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La ciencia detrás de las armas biológicas (VI)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En 1965 el ejército de los EU diseminó la bacteria Bacillus globigii (Ahora B. atrophaeus) en el aeropuerto y la terminal de autobuses Greyhound en Washington, D. C.

En 1966 la diseminó por los tubos del metro de Nueva York para evaluar el número de infectados en horas pico. Asimismo, el ejército inoculó varios agentes infecciosos como vacunas a voluntarios que debían dar su consentimiento llenando la siguiente forma:

(Tomado de Smart, 1997)

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Note el lector que, entre otros, se inoculaba a los “pacientes” alfavirus de RNA que provocan Encefalitis Equina Venezolana. Este virus se transmite principalmente por mosquitos y afecta tanto a caballos y burros como a humanos. Sus síntomas son: escalofrío,  dolor  de  cabeza,  fiebre,  dolores  musculares, postración,  leves  movimientos  de  los  ojos, rigidez  de  la  nuca, astenia,  mareo, incapacitación  congestión conjuntival,  enrojecimiento facial, faringitis, linfadenitis cervical y distensión abdominal. 4 al 14 % de los infectados sufren de problemas neurológicos como convulsiones,  debilidad  motora,  parálisis e hinchazón del cerebro.

En los 70’s la Unión Soviética usó agentes biológicos en Afganistán, pero oficialmente lo negó pues había firmado el Tratado de Génova en 1928 y los ratificó en 1975, en donde fuentes gubernamentales declararon que la URSS no usaba armas biológicas. Sin  embargo, esto era una falacia leguleya pues los soviéticos consideraban los agentes biológicos como químicos y los desarrollaban en su programa de armamento sintético.

En abril de 1979 se desató una epidemia de ántrax en Sverdlovsk, en medio de los Urales. El gobierno explicó la causa por consumo de ganado infectado, pero la inteligencia de los EU sospechó de un accidente en los laboratorios de armas biológicas. Fue hasta 1992 que el presidente Boris Yeltsin admitió que esa epidemia fue provocada por investigaciones militares y que desinfectaron los laboratorios por cinco años.

En los 90’s creció el miedo a los ataques terroristas con armamento biológico. Después de los ataques químicos de la secta japonesa Aum Shinrikyo en 1994 y 1995, se supo que tenía preparado un helicóptero para diseminar botulismo y había tratado de conseguir virus del ébola de Zaire.

En 1995 un ciudadano de EU fue condenado a 33 meses de prisión por tener 0.7 g de ricino. El hombre era miembro del Concilio de Patriotas de Minnesota y su objetivo era envenenar a agentes federales. Ese mismo año, otra organización supremacista blanca trató de comprar cepas de Yersinia pestis.

En los 90’s EU, Rusia, Irak, China, Irán, Corea del Norte, Libia, Siria y Taiwán intensificaron sus programas sobre armas biológicas. Otros países como Cuba, Israel y Egipto negaron participar, pero se sospecha que comenzaron pruebas clandestinas.

La hipocresía es el sello del político, pues oficialmente los gobiernos alegan una y otra vez su posición en contra de estas armas, cuando destinan millones para su fabricación. Por ejemplo, en la Convención para la Prohibición de Armas Biológicas de Ginebra en 2016, el portavoz del gobierno chino expresó que su país se oponía terminantemente a este tipo de armamento. Intuyo su risa, lector.

En el 2005, el presidente de EU, George Bush Jr., alertó sobre una futura pandemia en el Instituto Nacional de Salud: “Podemos ayudar a que nuestra nación se prepare para otros peligros, como un ataque terrorista con armas química o biológicas. Los líderes de todos los niveles de gobierno tienen la responsabilidad de enfrentar peligros antes de que aparezcan y comprometan al pueblo de los EU respecto a la mejor manera de actuar. Es vital el que nuestra nación evalúe hoy la amenaza de una gripe pandémica”.  Note el lector su apelación a las armas biológicas.

Desde un punto de vista militar, estas armas son muy atractivas. Por ejemplo, si se usa ántrax en una zona urbana de 5 millones de personas, un avión que disemine 50 kg de aerosol provocaría de 100 mil a 250 mil muertes.

Por otro lado, el costo de las armas biológicas es menor al de las químicas y las nucleares; aunque su efectividad estratégica y táctica sea también menor respecto a ellas.

Para evaluar los agentes se considera la facilidad de producción; muchas bacterias y virus pueden producirse a gran escala por medio de técnicas modernas de fermentación. Algunos venenos, como el ricino, se consiguen de manera muy sencilla por su ubicuidad; en cambio otros, como la saxitoxina producida por algas y dinoflagelados, es tan rara que no se considera como candidata a producir armas de destrucción masiva. Según la inteligencia militar, el arma biológica ideal debe intoxicar a la víctima al inhalarse como la forma de diseminación más efectiva. Pero los agentes también pueden infectar mediante su ingestión por alimentos o agua, inyectados o absorbidos a través de la piel.

A continuación, se muestra un cuadro sobre las ventajas y desventajas de su uso militar según el Departamento de Defensa de los EU:

(Tomado de Smart, 1997)

Desde 1975 hasta la fecha, el Centro para la Investigación de Guerra Biológica, supervisada por el Departamento de Defensa, la CIA y el Instituto Nacional del Cáncer, intenta desarrollar mecanismos para provocar tumores malignos. Se financió un programa especial para obtener virus cancerígenos,  uno de ellos es identificado como virus humano de la célula T de leucemia (HTLV).

Un cable de Wikileaks, publicado por un hacker en 2014, alertaba sobre los virus desarrollados en laboratorios gubernamentales. Por ejemplo, en 2014, Daniel Pérez en Maryland, sintetizó el virus H7N1 que puede ser transmitido de manera eficaz a través de gotas de saliva o agua vía aérea. En 2013, algunos científicos chinos desarrollaron virus de influenza H5N1 que llevaban genes de virus  H1N1 transmitidos por cobayas vía aérea a través de gotitas.

 

Malcolm Dando, biólogo de la Universidad de Bradford, pacifista y experto en armas biológicas, lleva décadas alertando sobre el problema de la bioseguridad respecto a estos virus que pueden escapar y causar pandemias accidentales repentinas. Dando y Nixdorff también subrayan que las actuales investigaciones –desde 2018- se encaminan a lastimar el sistema nervioso por medio de nanotecnología. Las funciones sinápticas y los circuitos neuronales del cerebro son el blanco central de nanomateriales hostiles. Más aún, la aparición de la edición genética CRISPR, desarrollada por los chinos desde 2010 debe ser considerada como una súper herramienta para mutar agentes biológicos a voluntad, cada vez con más especificidad.

En 2020, cuando se acusó al Instituto de Virología de Wuhan el haber liberado el virus  SARS-CoV-2 de forma accidental o premeditada, el gobierno chino negó tal hecho aduciendo que esas instalaciones no eran adecuadas para desarrollar armas biológicas y que la mayoría de los países han abandonado el desarrollo de las mismas por considerarlas no viables. No se ría de nuevo, por favor.

Una miserable conclusión

No podemos contabilizar las millones de víctimas que han causado y están causando los ensayos, ataques directos, indirectos o accidentes relacionados con las armas biológicas, más aún que el desarrollo actual de estos programas es ultrasecreto y sabremos su efecto en décadas (si es que se logran desclasificar o hackear).

Queda en el tintero un cúmulo de preguntas sobre moral, legislación, religión y economía. En el plano ético, el anquilosado optimismo de la razón ilustrada o las estupideces sobre la normatividad de la ciencia, su comunalismo y universalismo propuestos por Merton quedan olvidados como ideales absurdos ante una realidad sucia, brutal y directa. Más lúcida me parece la máxima de Bertrand Russell: “Cualquier locura que el hombre es capaz de concebir, históricamente siempre la ha ejecutado”.

Y lo seguirá haciendo, depresivo lector.

 

 

Referencias

 

Alvarado F. P.  Cáncer  inducido,  ¿un  arma  de  la  CIA?    (2011)  Managua:  La  Gente.  Radio  la  Primerísima; 29  Dic  2011.

Dando, M. (2016). Find the time to discuss new bioweapons. Nature, 535(7610), 9-9.

Dando M.(2007) “The Impact of Scientific and Technological Change” Bioterrorism: Confronting a Complex Threat. Lynne Rienner Publishers.

Dando M. (2007) Preventing the Future Military Misuse of Neuroscience. Technology and Security. Palgrave Macmillan.

Dando M. (2007) A Scientific Advisory Panel for the Biological and Toxin Weapons Convention as an Element in the Web of Prevention. The Web of Prevention: Biological Weapons, Life Sciences, and the Governance of Research.  Earthscan Publications Limited.

Lewthwaite GA. (1995) Terrorist attacks in US expected. Baltimore Sun. 1 Nov 1995;A-1.

Nixdorff, K., Borisova, T., Komisarenko, S., & Dando, M. (2018). Dual-Use Nano-Neurotechnology: An assessment of the implications of trends in science and technology. Politics and the Life Sciences, 37(2), 180-202.

OPS/OMS. (2013). Encefalitis Equinas transmitidas por artrópodos. Boletín Salud Pública Veterinaria. Organización Panamericana de la Salud.

Smart, J. K. (1997). History of chemical and biological warfare: an American perspective. Medical Aspects of Chemical and Biological Warfare. Washington, DC: Office of the Surgeon General, 9-86.

Wikilieaks.org

Wikileaks.org (2014) Making viruses in the lab deadlier and more able to spread: an accident waiting to happen.

 

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La ciencia detrás de las armas biológicas (V)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial los periódicos reportaban varios incidentes atribuidos a la guerra biológica. En 1947 se dispersó el cólera en Egipto y se acusó a agentes sionistas infiltrados. En 1950, el gobierno de Alemania Oriental acusó a los Estados Unidos de lanzar escarabajos de Colorado sobre su país mientras que en 1951, una gaceta de la marina soviética reportó que los Estados Unidos probaban agentes biológicos en los esquimales de Canadá, lo que había causado una plaga en 1949.

En el escenario de la Guerra de Corea en 1952, China admitió que de sus más de 11 mil prisioneros de guerra, 3 198 eran estadounidenses. Entonces el público se conmocionó cuando se filtró a la prensa que algunos prisioneros confesaron que los Estados Unidos usaba armas biológicas contra los norcoreanos. Esta información surgió cuando dos pilotos capturados por los chinos, John Quinn y Kenneth Enoch, declararon que su misión consistía en lanzar bombas con tifoidea, bacterias de cólera y esporas de carbunclo. A partir de esta información la Unión Soviética acusó al gobierno estadounidense de crímenes de guerra. Para confirmar el hecho, el coronel Frank H. Schwable, que llevaba un año siendo torturado en los campos de Manchuria, proporcionó a los comunistas una detallada descripción del programa de las armas biológicas. Otros 35 prisioneros confesaron lo mismo. Sin embargo, el uso de armas biológicas por parte del ejército de la ONU en contra de los norcoreanos era falso. Los chinos, para desacreditar a sus enemigos y como medio de propaganda, obligaron por medio de torturas a los prisioneros a divulgar el rumor. La Cruz Roja Internacional quiso realizar una investigación al respecto pero los chinos se negaron.

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Si creemos a las acusaciones de todos los bandos podemos pensar que los británicos usaron agentes biológicos en Omán en 1957, cuando se enfrentaron las fuerzas del imanato contra las del sultanato en la Guerra de Jebel Akhdar. En 1966, los egipcios acusaron que “agresores imperialistas” habían diseminado el cólera en Irak. En 1970, latifundistas brasileños infectaron deliberadamente a tribus amazónicas para despojarlos de sus tierras.

Durante la Guerra de Vietnam, el Vietcong usó los palos pungi, lanzas contaminadas con materia fecal como trampas enterradas en la jungla para infectar a los soldados estadounidenses.

En el marco de este conflicto y sus remantes, algunos helicópteros soviéticos rociaron a los habitantes de Laos y Kampuchea con aerosoles de colores. Los animales y los humanos que lo absorbieron se sentían desorientados y enfermos. Algunos sufrieron una disminución aguda de los granulocitos sanguíneos llamada neutropenia, sangraron de la nariz, las mujeres de la vagina y murieron entre diarreas y dolores espantosos. Se conoció a esta arma como lluvia amarilla. Diversos científicos lanzaron la hipótesis de que esta arma se parecía a los excrementos de abeja que resultan tóxicos.

Se supo después que los aerosoles llevaban la micotoxina Tricoteceno 2 (T-2), una sustancia producida por hongos. La familia de los tricocenos es sintetizada principalmente por hongos Fusarium, fitopatógenos que dañan los cultivos.

Los rusos empezaron a investigar la T-2 en sus laboratorios de guerra biológica de Taskent en Uzbekistán cuando descubrieron que era el principio activo del hongo lo que dañó toneladas de trigo en los años 40’s y tenía una letalidad del 60%. Durante los conflictos de Vietnam y después en Afganistán, de 1975 a 1981 causaron más de 6 mil muertes debido a la lluvia amarilla.

En los 50’s, el programa de armas biológicas en los Estados Unidos se llevó a cabo en los laboratorios de Fort Detrick; era ultra secreto y hasta la fecha no se han desclasificado muchos documentos relativos a él. Se sabe que en 1953, el mayor Bullene, jefe de la Oficina Química, resaltó la investigación del ántrax como prioridad suprema.

En 1954 hubo una epidemia de fiebre amarilla en Trinidad. Los científicos estadounidenses de Fort Detrick aislaron un flavivirus de un hombre infectado durante la epidemia y lo inocularon en macacos Rhesus en pos de propagar la enfermedad. Realizaron un experimento liberando mosquitos no infectados en Savannah, Georgia y Avon Park, Florida, por medio de aviones y helicópteros. En un solo día, los mosquitos se dispersaron varias millas cuadradas y picaron a muchas personas, lo que consolidó la viabilidad de un ataque eficaz. En Fort Detrick se produjeron 500 mil mosquitos por mes con la idea de lograr 130 millones al mes, cosa que no se logró por las limitaciones del proyecto.

Los flavivirus con toda una familia de virus de RNA que no solo provocan fiebre amarilla sino dengue y zika, enfermedades transmitidas principalmente por mosquitos de los géneros  Haemagogus y Aedes. Estos males tienen en común varios síntomas como fiebre, cefaleas, ictericia, dolores musculares, náuseas, vómitos y cansancio.

La primera arma biológica estandarizada fue la bomba antipersonal M114 4-lb que contenía 320 mL de Brucella suis en un tubito de 5.3 cm de largo. Se colocaban 108 de estos tubitos en una bomba más grande nombrada M33 500-lb.

 

a) Bomba antipersonal M114 4-lb. b) Bomba M33 500-lb

Estas bombas se probaron en Dugway Proving Ground, Utah, con el objetivo de diseminar la brucelosis.

Luego se estandarizó la bomba M115 500-lb para diseminar la roya negra, el hongo Puccinia graminis. Este infecta al trigo mediante una enfermedad conocida como niebla de los cereales (en México se conoce como el Chahuixtle negro) y puede socavarlo de tal forma que se pierda la cosecha total. La estrategia de propagar la roya consiste en matar de hambre a una población que dependa del trigo.

Otros sistemas de propagación de bacterias, hongos y virus son tanques de spray, misiles, aerosoles, minas submarinas y drones. Las minas subacuáticas con especialmente furtivas pues se diseñaron para ser disparadas a través de un tubo de torpedo, permanecer dos horas en el fondo, emerger de súbito y liberar 42 L del agente biológico, después de lo cual se autodestruye.

En la década de los 60’s el programa de armas biológicas de los EU estaba en declive. Sólo recibió $ 38 millones de dólares en 1966 y $ 31 millones en 1969. Sin embargo, se logró estandarizar una bomba de Pasteurella tularensis (nombrada actualmente Francisella tularensis) bacteria causante de la tularemia o fiebre de los conejos. La bacteria infecta mosquitos, tábanos garrapatas y a la mayoría de los mamíferos, especialmente roedores y ovejas. Puede sobrevivir meses en el agua y en la vegetación y en el hombre causa fiebre intensa,  escalofríos,  náuseas,  cefaleas,  dolores  articulares, inflamación de nódulos, pus, tos seca, diarrea y hasta neumonía.

Cuando los alemanes sitiaron Stalingrado en 1945, los casos de tularemia entre los alemanes llegaron a más de cien mil, aunque la infección también se propagó entre los rusos. Según el coronel Kanatzhan “Kanat” Alibekov, microbiólogo que logró estandarizar una bomba de tularemia en los 70’s, la epidemia de la Segunda Guerra Mundial fue producida por un arma biológica soviética lo que nunca se ha podido probar.

 

Continuará…

 

Referencias

Kamieński, L. (2017). Las drogas en la guerra: una historia global. Barcelona: Crítica.

Robinson J, Guillemin J, Meselson M. Yellow rain: The story collapses. (1987) Foreign Policy.68:101–117.

Smart, J. K. (1997). History of chemical and biological warfare: an American perspective. Medical Aspects of Chemical and Biological Warfare. Washington, DC: Office of the Surgeon General, 9-86.

Smart J. K. (1996) Biological Weapons. Aberdeen Proving Ground, Md:

US Army Chemical and Biological Defense Command. (1996) Special Study 55.  Not cleared for public release.

US Army Chemical Corps. Summary of Major Events and Problems, FY58.  (1959) Army Chemical Center, Md: US Army Chemical Center Historical Center; Mar 1959.

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La ciencia detrás de las armas biológicas (IV)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Seis semanas después de la invasión a la URSS, Reinhard Heydrich recibió una orden de Hermann Göring: “llevar a cabo todos los preparativos referentes a la organización, los aspectos materiales y financieros para una solución total de la cuestión judía en los territorios de Europa que se encuentran bajo influencia alemana”. Para organizar el exterminio masivo de millones de personas, se celebró la conferencia de Wannsee en enero de 1942, en donde se trató la cuestión de los campos de trabajo, concentración y exterminio; aunque de manera práctica los alemanes ya habían estado aniquilando judíos en el campo de Chelmno desde 1941, empleando el gas de escape de camionetas.

Los campos fueron terreno de experimentación científica gracias a los prisioneros que fungían como cobayos en experimentos sobre tifoidea, venenos, bombas incendiarias, etc.

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A pesar de que, oficialmente, Hitler repetidamente sostuvo que deberían prohibirse las armas biológicas suscribiendo la Convención de Ginebra de 1925; lo cierto es que los nazis llevaron a cabo experimentos secretos para desarrollarlas.

En 1942, Heinrich Himmler, líder de las SS, ordenó la creación del Instituto Entomológico de Dachau cuyo objetivo principal era estudiar las enfermedades causadas por liendres, pulgas, piojos y mosquitos. Además, los entomólogos tenían órdenes de alargar la vida de los mosquitos como vectores de malaria, que pudiesen ser usados en contra de los aliados.

El jefe de la operación fue Eduard May, un naturalista mediocre que fue escogido por sus críticas a la teoría de Einstein, bajo el pretexto de que un judío no podía realizar una teoría de valor alguno. El Instituto compartió instalaciones en el campo de exterminio de Dachau con departamentos dirigidos por científicos infames como Sigmund Rascher, que había llevado experimentos de congelación con los prisioneros, y August Hirt que experimentaba con gas mostaza y sulfuro como armas químicas. Ahí mismo, el profesor Claus Schilling inoculó de malaria a más de mil prisioneros. May reclutó a más de una decena de biólogos para llevar a cabo las investigaciones, trabajó con bacterias de moscas y pesticidas. Su resultado fue recomendar mosquitos del género Anopheles, pero los alemanes nunca llevaron a cabo este plan. Otra recomendación de May basada en sus estudios fue usar un insecticida llamado Gesarol ,como agente con toxinas diluidas para rociarlo desde aviones.

En 1944, May recibió la orden de realizar un proyecto secreto llamado Siebenschläfer, Dormouse, consistente en un estudio de pulgas como vectores de enfermedades. Parece que su jefe era Wolfram von Sievers, científico que trabajaba con esqueletos de prisioneros del campo de concentración de Struthof-Natzweiler y fungía como inspector de todos los institutos.

Cuando las tropas estadounidenses liberaron el campo de Dachau en abril de 1945, May había huido y nunca se le relacionó con experimentos a humanos; trabajó como profesor de filosofía desde 1951 en una universidad en Berlín y murió en 1956.

También en los campos de concentración de Sachsenhausen y Natzweiler se inyectaba a los prisioneros varias cepas de virus que causan hepatitis para luego estudiar su evolución. La hepatitis provoca cirrosis e ictericia y puede conducir a la muerte.

En 1943, Hermann Göring ordenó a Kurt Blome fundar la unidad para el estudio del cáncer en Nesselstedtnear, cerca del campo de Poznan. Blome era el jefe de la asociación de médicos del Reich y reclutó a Rudolf Mentze y a Erich Schumann como colaboradores. Esta unidad era en realidad un centro de investigación de armas biológicas pero convenientemente las autoridades no sabían de su existencia.

Al final de la guerra, Blome fue absuelto mientras que Sievers y Schilling fueron ahorcados, algunos huyeron, otros fueron perseguidos y asesinados; pero los objetivos de usar armas biológicas nunca se concretaron, lo único que lograron estos científicos fue dejar una estela horrorosa y una memoria de dolor.

Mejores resultados tuvieron los japoneses en cuanto a este tenor.

El Imperio del Japón se había consolidado desde la primera guerra contra China por el control de Corea en 1894. Desde entonces, gracias a su victoria contra Rusia y su participación en la Primera Guerra Mundial, el expansionismo japonés los catapultó como la gran potencia asiática. En 1931, con el pretexto de liberar a los manchúes y mediante un autoatentado, los japoneses invadieron y arrebataron Manchuria a China estableciendo un estado títere nombrado Manchukuo. Seis años después, los japoneses declararon la guerra total a China y conquistaron Nankín, Pekín y un sinnúmero de ciudades, pero no pudieron ganar la guerra al enfrentarse a los EU por el este.

En medio de esta catástrofe nació el laboratorio de Investigación y Prevención Epidémica del Imperio Kempeitai, con  base en Pingfang, mejor conocido como el Escuadrón 731, división del Ejército Japonés, que estableció un campo de concentración en Nanking.

Allí sucedieron atroces actos contra chinos, coreanos, rusos, estadounidenses y mongoles, utilizados como objeto de experimentación para la investigación y desarrollo de armas bacteriológicas.

El proyecto “Maruta” se refería a los prisioneros como troncos, es decir, pedazos de madera en lugar de ser considerados humanos.

El jefe del proyecto fue el médico militar Ishii  Shiro, quien desde 1928 pugnaba por crear un instituto para desarrollar armas biólogicas. Con el apoyo del ministro de guerra, el general Araki Sadao, Shiro viajó a Europa para investigar todo lo relativo a las armas que habían desarrollado las potencias en la Primera Guerra Mundial. A su regreso a Japón, sus conocimientos le llevaron a implementar bajo el patronazgo del general Nagata Tetsuzan, el escuadrón.

El emperador Showa firmó el decreto estableciendo la Unidad 731 tras múltiples cercas de alambre a 20 km al sur de Harbin. El príncipe Mikasa, hermano menor del Emperador, viajó al campo en donde le enseñaron filmes donde se mostraban experimentos de gases venenosos sobre prisioneros chinos.

Harbin es un lugar con temperaturas de hasta – 40 ° C, estas condiciones eran ideales para castigar a los disidentes, los cuales eran desnudados y dejados a la intemperie para que murieran congelados.

El objetivo principal del proyecto era dispersar enfermedades desde globos aerostáticos y aviones sobre los Estados Unidos, principalmente San Diego y San Francisco, mediante pulgas y ratas.  Para dicho propósito arrojaban a los prisioneros dentro de fosas comunes infectadas de cólera, parásitos, peste bubónica, tuberculosis, tifoidea, entre otros males, con el fin de observar el comportamiento humano ante estas enfermedades.

Se establecieron ocho divisiones, de las cuales, la primera se centró en investigaciones sobre cólera, peste y tuberculosis llevada a cabo en una cárcel con 400 humanos usados como cobayas. El cólera ha sido una de las enfermedades que más pandemias ha hecho brotar; es causada por la bacteria Vibrio cholerae y los japoneses la aislaban de heces o vómitos. Las víctimas morían deshidratadas en medio de diarreas, dolores abdominales intensos, vómitos y calambres. La tuberculosis pulmonar se relaciona al bacilo de Koch Mycobacterium tuberculosis y sus múltiples cepas. Los prisioneros infectados sufrían insomnios, expectoraciones con sangre, pérdida de peso, disneas y hasta meningitis.

La segunda y tercera se encargaron del diseño y fabricación de vectores y proyectiles para esparcir agentes patógenos y parásitos.

A diferencia de los alemanes, los japoneses si lograron llevar sus resultados a la acción bélica; 40 miembros del escuadrón lanzaron pulgas infectadas con Yersinia para cundir una epidemia de peste en Changde.

 

Después del lanzamiento de las bombas atómicas, el Imperio Japonés se derrumbó; los soviéticos entraron a China y liberaron los campos. Hipócritamente horrorizados, los rusos llevaron a cabo los juicios sobre crímenes de guerra de Jabárovsk para condenar a doce miembros del escuadrón. El fiscal Smirnov ya había participado en los juicios de Núremberg en contra de los científicos nazis, pero, a diferencia de aquellos, los resultados fueron inocuos. Las condenas fueron de pocos años de trabajos forzados y, para 1956, los acusados ya vivían libres en Japón. Los soviéticos se beneficiaron con sus conocimientos y comenzaron su investigación con agentes biológicos. Por otro lado, el jefe del campo, Ishii Shiro, negoció con las autoridades estadounidenses en 1946, especialmente con el Dr. Edwin Hill quien consideró estos conocimientos como invaluables. Los estadounidenses aprovecharían los resultados de los japoneses para desarrollar su propia investigación en años venideros. Ishii nunca fue juzgado, liberado en 1948 trabajó como pediatra en los años posteriores y murió anciano convertido al cristianismo. Seguramente se le habían perdonado todos sus pecados.

 

Continuará…

Referencias

Dickinson, F. R. (2007). Biohazard: Unit 731 in Postwar Japanese Politics of National ‘Forgetfulness.’. Dark Medicine: Rationalizing Unethical Medical Research, 85.

Geißler, E. (1998) Biologische Waffennichtin Hitlers Arsenalen. Studien zur Friedensforschung 13, Lit Verlag, Münster.

Reinhardt, K. (2013). The Entomological Institute of the Waffen-SS: evidence for offensive biological warfare research in the third Reich. Endeavour, 37(4), 220-227.

Wistrich R.S. (2015). Hitler y el Holocausto. Penguin Random House.

Working, R. (2001). The trial of Unit 731. The Japan Times June, 5, 2001.

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La ciencia detrás de las armas biológicas (II)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Año 190 a.C; el Imperio Seléucida se enfrenta a la República Romana en su afán de defender sus conquistas mediterráneas. En la boca del río Eurimedonte, la flota seléucida se abalanza sobre una coalición de Rodas, aliada de Roma. El capitán es el legendario Aníbal Barca, favorito de Baal, comandante de Cartago. Cuando los navíos están a tiro, Aníbal, en lugar de ordenar un abordaje, manda arrojar vasijas llenas de víboras que plagan las cubiertas del enemigo.

Quizá el plan fue aterrorizar a la tripulación más que aniquilarla, pero las serpientes pudieron morder a algunos. Aquellos que fueron mordidos sufrieron un dolor agudo seguido de hinchazón, náuseas, vómitos, ptotis aguda o caída de los párpados, imposibilidad de mover el globo ocular, imposibilidad de tragar, necrosis y debilidad extrema. Dependiendo la dosis, estos síntomas ocurren desde los primeros 30 minutos después de la mordedura hasta algunas horas, lo suficiente para debilitar las fuerzas contrarias.  Lo cierto es que Aníbal ganó la batalla ayudado por una estrategia de guerra biológica. Los venenos de los reptiles son complejas mezclas de proteínas activas, enzimas y toxinas, que actúan de manera sinérgica para realizar dos funciones: infectar y digerir.

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Aunque las crónicas no mencionan qué tipo de víboras constituían esta fuerza de ataque, podemos aventurar algunas hipótesis considerando la biogeografía de estos reptiles. La víbora más peligrosa de Europa es la cornuda narizona, Vipera ammodytes, que se encuentra en Grecia, Macedonia, Italia y toda la costa mediterránea hacia Oriente medio. Su veneno se constituye por una sustancia neurotóxica llamada ammoditoxina A que degenera las mitocondrias de las neuronas afectadas.

Otra serpiente famosa por su peligrosidad es el áspid –la célebre que mordió a CleopatraVipera aspis; común en la península italiana; o las víboras del género Cerastes del norte de África y Arabia, cuyo veneno tiene un alto contenido de fosfolipasa A2 que envenena los músculos.

El ingenio humano no tiene límites para dañar a sus semejantes. En el siglo XII, durante el enmarañado conflicto entre Federico I de Hohenstaufen y los romanos, en 1155 durante su campaña en Tortona, el llamado Barbarroja ordenó envenenar los  pozos de agua con cadáveres humanos. Esta artimaña ha sido común en los conflictos bélicos; en 1462 Vlad Drácula III el empalador huía por Bulgaria hacia Valaquia y, para retrasar a sus adversarios turcos; esto también impactó a sus compatriotas quienes se infectaron en pos de salvar a su voivoda.

En los años 70’s, durante la Guerra Civil de Timor Oriental, las milicias indonesias infectaron los pozos de los insurgentes arrojando cadáveres. Lo mismo sucedió en la guerra civil de Angola en 1999, cuando se encontraron 100 cuerpos humanos en los pozos.

En 2014, cuando los yihadistas del ISIS tomaron el pueblo de Snune, en Irak, asesinaron a los hombres y a las ancianas, los arrojaron a fosas comunes; y esclavizaron a las mujeres y a las niñas. Posteriormente, envenenaron todos los pozos que encontraron con escombros de metal y petróleo.

Uno de los registros más antiguos nos transporta hasta el siglo VI a.C, cuando los asirios contaminaron los pozos de sus enemigos con cornezuelo Claviceps purpurea, hongo parásito de los cereales que produce ergotamina- sustancia de donde se deriva el ácido lisérgico LSD-. Con esto, los soldados y la población sufrían náuseas, afecciones del sistema circulatorio, alucinaciones masivas y en algunas ocasiones, la muerte.

Algunos intentos de bioterrorismo han sido demenciales. A finales del siglo XV, la Liga de Venecia liderada por una España en ascenso, enfrentó a Francia. Carlos VIII ambicionaba el trono de Nápoles e invadió Italia atacando los feudos del Papa. Los reyes católicos mandaron un ejército español que luchó una guerra de desgaste y hostigamiento. Durante 1495, en medio de la campaña de Nápoles, los españoles urdieron un plan macabro: mezclaron la sangre de leprosos con vino que sirvieron a los soldados franceses. Parece que este procedimiento no funcionó.

La lepra es producida por el bacilo de Hansen Mycobacterium leprae que causa deformaciones en la piel, manchas, nódulos y lepromas. Es una bacteria alcohol resistente pero que ataca principalmente a personas que tienen una predisposición genética a no oponer resistencia a ella. Quizá por ello los franceses no se contagiaron.

Leonardo da Vinci, mente universal, fungió como ingeniero militar cuando arribó a Milán en 1480, diseñó varios tanques y armas mecánicas, pero también escribió sobre una posible mezcla biológica letal. En 1500 se le ocurrió una bomba consistente en sulfuro, arsénico, venenos de tarántulas y sapos y… ¡la saliva de perros hidrófobos!

Leonardo se refería a la rabia

Algo parecido se le ocurrió en 1650 a un artillero supremo, el general Kazimierz Siemienowicz. En su libro Artis Magnae Artilleriae, sugirió colocar la saliva de perros rabiosos en bolas de arcilla o de cristal para ser catapultadas. Aunque esto no se llevó a cabo, el libro le costó la vida al general. El gremio de armeros metalúrgicos lo mandó asesinar por divulgar secretos de fabricación.

Quizá este método no sea efectivo. La rabia es producida por la mordedura de algunos mamíferos como murciélagos, burros, zorros, perros o ratas portadores de un rhabdovirus de RNA llamado Lyssavirus. Es una enfermedad que si no recibe la vacuna en su fase de incubación resulta mortal en un 99 % de los casos, debido a una encefalitis aguda que lleva a la asfixia.

En 1763, el comandante en jefe en América del ejército británico Jeffrey Amherst, sugirió al jefe que defendía el fuerte Pitt del asedio de los Delaware, infectarlos con viruela. En una carta que mandó a su subalterno escribió: “haríais bien en intentar infectar a los indios con mantas, o por cualquier otro método tendente a extirpar a esta raza execrable”. Los ingleses repartieron las mantas y esto ocasionó una epidemia en la cual murieron cerca de 100 mil aborígenes.

La viruela es causada por un poxivirus de DNA, provoca erupciones de la piel que se convierten en llagas bucales, fiebres alternas, manchas rojas que devienen pústulas y por último costras que deforman el cuerpo.

En el contexto de las guerras de la Revolución Francesa, varias potencias europeas intentaron socavar a la reciente República francesa. En 1796, los franceses, bajo el comandante Napoleón Bonaparte, asediaron Malta, donde se atrincheraba la más grande guarnición austriaca. Mantua, limitada por lagos y pantanos conectados al río Mincio, afluente del Po, era un caldo de cultivo para esparcir enfermedades.  Aprovechando la situación, Napoleón mandó inundar la planicie de Mantua para extender la malaria entre los sitiados.

No fue la primera vez que el paludismo  ayudaría al corso. En 1809, los británicos enviaron una expedición a Walcheren en los Países Bajos. Su misión era ocupar el río Scheldt para romper los recursos navales de la flota francesa que Napoleón tenía como una pistola apuntando a la cabeza de Inglaterra. Una inmensa flota de 616 barcos ingleses que transportaban cerca de 70 mil hombres comandada por Lord Chatham y Sir Richard Statham. El 30 de julio los británicos ocuparon Walcheren, una isla pantanosa, húmeda, propensa a inundarse en la boca del río, era un lugar perfecto como centro de infección. Parecía que los comandantes no sabían historia pues, justo es ese lugar sesenta años antes, el 80 % de las tropas francesas habían muerto de fiebre. Agosto llegó con miasmas y neblinas cálidas. Los mosquitos hembras succionaban la sangre de miles de soldados que, con los días, se tornaban cansados, se colapsaban en medio de fiebres altísimas, boqueando víctimas de una sed mortífera.

Para octubre, de 40 mil hombres solo 5 mil estaban sanos. Los buques regresaron llevando tropas enfermas que no se curaron en Inglaterra, colapsaron los servicios de salud. Doce mil hombres dañados, cuatro mil muertos y £ 10 mil libras de pérdida fue el balance de esa humillante derrota que salvó a los franceses en los Países Bajos.

En aquellos días se consideraba que el paludismo era causado por los vapores infectos de los miasmas, ahora sabemos que el causante es el protista Plasmodium que parasitan a los mosquitos Anopheles sp. El mosquito infecta al humano con su saliva y los protozoarios permaneces entre los hepatocitos y los eritrocitos. Su presencia rompe los glóbulos rojos y el parásito libera sustancias que estimulan el hipotálamo ocasionando respuestas febriles. En la actualidad, a pesar de los esfuerzos de décadas, desarrollo de posibles vacunas, medicamentos, insecticidas, mosquitos transgénicos y demás estrategias; la malaria ocasiona en promedio cerca de un millón de muertes al año.

Continuará…

 

Referencias

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Ferquel, E., De Haro, L., Jan, V., Guillemin, I., Jourdain, S., Teynié, A. & Choumet, V. (2007). Reappraisal of Vipera aspis venom neurotoxicity. PloS one, 2(11).

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La ciencia detrás de las armas biológicas

FOTO: Internet

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En 1346, los genoveses de Caffa (actual Feodosia en Ucrania) fueron sitiados por una colación de tártaros y venecianos. Pero el ejército tártaro había contraído una extraña enfermedad proveniente de China. Los soldados caían tosiendo y sangrando por la nariz. Deliraban entre fiebres altísimas y hemorragias cutáneas. En las ingles, axilas y cuello exhibían bubas, inflamaciones de los ganglios que cuando se abrían destilaban un hedor pestífero. Los tártaros no lo sabían pero habían sido contagiados por las pulgas de las ratas  chinas que llevaban en la sangre la bacteria Yersinia pestis.

Pero lo que sí intuía el jefe, el gran khan de la Horda de Oro, Jani Beg, era que los humores podrían contagiarse. Así que ordenó colocar los cadáveres sobre las máquinas de asedio y ser catapultados por arriba de las almenas para que cayera sobre sus enemigos. Aquella tarde los genoveses vieron cuerpos humanos que caían sobre los techos y entre las calles.

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En su Istoria de Morbo sive Mortalitate quae fuit Anno Dni MCCCXLVIII el cronista Gabriel de Mussis lo describió así: “En vista de ello, los tártaros, agotados por aquella enfermedad pestilencial y derribados por todas partes como golpeados por un rayo, al comprobar que perecían sin remedio, ordenaron colocar los cadáveres sobre las máquinas de asedio y lanzarlos a la ciudad de Caffa. Así pues, los cuerpos de los muertos fueron arrojados por encima de las murallas, por lo que los cristianos, a pesar de haberse llevado el mayor número de muertos posible y haberlos arrojado al mar, no pudieron ocultarse ni protegerse de aquel peligro. Pronto se infectó todo el aire y se envenenó el agua, y se desarrolló tal pestilencia que apenas consiguió escapar uno de cada mil”.

A la semana siguiente la peste negra se extendió por la ciudad, que cayó en 1347. Los mongoles se embarcaron hacia Génova y extendieron la enfermedad por los puertos… lo demás es historia. La pandemia se extendió hasta 1353, luego, reapareciendo y desapareciendo por oleadas, llegó hasta 1490 y cobró la vida de 25 millones de europeos y hasta 60 millones de asiáticos y africanos.

La orden de Jani Beg que dio origen a la concepción  de la guerra biológica no era nueva.

Hace 3500 años los hititas introdujeron ovejas infectadas con tularemia a los campamentos enemigos. Allí, diversas especies de bacterias Francisella sp. infectaban a las garrapatas y los roedores que servían de vectores. Los soldados morían entre diarrea, tos, fiebres y priapismo.

El principio de Anaxágoras “La ciencia daña tanto a los que no saben servirse de ella, cuanto es útil a los demás”; tiene una connotación ética. El creciente conocimiento bioquímico y médico ha potenciado el desarrollo de la guerra biológica como una amenaza de proporciones devastadoras en nuestra época.

La actual crisis de pandemia por el COVID19 ha generado sospechas y acusaciones en este orden. El 16 de marzo de 2020, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Zhao Lijian, sugirió que el ‘paciente cero’ en la pandemia podría haber venido de Estados Unidos, señalando directamente al ejército rival. Otros, como Francis Paul, según fuentes iraníes, señaló que el síndrome respiratorio agudo grave (SARS) surgido en 2002 también en China y el síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS) aparecido en 2012 en Arabia Saudí al igual que el carbunco, más conocido como ántrax, se han producido en laboratorios de la Universidad de Carolina del Norte.

Paul sostiene que los experimentos e investigaciones sobre estos virus se llevan a cabo en laboratorios llamados “niveles biológicos de salud” y, en particular, se desarrollan en los de Nivel 4. Estados Unidos cuenta con 12 laboratorios de este nivel.

Algunos medios de información rusos, como el Sputnik, sugieren que este virus es una arma biológica desarrollada en China. Esta potencia en biotecnología fue la primera en desarrollar la edición genética que ha abierto una nueva era en la ciencia.

Por otro lado, algunos científicos sospechan que el virus llegó por primera vez a los humanos en un mercado de carne en Wuhan en donde se utilizaban animales exóticos como murciélagos o pangolines. El 17 de marzo de 2020 se publicó en Nature un análisis comparativo de la estructura genética del nuevo coronavirus con otros siete de la misma familia hallados en humanos y animales. El artículo titulado The proximal origin of SARS-CoV-2 está firmado por una investigadora de EU llamada Andersen. Su conclusión es que es altamente improbable que fuese creado en un laboratorio.

Sea como sea, los planes e investigaciones sobre armas biológicas, sean toxinas, virus, agentes infecciosos, parásitos, hongos, protozoarios  o bacterias, son una realidad histórica y exponencial, tanto así que se consideran más mortíferas y peligrosas que las armas nucleares. Oficialmente, hasta 2017 se conocen más de 1200 agentes biológicos que pueden fungir como armas de diseminación activa.

Estas armas presentan dificultades técnicas que los investigadores pugnan por vencer, las principales son desarrollar y controlar el agente patógeno, y la segunda, idear el modo de propagación.

Esto fue discutido ya por Sexto Julio Frontino en el siglo I en su tratado bélico  Strategemata en el que describe tácticas militares greco romanas que pudo usar de primera mano en Britania.  La introducción de enjambres de abejas en los túneles, el arrojar fieras hambrientas contra el enemigo, arrojar la carroña de animales muertos a las ciudades sitiadas, percudir las espadas con excrementos  y lanzar víboras, eran algunas de las tácticas.

Ya los mayas lanzaban también avisperos y colmenas de abejas, pero fueron los virus los que conquistaron América.

Cuando los españoles arribaron a Mesoamérica en 1518, la población aborigen ascendía a unos 25 millones de habitantes, diez años después había disminuido a 16,8 millones, para 1568 a 3 millones y para 1618 a sólo 1,6 millones. ¿Qué diezmó a los pobladores americanos? Aparte de las matanzas sistemáticas, fueron principalmente las epidemias de las enfermedades traídas de ultramar. En 1520, cuando Hernán Cortés se enfrentó al ejército de Pánfilo de Narváez, que debía apresarlo, sucedió que un africano enfermó de viruela y propagó el virus. Toribio de Benavente, Motolinia así lo describió “… entrado en esta Nueva España el capitán y gobernador Dn. Fernando Cortés con su gente, al tiempo que el capitán Pánfilo de Narváez desembarcó en esta tierra, en uno de sus navíos vino un negro herido de viruelas, la cual enfermedad nunca en esta tierra se había visto, y a esta sazón estaba toda esta Nueva España en extremo muy llena de gente, y como las viruelas se comenzasen a pegar a los indios, fue entre ellos tan grande enfermedad y pestilencia mortal en toda la tierra …”.

Esta epidemia le vino como anillo al dedo a Cortés pues el virus aniquiló a los mexicas, incluyendo al tlatoani Cuitláhuac. Y aunque Tenochtitlán liderada por Cuauhtémoc  resistió 80 días, no pudo más y cayó el 13 de agosto de 1521. Aunque no fue usada ex profeso como arma biológica, la viruela conquistó a los mexicas.

Lo mismo sucedió en el imperio Inca. Gracias a la guerra civil entre las fuerzas de Huáscar y Atahualpa en 1527, los incas estaban divididos. Un año después los españoles introdujeron la viruela en el Perú; según algunos cronistas, el emperador del Cuzco, Huayna Cápac murió de ella. Uriel Gacría Cáceres escribe: “Durante  todo  el  siglo  XVI  las  enfermedades  virales sembraron el caos entre las sociedades desmoralizadas y vencidas de los andinos, en territorios que ahora son parte de  países  como  Colombia,  Ecuador,  Perú,  Bolivia  y  las regiones  norte  de  Argentina  y  Chile”.

Continuará…

 

Referencias

Andersen, K. G., Rambaut, A., Lipkin, W. I., Holmes, E. C., & Garry, R. F. (2020). The proximal origin of SARS-CoV-2. Nature Medicine, 1-3.

Benítez Pérez, M. O., Artiles Jiménez, E., Victores Moya, J. A., Reyes Roque, A. C., Gómez Pacheco, R., & Calderón Medina, N. (2018). La guerra biológica: un desafío para la humanidad. Revista Archivo Médico de Camagüey, 22(5), 803-828.

Diomedi, P. (2003). La guerra biológica en la conquista del nuevo mundo: una revisión histórica y sistemática de la literatura. Revista chilena de infectología, 20(1), 19-25.

García Cáceres, U. (2003). La implantación de la viruela en los Andes, la historia de un holocausto. Revista Peruana de Medicina Experimental y Salud Pública, 20(1), 41-50.

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sputniknews.com

Wheelis M, Rózsa L, Dando M (2006). Deadly Cultures: Biological Weapons Since 1945. Harvard University Press

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