europeos a estas tierras de la California Ancestral.

 

Gracias

 

La bahía de Santa Cruz. Cortés en California. 1535 a 1536. – Carlos Lazcano Sahagún

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Miguel León Portilla. Una vida entreverada con la mítica California

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Con suma tristeza nos enteramos del terrible deceso, para el mundo de los mortales, del gran filósofo e historiador mexicano Miguel León Portilla, acaecido el 1º. de octubre del año en curso. Sin embargo, para consuelo de aquellos que seguimos su obra desde hace muchos años, abrigamos sus hermosas palabras: Con el paso del tiempo me he reconciliado con la muerte. A lo mejor vivo 92, a lo mejor 100, no sé; pero ahora ya no tengo ningún miedo, porque he procurado trabajar hasta donde he podido” (Entrevista periódico Excélsior. 2016). Y así fue, el Dr. León Portilla fue un incansable escritor que nos legó una obra de por lo menos 16 libros, un sinfín de artículos, prólogos de muchísimos libros más, así como Instituciones de Investigación Histórica que fundó como fueron el Archivo histórico “Pablo L. Martínez” de Baja California Sur (1969) y el Centro de Investigaciones Históricas (UNAM-UABC) en Tijuana, B.C. en el año de 1975.

León Portilla narra en uno de sus escritos el influjo casi hipnótico que tuvo desde su más tierna edad por la California ancestral. Contaba él mismo que cuando estudiaba en el Colegio México, en la Ciudad de México, una profesora les habló durante la clase de historia de una California que había pertenecido a México pero que formaba parte de los Estados Unidos. Yo levanté la mano para decir que creía que era de México; ella contestó: “Ya te dije que toda California es de Estados Unidos, pues nos la quitaron en la guerra”. Insistí que formaba parte de nuestro país y entonces me sacó de la clase por rebelde. Cuando llegué a mi casa le pedí un mapa a mi padre y juntos confirmamos que pertenecía a México, pero ya no se lo dije a la maestra porque pensé que no sólo me iba a expulsar de la clase sino también de la escuela”. Como podemos darnos cuenta en esta anécdota tan interesante en la vida del Dr. Portilla, él desde pequeño, contaría con 9 o 10 años de edad, tenía un carácter sumamente curioso aunado a una actitud firme, en donde defendía su punto de vista aunque en ello le fueran castigos o regaños.

También te podría interesar: Juan González de Valdivieso, el primer alcalde en la Antigua California

Conforme nuestro personaje fue creciendo, no sólo en edad sino en conocimientos, cursó estudios en diferentes instituciones tanto de México como del extranjero. Se nos menciona que en el año de 1943 y 1944 cursó el bachillerato en ciencias sociales en un Instituto de Ciencias regido por Jesuitas, en donde interioriza no sólo las virtudes que ellos profesan sino también su deseo por profundizar en las ciencias y las artes, y ¿por qué no? en las hazañas que cientos de años atrás llevaron a cabo ilustres miembros de esta Orden como fueron Salvatierra, Kino, Ugarte, Baegert, Venegas, Clavijero, etc.

León Portilla fue de los pocos historiadores de las tradiciones de los grupos indígenas del centro y sureste del país que hablaba perfectamente en Náhuatl. La razón de ello fue producto del encuentro con uno de los grandes estudiosos de los textos precolombinos, el sacerdote Angel María Garibay. Se dice que el encuentro de estos dos hombres se dio de la siguiente manera: “(Garibay) Cuando, enviado por la universidad se me presentó a preguntar si me hallaba en disposición de dirigir su tesis sobre la filosofía náhuatl con que tenía la pretensión de hacer el doctorado, yo le hice esta pregunta: “¿Conoce usted la lengua mexicana de los antiguos?”. (León Portilla) No, fue la respuesta. (Garibay) Amigo mío —le dije—, bien me sé que hay quien habla de la filosofía platónica, sin saber dos palabras del griego, y de la filosofía kantiana, sin conocer el alemán. Pero la seriedad de un doctorado pide algo muy distinto. Tiene usted que saber náhuatl. De otra manera, o niega lo que no conoce, o hará una preciosa novela de fantasías, como hacen muchos más, a base de datos incoherentes y vagos. Convino en que era necesario conocer, y con suficiente profundidad, la lengua y los documentos sin número que la diligencia de los primeros civilizadores nos acumuló”.

En menos de 6 meses, contando con el apoyo de tan célebre erudito, Miguel León Portilla aprendió el Náhuatl.

Fue en el año de 1956 que egresa de la UNAM con el doctorado en filosofía, con especialización en historia prehispánica. En su examen de grado obtuvo la mención de Summa cum laude, algo inédito en aquellos años. El regreso formal al romance del Dr. Portilla con la Antigua California se dio con la llegada a nuestra entidad del Lic. Hugo Cervantes del Río como Gobernador del territorio (1965-1970), se empezaron a realizar una gran cantidad de obras de interés público para tratar de resolver el gran atraso que existía en la entidad en este aspecto. Fue para el año de 1968 que acude a nuestro territorio el emérito investigador León Portilla acompañado de su esposa Ascensión Hernández Triviño, para dar una serie de conferencias ante la comunidad de historiadores. Durante su estancia, el historiador León Portilla empieza a indagar con las personas del gobierno territorial sobre la existencia de algún archivo o los documentos que se tuvieran sobre la historia de nuestra península. La tarea de buscar estos documentos le tocó al profesor Armando Trasviña Taylor, en ese entonces director de Acción Social y Cultural del gobierno del Territorio.

Las pesquisas dieron resultado y se tuvo conocimiento que en un cuarto del piso superior de lo que era la cárcel municipal y delegación (el Sobarzo) se encontraban almacenados todos esos documentos. De inmediato se dieron a la tarea de rescatarlos y clasificarlos para iniciar con lo que fueran las bases del Archivo Histórico del Gobierno del Territorio. Fue una labor titánica ya que los documentos estaban amontonados sin el menor cuidado, muchos de ellos deteriorados por el paso del tiempo y la nula protección ante los fenómenos atmosféricos, el polvo y la fauna nociva. Gracias a la paciencia y trabajo del profesor Trasviña Taylor y el Dr. León Portilla, los documentos quedaron debidamente resguardados y fue el 9 de mayo del 1969 en que el gobernador Cervantes del Río realizó la ceremonia en la que se da formal existencia a este recinto de la historia.

Posteriormente, en el año de 1971 trabaja y edita 3 documentos que dan origen a su obra Testimonios sudcalifornianos, el cual es un libro en donde su pasión por la California Mexicana comienza a dar frutos. A este libro le siguieron Historia de la Antigua o Baja California que fue una traducción del libro que cientos de años atrás realizara Francisco Javier Clavijero, el mismo Dr. Portilla hizo el prólogo así como interesantes anotaciones para un mejor entendimiento y análisis de esta obra. Los días 6, 13, 20 y 27 de julio de 1972 —siempre en El Colegio Nacional— ofrece varias charlas en torno a la etnohistoria de Baja California: “El testimonio de sus pinturas rupestres”, “Contactos con los nativos californianos durante los siglos XVI y XVII”, “La aculturación misionera” y “Acabamiento de la población nativa”. En Corona del Mar, California, el 5 de mayo ofrece la disertación The Contribution of Miguel del Barco (1706-1790) to the History of Baja California.

Algo digno de reconocerse es que León Portilla no fue sólo un historiador de escritorio, también fue de campo. En el año de 1973 viaja desde la ciudad de Tijuana hasta San José del Cabo, recorriendo la distancia de 1200 kilómetros en donde ofrece animadas charlas y conferencias acaecidas los días 25, 27, 30 y 31 de mayo: “Loreto, capital histórica de las Californias”, en Loreto; “Penetración al norte peninsular durante el siglo XVIII”, en Misión de San Ignacio Kadakaamán; “Los indígenas de Sudcalifornia en la región del Cabo”, en San José del Cabo; “Sudcalifornia en la tradición marítima de México”, en La Paz. Regresa a la Ciudad de México a continuar con su intenso trabajo de conferencista y redactor de libros y vuelve a nuestra península los días 23 y 25 de octubre, en la Sala de Convenciones de la Cámara Nacional de Comercio y bajo los auspicios del Club Rotario de Tijuana, diserta sobre “El antiguo mundo indígena de Baja California” y “Las grandes exploraciones de Baja California durante el periodo colonial”. Ese mismo año ve la luz una traducción del libro Historia natural y crónica de la antigua California, obra inédita del jesuita Miguel del Barco, escrita por él durante su exilio en Bolonia. También publica el artículo Voyages of Francisco of Ortega.

Un aspecto interesante y que hubiera tenido grandes repercusiones en la historia sudcaliforniana ocurrió en el año de 1974. Suceso que, por la trascendencia, debería ser rescatado y conocido por todos los habitantes de estas tierras y por sólo este hecho debería el nombre de Miguel León Portilla estar en la mente de sus habitantes. En ese año el presidente de la república, Luis Echeverría Álvarez, estaba realizando consultas entre los legisladores federales para cambiar el nombre de “Baja California Sur” por el de Benito Juárez o California de Juárez, seguramente motivado porque 2 años antes se había conmemorado 100 años del fallecimiento del Benemérito de las Américas.

Al enterarse de esta pretensión, nuestro ilustre investigador realizó una acalorada defensa de nombre de nuestra península, e incluso propuso que si éste irremediablemente debía de modificarse, que al menos tomara el nombre de Sudcalifornia: Hablar de sudcalifornia y llamarse sudcalifornianos es hacer rescate de un pasado con rica historia. Por otra parte “sudcalifornia” es vocablo correcto en castellano.

En el año de 1974, regresa a Baja California para disertar en La Paz, el 28 de abril y el 2 de mayo, sobre “La antigua California a mediados del siglo XVIII” y la “Significación de Baja California en la historia de México”. También a finales de ese año realiza una colaboración en el libro Historia de Baja California, así como la introducción y notas de Descripción y toponimia indígena de California. El 5 de febrero del año siguiente dicta su primera conferencia del año en el Museo Nacional de Antropología e Historia: “Baja California: su significado en el pasado y en el presente de México”. El 25 de julio, con la anuencia de los rectores Guillermo Soberón de la UNAM y Luis López Moctezuma de la UABC, se firma el convenio para crear el Centro de Investigaciones Históricas UNAM-UABC, la firma tiene lugar en el Observatorio Astronómico de San Pedro Mártir, a 3,100 metros sobre el nivel del mar. Lamentablemente, el revanchismo y la visión miope de un grupo de historiadores aficionados y cronistas locales provocaron un gran conflicto que desembocó en el incendio parte de las instalaciones de este importante centro.

A finales del año de 1979 participa en el prólogo de la interesante obra El régimen jesuítico de Baja California de Ignacio del Río, uno de sus grandes discípulos. De vuelta al noroeste de México, pronuncia tres conferencias en la ciudad de La Paz: “Historiografía acerca de los grupos indígenas prehispánicos de Baja California”, día 6 de noviembre de 1981; “La antigua California prehispánica”, día 8 y “Fuentes para la historia de Baja California Sur”, el día 13. En 1982 participa en la Primer Semana de Información Histórica de Baja California, de la cual se publica la memoria. El 2 de mayo de 1983 en La Paz, pronuncia en el Museo Antropológico, su disertación “Las lenguas indígenas de Baja California”. El amor por nuestra media península siempre lo llevaba con él, es por ello que el 28 de agosto, en la sala Lerdo de Tejada del Senado de la República, charla sobre la “Significación de Baja California Sur en las historias nacional y universal”. Es en el año de 1985 que publica su libro Hernán Cortés y la Mar del Sur, un texto de lectura obligada para quienes deseamos conocer ampliamente la influencia de este explorador español en la California. En abril de 1986, los días 21, 22 y 28 viaja y en la Universidad, en la Casa de Cultura de La Paz y en el Auditorio de la Casa de la Juventud ofrece sendas conferencias: “Exploradores jesuitas de la península de Baja California”, “Temas y problemas de la historia de Baja California” y “Trayectoria Cultural de Sud California”.

En octubre de 1994 viaja a nuestra media península para coordinar en San Ignacio Kadakaamán, la reunión sobre protección de las pinturas rupestres de Baja California, organizada por el INAH. El día 24 de marzo de 1995 —a instancias de la UABC— pronuncia en Ensenada la charla “Mi interés y mis libros acerca de Baja California”. En una muestra más del delicado afecto profesado a la historia de la antigua California, él y su esposa donan al Instituto de Investigaciones Históricas de la UABC su valiosa colección California Mexicana, acopio de más de 1,600 documentos —entre libros, revistas, folletos, sobretiros, mapas y planos de la península— construido en treinta años de búsquedas y pesquisas en librerías especializadas y estanquillos de libros de viejo, durante sus múltiples viajes por México y el mundo. Los bajacalifornianos expresaron su agradecimiento: Estamos ciertos de que la historia de nuestra California es lo que es, gracias a aquel niño que se negó a creer que nuestra península… no era mexicana (Aidé Grijalva. “La generosa donación incluyó joyas bibliográficas de los siglos XVIII y XIX y un mapa californiano original de 1824”).

León Portilla continuó haciendo viajes hacia esta península, principalmente a Tijuana y Mexicali donde dictó varias conferencias, sin embargo dada su avanzada edad, cada vez sus viajes eran más esporádicos y prefería dedicar sus fuerzas a la elaboración de nuevos libros o artículos de divulgación del mundo prehispánico.

Afortunadamente en el 2016 tuvimos la fortuna de que accediera a acudir a nuestra ciudad de La Paz, a la capital de la tierra de sus amores, para recibir dos grandes reconocimientos de manos de las autoridades representativas de los sudcalifornianos: El Doctorado Honoris Causa que le confería la UABCS, el primero que da en su historia, y un Homenaje por parte de los tres poderes del Gobierno del Estado el cual se realizó en la sala de Sesiones “José María Morelos y Pavón” del Congreso del Estado. El mencionado evento estaba programado para llevarse a cabo el 3 de mayo de 2016 pero tuvo que posponerse hasta el 25 de octubre.

Hombres como Miguel León Portilla no mueren, puesto que su vida ejemplar y sus obras quedan de forma perenne en la historia de un pueblo. Mientras hayamos sudcalifornianos que releamos sus libros, sus artículos, que los transmitamos a nuestros hijos e hijas, pero sobre todo que hagamos honor a su ejemplo y a su vida, el Doctor Miguel León Portilla seguirá vivo, aquí, con nosotros.

 

Bibliografía:

“Un nombre para el nuevo estado: Sudcalifornia” – Miguel León Portilla.

“Miguel León-Portilla. Apuntes para su biografía. 1956 – 2012”. Cruz Alberto González.

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Juan González de Valdivieso, el primer alcalde en la Antigua California

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Las noticias de la California siempre estuvieron rodeadas de fantasía y un toque de misterio. Durante los primeros años de la llegada de los europeos a lo que posteriormente se conoció como la Nueva España, se dedicaron a realizar exploraciones en sus ricas y vastas tierras, en ocasiones para descubrir, pero en muchas otras para confirmar, o no, si las leyendas que pululaban en la antigua Europa sobre personajes y lugares míticos eran ciertas y habían tenido, o no, su basamento en espacios reales, como lo era la virginal América.

Desde que Hernán Cortés tuvo conocimiento por parte de los capitanes que envió a explorar las tierras a las que recién había llegado (estamos hablando del año de 1521, cuando apenas había logrado el dominio de la imponente ciudad de Tenochtitlán), de que en las costas del sur se hablaba de la existencia de una isla la cual estaba habitada solamente por mujeres y en donde abundaba el oro, las piedras preciosas y las perlas, no se le quitó de su mente que probablemente fuera la mítica isla de California, de la cual hablaba el libro de Las sergas de Esplandián (Las proezas de Esplandián), escrito por Amadís de Gaula, y que era tan popular en aquellos tiempos. El viajar hacia aquellos lugares y ser el primero en reclamarlo para sí y para la Corona Española, le aseguraría, a él y a sus descendientes, riquezas incalculables para toda su existencia.

También te podría interesar: Agustín Arriola Martínez, un visionario y un político congruente y leal

Siendo Cortés hombre muy ambicioso pero también de un gran espíritu aventurero y empecinado, no quitó el dedo del renglón durante el resto de su existencia, para lograr colonizar y conquistar aquellas tierras. Para tal fin no escatimó en recursos económicos y humanos, gastando una incalculable fortuna en la construcción de naves, avituallamiento de las mismas y contratación de cientos de marinos y militares para que llevaran a cabo los viajes de exploración y colonización. Sobra decir que en vida, y a pesar de contar con Capitulaciones respaldadas por el mismo Rey de España, Carlos V, jamás recuperó un solo quinto del dinero invertido y antes tuvo que arrostrar acusaciones infundadas del maledicente de su archienemigo Nuño de Guzmán, los virreyes y la Audiencia de la Nueva España.

Para lograr culminar su obra de dominio sobre la mencionada isla, que a decir de los naturales de las costas de la mar del sur era Cihuatán o Ciguatán, pero que Cortés y muchos de sus hombres pensaron que estaban frente a la mismísima California de sus cuentos imaginarios, se enviaron 2 expediciones: la primera al mando de Diego Hurtado de Mendoza en 1532 y la segunda bajo las órdenes de Diego Becerra. Ambas expediciones obtuvieron resultados infructuosos, siendo la más desastrosa la de Diego Becerra, en donde murieron prácticamente todos, salvándose solo algunos marineros heridos y frailes que fueron abandonados en las costas de Nueva Galicia, cuando se consumó el motín de Fortún Jiménez, así como unos pocos que escaparon a la matanza en el sitio donde desembarcaron en California para surtirse de agua y hacer exploraciones.

Del testimonio de los marineros que llegaron a los territorios gobernados por Nuño de Guzmán se pudo saber que en el sitio donde habían llegado, no saben si era isla o península, había una gran cantidad de perlas de un excelente oriente. Uno de estos desafortunados marineros logró escapar de la prisión de Guzmán y llegó hasta la capital de la Nueva España en donde narró lo ocurrido al Marqués del Valle de Oaxaca.

Cortés, lejos de amilanarse ante las mayúsculas pérdidas económicas que esto representó, cobró nuevos bríos y decide él mismo capitanear la siguiente expedición. Para tal fin aceleró la fase final de construcción de tres grandes navíos: el San Lázaro, la Santa Águeda y la Santo Tomás, y con más de 300 hombres, entre ellos 37 que llevaron a sus esposas para fundar con sus familias el primer enclave de colonización en estas tierras promisorias, Hernán Cortés parte hacia las costas del noreste de la Nueva España.

Sobra decir que el gobernador de las tierras de Nueva Galicia, Nuño de Guzmán, intentó frenarlo en su empresa, sin embargo, Cortés poseía un salvoconducto como Capitán General de la Nueva España y tratar de detenerlo significaba meterse en graves problemas con el mismísimo Rey de España, por lo que Nuño, muy a su pesar, tuvo que replegarse e incluso ayudarlo dotándolo de avituallamientos para su viaje.

Finalmente un 18 de abril de 1535, Cortés partió del puerto de Chametla, con rumbo hacia el punto donde según sus informes había desembarcado su desleal y traicionero piloto Fortún Jiménez. A este sitio arribó el 3 de mayo de 1535, tomando inmediatamente posesión lo cual quedó ampliamente narrado en el proceso protocolario descrito en el Auto de posesión del puerto y bahía de Santa Cruz, levantado por el escribano Martín de Castro. Es probable que en el sitio desembarcó junto a Cortés un contingente de 350 personas: marineros, soldados, indios amigos y negros esclavos.

Es de suponer que en los primeros días se levantaron construcciones que pudieran proveerles de las comodidades básicas así como de frentes de defensa ante los probables ataques de los naturales, los cuales desde el primer momento en que pusieron pie en tierra, les mostraron que no eran bienvenidos e incluso los retaron a cruzar una línea que trazaron en el suelo, como símbolo de posibles hostilidades. Entre las construcciones levantadas se edificaron caballerizas, enramadas, pequeños cuartos para Cortés y sus capitanes, etc.

Fue en algún momento entre los días del 3 al 10 de mayo, que Cortés decide nombrar de entre su gente de confianza y más preparada, al que realizaría las funciones de Alcalde Mayor. Esta responsabilidad recayó sobre el médico Juan González de Valdivieso, el cual había sido contratado por Cortés desde los preparativos para este viaje con la obligación de cuidar de la salud de todos los que lo acompañaran en esta expedición. Al investir con este nombramiento a González Valdivieso queda asentado el más antiguo precedente de los actuales presidentes municipales de este puerto de La Paz, antiguamente, de la Santa Cruz. El día 10 de mayo de 1535, Cortés jura formalmente como Gobernador de Santa Cruz y de toda la tierra descubierta y por descubrirse en aquellos confines de la Nueva España.

Sobre datos de la vida de Juan González Valdivieso, sólo se conoce lo que consigna el historiador y cartógrafo Carlos Lazcano Sahagún en su libro La Bahía de la Santa Cruz. Cortés en California 1535-1536: “Casi nada se sabe sobre la vida de este personaje antes y después de su viaje en esta expedición de Cortés. Era médico y quizá esa fue la razón por la que Cortés lo incorporó a su entrada a California. Igualmente, debido a que era una de las personas más cultas de sus hombres, lo nombró alcalde. Se ignora cuál fue su actuación como alcalde, la cual seguramente combinó con su trabajo de médico, que seguramente lo tuvo mucho debido a lo trágico de los acontecimientos que se vivieron”.

Durante los siguientes 11 meses que duró esta incursión en la California, Hernán Cortés invirtió todas sus fuerzas y energías en tratar de hacerla prosperar, en descubrir, a través de más de 5 expediciones hacia el sur y norte de aquellas tierras, si era cierto, o no, que existían las ciudades construidas de oro, con calles de piedras preciosas. Aunado a lo anterior tuvo que sortear calamidades como el hambre y la búsqueda de sus naves, las cuales encallaron en diferentes lugares de las costas de Sinaloa y Nayarit, que durante su rescate estuvo a punto de perder la propia vida. Finalmente tuvo que abandonar esta ya desastrosa expedición para regresar a la capital de la Nueva España, y al poco tiempo los sobrevivientes que quedaron en el sitio fueron repatriados logrando huir de una muerte segura. Lo único cierto que Cortés trajo de aquella empresa de exploración y colonización fue que había territorios vírgenes e inexplorados en aquellas latitudes, que había placeres perleros abundantes y además una gran cantidad de naturales que podían ser convertidos a la fe católica.

La California ancestral probó una vez más que no se entrega fácilmente a cualquiera, ni aun siendo el vencedor de tantas batallas y ostentar títulos nobiliarios. Esta tierra maravillosa sólo se entrega a aquellos que con tesón, trabajo y respeto la enfrentan y entregan su sudor y su sangre en garantía de las mieles que ahora disfrutan sus descendientes.

 

Bibliografía:

 

“La Bahía De La Santa Cruz. Cortés En California 1535-1536” – Carlos Lazcano Sahagún

Auto De Posesión Del Puerto Y Bahía De Santa Cruz. 3 De Mayo De 1535. Paleografía Y Notas, Eligio Moisés Coronado.

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La balandra El Triunfo de la Santa Cruz, una obra de ingeniería californiana

FOTO: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cada vez que escudriñamos los textos jesuitas, nos sorprende encontrar datos de hazañas logradas de forma casi milagrosa. Las tierras californianas durante muchísimos años fueron la frontera más septentrional de la Nueva España y, por lo mismo, las más aisladas. Sus habitantes tuvieron que echar mano de su ingenio para adaptar la tecnología europea y construir edificaciones y maquinaria, pero con variantes surgidas de la austeridad en que se vivía y de la mente ágil y versátil de los sacerdotes jesuitas y sus ayudantes, los Californios.

Como ya se ha escrito en diferentes textos, el aprovisionamiento de los escasos asentamientos humanos coloniales que había en la península, por lo general alrededor de las Misiones Jesuitas, se daba a través de las rutas de los navíos adquiridos por los sacerdotes para que hicieran los viajes entre poblados como Matanchel, San Blas y otros puntos de las costas de Sonora, y que, una vez cargados de alimentos, herramientas y demás implementos necesarios, los trasladaban hacia el puerto de Loreto, en donde eran guardados en un almacén y posteriormente distribuidos entre las misiones.

También te podría interesar: William Walker, un yankee sin futuro en la imponente California

Como es de suponerse, cuando los barcos se encontraban averiados o había mal tiempo, la navegación se interrumpía y podían pasar varios meses antes de que se lograra restablecer. Lo anterior, ocasionaba graves trastornos a la vida de los poblados californianos, ya que la gente pasaba grandes hambrunas y penurias.

Fue en una de esas ocasiones, en que uno de los barcos con los que se contaba para realizar los viajes de transporte de alimentos y enseres necesarios para las misiones californianas se destruyó y no se contaba con recursos para adquirir otro, que un sacerdote creativo, instruido y fuerte que había llegado a las Misiones Californianas, decide emprender la titánica y descabellada empresa de construir un barco totalmente manufacturado y con maderas de esta tierra peninsular. Me refiero al sacerdote jesuita Juan de Ugarte.

En su obra póstuma, Historia de la antigua o Baja California, el sacerdote Francisco Javier Clavijero menciona que el propósito que animó a Ugarte para realizar la construcción de esta balandra fue doble. Por un lado, deseaba tener un navío que le permitiera viajar por mar a todos los puntos de las costas de la California y Sonora en donde hubiera grupos de gentiles y poder predicar la palabra de Dios y con ello alentar su evangelización. Además de lo anterior, deseaba cumplir con uno de los encargos que constantemente realizaban los virreyes de la Nueva España, que era el escudriñar las costas del pacífico californiano, en la búsqueda de un puerto donde pudiera atracar el Galeón de Manila y ofrecerles alimento, agua y descanso a los cansados viajeros, que regresaban de su largo viaje por aquellas tierras.

También en su libro Historia natural y crónica de la antigua California, el sacerdote Miguel del Barco hace una breve referencia a la construcción de esta embarcación, elogiando la entereza y fuerza del sacerdote Ugarte en donde acota que en cualquiera cosa que ponía la mano hacía más que cuatro hombres juntos pudieran.

Debido a diversas experiencias que habían tenido los jesuitas con los constructores de naves en Nueva Galicia y Matanchel, desconfiaban de ellos (los llamaban arteros bellacos), por lo que Ugarte decide contratar un Maestro Constructor y varios oficiales (amanuenses hábiles que trabajaban bajo la dirección de un Maestro principal), a los cuales trajo probablemente de Matanchel o San Blas.

Debido a la aridez de estas tierras y al tipo de vegetación de matorrales y arbustos, se consideró que no había madera pertinente para extraer tablones que sirvieran para fabricar el barco. Ese fue el primer obstáculo a salvar, puesto que el traer este tipo de madera de la contracosta, además de representar un gran gasto, significaba decenas de viajes.

Pero como dice el viejo refrán Dios aprieta pero no ahorca, la solución le vino de parte de sus neófitos de la Misión de San Francisco Javier Vigge Biaundó, los cuales le comentaron que, a unas 100 leguas de su misión, al noroeste de Loreto, existían una sierra a la que los españoles llamaban de Guadalupe y en la cual había profundas cañadas en las que crecían árboles grandes y resistentes, de los cuales fácilmente podría extraer estas maderas. Estos árboles eran conocidos como guéribos o guáribos.

De inmediato Ugarte, junto con el Maestro Constructor y un grupo de neófitos, se dirigieron hacia aquel sitio. Al llegar pudieron apreciar al fondo de las barrancas una gran cantidad de estos árboles, sin embargo, sería una tarea casi imposible el trasladarlos hacia las costas donde se encontraba la Misión de Mulegé, unas 30 leguas, que fue el punto seleccionado para la construcción de un astillero improvisado. Aún así, cuando el Maestro Constructor le manifestó descorazonado este grave inconveniente, el sacerdote Juan de Ugarte le dijo eso déjemelo a mí y de inmediato puso manos a la obra.

Por espacio de cuatro meses, el sacerdote Ugarte permaneció en aquel sitio y, haciendo equipo con sus neófitos y con una gran cantidad de integrantes de rancherías que existían cerca de aquel sitio, empezó a talar los árboles y llevarlos cuesta arriba para extraerlos de aquel sitio. Fue grande el cansancio, más de una vez el sacerdote tuvo que curar las heridas que se hacían los neófitos al cumplir el pesado trabajo, e incluso él mismo se hizo graves heridas en sus manos, sin embargo, su ánimo jamás desfalleció. Era el primero que se presentaba a realizar las tareas del día, el que más trabajaba y el último que se retiraba a descansar. Mientras los neófitos cortaban los guéribos y les quitaban ramas y follaje, él dirigía a cuadrillas de neófitos para que hicieran un camino por donde pudieran trasladarse los troncones, jalados por mulas y bueyes, hacia la misión de Mulegé.

Es importante mencionar que la clavazón y demás partes metálicas necesarias en este tipo de embarcaciones, fueron compradas en Matanchel y transportadas hasta la California bajo la supervisión del Maestro Constructor que había contratado el sacerdote Ugarte.

Los afanes que vivía diariamente el sacerdote Ugarte, tanto en la tala de los guéribos como en su traslado hacia la misión de Santa Rosalía de Mulegé, serían una titánica tarea que dejaría exhausto a cualquier ser humano y que le consumiría todo el tiempo de la jornada diaria, sin embargo, nadie sabe de dónde sacaba la fuerza y el tiempo para también dedicarse a la conversión de los gentiles de las rancherías cercanas, de los cuales hizo una gran cantidad, que con el tiempo se trasladaron hacia las Misiones de San Ignacio Kadakaaman y Santa Rosalía de Mulegé.

El sacerdote Ugarte era un hombre con un gran sentido de previsión y un amplio conocedor de la índole humana, por lo que, sabiendo que los constructores del barco, todos ellos venidos de otras partes de la Nueva España, rápidamente se cansarían de vivir en estos sitios tan inhóspitos y desertarían, decidió, además de pagarles rigurosamente el salario convenido, en proveerlos de la mejor carne de res que pudiera tener en su Misión de San Francisco Javier y, además de ello, diariamente les entregaba raciones prudentes del buen vino que se producía en California, con lo cual logró mantenerlos interesados en el trabajo hasta su conclusión.

Finalmente el 14 de septiembre de 1719, la balandra estuvo concluida y fue botada al mar para pasar la prueba de fuego y ver si todos los grandes afanes y cansancios padecidos, había valido la pena. Y no hubo decepción, la balandra flotó tal y como se esperaba; a partir de ese día, fue uno de los barcos que más utilidad proporcionó a las misiones jesuitas.

El sacerdote Miguel del Barco, describe lo siguiente de esta nave: “en opinión de todos los inteligentes era el buque más bello, mas fuerte y más bien hecho de cuantos hasta entonces se habían visto en el golfo de la California”. El nombre que le fue impuesto por Juan de Ugarte en el momento de ser bendecida para que tuviera una larga y útil vida fue El Triunfo de la Santa Cruz.

En esta balandra se transportaron Juan de Ugarte y Jaime Bravo, cuando vinieron a buscar un punto en la bahía de La Paz para fundar la Misión del lugar, y fue en este mismo bajel que hicieron su último viaje los jesuitas que en el año de 1768 fueron expulsados de la California por orden del Rey de España.

Nada se sabe del fin que tuvo esta balandra, lo que sí se puede decir es que por lo menos tuvo una vida útil de 50 años, lo cual se conoce por las referencias en los escritos de los sacerdotes Jesuitas hasta el año de 1768.

Hermosas epopeyas se pueden rescatar de los escritos misionales, tesoros que nos llenan de nostalgia y ensoñación, y que nos narran la valentía, el arrojo y sobre todo la entereza que tuvieron aquellos hombres, naturales de la California y colonos extranjeros, que sembraron con su sudor, su sangre y su valentía, estas tierras que hoy conforman nuestra entrañable sudcalifornia.

 

Bibliografía:

Historia natural y crónica de la antigua california – Miguel del Barco

Historia de la antigua ó baja california – Francisco Javier Clavijero

Noticias de la península americana de california – Juan Jacobo Baegert

Noticia de la california y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente tomo 1-3 – Miguel Venegas

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.