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Los piratas de la Antigua California en la bibliografía jesuítica

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Entre los documentos en los que podemos encontrar referencia a los ataques de los piratas a los navíos españoles en las costas californianas están los escritos de los Misioneros de la Compañía de Jesús que, si bien es cierto, no eran muy abundantes en cuanto a esa información, sí dejan entrever el horror que tenían a toparse con algunos de estos delincuentes.

Es importante mencionar antes de citar las narraciones de los piratas en los escritos misionales que, por lo general, los escritos que redactaban todos los integrantes de la Compañía, eran enviados a sus cuarteles generales de la Orden. Ya estando en estos sitios se procedía a enviarlos con un “sensor”, que los valoraba y determinaba su uso. Algunos de ellos eran destinados para distribuirse entre los hermanos de la Compañía puesto que era correspondencia que ayudaba a levantar la moral de los sacerdotes y a proseguir con renovados bríos su tan ardua labor. Estos documentos fueron compilados en varios tomos y se distribuían en las diferentes misiones esparcidas por el mundo. Otros más de estos escritos pasaban a engrosar los documentos que se entregaban a las diferentes oficinas de gobierno, con el fin de que conocieran los descubrimientos que se realizaban en las misiones, así como el buen desempeño que se tenía al seguir las leyes y ordenanzas de la corona. Finalmente, los documentos restantes eran sometidos a un análisis y se les borraba toda información que pudiera dar a conocer a potencias enemigas de España sobre las riquezas de los poblados misionales, así como las debilidades y flaquezas en cuanto a su protección y recaudo. Es debido a estos último, que encontramos muy pocas referencias a la actividad de los piratas en la Antigua California en los documentos escritos por los religiosos.

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El jesuita Miguel Del Barco, cuyos escritos actualmente están compilados en el libro llamado Historia Natural y Crónica de la Antigua California, hace tan sólo una referencia al corsario Francis Drake: También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas. Esto pudo dar motivo al engaño de Francisco Drack, que juzgó le ofrecían los indios el cetro y la corona de la California, según refiere el padre Esquerer si ya no es esta noticia una de las que han hecho poco estimada la Relación de este famoso corsario. Como pie de página en el mencionado libro aparece la siguiente nota: Se alude aquí al famoso viaje de Sir Francis Drake que en el año de 1577 tomó posesión de lo que hoy es el puerto de San Francisco. Voyages of the Elizabeth Seamen to America, Thirteen Original Narratives from the Collection o/ Hakluyt, ed. E. J. Payne, London T. de la Rue, 1880, p. 16 y ss.

Como podemos concluir al leer este párrafo, el sacerdote Del Barco cumplía fielmente uno de los mandatos de la Corona Española en cuanto a desprestigiar e incluso minimizar cualquier acción de la que se enterara que hubiera realizado corsario alguno, ya que con ello les restaba el respeto y sobre todo el terror que causaba entre los habitantes de estas tierras las hazañas de estos salteadores.

También el jesuita Francisco Javier Clavijero en su libro póstumo Historia de la Antigua o Baja California comenta lo siguiente en cuanto a los piratas que asolaban la California El general Vizcaíno, persuadido de lo útil que sería a la corona la adquisición de aquella península, ofreció al virrey que a sus expensas haría una nueva tentativa. Las ventajas que se esperaban no consistían solamente en la pesca de perlas, de cuya abundancia no se dudaba, y en los metales preciosos que se creía que habría en aquellos montes, sino también en que se evitaría que los piratas de las otras naciones de Europa se refugiasen en los puertos de la península como solían hacerlo, para salir de allí a hostilizar las costas y los navíos españoles; y se hallaría un puerto cómodo en que los navíos que vienen de Filipinas a Méjico hallasen auxilios en tan larga y penosa navegación. Sin embargo, el virrey no aceptó la propuesta de Vizcaíno, porque temía que la desaprobase la corte, la cual parecía resuelta a tomar la empresa a su cargo. En este punto, se refiere a un segundo intento de demarcación y colonización de las Californias que intentó llevar a cabo Sebastián Vizcaíno en el año de 1603. Como podemos darnos cuenta debido a que los piratas de las diferentes naciones europeas ya conocían que el galeón de Manila transportaba una gran cantidad de oro, plata, marfil, porcelana, especias, etcétera, desde las Filipinas hacia Acapulco y que necesariamente pasaba bordeando las costas Californianas, el Cabo California, posteriormente bautizado como Cabo de San Lucas, era el sitio ideal para una emboscada en alta mar puesto que la tripulación ya iba cansada y enferma, y podían ser presa fácil.

También en otro párrafo del libro de Clavijero aparece otra mención a la gran cantidad de barcos piratas que navegaban cerca de las costas de la península de California: Esta advertencia era necesaria, porque aquellos mares estaban infestados de piratas ingleses. Habiendo pues advertido los Seris en aquellos navegantes las expresadas contraseñas, los recibieron amigablemente, y cuando vieron al padre Ugarte á bordo de la balandra, no esperaron á que saltase en tierra para reverenciarle, sino que se echaron á nadar, y subiendo á la balandra, le abrazaron los pies, le besaron las manos y el rostro, con otras demostraciones de amor y de respeto.

La última mención sobre los piratas que se encuentra en la obra escrita por Clavijero es la siguiente: Ningunas tentativas sobre la California se hicieron en los cincuenta años siguientes; pero en este intervalo Francisco Drake, célebre corsario inglés, abordó a la parte septentrional de la península y le puso el nombre de Nueva Albión, que retuvo por algún tiempo en las cartas geográficas. Las hostilidades que este atrevido corsario hizo en las poco pobladas e indefensas costas del mar Pacífico, movieron a Felipe II a dar orden al conde de Monterey, virrey de Méjico, de que hiciese poblar y fortificar los puertos de la California. Este párrafo parece más un reproche hacia las tibias acciones emprendidas por la Corona Española, la cual durante muchos años suspendió sus labores de exploración y colonización de la parte Norte de la Nueva España, pensando, ilusamente, que si no se realizaban mapas ni relatos que demarcaran el estado de aquellos septentrionales sitios, con eso se evitaría que las potencias europeas enemigas se aventuraran a incursionar en esa Mar del Sur. Sin embargo, esta estrategia sólo representó un grave atraso para aquellos poblados ya que carecían de una infraestructura de defensa en sus puertos así como tropas suficientes que los mantuviera a salvo del peligro de los ataques piratas.

También el sacerdote Miguel Venegas en su obra titulada Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente menciona el nombre de uno de los corsarios que intentó capturar a uno de los galeones de Manila. Dice lo siguiente: El Capitán Woodes Rogers da al Cabo de San Lucas ciento y catorce grados de longitud Occidental del Meridiano de Londres, que es lo mínimo que ciento treinta y cuatro de la común. Y cita como fuente de esta observación lo siguiente: Viaje alrededor del Mundo, empezado en 1708. y acabado en 1711. tom. 2. de la Edición Francesa de Ámsterdam, de 1717. pag. 86. Como podemos ver, el sacerdote Venegas únicamente atribuye a este corsario que circunnavegó el globo terráqueo una mención sobre la medición a cuántos grados se encontraba el Cabo de San Lucas.

En un párrafo más, el sacerdote Venegas menciona lo siguiente: El Capitán Woodes Rogers escribe, que algunos de sus Marineros le dijeron, haber visto en la Costa de la California algunas piedras pesadas, y brillantes, que sospechaban ser de algún Mineral pero ello fue ya tarde, cuando no pudo llevar algunas de ellas a bordo, para examinarlas despacio. Este punto es muy importante de tomar en cuenta puesto que aquí el sacerdote menciona que los demás países europeos, con los que España tenía una acelerada carrera por dominar los recursos que les pudieran proporcionar riquezas rápidamente, ya estaba buscando en la California algunos de ellos, lo que ponía en peligro los asentamientos que en ella había.

Los piratas fueron seres temidos, sus acciones de rapiña no sólo abarcaban todo el mar sino también las costas y poblados aledaños. Es por ello que los sacerdotes jesuitas de las misiones californianas, al omitirlos de sus textos buscaban restarles importancia y el efecto psicológico tan marcado que tenían entre sus catecúmenos.

Bibliografía:

 

Del Barco, Miguel . Historia Natural y Crónica de la Antigua California.

Clavijero, Francisco Javier. Historia de la Antigua o Baja California.

Venegas, Miguel. Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente.

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Cortés y los californios: primeros testimonios indígenas en California

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El encuentro de personas pertenecientes a culturas diferentes siempre obedece a expectativas y a prejuicios, y esto no estuvo ajeno de ocurrir durante la llegada del contingente encabezado por Hernán Cortés a estas costas de California. Las huestes de recién llegados venían con el ímpetu que da el creerse con el derecho de asentarse y colonizar las tierras y mares que de antemano consideran “de su propiedad”, y las cuales, de acuerdo a sus creencias, estaban habitadas por seres infrahumanos a los cuales se les debería convertir no sólo a la religión que ellos detentaban sino atraerlos, por las buenas o por las malas, hacia su cultura y modo de vida.

La presencia de Cortés en la California obedecía al proyecto expansionista de la Corona Española, la cual buscaba a toda costa apoderarse del mayor número de recursos naturales y humanos de estas tierras que se encontraban en la región que les había sido asignada con base al Tratado de Tordesillas (1494) que firmaron con sus rivales, los portugueses. Si bien es cierto que la llegada de los españoles a lo que posteriormente se conoció como América, había sido de forma accidental y fortuita, puesto que ellos buscaban una ruta marítima a las islas de Especiería por el Occidente, de ninguna manera iban a despreciar un territorio en el cual, desde el principio, encontraron con grandes riquezas minerales y recursos humanos. El primer paso para asegurar el dominio de estos territorios fue pactar alianzas con diferentes grupos de naturales con el propósito de derrotar a un grupo de pueblos que mantenían la hegemonía en una buena parte de estas tierras, la famosa Triple Alianza (los señoríos de Texcoco, Tenochtitlan y tlacopan). Con la caída de Tenochtitlan (1521) se redujo en gran medida la resistencia de los pueblos nativos ante el avance de los colonos recién llegados, por lo que se iniciaron una serie de exploraciones y “posesiones” que ensancharon aún más el dominio español.

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Cortés, hombre hábil, que había demostrado con creces su carácter apasionado y perseverante, decide continuar con la búsqueda de una ruta que permitiera retomar el acceso a las islas de Especiería. Para tal fin suscribe las famosas “Capitulaciones” con la Corona Española (1529) en las que se compromete a realizar la exploración y colonización de islas y tierras en el lado de la Mar del Sur, obviamente con la respectiva recompensa pactada en los mencionados documentos. En el año de 1532 envía una expedición al mando de Diego Hurtado de Mendoza con el propósito de explorar estos sitios del noroeste, lamentablemente tuvo un trágico final. Posteriormente en 1533 vuelve a la carga enviando un nuevo contingente a cargo de Diego Becerra de Mendoza, el cual a las pocas semanas de partir enfrenta una rebelión en donde es asesinado su capitán, quedando al mando de los amotinados el piloto Fortún Jiménez, el cual encabezó este movimiento sedicioso.

En esta última expedición, el barco encuentra a su paso una larga extensión de tierra de la cual ignoran si era una isla o una península. En su recorrido, Jiménez y sus hombres deciden desembarcar en una bahía con el propósito de rellenar sus ya casi vacíos depósitos de agua y conseguir alimentos, además de lo anterior descubre una gran cantidad de madreperlas las cuales empiezan a explotar. Hasta el momento se desconoce cuál fue el motivo que inició la lucha entre los recién llegados y los naturales que habitaban el lugar. De acuerdo a Pablo L. Martínez “los blancos intentaron violentar a las mujeres indígenas, lo que provocó el furor de los nativos, quienes se echaron sobre los españoles, matando a Jiménez junto con veinte compañeros”[1], esta versión se supo debido a que algunos españoles que quedaron en el barco, al ver que sus compañeros eran asaltados por los naturales, deciden abandonar apresuradamente el sitio y ponen rumbo hacia Sinaloa en donde son apresados por gente de Nuño de Guzmán, a quien narran sus peripecias en este sitio.

Bernal Díaz del Castillo, da otra versión sobre los motivos del ataque de los californios a la gente de Jiménez: “Y como saltó en tierra y los naturales de aquella bahía o isla estaban en guerra, los mataron, que no quedaron, salvo los marineros que quedaban en el navío”. Esta versión es poco probable debido a que si bien es cierto que los grupos nativos de la California son descritos por los jesuitas como belicosos entre ellos y que por cualquier motivo iniciaban pleitos entre sus rancherías, las cuales involucraban al poco tiempo a varias de ellas, cuando llegaban grupos de exploradores europeos, lo primero que hacían los naturales era escapar hacia el interior de sus tierras y sólo después de pasado ciertos días se acercaban a conocer a los extranjeros. Era imposible que los hubieran confundido con otro grupo de nativos de la California puesto que ni su apariencia física, vestimenta, armamento o lengua era conocido por los habitantes de esta tierra.

En lo que respecta a la primera hipótesis, que fue sostenida por Pablo L. Martínez, en donde se dice que los españoles intentaron abusar de las mujeres indígenas causando el enojo y agresión de los naturales, esto es también muy remoto. No olvidemos que tanto los guaycuras como los pericúes eran los grupos étnicos que poblaban la ensenada de La Paz así como islas cercanas, y entre sus costumbres estaba el ofrecer a sus mujeres a los visitantes para que tuvieran sexo con ellas, lo anterior como una muestra de amistad, por lo que es difícil que se hayan molestado si acaso algunos de los recién llegados quisieran cohabitar con sus mujeres.

Existe una tercera hipótesis que hasta el momento considero como el detonante más probable de la agresión de los naturales al contingente de Jiménez. Esta hipótesis la ha desarrollado el investigador Julio César Montané Martí y ha expuesto en sus libros el historiador Carlos Lazcano Sahagún: “Algo más probable quizá fue la defensa de las fuentes de agua por parte de los guaycuras. Los navegantes españoles siempre andaban en busca de agua fresca y en cualquier punto que se detenían, una de sus prioridades era el agua. Para los indios californios, debido a lo hostil de la geografía californiana, el agua también era una prioridad y la defensa de sus fuentes motivo de guerras y ataques. El misionero Jaime Bravo menciona en una de sus cartas como los guaycuras de la bahía de La Paz defendían el único aguaje que tenía: “. . . mezquitales y otros árboles que estaban inmediatos al aguaje, desde donde disparaban flechazos los guaycuros a los buzos, siempre que venían a hacer aguada, y para poderla hacer, habían de estar disparando tiros a dicho monte”[2].

Retomando el hilo de las expediciones enviadas hacia lo que hoy se conoce como la península de Baja California, Hernán Cortés, tal vez frustrado por el triste desenlace de sus empresas así como las grandes pérdidas económicas y en hombres que tuvo en ellas, decide encabezar él mismo una nueva exploración. Fue durante los últimos meses de 1534 y principios de 1535 que prepara un nuevo contingente así como varios barcos con los cuales parte del puerto de Chametla, del actual estado de Sinaloa, el 18 de abril de 1535, rumbo a la tierra en la cual yacían los restos de Fortún Jiménez y varios de sus hombres. De acuerdo a los diarios de navegación, se sabe que Cortés avistó tierra peninsular desde el 1 de mayo, pero fue hasta el 3 del mismo mes que decide desembarcar en el mismo sitio donde había llegado Jiménez y toma posesión del sitio nombrándolo “Santa Cruz”.

Desde el principio, la relación de Cortés con los californios fue fría y distante. Los nativos veían con desconfianza a los recién llegados, principalmente por la amarga experiencia que habían tenido un poco más de un año atrás con la llegada de Fortún Jiménez y sus hombres. No olvidemos que los exploradores españoles, al fin hijos de su tiempo, tenían una actitud de superioridad en cuanto a los grupos étnicos, a los cuales consideraban sus vasallos y para ellos, cualquier territorio que encontraran en estas latitudes “era tierra conquistable” y de la cual podían tomar posesión sin necesidad de pedir consentimiento a sus moradores. Además de ello, lo usual es que los contingentes de exploradores, dispusieran de los recursos como el agua, la flora y fauna que ahí existían para su beneficio, sin pedir permiso ni pensar en las consecuencias que esto acarrearía a los grupos que habitaban estos lugares desde hace miles de años. Como ya mencioné, este tipo de prácticas no eran sólo propias de los españoles, sino que eran comunes a todos los reinos existentes en ese entonces en todo el orbe. Tal vez al día de hoy nos parezcan prácticas abusivas y carentes de toda legalidad, pero recordemos que estamos analizando hechos acontecidos en el siglo XVI, en donde eran atribuciones totalmente legales y de acuerdo a la mentalidad imperante.

Es probable que ni Cortés ni sus hombres desearan un enfrentamiento con los locales, el hecho de que iban en una misión de exploración y colonización requería hacer alianzas, y mantener un trato amistoso con la gente que poblaba estas tierras; en el pasado, la sensibilidad demostrada por Cortés para tejer acuerdos con los naturales le había redundado en la conquista de Tenochtitlán, por lo que tras catorce años de aquel acontecimiento, estaba bastante bien curtido en la diplomacia que había de tener con los pueblos que iba conociendo en esta nueva tierra. Sin embargo, los habitantes de la ahora nombrada “Santa Cruz”, tenían memoria y recordaban su lamentable encuentro con la gente de Jiménez, por lo que desde un principio demostraron su rechazo hacia la estancia de los extranjeros en el lugar. Lo anterior quedó plasmado en el testimonio de uno de los españoles que estuvo con Cortés en esta empresa y que fue retomado por el historiador Lazcano Sahagún en uno de sus libros: Es decir aparentemente no hubo ningún tipo de oposición, por lo cual procedía la incorporación de esa tierra a la corona de España. Sin embargo sí hubo oposición, la cual desde luego no menciona Cortés, pero sí uno de los españoles que lo acompañaban; Hernán Rodríguez: . . . dijo: “que luego como saltaron en tierra, oyó decir que habían venido hasta cincuenta ó sesenta indios, al Marqués, a defender la entrada e haciéndoles rayas que no pasasen …”. Es decir, los indios naturales no estuvieron de acuerdo con la presencia hispana en su tierra y le pintaron a Cortés una raya en la arena para que no pasara. Cruzar la raya sería como una declaración de guerra. Esta costumbre de pintar una raya para marcar un límite a la presencia de extraños, al parecer fue una costumbre extendida entre grupos indígenas del norte de México. Se sabe que los yaquis en Sonora, también le pintaron su raya a los españoles, justamente en esos mismos años. Esa raya en la arena simbolizó la primer frontera en California, entre la cultura indígena y la occidental [3].

El buen trato hacia los naturales de estas tierras estuvo garantizado desde el inicio, cuando Cortés suscribió las “Capitulaciones” con la Corona Española. En varios párrafos se reitera “el buen tratamiento que debían dar a los indios”, por lo que so pena de ser enjuiciado y castigado, además de perder cualquier beneficio que pudiera obtener de estas exploraciones, Cortés y sus hombres estaban obligados a obedecer estos acuerdos. Aquí menciono algunas partes de las “Capitulaciones” en donde queda de manifiesto lo ya mencionado:

Buen tratamiento a los indios

Otro sí, Ordenamos y Mandamos que si las dichas Nuestras justicias, por la dicha información o informaciones, hallaren que algunos de Nuestros subditos, de qua/quier calidad o condición que sean, o otros que tubiesen algunos indios por esclavos, sacado y traídos de sus tierras y naturaleza injusta e indevidamente, los saquen de su poder e queriendo los tales indios, los hagan volver a sus tierras y naturaleza, si buenamente y sin incomodidad se pudiese hacer; y no se pudiendo esto hazer cómoda y buenamente, les pongan en aquella libertad o encomienda que de rrazon y de justicia, segun la calidad o capacidad o habilidad de sus personas hubiese lugar, teniendo siempre rrespeto y consideración al bien y provecho de los dichos indios, para que sean tratados como libres, y no como esclavos, y que sean bien mantenidos y governados, y que no se les dé trabajo demasiado, y que no los tengan en las minas contra su voluntad, lo qua/ han de hazer con parecer del Prelado o de su oficial abiendolo en el lugar, y en su ausencia, con acuerdo y parecer del cura ó su teniente de la Iglesia que ende estuviere, sobre lo qual, encargo mucho a todos las conciencias; y si los dichos indios fuesen cristianos, no se han de volver a sus tierras, aunque ellos lo quieran, si no estuviesen convertidos a nuestra santa fee católica, por el peligro que a sus animas se les puede seguir.

Si se llega a vivir en las islas o tierra

Otro sí, Mandamos que después de fecha y dada a entender la dicha amonestacion y rrequerimiento a los dichos indios, segun y como se contiene en el capítulo supra próximo, si vieredes que conviene y es necesario para servicio de Dios y Nuestro y seguridad vuestra y de los que adelante hubieren de vivir y morar en las dichas Islas o tierra, de hazer algunas fortalezas o casas fuertes o llanas para vuestras moradas, procuraran con mucha diligencia y cuidado de las hazer en las partes y lugares donde esten mejor y se puedan conservar e perpetuar; procurando que se hagan con el menor daño y perjuicio que ser pueda, sin les herir y matar por causa de las hazer e sin les tomar por fuerza sus bienes e hacienda, antes Mandamos que les hagan buen tratamiento e buenas obras y les animen e alleguen y traten como a próximos, de manera que por ello y por ejemplo de sus vidas, de los dichos religiosos o clérigos, o por su doctrina, pedricación e instrución venga en conocimiento de nuestrafeé y en amor y gana de ser Nuestros vasallos y de estar y perseverar en nuestro servicio, como los otros nuestro vasallos, subditos y naturales. 

Trato justo

Otro sí, mandamos que la misma forma y orden guardeb y cumplan en los rescates y en todas las otras contrataciones que oviesen de hazer e hizieren con los dicho indios, sin les tomar por fuerza ni contra su voluntad ni les facer mal ni daño en sus personas, dando a los dichos indios por lo que tuvieren y los dichos españoles quisieren aber, satisfacción o equivalencia, de manera que ellos queden contentos.[4]

Cortés, durante su estancia en la California, siempre cuidó de que sus hombres no dañaran intencionalmente a alguno de los naturales e incluso les hacía severas amonestaciones y prevenía de los castigos de los que podían hacerse acreedores si llegaban a propasarse con ellos. Sin embargo, algo que Cortés no podía impedir, era el que sus hombres sintieran un rechazo por las costumbres de los grupos que habitaban estas tierras, las cuales chocaban con las suyas, haciéndolos ver como bestiales y salvajes a sus ojos, y por lo mismo rechazándolos e indisponiéndolos con ellos. A continuación Lazcano Sahagún comenta algunas de ellas: “Siempre andaban con sus arcos y flechas y con unas varas. Se alimentaban de semillas, frutos, yerbas, raíces, pescado, mariscos y carne de otros animales. A los españoles les escandalizó que llegaran a comer la carne cruda, e incluso llegaron a pensar que eran antropófagos. De hecho consideraron a los indios como gente salvaje, bestial y sin razón”.

Otra costumbre indígena que horrorizó a los españoles fue el que la suciedad de los hombres la guardaban seca para comer. Esta parece ser la primera referencia a lo que posteriormente los misioneros llamarían “la segunda cosecha”, que se trata de formas muy particulares de sobrevivir en el desierto y que imponía la difícil geografía de la península.

Sin embargo, lo que mayor estupor causó a los españoles fue el que los indios cuando quieren ayuntarse, varón con muger, lo hacen en presencia de todos; é . . . toman á las mugeres por las espaldas, como animales, y para confirmar esto uno de los testigos, Hemán Rodríguez, dijo: . . . que un indio de los naturales le trageron donde estaba el Marqués, é le mandó meter en la cocina donde estaba una india de los dichos naturales para que aprendiese la lengua, é que estando en la dicha cocina, el dicho indio, dicen, que asió a la india por las espaldas é hizo su voluntad, é que á palos no se la pudieron quitar hasta que cumplió su voluntad; é que se dice que las mugeres son comunes a todos, é que ninguno tiene muger propia; é que también oyó decir que eran sodométicos.

Estas acusaciones de bestialismo y homosexualismo eran parte del famoso “pecado nefando”, una de las justificaciones que daban los españoles para someter a los indios. Las acusaciones también incluían el canibalismo, que como ya vimos era otra de las excusas importantes y que viene mencionada en las capitulaciones del rey. Al respecto nos dice el testigo Alonso de Ceballos: …lo que sabe es quéste testigo los tiene por selváticos é sin ninguna razón ni ley, ni manera de vivir,· é que sabe, segund todos decían, que se comen unos á otros, porque los han hallado el indio é indios enteros asados… [5].

Como podemos comprender, esta visión eurocentrista, descalificaba de entrada cualquier contacto “terso” que pudiera darse entre los recién llegados y los californios. Además de ello, coincidimos en lo que afirma Carlos Lazcano, que la colonia de la Santa Cruz, fue siempre “una bahía sitiada”:

Para rematar los guaycura no les facilitaban las cosas, y así, el mismo Hernán Rodríguez nos dice: …que yendoá buscar la dicha comida tres y cuatro leguas del Real, sabe que un día mataron los indios, siete cristianos, porque iban tan flacos que no tenían fuerzas para poderse defender; é que asimismo mataron muchos negros é indios [amigos] yendoá buscar la dicha comida; y que algunos cristianos por la necesidad que tenían, mataban los caballos; é que también los dichos indios naturales, por falta de comida, les mataban los caballos é se los comían.

El panorama era de desastre. Otro testigo afirma que habían sido unos 15 los españoles muertos de esta manera y no menos de unos 120 entre indios amigos y negros esclavos, así como unos 45 caballos. Otro testimonio consigna que habían muerto entre españoles e indios naturales unos 25 y “que muertos de indios é de hambre é muertos los caballos para comer, pasaban de cuarenta caballos”. Otro dice que cree son unos 30 en total de muertos del bando español, incluyendo indios amigos, negros y españoles. Los testigos no se ponen de acuerdo en la cifra, pero lo que si se ve es una terrible tragedia”[6].  Así que haciendo cuentas, los españoles se mostraron mucho más comprensivos y “civilizados” con los Californios, que éstos con los primeros.

Durante su estancia en la California, se enviaron por lo menos cuatro misiones de exploración a diferentes sitios de esta tierra, buscando corroborar la supuesta presencia de grandes ciudades y oro, tal como se suponía que debía haber si esta tierra era la “Isla California” tan mencionada en Las Sergas de Esplandián, sin embargo, los resultados desmintieron este mito. Lo que sí demostraron fue el cuidado que puso Hernán Cortés en prevenir a sus contingentes de exploración de tratar con respeto y cortesía a todos los naturales que fueran encontrando, lo cual vuelve a poner de manifiesto el papel diplomático de Cortés y la misión que venía a desempeñar. Algunos ejemplos de estas órdenes lo retomamos de “Las instrucciones que Cortés diera a Juan de Jasso para explorar el territorio más allá de la Bahía de Santa Cruz”:

“No molestar a los naturales

Item si topardes alguna gente de los naturales de la tierra aora en poca cantidad aora en mucha, aora en pueblo o ranchería o fuera della, trabajaréis por todas las formas que pudierdes de darles a entender que no váis a les enoxar ni a facer daño ni perjuicio alguno sino que váis a ver la tierra y a buscar bastimentas, y que si los /al/ardes se los pagaréis del rescate que lleváis hasta hacer en esto todo lo que vos a posible no consentiréis que ninguno de los de vuestra compañía los enoxe en persona ni en haciendas y si alguno sin vuestra licencia se desmandara, castigarlo éis con toda riguridad en presencia de los naturales y darles éis a entender que por el enoxo que les hicieron los castigáis.

Item si habiéndoles fecho todos los cumplimientos y diligencias necesarias para darles a entender que no les queréis enoxar y no obstante todavía ellos fueren pertinaces y quisieren ofenderos, defenderos éis, e darles éis a entender e conocer el yerro que ficieron en acometeros e quereros ferir sin causa.

Item si en la manera susodicha y por su culpa con los naturales, trabajaréis que a mujer ni a niño no les faga daño ni se les queme mieses ni casas ni otras heredades, pero el despojo mueble que /al/ardes hacerlo éis recoger e inventarias ante tres personas de las de vuestra compañía, las que más autoridad para esto tuvieren mandado sopena de muerte, que ninguno esconda cosa aunque sea de poco valor de lo que se oliere de dicho despojo.

Item porque muchas veces suele acaecer que la gente de guerra movida con la codicia dexando seguir la vitoria se ocupan en el despojo, apercibís/os éis que ninguno tome cosa aunque sea de comer del despojo de los enemigos hasta ser echados del campo y con siguridad enteramente de la votiria dellos, porque suele volver hallando la gente desconcertada y sin orden, los vencidos ser vencedores y esto habéis de amonestar con mucha instancia y castigarlo con mucha riguridad.

No romper con los naturales

Item si antes del tiempo que lleváis señalado para volver hallardes alguna poblazón que sea poblazón formada donde haya labranzas y las otras particularidades que suelen tener los pueblos de los naturales destas partes, no consentiréis que se les tome cosa alguna contra su voluntad aunque sean bastimentas, pues los lleváis de aquí para el tiempo que debáis de estar y si algo os dieren, pagárselo éis del rescate que lleváis, de manera que queden contento y trabajad sin os quedar nada de lo posible de no venir en rompimiento con ellos, aunque para ello os sea forzado volver desde allá a este campo.

Honrar a los principales

Item informaros éis si en el tal pueblo hay señor natural a quien todos obedezcan y si lo hubiere trabajaréis de hablarle y mostrarle todo amor y buena voluntad e dallo de lo que lleváis por manera que conozcan los señores y personas principales han de ser muy honrados y preferidos en todo buen tratamiento e porque suele acaecer que los señores se niegan e no quieren parecer de temor sabiendo que hay señor si buenamente él no viniere a hablarlos o quisiere que vos le habléis, procuraréis insistir muncho en ello más de informaros lo mejor e más secretamente que pudierdes de la manera que se tiene en obedecerle y servirle y lo mismo /aréis si topardeis algunas rancherías grandes donde obiere copia de gente [7].

Tratando de sacar algunas conclusiones de la presente Conferencia podemos concluir que Hernán Cortés nunca pretendió abusar y mucho menos masacrar a los pobladores de la bahía de la Santa Cruz o de los sitios en donde estuvo su gente al interior de esta tierra. En cambio, desde un principio apercibió a todos los que estaban bajo sus órdenes de ofrecer un trato digno y respetuoso a los naturales, buscando en todo momento granjearse su amistad e incluso “servirles” en lo que se pudiere.

La paciencia y tolerancia demostrada por Cortés en esta incursión, fue mucha puesto que bien justificado hubiera estado un acto de guerra contra los pobladores de la bahía de la Santa Cruz, para vengar las muertes de tantos españoles, indios y negros que fueron ultimados por los naturales durante la estancia de esta fallida colonia, sin embargo no existe evidencia ni constancia de que esto haya ocurrido.

No se conoce un acto de agresión hacia los naturales por parte de los hombres de Cortés, mas sin embargo sí quedó constancia del rechazo que estos les tenían por sus costumbres alimentarias y sexuales. Algo comprensible y justificable tomando en cuenta la poca preparación de los soldados, marineros y demás personas que acompañaron a Cortés, que eran, como siempre manifiesto, hijos de su tiempo.

Creo que es tiempo de analizar con una óptica más justa y objetiva, la influencia de Hernán Cortés en la hoy península de Baja California. La leyenda negra que se han encargado de perpetuar de la figura cruel y sanguinaria de este conquistador, hoy se ve trastocada y corregida. La evidencia documental nos deja claro que la llegada de Cortés y muchos otros exploradores a la península de California iba acompañada de declaraciones pacíficas y que buscaba el integrar a los habitantes de esta retirada parte de la Nueva España a un mundo que estaba cambiando. No negamos que entre estos extranjeros hubo algunos de aviesas intenciones y que causaron daño a los naturales, sin embargo la mayoría sólo quería su bien, de acuerdo a lo que en esa época y a la perspectiva ideológica se puede entender por esa palabra.

Es necesario que los historiadores continuemos indagando y difundiendo más evidencias sólidas sobre estos sucesos, con el único propósito de acercarnos a la verdad histórica y se coloque en su justa dimensión, para el bien de nuestra identidad mexicana, el papel que cada uno de los actores desempeñaron en este devenir histórico de nuestra nación.

[1] Pablo L. Martínez, Historia de Baja California, La Paz, Instituto Sudcaliforniano de Cultura, 2011, pág. 83

[2] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, págs. 67-68

[3] Carlos Lazcano Sahagún op. Cit. pág. 67.

[4]Capitulación celebrada por la reina Juana con Fernando Cortés para la exploración de la Mar del Sur 27 de octubre de 1529”, como se citó en Lazcano, La Bahía de la Santa Cruz. Cortés en California. 1535-1536, 2006.

[5] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, págs. 93-94.

[6] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, pág. 97.

[7] González Leal, Mariano, Juan de Jasso, El Viejo, “La Alborada de Guanajuato y la fundación de León”, como se citó en Lazcano, La Bahía de la Santa Cruz. Cortés en California. 1535-1536, 2006.

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El uso de las imágenes en la catequismo de los californios

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS. Hace unos meses, cuando me encontraba en el interior de la Iglesia de San Francisco Javier, en el poblado del mismo nombre en Baja California Sur, me quedé en un profundo estado de contemplación al admirar su retablo principal, el cual está dedicado al mismo santo. Los nueve óleos que flanquean la estatua del santo le dan un ambiente supranatural, al tiempo que la cubierta áurea del retablo genera una impresión de estar ante la presencia de algo sumamente sagrado. El objetivo de esta obra ¿fue tener un altar hermosamente ornamentado o su función fue más allá? La respuesta a lo anterior la descubriremos a continuación.

El uso de imágenes y esculturas en el culto cristiano venía como herencia de las religiones y veneraciones más antiguas que las precedieron: egipcios, judaísmo, helenismo, etcétera. De las cuales se nutrió para su surgimiento, pero que, paulatinamente, les fue dando un sesgo muy específico que actualmente conforma toda la teoría que subyace a esta religión. Sin embargo, este camino nunca estuvo salvo de obstáculos. Siempre hubo grupos de cristianos que se oponían al uso de imágenes como objeto de culto y lo anterior se percibe en una carta dirigida al Obispo Sereno de Marsella escrita a finales del siglo VII, San Gregorio censuraba la destrucción de imágenes religiosas perpetrada en la diócesis marsellesa, señalando el provecho que habría podido extraerse de ellas: Te alabamos por haber prohibido adorar las imágenes, aunque reprobamos que las hayas destruido. Adorar una imagen es diferente de aprender lo que se debe adorar por medio de la pintura […] La obra de arte tiene pleno derecho de existir, pues su fin no es ser adorada por los fieles, sino enseñar a los ignorantes. Lo que los doctos pueden leer con su inteligencia en los libros, lo ven los ignorantes con sus ojos en los cuadros. Lo que todos tienen que imitar y realizar, unos lo ven pintado en las paredes y otros lo leen escrito en los libros.

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Años después, durante el imperio Bizantino, surgió una facción al interior de la iglesia que pedía la erradicación del culto de imágenes y esculturas, a este movimiento se le conoció como iconoclasta. En el año 787 se realizó el VII Concilio Ecuménico en Nicea, para que zanjara la cuestión de forma concluyente. El Concilio determinó que las imágenes no sólo eran útiles, sino sagradas. No en sí mismas, sino por lo que representaban: “El honor rendido a la imagen revierte a lo que ésta representa”. Recalcó la diferencia entre un ídolo y un ícono; el primero, como su nombre lo indica, es un vehículo para la idolatría, mientras que el segundo es un intermediario con lo sagrado.

Fue durante los siglos que van del XII al XV que se dio la gran efervescencia del uso de esculturas y pinturas como forma de transmitir las enseñanzas bíblicas así como los dogmas cristianos, sin embargo, la heterogeneidad de corrientes que surgieron al interior del cristianismo hicieron peligrar la unidad tan frágil que existía. Fue entonces que surge un gran cisma denominado La Reforma —encabezado por Martín Lutero—, que entre sus postulados buscaba la desaparición de las imágenes como objeto de devoción y culto en el cristianismo. De nuevo, para aclarar este desaguisado se tuvo que convocar a un concilio, el cual se celebró en Trento (1545-1565) en donde se reafirmó la importancia de imágenes con una utilidad didáctica, sin embargo, concedía razón en la necesidad de que hubiera un mayor control de parte de la iglesia en su elaboración y contenido.

Hay que tomar en cuenta que la Sociedad de Jesús nace en plena debacle reformista, en el año de 1540, y su propósito principal es ser fieles defensores de la doctrina católica así como leales en todo a El Papa. Con el paso de los años fueron perfeccionando el uso de técnicas que les permitieran evangelizar a los grupos de “gentiles” entre los que les tocaba realizar sus misiones y poder cumplir con su objetivo con el mayor de los éxitos de forma perdurable y rápida. En el caso de la Nueva España, la orden de los jesuitas fue casi de las últimas en llegar y fueron destinados para realizar su ministerio en el septentrión novohispano, en las tierras que fueron catalogadas como “los confines de la cristiandad”.

Uno de estos sitios fue la Antigua California, a la cual arribaron de forma permanente a partir del año de 1697 cuando fundan la Misión y Real Presidio de Loreto. Conforme fueron aprendiendo la lengua de los naturales poco a poco analizaron sus ceremonias, rituales y creencias con el fin de conocer la manera de aprovecharlas para la comprensión de los rezos y misterios de la fe, que, hasta ese momento, sólo se enseñaban de forma mecánica y memorística, pero con una limitada comprensión de su contenido. No debemos olvidar que de acuerdo a las manifestaciones culturales de los californios se pudieron ubicar en la etapa del paleolítico, lo que se manifestaba en una gran disparidad y desfase entre el pensamiento de los colonos y el de los nativos.

Además de las estrategias ya descritas, los ignacianos reforzaban su adoctrinamiento a través de mostrar imágenes a sus catecúmenos. Las mencionadas imágenes las traían consigo los sacerdotes o las pedían a sus sedes en las ciudades de Guadalajara y la Ciudad de México, y eran elaboradas bajo rigurosas normas y controles tratando en todo momento el causar un impacto no sólo en la memoria de los naturales sino en sus emociones, ya que se consideraba que una imagen, sea una pintura o una escultura, posee una carga semántica muy compleja y completa que evoca emociones indescriptibles y que facilita la percepción de aspectos abstractos como valores, virtudes y actos que difícilmente pueden ser expresados con lenguaje verbal o escrito.

Sin embargo, este proceso no siempre provocaba los efectos deseados y esto fue descrito en un relato un tanto jocoso por el sacerdote Ignaz Pfefferkorn: Un ejemplo de lo anterior es lo acaecido a un misionero jesuita que, con el fin de enseñar a los indios qué les esperaría si se iban al infierno por no ser buenos cristianos, les mostró una llamativa pintura en la que se veían ardientes llamas atormentando el alma de un pecador, y varias espantosas serpientes que parecían querer devorarla, con todo lo cual se pretendía causar el horror de los nativos. Sin embargo, éstos vieron la pintura primero con detenimiento, y luego mostraron alegría. Al preguntárseles por qué les gustaba aquella imagen del infierno, contestaron que sería una gran ventaja estar en un sitio con lumbre para calentarse en las noches frías, y víboras para comer.

Poco a poco al ir evolucionando las “reducciones” en las que fueron confinados una buena parte de los Californios y que llevaron pomposamente el nombre de misiones, el proceso de evangelización (catequización) fue haciéndose más rápido y efectivo. Dentro de las iglesias que se iban erigiendo empezaron a poblase de óleos y esculturas que evocaban pasajes bíblicos, virtudes que debían ser emuladas por los feligreses, y por qué no, castigos que les esperaban en esta y en otra vida si acaso se desviaban de los preceptos enseñados por los sacerdotes. La vida dentro de las misiones se regía por una estricta disciplina religiosa en donde el tañer de la campana de la iglesia marcaba el inicio de las labores diarias las cuales siempre comenzaban con la visita a la iglesia para el canto del “Alabado”, rezo del rosario y encomendarse en su jornada al altísimo.

No cabe duda que la veneración que se tiene de las imágenes sacras por los descendientes de esos californios y los primeros colonos europeos que llegaron a estas tierras, los cuales ahora viven en ranchos, pueblos y ciudades por toda la geografía peninsular, es un legado que viene desde estos tiempos misionales y que debe ser analizado y respetado como un patrimonio intangible de nuestra cultura sudpeninsular.

Bibliografía.

Sonora, a Description of the Province, Ignaz Pfefferkorn, S.J.

El arte sacro como catecismo visual y complemento litúrgico en las misiones de Las Californias, Elizabeth Agripina Simpson Gutiérrez.

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El canto y la música en las Misiones Californianas

IMÁGENES: Cortesía

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la educación que se imparte actualmente en las escuelas, ocasionalmente se realizan actividades musicales como el canto y la danza. Su aprendizaje se reserva, por lo general, para ocasiones especiales como las famosas “asambleas” o para festivales artísticos, sin embargo, su enseñanza cotidiana se ha relegado para dar paso a una educación academicista. En la antigua California, los misioneros hacían de estas dos expresiones artísticas algo cotidiano.

Durante el establecimiento de las Misiones Californianas, los sacerdotes pensaron en diferentes estrategias para acercar a los naturales al aprendizaje de los rezos. Si bien es cierto que las largas recitaciones a cargo de un temastián del mismo grupo lograba este cometido, esto era muy tardado y no lograba el efecto de que lo realizaran con goce y alegría. Fieles observadores de las costumbres de los nativos, se dieron cuenta que el canto y la danza formaba parte de sus rituales inmemoriales y decidieron utilizarlos a su favor. Fue así como la enseñanza de los rezos empezó a hacerse por medio de la entonación de cantos. Fue la oportunidad idónea para practicar la gran cantidad de cantos de los que disponían los sacerdotes y una ocasión de goce por parte de los naturales.

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En las cartas y relaciones redactadas por los misioneros, se pueden leer una gran cantidad de referencias sobre las oportunidades que se tuvieron para practicar estos cantos e, incluso, la enseñanza formal de ellos en las instituciones educativas que crearon en sus Misiones. En el diario que llevó el almirante Isidro Atondo y Antillón en su exploración por la California reporta lo siguiente: Después de la noche de navidad de 1683, que se celebró con tres misas, cantos y bailes, los expedicionarios hicieron varios reconocimientos por los alrededores, se ocuparon en hacer adobes para levantar más viviendas. El anterior relato se dejó asentado durante la primera incursión que realizaron partiendo hacia el oeste del puerto de San Bruno.

El sacerdote Clemente Guillén, durante sus viajes de exploración hacia la región de Bahía Magdalena escribió lo siguiente: Esa noche, después de rezado el Rosario y dichas las Letanías Lauretanas se cantó El Alabado, lo que  impresionó agradablemente a los indios del lugar, que se acercaron al real para oír los cantos. Como podemos darnos cuenta el canto se convirtió en una actividad de práctica de la nueva religión, así como un momento de relajamiento para los catecúmenos. Uno de los sacerdotes que destacó en la enseñanza del canto fue el sacerdote veneciano Pedro María Nascimben, al cual recordaban sus compañeros de Misión por haber enseñado canto coral tanto a hombres como mujeres nativos en la misión de Mulegé.

Hasta el siempre mal humorado jesuita J. J. Baegert dejó un apartado en sus relaciones para hablar sobre la influencia benéfica de dos sacerdotes en la enseñanza del canto: …El padre Xavier Bischoff, de Glatz en Bohemia, y el padre Pedro Nascimben, de Venecia, Italia, fueron particularmente responsables de introducir el canto coral a California. Habían entrenado a los californios, tanto hombres como mujeres, con incomparable esfuerzo y paciencia... Se dice incluso que, cuando los franciscanos llegaron iniciaron su labor en la iglesia de Loreto, se sorprendieron agradablemente al escuchar el coro tan entonado y musicalmente educado que constituyó el sacerdote Bischoff en ese lugar.

Los sacerdotes Juan de Ugarte y Juan María de Salvatierra también destacaron en la enseñanza musical de los neófitos, lo cual fue relativamente fácil debido a la sensibilidad y predisposición de muchos de los niños y niñas del lugar, los cuales de buen agrado practicaban los cantos que les enseñaban y los ejecutaban con gran maestría. Otro sacerdote jesuita de nombre Gaspar Trujillo, durante su estancia en la Misión de Loreto adquirió varios instrumentos musicales, destacando en ello un órgano, con los cuales pudo acrecentar la capacidad de canto y el aprendizaje musical de los naturales. El jesuita José Mariano Rothea instaló una escuela en su misión de San Ignacio Kadakaamán, en donde instruía a los niños y niñas en las materias de español, historia, religión y canto, además de clases de costura para las niñas.

Digno de un estudio más profundo sería el poder saber cuáles eran las canciones que se les enseñaban a los Californios en las Misiones, así como la música de las mismas. Lo anterior complementaría en grado sumo la hermosa historia misional que poseemos.

 

Bibliografía:

Misioneros Jesuitas En Baja California – Antonio Ponce Aguilar

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Dialéctica de la California: Rousseau frente a Baegert (II)

FOTOS. Internet

Colaboración Especial

Por Francisco Draco Lizárraga Hernández

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Sin lugar a dudas, estas posturas de Jean-Jacques Rousseau enervaron a los jesuitas ya que hacían que sus conquistas apostólicas y empresas civilizatorias fueran consideradas como perniciosas, por lo cual no faltaron duras objeciones a estas ideas por parte de la Compañía de Jesús y de la Iglesia católica en general. Ante esto, los antiguos misioneros de la California, al poco tiempo de haber iniciado su exilio en el Viejo Continente luego de su deportación de los imperios borbónicos, se lanzaron a la palestra intelectual de la época; la finalidad era refutar la ilusoria idea del buen salvaje predicada por Rousseau y desmentir los falsos rumores sobre las riquezas que estos religiosos amasaron en la península de Baja California durante sus siete décadas de apostolado.

Dentro de la Historia de la Antigua o Baja California, el padre Clavijero no hesita en evidenciar la barbarie y condiciones tan precarias en las que vivían los antiguos californios cada vez que tiene la oportunidad; razón por la cual dedicó un capítulo entero en hacer un elogio a la labor del padre Juan de Ugarte como el pionero de la educación en la Baja California al haber fundado una escuela para enseñar a los neófitos no sólo la doctrina católica; sino que también este misionero se empeñó arduamente en que sus feligreses, “tan acostumbrados a una perpetua ociosidad y una libertad desenfrenada”, aprendiesen a labrar la tierra y a realizar oficios; esto con el fin de civilizarlos para que eventualmente fuesen autosuficientes. Tanta era la admiración de Francisco Xavier Clavijero por el padre Ugarte  —ya que él nunca pisó la California—, que no dudó en decir que sus 30 años en la península equivalieron a un siglo en la evangelización de los Californios, sintiéndose muy conmovido por las tres décadas que este misionero de ingenio sublime tuvo que, voluntariamente y por la gracia de Dios, conversar con “estúpidos salvajes”; ello pese a haberse criado en una casa opulenta, y de haber sido educado en las mejores escuelas de la Nueva España de su época.

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En el caso del padre Johann Jacob Baegert, él no sólo se conformó con calificar a los indígenas de la península de la Baja California como salvajes, como lo hizo Clavijero, sino que, a lo largo de toda su obra sobre la California, realiza una diatriba amarga y feroz contra los Californios al decir: “Por regla general puede decirse de los californios que son tontos, torpes, toscos, sucios, insolentes, ingratos, mentirosos, pillos, perezosos en extremo, grandes habladores […] son gente desorientada, desprevenida, irreflexiva e irresponsable; gente que para nada puede dominarse y que en todo siguen sus instintos naturales, igual a las bestias”. Con esto, el padre Baegert no sólo quiere reforzar la idea de lo difícil que fue la evangelización en la Antigua California a causa de la bestialidad de sus pobladores; sino que también pareciera que, con base en su experiencia misional, busca destruir los argumentos de Rousseau sobre la bondad y virtud innata de los pueblos incivilizados de América, mostrando con ello la supuesta necesidad que se tenía por llevar a los californios el Evangelio para iluminar sus almas y en enseñarles a vivir de manera civilizada para que saliesen de su perenne ociosidad y libertinaje; siendo esto último absolutamente opuesto a la tesis del filósofo ginebrino de que los vicios son engendrados por los lujos y la pereza propia del Hombre culto y versado en las artes y ciencias.

Al utilizar a los californios como el más claro ejemplo de cómo un pueblo totalmente desposeído de cultura y buenas maneras no necesariamente es virtuoso por naturaleza, y que incluso puede ser tendiente a los vicios y bajas pasiones a causa de la concupiscencia intrínseca del ser humano; Baegert en cierto modo logra desmitificar la idea del buen salvaje americano y refuta la tesis esgrimida por Rousseau sobre el carácter pernicioso de la civilización en la bondad natural del Hombre, haciendo todo esto de una manera mucho más contundente y fehaciente que las objeciones presentadas por Voltaire contra las ideas del filósofo ginebrino. Estos argumentos se basan en la erudición libresca del escritor francés y son magistralmente presentadas en su obra Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, al elogiar el progreso de las grandes civilizaciones históricas a través del uso de la razón y del fomento a las artes y ciencias, pero carecen de la más mínima aproximación empírica a los usos y costumbres de los pueblos nativos del continente americano.

No conforme con lo anterior, el padre Baegert se atreve a decir que, pese a la incivilización de los californios, estos son verdaderos hijos de Adán y poseen el raciocinio que el Creador le concede a todos los seres humanos, afirmando que estos indígenas no llegarían a niveles tan lamentables de bestialidad si se les mandara en su infancia a Europa para que se les instruyese en modales, artes y ciencias; sólo así serían iguales a los europeos y desarrollarían todos sus talentos.

De esta manera, mientras que Baegert y los demás misioneros de la California laboraban incansablemente por evangelizar y civilizar a los nativos de esta península; en Francia, en 1755, el ahora afamado y controversial Jean-Jacques Rousseau presentaba su segunda obra filosófica -actualmente considerada como central en el pensamiento de este autor, junto con El contrato social-, el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Dentro de este ensayo, el filósofo suizo hace una profunda reflexión sobre los fundamentos antropológicos y morales de la civilización occidental al proponer un pasado hipotético en el cual los primeros seres humanos vivían solitariamente en idílicos bosques y selvas, donde satisfacían sus necesidades más esenciales y coexistían en armonía con la flora y fauna. Existían pocas diferencias entre el Hombre y los demás animales en plano físico; sin embargo, el pensador ginebrino considera que existen dos características distintivas del ser humano frente a los otros animales: la perfectibilidad, es decir, la capacidad de evolucionar gracias al aprendizaje obtenido mediante la observación; esto con la finalidad de adaptarse a los cambios de su entorno al modificar la Naturaleza dentro y fuera de él; y la idea de su propia libertad, la cual se fundamenta metafísicamente en la perfectibilidad al ser esta última la que da origen al raciocinio.

Para Rousseau, la bondad natural del Hombre comenzó a perderse cuando éste empezó a suprimir sus prístinos instintos para entregarse a la reflexión y al pensamiento, lo cual generó que dejara estar totalmente consagrado al sentimiento de su existencia actual y a su autopreservación más inmediata. En consecuencia, las preocupaciones derivadas por la incertidumbre de su bienestar futuro lo convirtieron en un ser egoísta y alienado de la Naturaleza y el prójimo, perdiendo de esta manera la virtud humana más esencial y primigenia: la piedad. En palabras del autor, el estado de reflexión es contrario a la Naturaleza, y por ello el hombre pensante es un animal depravado y tendiente al vicio; por ende, para el filósofo ginebrino la mayoría de los males de la Humanidad pudiesen haber sido evitados si los primeros seres humanos hubieran conservado su estilo de vida natural, sencillo, solitario y uniforme. Aunado a lo anterior, Rousseau no duda en afirmar que el surgimiento de la propiedad privada, como consecuencia del asentamiento de los primeros grupos humanos en sitios favorables para practicar la agricultura y ganadería, es el principio de todas las injusticias y vicios que han aquejado a la humanidad a lo largo de su historia ya que esto representa el comienzo de la sociedad civil y las leyes.

En su estado natural, el Hombre es virtuoso e inocente al considerar que su principal instinto es el deseo de preservar su propia vida –la autoconservación, que Rousseau la denominó “amor a sí mismo”—; esto produce un sentimiento de compasión ya que existe un rechazo natural al sufrimiento del prójimo al recordar este último las malas experiencias que uno mismo padece, siendo ésta la razón por la cual el hombre salvaje sólo busca conservar su vida pero sin causar o desear perjuicios a sus semejantes. Sin embargo, la sociedad civil genera que esta sana autopreservación y empatía natural se perviertan en ambición, indolencia y el deseo de ser exaltado por los demás ya que el individuo, al vivir en la civilización, está constantemente comparándose y siendo comparado con sus semejantes; esto hace que desee superar a su prójimo en todos los aspectos posibles y con ello construirse una buena reputación, con lo cual se privilegian las riquezas materiales y la astucia frente a la fuerza física y la piedad.

Toda esta alienación del Hombre de su estado natural como consecuencia del raciocinio y el establecimiento de sociedades civiles generan una perenne desigualdad entre todos los individuos, la cual es legitimada por las leyes, disfrazada por las buenas maneras y refinada por el progreso de las artes y ciencias. En consecuencia, la quimera más ardiente de Rousseau era recuperar en lo máximo posible aquella piedad perdida del hombre primitivo y restaurar los valores más elevados de las civilizaciones antiguas, aunque él bien sabía que esto era imposible para los países europeos y que eventualmente los pueblos incivilizados restantes sucumbirían a la civilización occidental.

Evidentemente, esta segunda obra de Rousseau fue atacada por los detractores de su pensamiento, quienes recrudecieron su aversión por él, siendo acusado de pelagianismo por parte de la iglesia católica y abiertamente rechazado por la mayoría de ilustrados al considerar que esta obra buscaba generar una guerra contra la razón, el progreso y la modernidad. Con gran sorna y mordacidad, Voltaire respondió a este ensayo del ginebrino con una cáustica carta en la que afirmó: “Jamás se había empleado tanto entendimiento en querer hacernos bestias. Uno siente el deseo de andar a cuatro patas cuando se lee su obra”. Más adelante dentro de la misma epístola, el filósofo francés arguye contra la idea de la bondad natural de los salvajes al mencionar las guerras tribales de los indígenas del Canadá, quienes gustosos se aliaron con franceses o ingleses según su conveniencia a fin de derrotar a sus naciones enemigas.

Por su parte, a los antiguos misioneros de la California les resultó providencialmente provechoso que los Californios habitasen en un “paleolítico fosilizado” para invalidar las ideas sobre el verdadero estado natural del ser humano durante sus orígenes más remotos. Posiblemente la prueba más contundente con la que contaron los jesuitas para sustentar las ideas de la concupiscencia y la culpa original sostenidas por la Iglesia católica fue el capítulo más cruento y agrio de la ocupación ignaciana de la península: la rebelión de los pericúes en 1734. Si bien pudiera aducirse que dicho alzamiento contra los misioneros no nació de la supuesta perfidia de los pericúes, sino que fue ocasionada por las vejaciones que recibían por parte de soldados y peones que acompañaban a los jesuitas, al igual que por la prohibición y condena explícita de la poligamia -practicada muy ampliamente en este grupo indígena- por parte de estos religiosos.

Francisco Xavier Clavijero, dentro de su enciclopédica obra sobre la Antigua California, retoma la experiencia personal que le testificó el padre Miguel del Barco —antiguo párroco de la Misión de San Francisco Javier y compañero de exilio de Clavijero— junto con la correspondencia de Clemente Guillén y Jaime Bravo y el crudísimo testimonio escrito por Segismundo Taraval, quien hubiera muerto a manos de los pericúes de no haber huido a la isla del Espíritu Santo luego de enterarse del cruento asesinato de sus colegas Lorenzo Carranco y Nicolás Tamaral, encargados de las misiones de Santiago de los Coras y San José del Cabo, respectivamente. Con todo esto, Clavijero, a lo largo de diez capítulos, describe con gran lujo de detalles y precisión los sucesos previos al estallido de esta rebelión, así como su desarrollo y final luego de tres años de lucha entre los Pericúes sublevados y los soldados traídos desde Sonora y Sinaloa para sofocar el alzamiento.

A lo largo de la narración, Clavijero remarca constantemente la frialdad de las maquinaciones de los conjurados y la brutalidad con la que asesinaron a los misioneros antes mencionados y a los indígenas que se mantuvieron fieles a la fe católica; no obstante, el iracundo y mordaz padre Baegert, en tan sólo un capítulo de seis páginas, logra describir de manera muy sintetizada y clara los acontecimientos de la rebelión de los pericúes pese a no haber sido testigo de ninguno de ellos, reforzando su visión pesimista sobre los californios, de quienes dice en dicho capítulo: “A todos sus defectos, los Californios aún agregan su sed de venganza y su crueldad. Poco les importa la vida y por una fruslería matan a un hombre”. Con esto, Baegert reafirma sus argumentos contra las tesis de Rousseau sobre la bondad natural del Hombre salvaje y la corrupción intrínseca de la civilización occidental, mostrando con ello que los seres humanos siempre tienden al mal por causa de pecado original; de esta manera, el jesuita alsaciano pretende justificar las conquistas apostólicas ignacianas frente a los ilustrados y protestantes.

Noticias de la península americana de la California pudiera considerarse como un amargo lamento sobre el fracaso de los jesuitas en la península de Baja California, una taciturna queja sobre la desolación y ruina a la que se enfrentaron los misioneros al evangelizar a los Californios y un esfuerzo testimonial e intelectual por restaurar el honor de la Compañía de Jesús; sin embargo, el padre Baegert, inconscientemente, coincidió con Rousseau en un aspecto: la sublimidad de la soledad y de la contemplación de la Naturaleza. Johann Jacob Baegert, pese a su inagotable ironía y pesimismo sobre su labor, encontró un solaz a su soledad en la contemplación del tórrido y desolado paisaje de la península, haciendo delirantes descripciones sobre la California que parecieran anticiparse al romanticismo engendrado por Rousseau en su última obra; como se atestigua en su capítulo dedicado a las espinas y matorrales de la península donde Baegert, en un acto de curiosidad y tal vez de hastío, afirma haber contado las espinas de una cactácea, una por una hasta llegar a las 1680, con lo cual afirma: “Parece que la maldición que Dios fulminó sobre la tierra después del pecado del primer hombre ha recaído de una manera especial sobre la California; hasta pudiera dudarse que en dos terceras partes de Europa haya tantas púas y espinas como en California sola”. Al final, al misionero y al filósofo los unió el sentimiento de lo sublime terrorífico de Kant ante la profunda soledad del Hombre en medio de una Naturaleza imponente y silenciosa.

Bibliografía

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez.

Clavijero, F.X. (2007). Historia de la Antigua o Baja California. Ciudad de México: Editorial Porrúa.

Gómez-Lomelí, L.F. (2018). La estética de la penuria: El colapso de la civilización occidental entre los guaycuras. Cuernavaca: Fondo Editorial del Estado de Morelos.

Kant, I. (2013). ¿Qué es la Ilustración? Madrid: Alianza Editorial.

Kant, I. (2018). Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime. Ciudad de México: Grupo Editorial Tomo.

Martínez-Morón, N. (2018). La California de Baegert. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Rousseau, J.J. (2001). Rêveries du promeneur solitaire. París: Le Livre de Poche.

Rousseau, J.J. (2011). Discours sur les Sciences et les Arts. Québec: Université Laval

Rousseau, J.J. (2011). Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes. Québec: Université Laval.

Voltaire (2016). La princesse de Babylone. París: Éditions Gallimard.

Taraval, S. (2017). La rebelión de los californios 1734-1737. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

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