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De jesuitas y zorrillos en la Antigua California

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Al llegar a la California, los jesuitas descubrieron una gran cantidad de flora y fauna, lo cual hizo que inmediatamente su espíritu inquisidor e ilustrado tratara de hallar referentes en animales y plantas que ya eran conocidas en otras partes del mundo. Fue por ello que casi siempre en sus observaciones hacían comparaciones por lo general acertadas, y otras no tanto, en donde trataban de ejemplificar que tal o cual animal o planta “era como” tal o cual otra ya conocida. A los ignacianos y sus portentosos escritos se debe que nuestra biodiversidad haya sido conocida muy bien en diversos lugares de Europa antes que, incluso, en la misma Nueva España.

El caso que hoy nos ocupa es la forma en que Miguel del Barco insigne jesuita español que misionó por más de 32 años en la California, 30 de ellos en la misión de San Francisco Xavier de Vigge Biaundó, describe al tristemente célebre zorrillo californiano. Este sacerdote lo describe como “un animalito bastante peludo, lleno de listas blancas y negras en el lomo y costados. Muchos, en lugar de las listas negras, las tienen pardas. Son muy hermosos a la vista, especialmente los primeros”.

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No tardó mucho tiempo en encontrar el mecanismo de defensa de este animalito: “cuando se asustan o tienen miedo, levantan derechamente en lo alto la cola, cuyos largos pelos, saliendo en su principio juntos, se esparcen en lo más alto vistosamente hacia todos lados, formando la figura de una garzota, pero más abierta y extendida en lo alto. Su principal arma para defenderse de sus enemigos, y aun para ofenderlos, es un fetor intensísimo, que despiden de sí, cuando se ven en los mayores aprietos”. Con su carácter curioso y su mente siempre dispuesta a realizar un análisis escolástico profundo de todos los sucesos que presenciaba, del Barco ejemplificaba los efectos que producía este “fetor” en diferentes circunstancias:

a) “Si un zorrillo se ve muy acosado de un perro, cuando éste va ya a echarle sus dientes, despide el zorrillo oportunamente su arma; y es tan fuerte que el perro como aturdido con ese fetor infernal, prontamente se retira, sacudiendo el hocico y respirando fuerte en ademán de quien dice: ¡esto no se puede aguantar!”

b) “Si el indio, al disparar la flecha le acierta tan bien que al primer golpe le deja muerto de repente, no hecha hedor; mas si se siente herido, sin quedar luego muerto, entonces suelta un fetor intolerable, como si quisiera vengarse de quien le hirió y deja la pieza inficionada para mucho tiempo. Para evitar este inconveniente se experimentó ser mejor sacarlos vivos, tomados por la cola, lo cual es fácil, porque como el zorrillo la levanta en alto cuando tiene miedo, como antes dije, y se mete detrás de cualquiera cosa para esconderse, se le coge de la cola y se levanta en alto, quedando con la cabeza abajo sin poder morder. Si prontamente le sacan fuera y llevan algo lejos, el que le lleva asido de la cola le da una fuerte sacudida contra una piedra, queda muerto sin fetor. Más si después de cogido, se hace mucho ruido y algazara, como suelen los muchachos cuando han cogido la presa, sucede que el desventurado, con el gran miedo, despide su arma, como delante de mí sucedió algunas veces”.

El padre Miguel pudo determinar los hábitos de vida del zorrillo. Nos dice que por lo general acostumbra comer huevos de gallina, y en caso de lograr atrapar a alguna de estas aves solamente las degüella y bebe su sangre, comiendo muy poco de su carne. Suele esconderse en los corrales de estos animales e irlos devorando poco a poco hasta que acaba con todos ellos. También, se alimenta de insectos como el ciempiés. Sus hábitos son nocturnos por lo que en el día es raro que se vea alguno merodeando. Observó que, las temporadas en que es más común observarlos es a finales del otoño y principios del invierno. Son animalitos asustadizos que prefieren esconderse y rehuir la pelea, solamente cuando se ven acorralados y en peligro inminente es cuando hacen uso de su “arma pestilente”.

El sacerdote del Barco comenta que apreció la duración del hedor que producía esta arma del zorrillo en varias ocasiones las cuales ejemplifica: “una de ellas, cerca de la puerta, al sacarle de mi aposento colgado de la cola; lo cual fue bastante para que la madera de la puerta recibiese la impresión tan fuertemente que, por muchos días y aun semanas, se percibía al entrar y salir el hedor del zorrillo, no obstante, que la puerta caía al aire libre”.

Otra oportunidad fue esta: “en una ocasión despidió su arma junto a cierta vasija de metal de China y por el lado en que recibió la impresión la conservó tan tenazmente que, después de muchos días, la mano que tocaba aquella vasija quedaba infeccionada del mismo fetor. Traté de fregar y frotar despacio para que le perdiera y trayéndomela después, advertí que, aunque ya menos que antes, aún se percibía el hedor. Volvieron a repetir la operación fuerte, hasta que en fin le perdió”.

Con su mente analítica, el sacerdote da una explicación de cuál es el origen de esta extraña arma del zorrillo, que es tan efectiva para ahuyentar a todo aquel que intente provocar su ira. No olvidemos que los jesuitas durante sus estudios en los colegios recibían materias y leían libros sobre botánica y zoología lo que les ayudaba mucho cuando tenían que hacer sus informes sobre estos aspectos de la región donde les tocaba ejercer su ministerio.

La explicación que desarrolló el ignaciano fue la siguiente: “comúnmente se cree que este fetor proviene de la orina de este animalito. A mí me parece que no nace, sino de un flato que despide, de un aire espesísimo, el cual difundiéndose y mezclándose con el aire común que respiramos, no sólo le comunica su fetor, sino que experimenta que dentro de la circunferencia de algunos pasos, verbi gratia seis o más hacia todos lados en distancia de su origen, todo el aire se espesa y se engruesa, de suerte que aun por sólo este título parece que dificulta la respiración y casi se puede palpar”.

Durante su discurso sobre este tema Del Barco niega que el olor tan fétido provenga de la orina del animalito, ya que él no ha observado que cuando este animal lanza su “arma” queden gotas de orina en el suelo, además que para él es imposible que la orina líquida pueda transmitir ese fetor hacia el aire cercano al animal, por lo que concluye: “si esto fuera así, debía ser en tal cantidad —la orina— que a una ojeada, no pudiera escaparse a la vista, pero ésta nunca lo ha descubierto y así concluyo que no la orina, sino un flato causa el fetor del zorrillo”.

En la actualidad se ha podido comprobar que lo que produce el fuerte olor que secretan los zorrillos (mofetas) es un líquido producido por unas glándulas anales. Este líquido es expulsado con tal fuerza que logra llegar hasta dos metros de distancia, es por ello que en ocasiones sale “pulverizado” en pequeñas gotas que son difíciles de percibir a simple vista —y menos cuando es en la noche—. La sustancia activa de este olor tan desagradable (fetor) es el azufre.

Como apunte final les comento que Miguel del barco dejó asentado que el nombre que los cochimíes daban a este animal era “yijú”.

Bibliografía:

Historia natural y crónica de la Antigua California – Miguel del Barco.

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El significado de la muerte entre los californios

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando cesan las funciones vitales en una persona, se disparan una serie de actos por parte de quienes lo rodean que van desde el llanto, sentimientos de dolor y tristeza, hasta complejos rituales en donde lo que se pretende es demostrar a los demás integrantes del grupo que se sigue una “tradición” para homenajear los restos de la persona que los abandonó. Lo antes descrito también se vivió en la California, pero con los sesgos característicos de los diferentes grupos que la habitaron.

Debido a que los naturales de California no lograron desarrollar la escritura, la forma en la que han llegado hasta la actualidad una reseña de sus costumbres y creencias, es a través de los escritos de los sacerdotes misioneros y los exploradores que pasaron largas temporadas entre ellos. Muchos de estos documentos han llegado a convertirse en libros que su lectura se convierte en obligatoria para aquellos que deseamos profundizar en el conocimiento de nuestra tierra ancestral, pero todavía una gran cantidad de manuscritos esperan a ser recuperados de archivos, bibliotecas y demás repositorios en donde esperan impacientes por develar la información que contienen.

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El jesuita Ignacio María Nápoli nos comenta “porque ellos —los guaycuras—, no suponen muerte natural, solamente dicen que se muere de hechizo”. Esta apreciación la pudo hacer cuando se encontraba de visita en el puerto de La Paz y tuvo oportunidad de convivir con los naturales que estaban siendo catequizados en la misión donde el padre Jaime Bravo era su misionero. En este sitio también pudo presenciar la forma en que se realizaban las exequias de los que morían: “lloraron sus parientes y le quemaron la casita de ramada —así hacen cuando muere uno para que no se mezcle en los otros el mal hechizo—, como también el arco, flecha y sus trastecitos. Se les mandó que no los quemen como hacían antes y se dispuso la sepultura, pero ellos no querían que se sepultara derecho, porque es sólo privilegio de los que mueren flechados en pelea, los otros se queman o se entierran retorcidos”.

Como es bien sabido, entre los grupos humanos es común que el conocimiento empírico se vaya sistematizando y transmitiendo de generación en generación, creando una especie de repositorio oral que ayuda a resolver ciertas situaciones cotidianas sin necesidad de recurrir a nuevas estrategias de experimentación en sus soluciones. Tal era el caso de incinerar los objetos personales y la vivienda de una persona que acababa de fallecer, así como enterrar sus despojos mortales. Con lo anterior se evitaba que, en caso de que la causa de fallecimiento fuera una enfermedad contagiosa, se propagara entre los demás integrantes del grupo. El enterrar o cremar el cadáver también era una medida de antisepsia, ya que con ello se evitaba que se esparcieran las bacterias dañinas y malos olores durante el proceso de descomposición del cuerpo.

Como ya mencionamos, los complejos rituales funerarios incluyen prácticas que son más atribuibles a creencias o simbolismos espirituales y no a emerger de una función utilitaria. El hecho de que destinaran el entierro solamente para aquellos que hubieran muerto “flechados en pelea”, y que su cuerpo fuera “retorcido” antes de colocarlo en la tumba, obedecía más a las creencias espirituales que como ya se mencionó, a un fin práctico. En otro artículo publicado en este medio traté ampliamente la forma en la que se realizaban los entierros entre los californios.

Sobra decir que cada uno de los que dejaron asentadas por escrito sus observaciones sobre ellos, lo hizo desde su particular óptica e interpretación, y a pesar de que en algunas de sus frases hacen generalizaciones diciendo que todos los naturales hacían tal o cual cosa, se ha demostrado que no era así. Había diferencias tangibles entre rancherías e incluso entre familias en cuanto a los usos y costumbres.

Otro de los sacerdotes que comenta sobre cómo se apreciaba la muerte por parte de los guaycuras fue el ignaciano Juan Jacobo Baegert el cual nos dice lo siguiente: “es de temerse que entre los que caen enfermos en el campo y no son llevados a la misión, haya algunos que sean enterrados vivos, especialmente, cuando se trata de ancianos o de personas que tienen pocos parientes, pues acostumbran cavar la fosa dos o tres días antes que se aproxime la agonía del enfermo; parece que les es molesto quedarse sentados al lado de un viejo, aguardando su fin, ya que desde hace tiempo ya no sirve para nada o sólo les es un estorbo y que, de todos modos ya no podrá seguir con vida”.

Tal vez sea cierto en algunos casos esta apreciación, sin embargo, sabemos por otros escritos que los enfermos eran cuidados con esmero, se llamaba a los hechiceros para que los curaran, y en caso de fallecimiento se vivía un duelo por varios días en donde los familiares y personas cercanas al difunto demostraban su dolor y tristeza por su muerte. En otro párrafo nos comenta: “a una anciana ciega y enferma, los cargadores le retorcieron el pescuezo para no cargar con ella unas cuantas leguas más, hasta la misión. Otro individuo murió asfixiado, porque, para protegerlo de los mosquitos que nadie quiso ahuyentarle, le cubrieron de tal manera que le cortaron la respiración”.

Es probable que estos hechos narrados hayan ocurrido, aunque en desagravio de quien piense que nuestros guaycuras de la misión de San Luis Gonzaga Chiriyaquí eran unos desalmados, les diré que en muchas culturas nómadas, en donde permanecer por mucho tiempo en un sitio cuidando a un enfermo, les representaba una pesada carga puesto que les impedía seguir consiguiendo el escaso alimento y agua, también ponía en peligro de muerte a todos los integrantes, es común que se abandone a los viejos, heridos y enfermos. Es una cuestión de supervivencia del grupo.

Otro de los rituales que realizaban casi todos los grupos que habitaban la California era el que a continuación describe, con su muy particular estilo burlesco y socarrón, el sacerdote Baegert: “con respecto a su conciencia y a la eternidad, los californios, hasta donde he visto y sabido, se sienten perfectamente tranquilos durante su enfermedad, y mueren, como si el cielo no pudiera faltarles. Tan pronto como despiden el alma, se levanta una terrible gritería entre las mujeres que están presentes y entre todas las que no lo están, tan pronto como les llega la noticia. Pero a nadie se le nota un ojo húmedo, si no es a los parientes más cercanos, y todo resulta pura ceremonia”. Del llanto y gritería que hacían hombres y mujeres al fallecer un familiar o amigo cercano, eso ha quedado escrito en varias descripciones.

Finalmente, Baegert nos narra cómo es que algunos catecúmenos que vivían a los alrededores de su misión visualizaban el ser sepultados bajo el ritual de la iglesia católica: “¿quién, pregunto, se imaginaría que algunos de entre ellos sienten horror y repugnancia ante la idea de ser enterrados conforme a la usanza católico-cristiana? Había yo observado que algunos hombres, todavía bastante fuertes aunque peligrosamente enfermos, no querían dejarse conducir o llevar a la misión, donde hubieran recibido mejor trato para el cuerpo y el alma. Pedí explicaciones y se me dijo que significaría burlarse de los muertos, si se les enterrase con el repique de las campanas, con canciones u otros ritos cristianos católicos”.

Como nos hemos dado cuenta, al igual que en todas partes del mundo, el proceso de aculturación que se vivió en la California fue muy semejante al de otras partes. Hubo una reinterpretación de las enseñanzas religiosas que les mostraban los misioneros, un sincretismo que, paulatinamente, fue desapareciendo conforme los californios más viejos fueron muriendo, aquellos que habían crecido formado con sus prácticas antiguas, que fueron catequizados posteriormente y dieron paso a las nuevas generaciones que ya habían nacido y crecido formadas “a toque de campana”, en donde nada sabían sobre sus antiguas creencias.

Bibliografía:

Noticias de la península americana de California – Juan Jacobo Baegert

Tres documentos sobre el descubrimiento y exploración de Baja California por Francisco María Piccolo, Juan de Ugarte y Guillermo Stratford. Roberto Ramos (comp.).

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Los altares portátiles de los jesuitas en la California

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Leyendo el libro Historia natural y crónica de la Antigua California, que fue producto de los afanes del Dr. Miguel León-Portilla por traernos hacia nuestro tiempo los manuscritos del jesuita Miguel del Barco, quien por 30 años misionó en esta California.

Me llama mucho la atención que en sus frecuentes exploraciones dentro de la península, los misioneros no dejaban de celebrar las misas los domingos y fiestas de guardar aún se encontraran en parajes recónditos y en condiciones poco propicias para estas celebraciones. Inmediatamente, surge en mi mente la duda de cómo fue que oficiaban estas misas y cómo trasladaban los objetos litúrgicos que se necesitaban.

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Como bien sabemos, la Compañía de Jesús fue una orden misionera que se destacó en el terreno de la evangelización, sobre todo, de territorios que marcaban los límites de la civilización en las tierras que se iban “descubriendo” en América. Para llevar a cabo este proceso de evangelizar las diferentes etnias que encontraron a su paso se valían, principalmente, de la apropiación de su lenguaje para establecer un nexo de comunicación efectivo.

Una vez logrado lo anterior —aunque en muchos casos no de forma perfecta—, procedían a dar a conocer el catecismo y la doctrina cristiana a través del uso de la nemotecnia (memoria), pero también se apoyaban en pinturas, estandartes y esculturas con temas sacros. Los jesuitas como fieles representantes de la contrarreforma daban una especial preponderancia a las imágenes religiosas como intercesoras entre los hombres y la divinidad por lo que procuraban su difusión y culto en donde quiera que se plantaban.

Un artículo religioso que les fue de inigualable valor para realizar este “teatro religioso” entendido “teatro” en el sentido que se le atribuía en los libros religiosos del siglo XVII y XVIII como un conjunto de sucesos, significados y conceptos que giran en torno a una situación, fueron los altares portátiles. Estos artefactos eran objetos de reducido tamaño que podían ser transportados con facilidad, y que en su interior preservaban los paramentos litúrgicos necesarios para oficiar la misa y realizar el acto de la consagración eucarística.

En un sentido amplio el altar portátil puede trasladarse de un lugar a otro, pero en un sentido litúrgico es un ara consagrada, lo suficientemente, grande como para contener la sagrada hostia y la mayor parte de la base del cáliz. Se emplean estrictamente para el oficio divino, de modo tal que a partir de ellos se determina el centro del culto.

Los mencionados altares eran utilizados por todas las órdenes religiosas misioneras, ya que por llevar a cabo su trabajo en lugares muy apartados y en la construcción de un templo donde se pudieran guardar estos objetos de culto podría tardar decenios, era necesario que el misionero los llevara consigo a donde se trasladara.

Incluso, aún cuando el sacerdote tuviera una iglesia de cabecera, le era necesario contar con un altar portátil debido a que muchos de sus catecúmenos se encontraban diseminados por un territorio grandísimo, a veces de varios cientos de kilómetros, tenía la obligación de trasladarse regularmente a visitarlos con el propósito de realizar la misa como una ceremonia vinculante y reafirmadora de la evangelización.

En el caso de la California, se sabe que desde el trayecto en los barcos que transportaron a los primeros expedicionarios que llegaron a estas tierras, se celebraban misas en alta mar, lo cual sólo podía ser posible si contaban con estos altares portátiles. Durante la estancia de Eusebio Francisco Kino en La Paz, San Bruno y Londó, se lee en los diarios que escribió, que siempre se celebraron las misas ya sea para dar gracias de haber llegado a un buen lugar para sentar el campamento, como en los días que marcaba el calendario litúrgico.

Otro ejemplo de lo anterior lo encontramos en una carta escrita por Juan María de Salvatierra al padre Juan de Ugarte, donde menciona la celebración de una misa en el barco que los llevó a la California en octubre de 1697 y que ofició antes de desembarcar:

Hasta aquí habíamos caminado (teniendo) a nuestra vista la embarcación chica cuando, esta noche, tuvimos así aires como fuertes corrientes que iban para adentro; y así, amanecimos el día 13, domingo, sin tener a la vista la lancha ni poder saber más de ella.

El viento lo tuvimos contrario el domingo y, así, no pudimos entrar en San Bruno, en su media ensenada, y, así, por tanta fuerza del (viento) sudueste, nos dejamos llevar para arriba, de suerte que el lunes 14 nos hallamos a vista de la serranía que llaman de las Vírgenes, y por no coger más altura nos entramos en una grande bahía llamada La Concepción, muy asegurados del aire.

Y quiso la Virgen tomar posesión de ésa, su bahía, de suerte que allí dije misa el día de la gloriosa Santa Teresa y salté en tierra, comimos unas pitahayas y no vimos gente, aunque reconocimos mucho rastro, y fresco”.

Es obvio que para celebrar esta ceremonia se valieron de un altar portátil que debieron traer con ellos, el cual contenía todos los objetos requeridos para el culto. Lamentablemente, a la salida de los jesuitas de la California y de acuerdo a lo consignado en los inventarios que se levantaron de los objetos que había en las misiones, no se registra la existencia de uno sólo de estos altares portátiles.

Podemos especular que no se registraron como tales por ser denominados de otra forma o bien porque, paulatinamente, fueron dejados de usar ya que la mayoría de los californios estaban habituados a vivir en las misiones por lo que acudían a misa en el templo de la misma.

Bibliografía:

Los altares portátiles tras la expulsión de la Compañía de Jesús en el Río de la Plata y Chile (1780-1820): una historia de agencias y resignificaciones – Nicolás Hernán Perrone y Vanina Scocchera

California jesuita (Salvatierra, Venegas, Del Barco, Baegert) Selección, introducción y notas de Leonardo Varela Cabral

Descripción e Inventarios de Las Misiones de Baja California, 1773 – Eligio M. Coronado.

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El sacerdote Baegert y su Noticias de la Península Americana de la California

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Para todos aquellos que deseamos profundizar en la historia californiana es de primerísima importancia el leer las obras escritas por personas que estuvieron presentes en los primeros contactos con los naturales de estas tierras. En este caso vamos a hacer un análisis de la obra que nos legó el jesuita Juan Jacobo Baegert quien estuvo habitando y realizando su apostolado por 18 años en esta península.

Su biografía va íntimamente, relacionada con el contenido de esta obra y es necesario retomarla para que el lector tenga una idea clara de los motivos del porqué la redactó de la forma en que la hizo. Juan Jacobo Baegert —Johann Jakob Baegert, en su idioma natal—, nació el 23 de diciembre de 1717 en la villa de Sélestat —en idioma francés—, Schlettstadt —en alsaciano y alemán—, la cual en ese entonces formaba parte del reino francés. Su familia era de una gran raigambre católica y de su seno habían surgido una gran cantidad de clérigos. A los 19 años ingresó a la orden jesuita en la ciudad de Baviera, Alemania, en donde se ordenó como sacerdote en 1749, a los 32 años.

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En el mismo año —que se ordenó como sacerdote—, fue enviado a la Nueva España y tras una brevísima estancia en la capital lo enviaron a las misiones de la península de California. Al llegar a Loreto, se le da un curso introductorio de la lengua guaycura, una vez que aprendió los aspectos básicos de la misma lo destinaron a la misión de San Luis Gonzaga Chiriyaqui, la cual se encontraba en una de las regiones más apartadas y desérticas de la península, y a duras penas se sobrevivía —al igual que sus habitantes—, de un pequeño ojo de agua cercano a la misión. Durante los siguientes 17 años, hasta los primeros días del mes de enero de 1768, permaneció en este sitio donde es llamado a reunirse con sus hermanos de las demás misiones de la California en el puerto de Loreto y se les dio a conocer la orden de expulsión de los jesuitas de todos los dominios de España.

Es así como emprende el éxodo de salida de la Nueva España, el cual tenía como destino final la península ibérica. Al llegar a España, lo mantuvieron por un breve tiempo en un monasterio, para finalmente, retirarse al colegio Jesuita de Neustadt an der Haardt, en Alemania, donde finalizó su existencia cuatro años después. Muchas personas piensan que el carácter sobrio y bilioso de Baegert obedece a la estricta formación moral que tuvo en su casa materna, así como en los institutos en los que se formó. Su carácter metódico y muy prejuiciado por las ideas de superioridad de las razas civilizadas por su color, costumbres y profesar la religión católica, lo hizo interesarse por materias como la filosofía y la teología, llegando a ser profesor de Humanidades en Mannheim, Alemania.

Ahora bien, regresando a su obra literaria, el origen data desde el momento en que el sacerdote Juan Jacobo llegó al colegio Jesuita de Neustadt an der Haardt. De inmediato pone manos a la obra e inicia con la escritura de sus recuerdos del tiempo que vivió entre los californios de su misión de Chiriyaqui. Para dar estructura a este libro se basó en algunas de las obras que había estudiado durante los primeros años de su formación como sacerdote, entre ellas Historia animalium (Historia Animal) atribuida a Aristóteles.

Su libro está conformado por tres grandes bloques a los que el autor titula como “partes”. La primera de ellas trata sobre La California en general, su carácter, clima y productos que abarca los temas De la posición, longitud, latitud y extensión de California, así como del Golfo de California; Del calor, del frío y de las cuatro estaciones del año; De la lluvia y otras aguas; De las cualidades, fertilidad y aridez de la tierra; De los matorrales y espinas; De las frutas; De los cuadrúpedos, pescados y aves; De las sabandijas; y De las minas y perlas.

En la segunda parte titulada De los habitantes de California menciona Del aspecto, color y número de los californios, de dónde y cómo pueden haber llegado a California; De las habitaciones; De la indumentaria; De los bienes y utensilios, ídem del trabajo y actividades; De los alimentos, arte culinario y glotonería de los californios; De los matrimonios y crianza de los niños; De las enfermedades y medicinas de los californios; cómo mueren y cómo se entierran; Del carácter, costumbres y naturaleza; De ciertas costumbres y modo de vivir; y Del idioma.

Y finaliza con el capítulo De la llegada de los españoles a California e introducción de la fe cristiana, de las misiones y otras cosas anexas donde narra sobre las Expediciones infructuosas de los Españoles a California, el padre Salvatierra, un jesuita, pone pie firme en ella y funda la misión de Loreto; Progreso de la misión fundada y establecimiento de otras nuevas; De los ingresos y de la administración de las misiones; De las iglesias y sus ornamentos; De la agricultura; De los animales domésticos; De los soldados, marineros, artesanos y así como del modo de comprar y vender; De la muerte de los padres Tamaral y Carranco; Algunas preguntas dirigidas a los señores protestantes, principalmente, a sus señores ministros; y De la llegada de don Gaspar Portolá y salida de los jesuitas de California.

Para leer esta obra, una persona que no tenga un entrenamiento profesional para tomar su contenido de forma estéril y libre de prejuicios, se debe de proveer de una buena cantidad de antiácidos y tés tranquilizantes, puesto que el lenguaje frío, directo, incluso considerado por muchos, grosero y producto del carácter bilioso, los hará molestarse de momentos y otras desear tirar el libro a la basura. Baste la transcripción del siguiente párrafo que contiene el prólogo escrito por Baegert, para que aquellos que no lo han leído, se den cuenta del porqué de mis palabras.

“Todo lo concerniente a California es tan poca cosa, que no vale la pena alzar la pluma para escribir algo sobre ella. De miserables matorrales, inútiles zarzales y estériles peñascos; de casos de piedra y lodo, sin agua ni madera; de un puñado de gente que en nada se distingue de las bestias (….) ¿Qué gran cosa debo, que puedo decir?”.

Sin embargo, no crea el lector que el sacerdote Baegert dejaba nublar su juicio de naturalista y etnólogo por sus constantes frases hirientes y mordaces, muy al contrario, el ignaciano era capaz de llegar a razonamientos profundos y muy elaborados. Un ejemplo de ello fue que tras apreciar la formación de los cerros así como el descubrimiento de conchas de moluscos en lugares alejadísimos del mar, llegó a afirmar que, seguramente, el origen de nuestra península pudo deberse a que emergió del fondo marino. También, dio muestras de su paciencia al contar meticulosamente, cada una de las espinas de un brazo de pitahaya, llegando a expresar que cada matorral de esta xerófita tenía por lo menos un millón de espinas.

Es importante mencionar que para la época en que estaba realizando este libro, ya en Europa empezaban a circular algunos ejemplares realizados por personas que jamás habían estado en la California y mucho menos tenían fuentes confiables. Lo anterior, ocasionaba que estos textos que tanto gustaban a los ávidos lectores, estuvieran plagados de ideas erróneas como que la península estaba llena de minas de oro, de grandes y fabulosas riquezas, que había bosques frondosos, la cacería de grandes piezas como venados y cerdos salvajes era de lo más común. Baegert, con su carácter serio y socarrón se dedicaba a refutar estas obras, lo hacía de la forma en que mejor sabía hacerlo: con palabras hirientes, as como frases mordaces con las que se burlaba de aquellos textos y personajes que las elaboraban.

Sin embargo, la crítica no sólo fue para escritos realizados por personas fuera del campo religioso, también lo hizo hacia el interior. Antes de morir, Baegert realizó una segunda edición de su libro, al cual le agregó en el título la siguiente frase: mit einen zweifachen Anhang falscher Nachrichten, lo que se traduce en español: con un doble adjunto de mensajes falsos. Con lo anterior se refería a las críticas que dedicó a la obra que publicó su colega jesuita Miguel Venegas, titulada Noticia de la California, y de su conquista temporal, y espiritual hasta el tiempo presente en tres volúmenes. Como bien sabemos, esta obra de Venegas fue publicada en el año de 1757, contenía una serie de conclusiones que había sacado este autor derivadas de los cientos de cartas e informes que le fueron enviados para que realizara su escrito.

Venegas jamás estuvo en la California por lo que para redactar su obra confió en estos escritos, debido a lo anterior varios aspectos de lo que redactó era inexacto o completamente, falso y Baegert no desaprovechó la oportunidad de aguijonear con su acostumbrada ironía y filosa crítica los yerro de su hermano de la compañía. Baegert, cargado de los prejuicios de los hombres y sacerdotes de su tiempo, catalogaba a los habitantes de la California de la siguiente manera:

“Por regla general, puede decirse de los californios que son tontos, torpes, toscos, sucios, insolentes, ingratos, mentirosos, pillos, perezosos en extremo, grandes habladores y, en cuanto a su inteligencia y actividades, como quien dice, niños hasta la tumba; que son gente desorientada, desprevenida, irreflexiva e irresponsable; gente que para nada puede dominarse y que en todo siguen sus instintos naturales, igual a las bestias”.

Tomando en cuenta que esto escribió después de haber estado en la California 18 años y ponerlo por escrito cuatro años antes de morir, su concepto de los californios siempre fue el mismo, aunque en honor a la verdad, había momentos en los cuales entraba en profundas reflexiones que le permitían hacer comparaciones bastante justas y prudentes entre los naturales de esta península y sus congéneres europeos:

“En todo esto consisten los tesoros y riquezas de los californios, con los que pasan los días de su vida en perfecta salud, y con más grande sosiego, tranquilidad y buen humor, que miles y miles de hombres en Europa que nunca ven el fin de sus riquezas y que apenas pueden con las cuentas de sus monedas antiguas y modernas. Es muy cierto que California tiene sus espinas, pero estas no molestan ni lastiman con tanta frecuencia, ni tan hondamente, los pies de los californios, como aquellas otras que se guardan en los cofres de Europa y que desgarran los corazones de sus dueños, por medio de punzantes congojas, conforme a lo que está escrito en San Lucas 8, 14; sin tomar en cuenta las muchas heridas mortales que asestan, por medio de los abusos que se cometen con ellas.

Así es que la extremada pobreza de los californios y la absoluta falta de todas las cosas que a nosotros nos parecen indispensables para la vida humana, nos dan una demostración, de ninguna manera despreciable, que nos enseña cómo la naturaleza se conforma con tan poco y cómo con tan poco puede uno mantenerse; y que, por tanto, no es la miseria, sino una opulencia inmoderada y un exceso de lujuria, las que han inventado miles de cosas, con cuyo valor, tantos indigentes podrían y deberían ser alimentados y arropados”.

Mucho es lo que podemos concluir de este libro y los aspectos accesorios del mismo, sin embargo, el propósito de este documento es ser un acicate para que los lectores se motiven por leer esta obra y, lo más importante, obtengan conclusiones informadas producto de abrevar de las fuentes originales y hacer sus propias conclusiones. Como un obsequio para ustedes coloco el siguiente enlace de donde pueden descargar este libro de forma gratuita, en formato PDF: https://drive.google.com/file/d/1Od9Q8v3_6cF4xyOW4m0bKIRx344WspEJ/view?usp=sharing

Bibliografía:

Noticias de la península americana de California – Juan Jacobo Baegert

Historia de los animalesAristóteles

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La Lauretana, el segundo navío construido en la antigua California

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los barcos constituyeron la única forma de comunicación de las misiones jesuitas con el resto de la Nueva España. A través de ellos llegaban los ansiados alimentos que sostenían las misiones que se iban estableciendo, también eran portadores de la correspondencia, herramientas, personal y en fin de todo aquello que fuera necesario para continuar con la inacabable labor en estas tierras. Mucho se ha hablado de la balandra El triunfo de la Cruz como el primer barco construido completamente en la California, sin embargo también hubo otro más que fue creado en la península y que poco se ha escrito de él.

Los jesuitas son conocidos por los colegios que establecieron en muchas partes del orbe, por ser religiosos bien preparados en temas científicos y literarios además de ser misioneros entusiastas y perseverantes, sin embargo algo en lo que poco destacaron fue en la capacidad para hacer negocios. En varios informes que rindieron tanto el padre Salvatierra como otros de sus contemporáneos se quejaban amargamente de cómo habían sido timados en varias ocasiones por marineros y comerciantes que les vendieron barcos en mal estado y que zozobraron al poco tiempo de hacerse a la mar rumbo a la península. Lo anterior motivó a que el sacerdote Juan de Ugarte, aprovechando la estancia de un marinero que tenía conocimientos en la construcción de navíos se diera a la ardua, y hasta ese momento, impensable tarea de construir un barco en la California.

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Después de varios meses de inmenso trabajo y en donde jugaron un papel insustituible y de gran reconocimiento los cochimíes del lado de la Sierra de Guadalupe pudo al fin terminarse balandra a la cual se le impuso el nombre de El triunfo de la Cruz por ser el 14 de septiembre, día en que fue botada al mar, el dedicado al santoral de la Exaltación de la Santa Cruz. Esto ocurrió en el año de 1720. Sin embargo, este navío si bien vino a alivianar el pesado trabajo de trasladar personas, ganado, alimentos y demás carga desde la contracosta hacia la península, no resolvía el problema en sí. En esos años, debido a la lentitud con la que se conseguían y cargaban los barcos —a veces duraban hasta un año en ello— era necesario que mientras una nave permanecía cargándose otra estuviera atracada en Loreto para las actividades de exploración o abastecimiento de alimentos de otras misiones del territorio, es por lo anterior que urgía el que se construyera una nueva embarcación que acompañara a la balandra construida.

Fue hasta el año de 1740 que los jesuitas contaron con suficiente dinero para poder destinarlo a la construcción de una nueva nave en estas tierras, ya que al hacerla bajo su vigilancia y dirección y supervisando cada uno de los pasos y el producto final, garantizaban en no volver a ser timados como en otras ocasiones. El encargado de llevar a cabo la supervisión de esta obra fue el padre Jaime Bravo, el cual en ese tiempo fungía como el Procurador de las Misiones con sede en Loreto.  No existen muchos datos sobre qué maderas se utilizaron para su construcción, si fueron extraídas de árboles de guéribo como en el caso de la balandra antes construida o fue madera reutilizada de algún naufragio o comprada en alguno de los puertos de la contracosta. También se ignora el tiempo que se llevó en su construcción, sólo que fue construida en el año de 1740.

Este barco, también correspondió al diseño de una balandra la cual es “una embarcación de vela, pequeña con un solo palo, al menos un foque en estay de proa, y cubierta superior. Son construidas con tablas de madera clavadas parcialmente una encima de la otra”. Una vez que estuvo finalizada recibió el nombre de Nuestra Señora de Loreto o Lauretana. La mencionada embarcación estuvo en funcionamiento durante 25 años, hasta 1765 en que seguramente naufragó o fue desechada por estar inutilizada. No olvidemos que en aquellos años eran muy comunes los encallamientos o que los barcos fueran llevados por tormentas a azotarse contra las rocas de la costa y sufrían graves daños o naufragaban. Sin embargo, se ignora a ciencia cierta cuál fue el destino final de esta balandra.

Bibliografía:

Misioneros Jesuitas En Baja California, Antonio Ponce Aguilar

Diccionario Marítimo Español. Madrid, imprenta Real

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