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Los Mezcales

 

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los primeros pobladores de la California lograron un gran nivel de adaptación con su geografía. De acuerdo a cálculos realizados por los misioneros jesuitas que cohabitaron con cochimíes, guaycuras y pericúes durante 70 años, se cree que antes de la llegada de los europeos a estas tierras, la población de naturales era entre 40 a 50 mil, cantidad que para la extensión del territorio y su clima desértico es bastante numerosa. Dentro de este nivel de adaptación que mencionamos, los antiguos Californios tuvieron que adecuar sus hábitos alimenticios a las plantas y animales que encontraban, en este caso una de las plantas que fue ampliamente consumida por su gran valor energético fueron los agaves o mezcales.

El agave, mezcal o maguey es una planta muy extendida en todo el continente americano. Su nombre más conocido es el de maguey debido a que los españoles lo tomaron de la forma en que los indígenas del Caribe denominaban a esta planta. El naturalista sueco, Carlos Linneo, le dio el nombre de Agave cuando hizo su descripción para libros difundidos en Europa. La palabra Agave alude a algo de origen noble o admirable. Mezcal es la forma en que lo llamaban los grupos que hablaban náhuatl. En los informes que rendían los jesuitas que habitaban la California es común que los denominen como mezcales aunque ocasionalmente utilizan el nombre de magueyes. De acuerdo a diarios realizados por exploradores que llegaron a la península desde el siglo XVI, era común que los grupos étnicos de la California consumieran esta planta, y que como una manera de ganarse la amistad de los visitantes, les entregaran agaves cocidos para que los comieran. Estos exploradores comentan que estas plantas cocidas tenían un jugo muy dulce y agradable, pero que si las comían en demasía les producía laceración en el paladar (escaldar).

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Estas plantas son fácilmente distinguibles en el desierto, por sus hojas largas y carnosas, las cuales por lo general terminan en espinas. En su base tienen una especie de bola muy fibrosa a la que se denomina comúnmente como piña. Cuando esta planta logra una madurez de unos 5 o 6 meses empieza a producir un tallo al cual se le denomina comúnmente como jiote o quiote, del cual surgen flores comestibles y muy llamativas, que emanan un néctar dulce. Una vez que este tallo logra su madurez se seca y muere la planta. En diversos lugares de nuestro continente, antes de la llegada de los europeos, algunos grupos elaboraban, a partir de la savia del maguey, una bebida fermentada y con cierto grado de alcohol que se consumía con fines religiosos (pulque). Posteriormente a la llegada de los europeos y con la aplicación de técnicas de destilación, se empezaron a producir bebidas como bacanora, sotol y tequila, las cuales también se obtenían de distintas variedades de magueyes o agaves.

Pero continuando con el uso que le daban nuestros antiguos grupos étnicos nativos de la California, los sacerdotes jesuitas mencionan que quienes se dedicaban a recolectar estos agaves eran las mujeres. Nos dicen que por lo general esta planta se aprovechaba desde finales de septiembre hasta el mes de mayo, precisamente en las épocas de mayor escasez de alimento. Las mujeres salían en grupos hacia las faldas de los cerros, que era donde abundaban estas plantas, y cada una de ellas portaba una redecilla a la cual llamaban uañí, así como una cuña o escoplo de madera dura. Cuando encontraban un agave de buenas dimensiones procedían a cortarle las pencas u hojas, dejando solamente una pequeña protuberancia de unos 15 o 20 centímetros, el resto de la planta quedaba con la forma de una cabeza humana a la cual denominaban los sacerdotes como piña. Acto seguido tomaban la cuña y la colocaban, en su parte más angosta, en la base de la planta, tomaban una gran piedra y empezaban a golpear la cuña hasta que lograban arrancar la piña, y quedaba listo para ser transportado.

Los sacerdotes mencionan que en una buena cosecha de agave, las mujeres regresaban con 6 o 7 piñas en su uañí, y era común observarlas cómo soportaban estoicamente la carga del peso de todas ellas, a través de distancias de 1 o 2 leguas (una legua son cinco kilómetros, aproximadamente). Además de lo anterior, en la uañí también metían pedazos de leña que encontraban en el camino. Una vez llegadas al campamento procedían a cocinar los magueyes, a este procedimiento se le denominaba tatema, una técnica de concina común entre los grupos nativos de nuestro continente. Todo iniciaba con la recolección de piedras de regular tamaño, las cuales iban reuniendo en un hueco que hacían en la tierra, sobre ellas arrojaban la leña y posteriormente la prendían. Cuando la leña se consumía casi en su totalidad, las piedras se encontraban al rojo vivo, en ese momento procedían a colocar las piñas de los mezcales sobre ellas, y finalmente cubrían todo con tierra. El proceso de tatema duraba, por lo general, dos noches y un día, como lo describe Miguel del Barco. Finalizado este tiempo, se procedía a retirar la tierra y las piedras, las cuales ya estaban casi frías, y extraían las piñas.

Para los que en alguna ocasión han probado un agave tal y como se encuentra en la naturaleza, mencionan que su sabor es sumamente amargo e intragable. Sin embargo, nuestros californios descubrieron, a través de la observación por  centurias, que la savia de estas plantas al someterse a altas temperaturas, se convierte en azúcares, por lo que a través del procedimiento de tatema, la piña amarga del maguey, se convierte en una alimento dulce y cargado de calorías. Las mujeres llamaban a los miembros de su familia, o en caso de que el preparado haya sido un trabajo colectivo del grupo o ranchería, se convocaba a todos para compartir este alimento. La forma de comerlo era cortar pedazos de la piña e introducirlos en la boca para masticarlos y absorber todo el dulce jugo que pudiera obtenerse. Una vez que quedaba reducido a bagazo lo escupían y tomaban un nuevo pedazo. En ocasiones, y sobre todo cuando había una gran hambruna y escasez de alimento, se recolectaba este bagazo, se dejaba secar completamente y se machacaba hasta convertirlo en pinole. Este pinole se guardaba para una futura ocasión y consumirlo.

Como podemos darnos cuenta, los antiguos pobladores de nuestra península lograron un óptimo nivel de adaptación a las diferentes regiones que habitaron en la península, y conocer cómo vivían y sus avances culturales hace que fortalezcamos nuestra identidad y el respeto por nuestras raíces ancestrales.

Bibliografía:

Miguel del Barco. (2020) Historia natural y crónica de la antigua California – (Ed. Miguel León-Portilla). Instituto de Investigaciones Históricas. UNAM. México.

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Cosmogonía de los antiguos californios

FOTOS: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cada uno de los pueblos en el orbe han tratado de dar una explicación a las preguntas más trascendentales de la humanidad, las cuales son ¿de dónde venimos?, ¿para qué estamos aquí?, ¿quién nos creó?, ¿hacia dónde vamos?. Las respuestas que se han dado han sido condicionadas por su nivel cultural, su desarrollo, e incluso, por los intercambios con grupos con los que tuvieron contacto.

En el caso de nuestros californios, sí dieron respuesta a estas preguntas, lamentablemente, por carecer de un sistema de escritura no pudieron perpetuarlas hasta los tiempos modernos, siendo sólo consignadas, de forma parcial, tergiversada, y a regañadientes por los jesuitas. En nuestra parte sur de la península de California existieron diferentes etnias, las cuales fueron agrupadas en tres grandes grupos por los jesuitas. Cada uno de ellos tenía su propia forma de interpretar el mundo y cómo fueron creados. Las podemos resumir de la siguiente manera:

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Los pericúes creían que en el cielo habitaba un gran señor que creó el cielo, la tierra y el mar. Lo llamaban Niparajá —en algunos escritos aparece como Niparaya. Estaba casado con Anajicojondi, con la que había tenido tres hijos, uno de ellos de nombre Cuajaip —otros los escriben como Quaayaip—, vivió entre ellos y los adoctrinaba. Cada que él quería entraba debajo de la tierra y creaba a más hombres, a pesar de que él los ayudaba, los hombres se revelaron, le atravesaron la cabeza con un ruedo de espinas y lo mataron. El sacerdote Venegas escribió que: “dicen que su cuerpo se conserva como si estuviera dormido, manando constantemente sangre. Tiene un tecolote a su lado que le habla”.

También mencionaban que en el cielo vivió un gran personaje al que llamaban Tuparán —otros le decían Bac—, y que se conjuró contra Niparajá. Al final de la gran batalla, Tuparán y los suyos fueron vencidos y arrojados del cielo para encerrarlos en una cueva cerca del mar. Niparajá creó a las ballenas para que vigilaran la cueva y no los dejaran salir. Se tenía la creencia entre los pericúes que, aquel que moría en la guerra no iba al cielo con Niparajá, sino a la cueva con Tuparán. Creían que las estrellas eran de metal y habían sido creadas por un numen llamado Purutahui, y la luna por otro de nombre Cucunumic.

El jesuita Francisco Javier Clavijero menciona que, los “guaicuras” creían que en el norte vivía un espíritu de nombre Guamongo, el cual era maligno y enviaba a la tierra las enfermedades. También, mencionan que había un numen llamado Gujiaqui, quien sembró las pitahayas y dispuso los lugares donde se obtenía la pesca. Él les enseñó a tejer las capas con los cabellos de sus devotos. Tiempo después ya que hubo terminado su misión entre ellos, regresó al norte. Los “guaicuras” creían que el sol, la luna y los demás astros eran fogatas encendidas en el cielo por hombres y mujeres que diariamente caían al mar para volver a salir al día siguiente y encenderlas de nuevo.

En el caso de los cochimíes, Clavijero menciona que, creían en un gran señor que vivía en el cielo y al cual llamaban en su lengua “el que vive”. Este señor había concebido a dos hijos sin concurso de mujer. Ellos habían creado el cielo, la tierra, las plantas, los animales, el hombre, y la mujer. También, habían formado a unos seres invisibles que con el tiempo se volvieron contra ellos y contra el hombre, de tal forma que cuando uno de ellos moría, los metían debajo de la tierra para que no vieran a “el que vive”. Se menciona que creían en “Tamá ambei ucambi tevirichi”, esto es, “el hombre venido del cielo”, al cual rendían culto a través de una ceremonia especial muy particular.

Es muy probable que los californios de las diferentes etnias hayan tenido más creencias sobre diferentes dioses, así como rituales para celebrar diferentes situaciones como el inicio y fin del año, las diferentes temporadas, nacimiento, la muerte, casamiento, entre oros. Sin embargo, poco o nada quedó de la memoria de estos sucesos. Los jesuitas, que fueron los que por 70 años convivieron cotidianamente con ellos, sólo compendiaron algunas ideas incompletas e inconexas, ya que se negaban a ser muy específicos por las reservas que tenían para guardar la memoria de estos sucesos porque era una invitación a que en un futuro se rescatara y volvieran a practicarse. Además, todas estas prácticas las consideraban demoniacas y abominables.

Cuando los jesuitas fueron expulsados de la california, sólo quedaban con vida un poco más de siete mil californios, casi todos ya convertidos al cristianismo, hablaban español, vestían, y tenían las costumbres como los demás pobladores de la Nueva España. No existía ya californio que recordaran sus antiguas leyendas y cosmogonía, ni tampoco había quedado reseña escrita de ellas.

Bibliografía:

Historia de la Antigua ó Baja California – Francisco Javier Clavijero.

Historia natural y crónica de la Antigua California – Miguel del Barco.

Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente. 3 tomos. – Miguel Venegas.

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Las imágenes sagradas en las Misiones Californianas

IMÁGENES: Cortesía

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuántas veces al visitar los pocos templos ex misionales que aún subsisten en nuestra parte austral de la península de Baja California, nos sorprende la mirada las decenas de retablos, óleos, esculturas y en general todas las imágenes que decoran el espacio sacro.

Ante este soberbio espectáculo uno  no deja de hacerse preguntas como ¿Cuál fue el propósito de traer desde cientos de kilómetros de distancia estas imágenes? ¿Su uso sólo fue decorativo u ornamental, o tuvieron otra función? Fue así como inicié una búsqueda de información que pudiera satisfacer mi curiosidad a este respecto.

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Las imágenes, al igual que el lenguaje humano, escrito u oral, tienen como función el transmitir un mensaje. En el caso del lenguaje oral y la escritura, el mensaje se transmite con una mayor precisión puesto que poseen un código, fonético o gráfico, que hace que esta función se cumpla más o menos a cabalidad. En el caso de las pinturas o esculturas, el mensaje se transmite de manera simbólica, es más interpretativo y depende en gran medida de la pericia de la persona que lo trasmite así como de los “significados” que posee quien lo recibe. Sin embargo, para ser justo, en todos los tipos de mensajes que se transmiten entre los seres humanos siempre cabe un nivel de subjetividad, ya que como se dice coloquialmente “una cosa es lo que se dice y otra es lo que se interpreta”.

Regresando al asunto que nos ocupa, a la llegada de los Misioneros a tierras en donde les era desconocida la cultura y el lenguaje de las etnias que las habitaban, se les presentó una gran dificultad para poder entablar una comunicación. El principal objetivo que buscaban estos religiosos era evangelizar, esto es, convertir a su religión a todos los naturales que pudieran por medio de la enseñanza del catecismo así como de los “misterios” de la fe. Como podemos imaginarnos, el lograr concretar este propósito se presentaba muy difícil.

En el caso de los Misioneros que llegaron a la California —desde el año de 1683 cuando acompañaron a la expedición del explorador Isidro Atondo y Antillón—, los cuales fueron Eusebio Francisco Kino, Juan Bautista Copart y Matías Goñi, la primer estrategia que emplearon para evangelizar a los Californios fue aprendiendo la lengua que se utilizaba en cada uno de los lugares donde estuvieron (La Paz, San Bruno y Londó). Posteriormente, la evangelización se dio traduciendo los rezos y toda la doctrina básica de la iglesia católica para que posteriormente fuera memorizada por los catecúmenos a través de largas jornadas de repetición. Lamentablemente, esta experiencia de conversión fue de muy corta duración, escasos 2 años, además de que no se contó con los recursos y el tiempo necesario para ello: los misioneros compartían su tiempo de catequizar con largas exploraciones hacia diferentes partes de la península, además de que no contaban con recursos económicos suficientes como para construir un templo y ornamentarlo de forma adecuada. Sin embargo, esto no obstó para que aplicaran la primer estrategia iconográfica en sus neófitos, la cual consistía en entregares un collar del cual pendía un pequeño crucifijo, posteriormente a ser bautizados. Este collar simbolizaba, por un lado, su pertenencia como siervos y creyentes de la Iglesia Católica y por otro, una clara distinción de quiénes ya estaban bautizados y los que no.

Posteriormente al establecimiento de la Misión y Real Presidio de Loreto en el año de 1697, en donde ya se estableció de manera formal la incursión permanente de la colonización de la península, la cual correspondió estar bajo el mando de la iglesia católica y de la mano de los sacerdotes de la Compañía, previo acuerdo entre la Corona Española y los religiosos; los sacerdotes iniciaron una etapa permanente de evangelización de los miles de Californios que fueron encontrando a su paso. Lo anterior lo realizaron basándose en algunos diccionarios elaborados por Kino y Copart en su anterior estadía en la península, sin embargo, a lo largo de los 70 años que duró la labor misionera de los ignacianos, continuaron creando más obras de este tipo.

Por lo general a los jesuitas que iban llegando a la península se le enviaba por un año o más a algunas misiones, para que aprendieran la lengua de los naturales y, posteriormente, los destinaban a fundar nuevos enclaves o a sustituir a sacerdotes que por enfermedad o muerte ya no podían desempeñarse en su ministerio. El lenguaje oral fue la primer herramienta que tuvieron para hacer que los naturales aprendieran el Evangelio, los rezos y en general toda la doctrina católica. Conforme pasó el tiempo y tuvieron recursos económicos suficientes para adquirir pinturas o imágenes religiosas, empezaron a utilizarlos como “materiales didácticos” a fin de que fuera más fácil el aprendizaje de ciertos pasajes bíblicos o doctrinales, al tiempo que causaban un mayor impacto en la mente de los catecúmenos.

Este tipo de enseñanza basada en el aprendizaje de la lengua de los naturales así como el uso de iconografía no fue inventada en la California ni mucho menos dejada a la casualidad, al contrario, era un sistema que se había perfeccionado en los 157 años previos a la llegada de los Ignacianos a la península (la Sociedad de Jesús fue fundada en 1540). En las incontables misiones que se realizaron en Asia, Europa y muchas partes de América, antes de llegar a la California, tuvieron la oportunidad de ensayar muchas técnicas y métodos de enseñanza, concluyendo que la mejor forma de lograrlo era de la forma en que ya describimos. Estos adelantos eran reportados en largos informes a sus superiores en Roma, los cuales los destinaban a grupos de estudiosos que sistematizaban su uso y lo convertían en guías de enseñanza para que los misioneros las estudiaran durante su noviciado e, incluso, las llevaban consigo al iniciar su labor misionera.

Algo que muy poca gente conoce, es que los Jesuitas durante su formación en los Colegios estudiaban en su Ratio Studiorum: interpretación de  jeroglíficos, símbolos pitagóricos, apotegmas, adagios, emblemas y enigmas, incluso, se les incentivaba a agregar a los temas estudiados, pinturas que respondan al emblema o argumento propuesto, esto es, “tenían así una educación proclive al uso, la creación y la interpretación de signos y emblemas como a la relación entre textos e imágenes y a la lectura “figurada” o metafórica”. Lo anterior los preparaba para que, al llegar a un determinado sitio donde emprenderían su obra misionera, fueran percibiendo aquellos símbolos o alegorías tallados en piedras, dibujados en códices o pinturas rupestres, esculpidas en ídolos u objetos de este tipo, para poco a poco buscar una semejanza o interpretación pero que estuviera directamente relacionada con la doctrina católica. Con ello garantizaban que los naturales fueran comprendiendo los misterios de la religión que se les estaba enseñando —o imponiendo— basado en los “significados” que ellos ya poseían y que manifestaban en sus ídolos o pinturas.

Es por lo anterior que los templos que fueron erigiendo los Jesuitas en toda la península de Baja California poseían una gran cantidad de óleos, retablos, esculturas religiosas, pinturas de cruces y símbolos relacionados con la cosmovisión católica, mismos que aún podemos apreciar en los pocos templos que aún se encuentran en pie. Lamentablemente, desde la expulsión de los Jesuitas de la península, ocurrida en el año de 1768, se han ido perdiendo —no puedo decir robando, ya que no tengo pruebas de ello— una gran cantidad de pinturas y esculturas, dejándonos sin la posibilidad de admirarlas y de poder estudiarlas para conocer aún más sobre su uso en la doctrina católica.

 

Bibliografía:

Los jesuitas y la imagen—signo — Ricardo González Marchetti

Historia natural y crónica de la antigua California – Miguel del Barco.

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Fragmentos del culto mortuorio de los Antiguos Californios

IMAGEN: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra media península austral está llena de secretos, de historia, de tradición, sólo es cuestión que nos adentremos un poco en los libros que nos dejaron las personas que convivieron con los primeros pobladores para que desentrañemos este pasado increíble del cual nos debemos sentir orgullosos.

De acuerdo a textos escritos en el siglo XVIII, por personas que convivieron, algunos por más de 30 años, con los grupos primarios que poblaron la California, es que podemos conocer de primera mano sus tradiciones, creencias, mitos y aquello que los antropólogos conceptualizan como “Cosmovisión”.

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Me refiero a los textos escritos por los sacerdotes jesuitas que implantaron el régimen misional en estas tierras y que en la actualidad son libros valiosísimos: “Historia de la Antigua ó Baja California” de Francisco Javier Clavijero, “Historia natural y crónica de la Antigua California” de Miguel del Barco,Noticias de la península americana de California” de Juan Jacobo Baegert,Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente” (3 Tomos) de Miguel Venegas, “Informe del estado de la nueva cristiandad de California” de Francisco María Píccolo y otros más.

En sus páginas podemos encontrar muchas referencias al intrincado sistema de conceptos que formaban la cultura de los Californios y, aunque cada uno de estos jesuitas desde su personalidad y óptica particular hace referencias a ellas, podemos obtener conclusiones sumamente valiosas para comprender ese mundo en el que vivían los primeros pobladores. En estos días en que en nuestro país se conmemora el Día de Muertos he querido exponer algunos de los resultados de mis investigaciones sobre la cultura mortuoria de los Antiguos Californios.

En primer lugar, he de mencionar que los antiguos pobladores creían que había una “vida” después de la muerte, esto es, que ellos habían construido unas interesantes creencias sobre lo que pasaba con el espíritu de la persona que moría. El sacerdote Miguel Venegas, en su obra, menciona que los Pericúes creían que existía un dios supremo de nombre “Niparaya”, este dios había concebido a 3 hijos y uno de ellos, de nombre “Quayaayp” estuvo entre estos, (indios del sur) y los enseñó. Era poderoso, y tenía mucha gente: porque se metía dentro de la tierra, y sacaba gente. Enojáronse con él, y lo mataron; y cuando lo mataron lo pusieron una toquilla de espinas. Esta hasta hoy muerto; pero muy hermoso, sin corrupción alguna, echando continuamente sangre: no habla por estar difunto; pero tiene un tecolote (o búho) que le habla.  También como parte de sus creencias, los Pericúes le mencionaban que “el gran señor Niparaya no quiere que la gente pelee, porque todos los que mueren flechados no van al cielo: por el contrario, Wac-Tuparán quiere, que la gente pelee, porque mueran flechados, y vayan donde él está”.

Miguel del Barco, jesuita que vivió por más de 30 años entre los Cochimíes de la misión de San Francisco Javier Vigge Biaundó, dejó escrito lo siguiente: “Creían los Californios en la inmortalidad del alma porque unos decían que las almas de los buenos iban al norte por creer que por allá siempre había abundancia de pitahayas. Y las de los malos iban al sur, teniéndola por tierra más desdichada. Otros creían (como los de Loreto y sus cercanías) que los que mueren van al Carmen, isla desierta situada en frente de Loreto y a poca distancia. Por eso a los muertos, cuando no los quemaban, los enterraban sentados con los instrumentos propios de su sexo; a los hombres con sus zapatos, o guaraches, arco y flechas en la mano, etcétera. A las mujeres con guarachas y su red, o aparejo en que suelen cargar mezcales y lo demás que recogen del monte.

De singular importancia es la siguiente anotación que nos dejó este mismo sacerdote de acuerdo a lo que pudo presenciar: “Después de unos días, hacía la gente sus exequias o fiestas al muerto, y estas se reducían a ciertos cantos y bailes de noche (en los bailes había licencia general para que, al concluirse se retirase cada uno con la mujer que quería). El hechicero daba alguna carrera lejos y después volvía diciendo que ya había hablado con el muerto, con que dejaba a todos consolados. Y la gente era tan simple que creía estos y otros embustes de los hechiceros. Estos decían, cuando llovía y aguardaban de resulta abundancia de sus comidas, que ellos habían subido allá arriba a las nubes, que habían llamado al agua, y que por eso llovía”. Finalmente, citaré una creencia muy interesante que tenían los Cochimíes. “Entre sus instrucciones supersticiosas enseñaban que no debía matarse un león, porque el león muerto haría morir al que le mataba”.

Estos y otros interesantes textos que he podido analizar, nos dicen que nuestros antiguos Californios eran seres inteligentes y que se preocupaban no sólo por hallar explicaciones a los sucesos que observaban cotidianamente, sino también de encontrar una explicación, aunque fuera de índole sobrenatural, para sucesos como la muerte y lo que pasaba posteriormente con su esencia. Espero que esta breve información sirva de motivación para que más personas incursionemos en este mundo maravilloso de la historia de nuestra Sudcalifornia ancestral.

 

Bibliografía:

“Historia de la Antigua ó Baja California” – Francisco Javier Clavijero

“Historia natural y crónica de la Antigua California” – Miguel del Barco

“Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente” (3 Tomos) – Miguel Venegas

 

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Revelan hallazgos en pinturas rupestres de BCS: la serpiente monumental de San Borjita

FOTOS: Senda Rupestre.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Serpiente monumental: así denomina el doctor en Historia, Jorge Luis Amao Manríquez, al descubrimiento hecho en la cueva de San Borjita. Ubicada al extremo Norte del Estado, junto con San Franciso y Guadalupe, forma parte de las más afamadas pinturas rupestres de Baja California Sur, y quizá de todo el continente americano. Según algunos estudios, estas pinturas y petrograbados datan de hace más de 7 mil 500 años y en buena medida siguen siendo un misterio por develar. Sin embargo, en exclusiva para CULCO BCS, el también catedrático comparte resultados de sus estudios, mismos que apuntan a revivir otro enigma: la hipótesis de que los primeros habitantes de la península de Baja California provendrían de Oceanía.

Jorge Amao Manríquez nació en La Paz, BCS, en 1953. Es profesor investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS), donde ha impartido diferentes materias, entre ellas Historia de México e Historia de BCS. Entre sus publicaciones, destaca su libro  Mineros, misioneros y rancheros de la Antigua California. Fue jefe del Archivo Histórico “Pablo L. Martínez” y también director del Centro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en BCS, cargo que ocupó por más de veinte años. Actualmente es docente en la UABCS y su actividad académica se orienta al estudio de las pinturas rupestres de la península de Baja California.

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Por primera vez, el investigador da a conocer públicamente los resultados de su investigación, donde destaca la forma de la serpiente monumental en San Borjita, misma que estaría camuflada —como los reptiles reales—, pero donde se descubren también otras figuras interesantes, entre ellas el Dios de un solo pie. Lo que llama la atención de estas interpretaciones, es que los chamanes personificados allí, tienen semejanza con los de Melanesia, ésto significa que pudiera regresarse la mirada a una hipótesis que se creía superada: que los antiguos pobladores de América llegaron de estas islas de Oceanía. A continuación, la entrevista íntegra con don Jorge Amao Manríquez.

¿Qué figuras ya están identificadas en las pinturas rupestres de BCS, y qué se sabe de cuándo y quiénes las pintaron?

Los sitios que albergan las pinturas rupestres de la península, por lo general, se encuentran en cuevas, covachas y paredones de  las sierras de la península, principalmente San Borja, San Francisco, Guadalupe y La Giganta. Casi siempre de difícil acceso. Algunas de estas manifestaciones se relacionan con los petrograbados o están formalmente vinculados a ellos en la construcción de los relatos que éstos contienen, relatos que los estudiosos del tema debemos descifrar a través de diferentes métodos, lo cual requiere de un esfuerzo de construcción bastante complejo pero en el que están presentes diferentes disciplinas como la llamada historia del arte, la arqueología, la etnografía,  antropología, sociología, filosofía, la botánica y todas aquellas ramas del cocimiento posibles para este tipo de indagaciones. Las pinturas contienen diferentes temas y fases constructivas, de tal manera que las más antiguas se encuentran cubiertas por diferentes capas formales de pinturas. Saber su correspondencia a un tiempo determinado resulta  sumamente difícil, sin embargo, algunos investigadores han realizado algunos fechamientos aislados entre los que destaca uno de 7 mil 500 años de antigüedad para una figura humana pintada en la bóveda de la cueva de San Borjita, en la sierra de Guadalupe, cerca de la antigua Misión de Mulegé. Gracias al esfuerzo de diferentes estudiosos del tema se ha logrado identificar gran parte de las formas que se muestran en los sitios, sin embargo, estoy convencido que todo lo estudiado hasta ahora, aunque es muy importante, es poco respecto a lo que queda por indagar. En ese sentido, las instituciones culturales del país como el INAH y las universidades de la región deben orientar recursos para la atención de ese patrimonio de los mexicanos.

Usted descubrió la figura monumental de una serpiente en las pinturas de San Borjita, al Norte de BCS. ¿Qué se sabía de estas pinturas rupestres y nos puede describir de manera general este hallazgo?

Esa forma la encontré por primera vez en San Borjita en 2017. Ningún investigador ha dado cuenta de ello. Hasta hoy es prácticamente inédita, pues su registro no ha sido publicado por ninguna revista o periódico. Esta sería la primera vez. Se trata de una forma serpiente monumental, pienso que es una de las formas serpentinas más grandes que se han descubierto en México. Como todas las serpientes está camuflada en la pared rocosa y esto dificulta su identificación, pues se combina con numerosos petrograbados que se asocian a ella, al tiempo que también contribuyen a su expresión formal. Desde mis interpretaciones, esta gigantesca serpiente se relaciona a la Creación de un mundo de hombres, peces, tortugas, mamíferos marinos y terrestres. Es la lectura de uno de los  relatos más antiguos de la creación. Esta forma expresa un sistema de creencias pero también los mitos de Creación que de manera universal comparten todas las culturas. Es una forma que, de acuerdo a mi interpretación, se relaciona con el Sol y la Luna, la renovación del tiempo, el agua y la fertilidad. La forma serpiente —como todas las serpientes—, al camuflarse se oculta, de ahí que su observación no sea fácil; además que por su forma monumental no te percatas que tú estás en el cuerpo de la serpiente y ella te observa. Su tamaño  monumental te impide que la identifiques con facilidad. Esta forma monumental también la tengo ya identificada en la sierra de San Francisco y La Giganta. Esta última es la más grande de todas. Su presencia denota un relato común, un símbolo de continuidad durante milenios.

Sabemos que es difícil explicar todo, pero díganos, ¿qué elementos importantes encuentra en este hallazgo en cuanto a figuras y posibles significados?

La serpiente monumental que encontré en San Borjita aparece en todas las culturas. Se vincula a un relato de la Creación y la renovación del tiempo. De acuerdo a lo que yo planteo, se relaciona con una deidad muy antigua que he identificado como el Dios de un solo pie, cuyo culto ceremonial se realizaba en el mes de noviembre, hacia la llegada de la Luna Nueva. Este ceremonial también se relaciona con Ibo: el Sol. Ibo fue un personaje de la antigüedad y los indígenas de los primeros contactos aún conservaban su memoria. Este mismo culto, pienso que es el que también se relaciona con el ceremonial de El Hombre que bajó del cielo, El Gran Espíritu o El Visitador, del que dan cuenta numerosas crónicas misionales realizadas por diferentes autores jesuitas. El Dios de un solo pie fue documentado durante la estancia de Eusebio Kino en San Bruno —muy cerca de Loreto—, en el año de 1683. Debo señalar que los mitos de origen son construcciones del pensamiento que se van modificando a lo largo del tiempo pero que, sin embargo, su núcleo permanece. Mi encuentro o descubrimiento de la forma serpiente se facilitó entre otras muchas cosas por el estudio de las fuentes etnográficas, principalmente  las relacionadas con los mitos que devienen en lo que yo llamo para objeto de mis indagaciones lo real maravilloso de la península de California, que es a final de cuentas un patrimonio tangible que se puede observar como una ventana al pasado, que muestra creencias antiguas donde se guarda la impronta de un hombre vinculado a la magia, lo sagrado y eso que nosotros llamamos milagroso. Esas expresiones son dadas en formas monumentales, pero en paisajes que tendrían la consideración de lo sagrado. Ahora mismo, precisamente, estoy haciendo una consideración muy importante en mis indagaciones: la sierra de La Giganta no se llama así porque en ella hayan vivido gigantes como lo registraron los jesuitas, sino porque ahí la forma serpiente se expresa  monumental en el perfil del pico principal en asociación con el planeta Venus, desde la consideración de lo sagrado, en este caso desde la observación de un sitio ritual.

Hasta el momento, con base en lo descubierto ¿qué hipótesis plantea? ¿Se cuenta una cosmogonía, una forma de organización, etcétera?

Las hipótesis que planteo se relacionan con una interpretación en la que los chamanes son los depositarios de la complejidad de formas del pensamientos muy antiguos. Estos personajes eran portadores de una parafernalia que, de acuerdo a mis indagaciones, tiene sus registros en las islas más septentrionales de la Melanesia (Oceanía). Este registro, que alude al uso de una enorme capa de cabellos la encontré en un dibujo que fue exhibido en el Museo de Arte de Nueva York. Fue una fuente de información muy valiosa, pues a partir de ese registro y otros datos, doy cuenta de una tradición pictórica vinculada a los chamanes peninsulares que portaban una parafernalia común a los indígenas de estas islas, lo cual, a su vez, plantea de nuevo, la añeja polémica del poblamiento de América por grupos provenientes de estas islas de la Melanesia. El chamán es el personaje central que de acuerdo a mis indagaciones se “transformaba en venado” o en otro animal; orientaba las cacerías, pesca, llevaba el calendario ritual que convocaba a sus dioses, etcétera. Las figuras son representaciones de sus mitos de Creación, y quien los conoce y enseña es el chamán.Podría decir que mis interpretaciones son desde una observación de segundo nivel, en donde la mirada del historiador es desde la observación del chamán.

¿Qué correspondencia se encuentra entre estas figuras y las de otros grupos indígenas del México Precolombino (o de otros lugares)? ¿Permite establecer algún tipo de relación o de contacto?

El relato del que se da cuenta en la fase pictórica —pienso que una de las más antiguas— de San Borjita, alude al acto o los actos de Creación común a todas las culturas. Este acto creativo lo encontramos en todas las culturas y en muchas de ellas la forma serpiente se relaciona con una de las deidades fundamentales de la Creación. En esa tradición encontramos en Mesoamérica a Quetzalcóatl, un Dios antiguo negado a los territorios peninsulares del septentrión americano. Yo no planteo de ninguna manera que la Gran Serpiente de San Borjita sea Quetzalcóatl, pero sí bosquejo la hipotésis de que esta forma serpentina pudo cruzar el Golfo a través de la cadena de islas que están en la parte centro-norte de la península, y de ahí trasladarse a través de los muchos flujos de intercambio que se fueron construyendo; o a la inversa: que llegó desde aquellos lejanos territorios. Por otra parte, pudo ser un desarrollo autónomo propio de grupos meramente locales. Como quiera que sea, esta construcción formal es por sus enormes dimensiones, su factura, trazos, composición, contenidos, situación geográfica y paisajística, una expresión de lo real maravilloso de esa región de México. Lo real maravilloso es también  por su relación con las creencias sobre lo sobrenatural, la magia de un mundo antiguo que llega hasta nosotros gracias a estos testimonios del hombre antiguo.

Tengo entendido que su hallazgo es producto de su doctorado. Pero ¿hace cuánto inició estos trabajos? ¿En qué disciplinas y métodos se apoyó?

Efectivamente, es producto de un doctorado que culminé en diciembre de 2017 en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nicolita. Como producto final, es parte de un largo aprendizaje y conocimiento de los sitios con pinturas rupestres, lo cual se me facilitó cuando fui director del Centro Regional del INAH en BCS. Es sumamente difícil que esta circunstancia se dé con facilidad entre algunos historiadores, de tal suerte que cuando tuve que elegir un tema, fue inicialmente un impulso, una emoción la que me llevó a estas indagaciones. A San Borjita había ido varias ocasiones, siempre en tareas de gestión cultural. Durante esas visitas observaba las pinturas tratando de comprender su despliegue sobre la pared de la cueva. Nunca observé la serpiente monumental, ni tampoco los acompañantes que iban conmigo, entre ellos Narciso Villavicencio, el guía de Harry Crosby y Enrique Hambleton que, como sabes, hicieron numerosos registros fotográficos del lugar. En cuanto a la metodología, esta investigación es la construcción de un ensayo de una historia regional sobre el tema, así podría caracterizarla. El método se fue construyendo a lo largo de la investigación, aprovechando el conjunto de ciencias y disciplinas disponibles. Quedan algunos pendientes en esa construcción, entre ellas las partes que pueden aportar la psicología y la sociología. El tema es una gran puerta al pasado en donde deberían concurrir todas las disciplinas. Mención especial merece el estudio del paisaje como parte de lo que yo menciono como lo real maravilloso, que es el espacio donde ocurre un continum.

FOTOS: Archivo personal de Jorge Amao Manríquez.

La interpretación de pinturas rupestres, ¿no es más bien un campo de arqueología y antropología que para la historia? En todo caso, ¿los historiadores se están limitando a campos de estudio?

En la actualidad, las indagaciones del pasado antiguo o remoto es campo de todas las disciplinas. Yo elegí desde hace varios años realizar investigaciones sobre ese tema por necesidad de entender una lectura, una sola que me ayudara a deletrear  una forma rupestre. En esa búsqueda encontré la serpiente monumental, no solamente en San Borjita, sino también en otros lugares de la península. Encontré otras formas que hablan de la complejidad de los hombres que poblaron esta región de México hace miles de años. Sus pensamientos eran comunes a los de otros hombres de otras regiones del mundo, y las pinturas rupestres están ahí para leerse como fuentes primarias, así, como documentos propios del historiador. Desde este oficio, se pueden construir novedades, como ésta de la que ahora hablamos. Algunos colegas se sorprendieron cuando comencé estos estudios, pero por otra parte recibí respaldos importantes, entre ellos del cuerpo académico del doctorado del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nicolita que, debo decirlo, sin su apoyo y seguimiento no lo hubiera realizado. En ese ir y venir, Luis Etzrascani, Aníbal Angulo y el Director de Cultura de BCS  hicieron posible varios registros fotográficos que me han sido de gran utilidad para las diferentes interpretaciones que sigo construyendo.  Las fotografías que ahora interpreto y edito son de Etzrascani. En estos esfuerzos conté con el apoyo de la UABCS y también con la experiencia de mi paso por el INAH. Desde ahí, tuve oportunidad de acercarme desde hace varios años a ese patrimonio de lo  que yo llamo lo real maravilloso.

¿Cuál es su meta por descubrir o completar con este trabajo en San Borjita? ¿En qué trabaja en este momento?

Quisiera que mis hallazgos lleguen a los museos, al campo de la difusión, a la enseñanza de la historia. En este momento estamos preparando una exposición para el mes de noviembre en el Museo Regional del INAH y el Gobierno de BCS en La Paz. Por otra parte, continúo con el estudio de nuevas interpretaciones sustentadas en fuentes históricas del siglo XVII y XVIII, principalmente. Estoy atento de los avances de la arqueología, la antropología, y en fin, de todos aquellos conocimientos que contribuyan a la novedad sobre el tema.

Finalmente, ¿hay algo importante que deseé mencionar?

Para un historiador todo es importante. Lo difícil es discernir sobre las observaciones. Un ejemplo: la serpiente monumental de San Borjita la encontré después de una jornada agotadora ya muy  cerca de las tres de la mañana, en que ¡veía y veía una fotografía! A punto de cerrar la jornada, y ganado para el sueño, de pronto encontré una mirada fría, petrificada, era la serpiente que con su enorme cabeza me observaba fijamente, ondulante, amenazante, mostrando dos colmillos, uno más grande que el otro. Fue un momento de una emoción profunda, de esas que te hacen sentir tu piel, tus cabellos. ¡¿Cómo, cómo nadie la había visto si ahí ha estado siempre?! No la vieron muchos estudiosos, entre ellos una pionera, Bárbara Dalhgro, Javier Romero; tampoco Fernando Jordán; muchísimos arqueólogos, periodistas, antropólogos; Rufino Tamayo; hombres y mujeres que ya no están para saber de este hallazgo y que seguramente  algunos de ellos lo hubieran celebrado, particularmente Fernando Jordán, de eso no tengo la menor duda.

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