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Juan de Ugarte, el padre que abrazó a los indígenas: un legado de amor y compasión

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la historia de América Latina, pocos personajes han dejado una huella tan profunda y emotiva como aquel sacerdote cuya vida se entregó por completo a los indígenas. En sus múltiples logros y su incansable labor, el Padre Juan de Ugarte encontró un inexplicable y profundo amor por los indígenas que le rodeaban. Este amor, que a menudo le costaba lágrimas, era el reflejo de un corazón enorme que no se acobardaba ante los riesgos, ni se aterraba ante los trabajos.

Su gran corazón, capaz de abarcar todas las aflicciones del mundo, no podía soportar la más ligera vejación hacia sus queridos hijos californios. El dolor y la pena que sentía cuando alguno de ellos enfermaba o moría eran inmensos, al punto que parecía desearles la inmortalidad. Este afecto no sólo nacía de su gran cariño, sino también de la docilidad y la amable condición de los indígenas cochimíes, quienes encontraban en el Padre a alguien dispuesto a procurarles gusto en todo aquello que no contraviniera las buenas costumbres ni perjudicara los progresos de la cristiandad.

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El sacerdote Juan de Ugarte, con sabiduría y prudencia, formó un dictamen que sería su legado: todas aquellas costumbres antiguas de los gentiles, siempre que no se opusieran a la religión católica ni contuvieran error alguno, debían ser permitidas. Él entendía que estas costumbres eran fuente de gusto y recreación para los indígenas, y que respetarlas era esencial para su bienestar y felicidad. Solía predicar: “Suelen pintarse los californios, así hombres como mujeres, teniendo esto por una grande gala. Dejémoslos pintar, pues esta costumbre, y el gusto que tienen en ella, es herencia de sus padres y abuelos, y en nada es contraria a la ley de Dios, y el que se afean poniéndose así, ni yo, ni otro, se lo ha de persuadir fácilmente”.

En un tiempo en que la conquista y la colonización imponían un doloroso choque de culturas, la postura del Padre Ugarte se destacó como una guía de esperanza y humanidad. En lugar de imponer a fuerza las nuevas creencias y costumbres, abogó por una convivencia respetuosa, donde las tradiciones indígenas pudieran coexistir con la fe cristiana. Cuando el sacerdote Ugarte veía competir a los californios a través de demostraciones de fuerza, decía “Luchen en buena hora, que ninguno de estos nació para leer los tomos de Santo Tomás, ni para registrar concilios, sino para trabajar, y el que más fuerza tuviere lo hará mejor, y es gloria de esta gente parecerse a los antiguos romanos en los juegos”.

Esta perspectiva no sólo aliviaba las tensiones, sino que también facilitaba la labor evangelizadora, mostrando un camino de respeto mutuo y comprensión. El sacerdote no veía en los indígenas seres inferiores que necesitaban ser civilizados, sino almas iguales, dignas de amor y respeto, cuya riqueza cultural merecía ser preservada. Cuando los demás sacerdotes le preguntaban sobre los bailes de los nativos y si era lícito permitirles, el padre razonaba: “Que bailen, con tal que se quiten todas las ocasiones, que puede haber de culpa o de menos decencia en los bailes. No podemos desde luego reducirlos a que vivan tan ajustados, y sean tan devotos como unos novicios”.

En estos tiempos modernos, donde aún luchamos con la aceptación de la diversidad y el respeto por las culturas indígenas, el ejemplo del Padre Juan de Ugarte se mantiene con una vigencia innegable. Recordar su historia es recordar que el camino hacia una sociedad más justa y comprensiva empieza por el amor y el respeto hacia todos, sin importar su origen ni sus costumbres.

Referencia bibliográfica:

Vida y Virtudes de el Venerable, y Apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias, y uno de sus primeros Conquistadores. Juan Joseph de Villavicencio. Reedición Sealtiel Enciso Pérez.

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Enfermedades traídas por colonos que diezmaron a los indígenas de la Antigua California

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el transcurso del primer siglo de contacto entre los colonos europeos y los habitantes originarios de la Antigua California, la península fue testigo de un devastador capítulo en su historia. La llegada de los europeos no solo marcó el inicio de un periodo de colonización y cambio cultural, sino que también desató una serie de epidemias que tuvieron consecuencias catastróficas para las comunidades indígenas.

Entre las enfermedades introducidas por los europeos se encontraban la gripe, la fiebre tifoidea, la viruela, la tisis y el mal gálico. Estas enfermedades, desconocidas hasta entonces para los indígenas, encontraron una población sin defensas inmunológicas y provocaron grandes epidemias que se extendieron rápidamente por toda la península.

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El padre Baegert, el cual estuvo por 17 años en la Misión de San Luis Gonzaga, apoya lo anterior con este escrito: “Poco están expuestos a las enfermedades que se conocen en Europa y en donde sí hacen grandes estragos, con excepción de la tisis y de aquella enfermedad que fué transmitida de América a Nápoles y de allí a otros países. No se ve, ni se oye nada de gota, apoplejía, hidropesía, escalofríos, tifo, etc. No tienen en su idioma la palabra “enfermedad”, ni otras con las que podrían señalar ciertas enfermedades en concreto. Pero “estar enfermo” no lo llaman de otra manera que atembatie, que es “echarse o estar acostado en el suelo”, y esto, a pesar de que todos los californios sanos, cuando no están efectivamente ocupados en comer o buscar su comida, también se acuestan o descansan en el suelo. Al preguntársele a un enfermo ¿Qué te pasa?, comúnmente se recibe la contestación; me duele el pecho; y esto es todo”.

La viruela, en particular, se destacó por su agresividad y alta mortalidad. Documentos de la época describen cómo la enfermedad se propagaba con una velocidad implacable, causando fiebre alta, erupciones cutáneas y, en muchos casos, la muerte. Las comunidades indígenas, desprovistas de tratamientos efectivos y sin inmunidad previa, sucumbieron en grandes números. Las descripciones de las misiones y de los colonos narran escenas de aldeas enteras diezmadas, con cuerpos sin vida amontonados y familias enteras desapareciendo en cuestión de semanas.

El jesuita Juan Jacobo Baegert narra un episodio que ejemplifica lo anterior: “Igual que sucede con todos los otros americanos, los californios deben la viruela negra a los europeos. Entre ellos, esta enfermedad resulta tan contagiosa como la más terrible peste. Un español que apenas se había aliviado de la viruela, regaló un pedazo de paño a un californio, y este jirón costó, en una pequeña misión y en sólo tres meses del año de 1763, la vida de más de 100 indios, sin contar los que se curaron gracias al infatigable empeño y los cuidados del misionero. Nadie se hubiera escapado del contagio, si el principal núcleo de ellos, al darse cuenta del contagio, no hubiera puesto pies en polvorosa, alejándose del hospital hasta una distancia más que suficientemente grande”.

La gripe y la tifoidea no fueron menos letales. Estas enfermedades respiratorias y gastrointestinales, respectivamente, encontraban en las condiciones de vida comunitarias de los indígenas un caldo de cultivo perfecto para su propagación. Las fiebres, las diarreas severas y las complicaciones respiratorias contribuyeron a un incremento alarmante en las tasas de mortalidad.

El mal gálico, conocido hoy como sífilis, también se diseminó con rapidez. La falta de conocimiento sobre su transmisión y la ausencia de tratamientos efectivos hicieron que esta enfermedad se convirtiera en una epidemia que afectaba a múltiples generaciones. La tisis, o tuberculosis, con sus síntomas debilitantes y su curso prolongado, contribuyó aún más al sufrimiento y la muerte de los habitantes originarios.

Las consecuencias de estas epidemias fueron devastadoras. No solo diezmaron la población indígena, sino que también desestructuraron sus sociedades. Las pérdidas humanas significaron la desaparición de líderes, sabios y custodios de las tradiciones culturales, llevando a un colapso en la transmisión del conocimiento y las prácticas ancestrales. Además, la constante amenaza de nuevas epidemias generaba un clima de miedo y desesperanza que afectaba profundamente la vida cotidiana.

La respuesta de los colonos europeos ante estas epidemias fue insuficiente y, en muchos casos, insensible. Las misiones, aunque intentaban brindar atención médica, carecían de los recursos y el conocimiento necesario para enfrentar tales brotes. Además, las políticas coloniales a menudo priorizaban la explotación y el control, sobre la salud y el bienestar de las comunidades indígenas.

Hoy, la historia de las epidemias en la Antigua California sirve como un sombrío recordatorio del impacto devastador que las enfermedades pueden tener cuando se introducen en poblaciones sin inmunidad. También subraya la importancia de la salud pública y la necesidad de una respuesta compasiva y efectiva ante las crisis sanitarias.

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Técnicas de cacería de los Antiguos Californios

 

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Mucho se ha especulado en los últimos años sobre la forma de vida de los antiguos pobladores originarios de la media mitad sur de la península de Baja California. Por lo general la mayoría de la gente es afecta a creer en relatos fantásticos sobre estos grupos étnicos, que leer los libros de crónicas que fueron escritas por gente que convivió con ellos, y que afortunadamente han llegado hasta nuestros días. El tema que hoy vamos a comentar es sobre sus técnicas de cacería.

Los guaycuras, cochimíes y pericúes, habían sobrevivido por miles de años en esta península desértica. Muchos de estos grupos se especializaron en la recolección de moluscos, mariscos, pequeños mamíferos marinos y aves que poblaban por miles nuestros litorales; otra buena parte de estos grupos se dedicaron a la recolección de frutos y semillas de la flora desértica, así como a la cacería de insectos y diversas aves y mamíferos que poblaban por miles en todas las sierras y praderas de esta gran lengua de tierra.

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En los momentos de ocio o cuando se daban encuentros entre las diversas rancherías, los integrantes de las mismas compartían sus técnicas y herramientas de cacería. Intercambiaban puntas de flecha, lanzas, cuerdas elaboradas con tendones y tripas de venado, entre otros. Las técnicas de cacería por lo general se compartían a través de relatos o invitándose los diferentes grupos a jornadas de cacería en donde podían observar in situ estas técnicas e incluso practicarlas.

El jesuita Francisco Javier Clavijero, realizó una gran investigación en los escritos que dejaron algunos de los misioneros que vivieron en la California, con estos relatos, el padre Clavijero realizó una obra titulada Historia de la Antigua o Baja California en donde consignó detalles muy interesantes como el que a continuación comparto, y que nos describe una de las herramientas de cacería más utilizadas por los californios: Estas son las flechas de que usan ordinariamente para la caza de los pájaros y cuadrúpedos pequeños; pero para los ciervos, leones y otros animales semejantes, así como para la guerra, arman la punta de pedernal á fin de que las heridas sean más grandes y las fleches no se desprendan fácilmente del cuerpo. Como podemos darnos cuentas, los nativos no utilizaban flechas con punta de pedernal para cazar cualquier animal, al contrario, realizaban una economía de las mismas puesto que elaborar una buena punta de flecha les llevaba varios días, así que había que utilizarlas sólo para cazar presas de gran tamaño, o como dice el relato, para hacer la guerra a sus enemigos.

El padre Clavijero nos describe una técnica para la cacería que empleaban los californios, la cual es muy compleja y de gran efectividad. Esta se describe a continuación: “Para cazar los ciervos usan de una estratagema curiosa. Toma un indio una cabeza de ciervo conservada con este fin, y poniéndosela sobre la suya, se esconde tras de los matorrales, de modo que no se les vea más que la cabeza postiza, la cual mueve de manera que parezca viva. Los ciervos engañados al verla se acercan, y son fácilmente matados por otros cazadores que los acechan”. Esta técnica es probable que se fuera construyendo con el paso de muchos años, en donde los cazadores compartían las observaciones que hacían de las costumbres de los venados y sus hábitos gregarios. Esta técnica era transmitida de generación en generación a través de relatos orales, e instruyendo a los más jóvenes de cómo realizarla directamente en las expediciones de cacería.

El padre Clavijero comenta en su obra, otra técnica de cacería que empleaban los californios para cazar animales pequeños: Para cazar liebres, á mas de los lazos y redes de que usan ordinariamente, se valen los cochimíes de un modo más sencillo y más fácil, sin otro instrumento que un palillo curvo de casi pié y medio de longitud. Cuando caminando ven una liebre le arrojan con tal destreza aquel palillo arrastrado sobre el suelo, que va derechamente á romperle las piernas; y de este modo suelen coger muchas sin interrumpir un momento su camino”.

Las habilidades de rastreo de las huellas tanto de animales como de otros seres humanos era algo que tenían muy desarrollado los antiguos habitantes de la California, seguramente una costumbre que se enseñanza desde la niñez y que se iba perfeccionando en el transcurso de la vida, siendo muy útil para la subsistencia en estas zonas desérticas. Aquí la describimos Es verdaderamente admirable la perspicacia de los californios en reconocer las huellas de los cuadrúpedos para seguirlos y en distinguir a los hombres por las suyas. Si el hombre que ha pasado por el camino es de su tribu é iba descalzo, en la huella conocen infaliblemente quién era. Con la misma facilidad distinguen las flechas de los individuos de su tribu, las cuales por más semejantes entre sí que parecen á los españoles, son conocidas por los indios en algunas señales casi imperceptibles, y por ellas vienen en conocimiento del dueño de cada una, así como nosotros venimos en conocimiento del escribiente por la forma de letra.

Nuestros antiguos habitantes peninsulares poseían un nivel muy avanzado de relación con su entorno, tanto en la tierra como en el mar, lo cual les permitió sobrevivir por miles de años y adaptarse de forma armónica con este medio ambiente tan difícil. Es importante que estos y muchos aspectos más de la vida de nuestros grupos étnicos originarios sean estudiados y difundidos con el propósito de fortalecer nuestra identidad sudcaliforniana.

Bibliografía:

Clavijero, F. J. (1852). Historia de la Antigua ó Baja California. 252p.

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El cuidado de los viejos entre los antiguos californios

 

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los antiguos californios, al igual que todos los demás grupos humanos, desarrollaron costumbres y tradiciones con el transcurrir del tiempo. En el caso del trato hacia los ancianos, estos relatos se deben de interpretar a la luz del proceso de desarrollo histórico en que se encontraban (paleolítico) y propiamente de lo que hacían los grupos cazadores-recolectores.

La información más abundante que nos ha llegado hasta nuestros días sobre la forma en que se trataba a los viejos entre los Californios, ha sido la consignada en informes y relatos elaborados por los misioneros jesuitas que a través de más de 70 años desempeñaron su vocación entre ellos. Es importante hacer la observación que muchos de estos sucesos son narrados desde la perspectiva Europea, y matizados constantemente con la visión de hombres dedicados a la evangelización, por lo que hay que realizar un ejercicio de interpretación sin caer en creer a pie juntillas en lo que se relata.

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Miguel del Barco, misionero que por más de 32 años vivió en la Misión de San Francisco Javier Vigge-Biaundó, menciona que cuando se elaboraba la famosa tatema de mezcales para ser consumido, los restos de estos mezcales, los cuales ya eran desechados por estar casi secos, eran reutilizados de la siguiente manera: Este bagazo no siempre se pierde; porque los viejos y viejas (que aunque les den de comer, siempre tienen hambre), suelen recoger estos tacos que están tirados en el suelo; y estando bien secos, los muelen entre dos piedras y, así, hechos polvo, los comen. También menciona lo siguiente Otros, especialmente los viejos, que son los más hambrientos, no perdonan a las correas muy secas y de muchos años, sacadas de cuero de toro; porque, tostadas y golpeadas con piedras, las hacen accesibles a sus dientes. Lo anterior nos lleva a pensar que en estos grupos nativos, los ancianos hasta una edad muy avanzada buscaban su propio sustento, el cual obtenían por su cuenta, de los desechos de la alimentación, y del vestuario, del resto de los integrantes del grupo.

El sacerdote Juan Jacobo Baegert, que misionó por espacio de 17 años entre los Guaycuras de la misión de San Luis Gonzaga Chiriyaqui, menciona lo que pudo observar sobre el cuidado de los ancianos moribundos, por parte de los Californios de su Misión: Es de temerse que entre los que caen enfermos en el campo y no son llevados a la misión, haya algunos que sean enterrados vivos, especialmente cuando se trata de ancianos o de personas que tienen pocos parientes, pues acostumbran cavar la fosa dos o tres días antes que se aproxime la agonía del enfermo; parece que les es molesto quedarse sentados al lado de un viejo, aguardando su fin, ya que desde hace tiempo ya no sirve para nada o sólo les es un estorbo y que, de todos modos ya no podrá seguir con vida. Conozco a una persona que resucito, con una buena dosis de chocolate, a una muchacha que según la usanza del país, ya estaba envuelta en un cuero de venado amarrada y lista para ser enterrada, y que después sigma viviendo por largos años. A una anciana ciega y enferma, los cargadores le retorcieron el pescuezo para no cargar con ella unas cuantas leguas más, hasta la misión. Otro individuo murió asfixiado, porque, para protegerlo de los mosquitos que nadie quiso ahuyentarle, le cubrieron de tal manera que le cortaron la respiración. A pesar de que este tipo de prácticas nos parecen horrendas, es importante mencionar que todos los grupos sociales del mundo las llevaron a cabo en la etapa paleolítica, incluso en la actualidad aún existen grupos humanos que viven en regiones apartadas, y que llevan a cabo estas prácticas.

Las bateas eran unas cestas y recipientes en los cuales, las mujeres tostaban las semillas. Aquí se menciona quién las elaboraba: Los hombres son los que hacen las bateas y principalmente se aplican a esto los viejos que aún tienen alguna robustez, mas no están ya hábiles para la casa de venados (Miguel del Barco). Aquí podemos darnos cuenta que los Californios sabían aprovechar la experiencia y paciencia adquirida por los ancianos para elaborar este tipo de enseres que eran de gran importancia en su vida diaria.

Finalmente, en los informes de los jesuitas se da cuenta que los ancianos, en los diferentes grupos que habitaron la California, fueron los más difíciles de convencer para acepar la evangelización, así como para abandonar sus antiguas costumbres. Los sacerdotes mencionan que no bien un nativo acababa de recibir el bautismo y de renegar de sus antiguas creencias, que ese mismo día o al día siguiente acudían a su hechicero para que los curara de enfermedades o los aconsejara sobre cómo actuar en determinados sucesos cotidianos. Incluso Miguel del Barco menciona que a pesar de que en las Misiones se construían pequeñas chozas para que habitaran las mujeres, niños y ancianos, estos últimos nunca aceptaron pernoctar en ellas, ya que su costumbre ancestral era dormir al aire libre, en el suelo.

Aún falta mucho por investigar en los Archivos que existen en México y el mundo, donde se encuentran documentos que narran las costumbres y sucesos que acontecieron en el tiempo que aún vivían la mayoría de los Californios, tarea es de los historiadores el acudir a estos sitios y darlas a conocer a todos los interesados.

Bibliografía:

Clavijero, Francisco Xavier. (1731-1787). Historia De La Antigua Ó Baja California. Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2010. Original: Méjico, Imprenta de Juan R. Navarro, editor, 1852.

Barco, Miguel del, Historia natural y crónica de la antigua California. Adiciones y correcciones a la noticia de Miguel Venegas (formato PDF), 2a. ed. corregida, estudio preliminar, notas y apéndices por Miguel León-Portilla, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1988, 482 p., dibujos y mapas (Serie Historiadores y Cronistas de las Indias 3)

Baegert, J. (1942). Noticias de la Península americana de California/por el Rev. Padre Juan Jacobo Baegert. Introducción P. Kirchhoff; traducción P. R. Hendrichs. México, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos.

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Los Antiguos Californios

 

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  En las sociedades actuales, sobre todo con las que compartimos el modelo económico de las potencias Europeas, se considera que si un individuo no se integra a una actividad de las denominadas como productivas, esto es, agricultura, pastoreo, industria, etcétera, es un haragán y que en nada contribuye al desarrollo de la sociedad y el mundo en el que existe. Esta fue la visión a través de la cual se percibió a los antiguos pobladores de la California, dejando hasta la actualidad una impresión de que eran personas flojas y renuentes a realizar cualquier actividad productiva.

En la península de California, sus habitantes nativos habían desarrollado un complejo sistema de interrelación con el medio ambiente, en donde sus actividades diarias estaban enfocadas a proveerse de alimento y agua necesaria para su subsistencia, es por ello que se les puede denominar en la categoría de sociedades no industriales o no pecuniarias. Las actividades de todos los grupos étnicos nativos estaban adecuadas a las características de los ecosistemas donde habitaban. Los que vivían en la sierra o las llanuras, se dedicaban a la recolección de frutos, de ciertas hojas y plantas comestibles, y complementaban su dieta con la cacería de insectos y animales pequeños. Los playanos habían desarrollado un alto nivel de adaptación hacia la recolección de mariscos, peces, mamíferos y aves marinas. En estas actividades no utilizaban grandes inventos tecnológicos, más que los necesarios para poder desempeñar lo mejor posible estas actividades.

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Este tipo de actividades económicas, denominadas de apropiación (La economía de aborígenes de Baja California. Rosa E. Rodríguez T.) como eran la caza, pesca y recolección, les llevaban prácticamente la mitad de su jornada diaria, el resto del tiempo lo dedicaban a ahorrar las escasas energías acumuladas por la ingesta de los alimentos recolectados o capturados. En estas actividades participaban hombres y mujeres, incluso en las crónicas jesuíticas se menciona que cuando los niños ya eran capaces de caminar los padres los enviaban a conseguir su propio alimento. Tomando en cuenta lo anterior, podemos aseverar, que los antiguos Californios fueron grupos sumamente trabajadores. Si bien es cierto, sus actividades distaban mucho de lo que el concepto europeo consideraba como trabajar, no por ello podemos concluir que no realizaban estas laboras, las cuales en la actualidad están plenamente argumentadas en las teorías económicas.

Cuando llegaron los primeros colonos europeos a la península y se establecieron contacto con los grupos nativos originarios, se dieron diversos choques en cuanto a concepciones sobre múltiples aspectos de la vida, lamentablemente hasta la fecha han subsistido los documentos en los que solamente se aprecia la visión europea, por lo que predomina la concepción de que nuestros Californios se la pasaban flojeando todo el tiempo, tirados y negándose a trabajar. Muy diferente sería la percepción de las actividades de los indígenas Californios, si los exploradores y los sacerdotes se hubieran dado el tiempo de entrevistarlos y pedirles que abiertamente les dijeran cómo ellos visualizan lo que los recién llegados conceptualizan como trabajo, sus motivos para ser renuentes a hacerlo, entre otras cosas. Pero lamentablemente, esto no se hizo y he ahí la grave incomprensión sobre estas culturas primigenias de la California.

FOTO: Mujer pericúe

Otro punto importante a mencionar, y que actúa a favor de lo trabajadores que eran nuestros Californios, es que, además de dedicar una buena parte de las primeras horas del día a recolectar alimento; el resto del tiempo lo dedicaban a prácticas sociales, políticas y religiosas, elaborando complejos rituales y ceremonias, las cuales se conocen en la actualidad gracias a las escuetas referencias que quedaron en ciertos diarios e informes. Se ha podido encontrar una gran cantidad de pinturas rupestres y petroglifos a todo lo largo y ancho de nuestra península, lo que nos da cuenta de la laboriosidad de nuestros indígenas, los cuales destinaban largas horas del día e incluso varios días para realizar estas manifestaciones culturales que afortunadamente han podido llegar hasta el presente.

Finalmente, es importante mencionar que en la actualidad, en nuestra península, aún existen comunidades que realizan en gran medida las actividades de apropiación, tal como lo hacían nuestros Californios, y que lamentablemente han sufrido el mismo estigma por parte de visitantes ocasionales, que desconociéndolas, se atreven a aseverar que son unos flojos y que se la pasan la mayor parte del tiempo sin hacer nada. Sin embargo, al analizar datos económicos que arrojan las actividades que se practican en estos poblados pesqueros y agricultores, nos damos cuenta que son muy productivos, y que si no pueden realizar actividades durante 8 horas diarias, en todo el año es por condiciones que escapan a su control, y que alterarlas, causaría un grave daño en el medio ambiente y sus actividades productivas.

FOTO: Boda de antiguos californios

Mi intención al realizar estas reflexiones sobre los grupos indígenas originarios de nuestra península, no es buscar la credibilidad a ultranza, sino el promover la duda en la mente de todos los lectores para que se acerquen a fuentes primarias o a libros realizados por verdaderos investigadores(as) en donde hacen caer mitos y malos entendidos sobre la vida de nuestros Pericúes, Guaycuras y Cochimíes de la parte austral de la península de California.

Bibliografía

Barajas, D.T.,  Cruz, E.G., Altable, F. (2002). Historia General de Baja California Sur. I. La economía regional. Seminario de Investigación en Historia Regional, Universidad Autónoma de Baja California Sur. México.

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