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Enfermedades traídas por colonos que diezmaron a los indígenas de la Antigua California

IMÁGENES: IA.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el transcurso del primer siglo de contacto entre los colonos europeos y los habitantes originarios de la Antigua California, la península fue testigo de un devastador capítulo en su historia. La llegada de los europeos no solo marcó el inicio de un periodo de colonización y cambio cultural, sino que también desató una serie de epidemias que tuvieron consecuencias catastróficas para las comunidades indígenas.

Entre las enfermedades introducidas por los europeos se encontraban la gripe, la fiebre tifoidea, la viruela, la tisis y el mal gálico. Estas enfermedades, desconocidas hasta entonces para los indígenas, encontraron una población sin defensas inmunológicas y provocaron grandes epidemias que se extendieron rápidamente por toda la península.

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El padre Baegert, el cual estuvo por 17 años en la Misión de San Luis Gonzaga, apoya lo anterior con este escrito: “Poco están expuestos a las enfermedades que se conocen en Europa y en donde sí hacen grandes estragos, con excepción de la tisis y de aquella enfermedad que fué transmitida de América a Nápoles y de allí a otros países. No se ve, ni se oye nada de gota, apoplejía, hidropesía, escalofríos, tifo, etc. No tienen en su idioma la palabra “enfermedad”, ni otras con las que podrían señalar ciertas enfermedades en concreto. Pero “estar enfermo” no lo llaman de otra manera que atembatie, que es “echarse o estar acostado en el suelo”, y esto, a pesar de que todos los californios sanos, cuando no están efectivamente ocupados en comer o buscar su comida, también se acuestan o descansan en el suelo. Al preguntársele a un enfermo ¿Qué te pasa?, comúnmente se recibe la contestación; me duele el pecho; y esto es todo”.

La viruela, en particular, se destacó por su agresividad y alta mortalidad. Documentos de la época describen cómo la enfermedad se propagaba con una velocidad implacable, causando fiebre alta, erupciones cutáneas y, en muchos casos, la muerte. Las comunidades indígenas, desprovistas de tratamientos efectivos y sin inmunidad previa, sucumbieron en grandes números. Las descripciones de las misiones y de los colonos narran escenas de aldeas enteras diezmadas, con cuerpos sin vida amontonados y familias enteras desapareciendo en cuestión de semanas.

El jesuita Juan Jacobo Baegert narra un episodio que ejemplifica lo anterior: “Igual que sucede con todos los otros americanos, los californios deben la viruela negra a los europeos. Entre ellos, esta enfermedad resulta tan contagiosa como la más terrible peste. Un español que apenas se había aliviado de la viruela, regaló un pedazo de paño a un californio, y este jirón costó, en una pequeña misión y en sólo tres meses del año de 1763, la vida de más de 100 indios, sin contar los que se curaron gracias al infatigable empeño y los cuidados del misionero. Nadie se hubiera escapado del contagio, si el principal núcleo de ellos, al darse cuenta del contagio, no hubiera puesto pies en polvorosa, alejándose del hospital hasta una distancia más que suficientemente grande”.

La gripe y la tifoidea no fueron menos letales. Estas enfermedades respiratorias y gastrointestinales, respectivamente, encontraban en las condiciones de vida comunitarias de los indígenas un caldo de cultivo perfecto para su propagación. Las fiebres, las diarreas severas y las complicaciones respiratorias contribuyeron a un incremento alarmante en las tasas de mortalidad.

El mal gálico, conocido hoy como sífilis, también se diseminó con rapidez. La falta de conocimiento sobre su transmisión y la ausencia de tratamientos efectivos hicieron que esta enfermedad se convirtiera en una epidemia que afectaba a múltiples generaciones. La tisis, o tuberculosis, con sus síntomas debilitantes y su curso prolongado, contribuyó aún más al sufrimiento y la muerte de los habitantes originarios.

Las consecuencias de estas epidemias fueron devastadoras. No solo diezmaron la población indígena, sino que también desestructuraron sus sociedades. Las pérdidas humanas significaron la desaparición de líderes, sabios y custodios de las tradiciones culturales, llevando a un colapso en la transmisión del conocimiento y las prácticas ancestrales. Además, la constante amenaza de nuevas epidemias generaba un clima de miedo y desesperanza que afectaba profundamente la vida cotidiana.

La respuesta de los colonos europeos ante estas epidemias fue insuficiente y, en muchos casos, insensible. Las misiones, aunque intentaban brindar atención médica, carecían de los recursos y el conocimiento necesario para enfrentar tales brotes. Además, las políticas coloniales a menudo priorizaban la explotación y el control, sobre la salud y el bienestar de las comunidades indígenas.

Hoy, la historia de las epidemias en la Antigua California sirve como un sombrío recordatorio del impacto devastador que las enfermedades pueden tener cuando se introducen en poblaciones sin inmunidad. También subraya la importancia de la salud pública y la necesidad de una respuesta compasiva y efectiva ante las crisis sanitarias.

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La riqueza natural de California a través de los jesuitas: Un viaje por la flora de la Nueva España

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  En los confines remotos de esta península de la Nueva España, los jesuitas no sólo llevaron consigo la luz del evangelio, sino también un profundo interés por el conocimiento científico. Durante su misionar por California, figuras destacadas como Juan Jacobo Baegert, Miguel del Barco e Ignacio Tirsch dejaron un legado invaluable en forma de escritos y dibujos, ofreciendo un análisis detallado de la flora y fauna de esta tierra apartada.

Uno de los aspectos más notables de estos registros jesuitas es la meticulosa descripción del “gkokio”, conocido como “palo blanco” por su corteza de color claro. Este árbol de mediana altura, que prospera cerca de los torrentes, ha sido objeto de especial atención debido a su madera, que los neófitos solían utilizar para crear objetos que imitaban el ébano. Este detalle revela no sólo la diversidad de la flora californiana, sino también las habilidades artesanales de las poblaciones indígenas que habitaban la región.

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Otro aspecto notable es la descripción de la planta conocida como “guigil”, que produce frutas rojas similares a las guindas. Aunque estas frutas son desabridas para los europeos, los cochimíes las consumen con entusiasmo, extrayendo un sabor y un gusto que para muchos resulta inalcanzable. Además, los relatos sobre el consumo de estas frutas por parte de las mujeres que están criando sugieren una conexión intrigante entre la dieta y la salud de las comunidades indígenas.

Por otro lado, el árbol llamado “medesá” emerge como un elemento vital en la subsistencia de las comunidades californianas, gracias a sus semillas que se asemejan al frijol o judía en tamaño y forma. La maduración de estas semillas en el mes de julio marca un evento crucial para las rancherías locales, que se dedican a su recolección durante semanas. Este relato subraya la importancia de comprender la interacción entre la flora local y la subsistencia de las comunidades indígenas, así como la necesidad de preservar estas especies para garantizar la sostenibilidad de la vida en California.

En última instancia, es esencial que los interesados a la historia peninsular se sumerjan en la investigación de estas especies y expongan este rico legado botánico dejado por los jesuitas. A través de sus escritos y dibujos, estos misioneros no sólo nos brindan una visión detallada de la flora y fauna de California, sino que también nos invitan a reflexionar sobre la intersección entre la ciencia, la cultura y la naturaleza en esta región única del mundo.

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Primera navidad en la Antigua California

 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Posterior al establecimiento del régimen jesuítico en la antigua California (1697), se fue desarrollando un proceso de aculturación, en donde la población nativa, se fue apropiando de la religión, así como de la vida en comunidad, tal como se realizaba en los viejos poblados del conteniente europeo. Una de estas costumbres que nos fue impuesta, fue la celebración de la Navidad, un festejo religioso que poco a poco fue haciendo suyo la sociedad Californiana.

Antes de proseguir haremos una breve reseña del origen del festejo de la navidad. En la antigua Roma, sus pobladores celebraban el nacimiento del dios Saturno en los últimos días del mes de diciembre, exactamente cuándo se llevaba a cabo el fenómeno astronómico conocido como el Solsticio de Invierno (24 de diciembre). Este acontecimiento se celebraba con fiestas en donde se comía y bebía en exceso, también se intercambiaban regalos entre los participantes. Con el paso de los años, y al establecerse la religión cristiana como la religión oficial del imperio romano, el Rey Justiniano promovió el festejo de la Natividad (nacimiento) de Jesús, como un festejo que vendría a sustituir a las Saturnalias, sin embargo, la gente continuó celebrándolo de la misma forma que lo hacía antaño.

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Fue hasta el siglo XIII, en el año de 1223, que el sacerdote Francisco de Asís, realizó una escenificación, con los elementos descritos en la Biblia y que rodearon el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios. Para dar un mayor realismo al suceso, lo realizo en el interior de una cueva cerca de la emita de Greccio, en Italia. Vistió a los aldeanos con la ropa que se usaba en el tiempo en que se registró el nacimiento de Jesús, y para ello pidió a personas destacadas del lugar que cubrieran los personajes de José, María, Pastores, los Reyes Magos, etc. El toque más interesante lo dio cuando utilizó a animales vivos como borregos, patos, vacas, etc. para que acompañaran la escena y le dieran el sesgo de realizarse alrededor de un pesebre. El Papa Honorio III, al enterarse de este suceso le pareció sumamente benéfico para difundir las ideas del cristianismo en todo el orbe, por lo que aprobó su práctica cada año.

Con la llegada de los europeos al recién descubierto continente americano, fueron imponiendo la religión católica y sus ceremonias a la población nativa. En el caso de la California, la primera celebración de la Navidad muy probablemente ocurrió durante la estancia de Hernán Cortés en la Colonia de la Santa Cruz, de mayo de 1535 a abril de ​1536. El 24 de diciembre de 1535, los 3 sacerdotes franciscanos que acompañaron a Cortés, debieron de haber celebrado actos litúrgicos que rememoraran la Navidad.

El primer registro que existe sobre el festejo de la navidad en la California se realizó en el diario de navegación que levantó el escribano Francisco Preciado, el cual veía en la expedición bajo el mando de Francisco de Ulloa, al cual envió Cortés para realizar actividades de exploración y demarcación de la península. El registro antes mencionado decía a la letra lo siguiente: Comenzamos el día de Navidad a navegar poco a poco con ciertos vientecillos de tierra y comenzamos entre noche y día hasta siete u ocho leguas que nos parece haber hecho poco, rogándome siempre a Dios que nos confirmase aquella gracia y alabando su santa Navidad, y todos los días de aquella pascua nos dijeron misa los frailes en la Capitana y nos predicó el padre fray Raymundo que nos dio no pequeña consolación con animarnos al servicio de Dios.

El segundo registro que se realizó de un festejo de la navidad en la península fue levantado por el sacerdote Eusebio Francisco Kino, el cual venía como parte de la expedición comandada por el Almirante Isidro Atondo y Antillón (1683-1685) con el propósito de establecer un presidio y misión permanente en la península. Estos registros se realizaron en el diario de campo que llevó Kino, y dicen lo siguiente:

24-dic-1683 …antes y después de misa repartimos pinole y maíz y otras cosillas a los naturales. A la tarde y casi toda la noche hubo fiesta y música, y luces y danzas en la iglesia; y un poco después de medianoche tres misas.

25-dic-1683 … día de pascua de Navidad hubo otras tres misas este día, y el otro siguiente vinieron a vernos más de 50 indios nuevos, muchas mujeres con sus chiquillos, y unos venían desde lejos … todo con mucha viveza de su buen natural y mucha docilidad. 

Podemos concluir que el festejo de la navidad en la antigua California fue muy temprano, casi al mismo tiempo que se realizaba la primera etapa de colonización del Virreinato de la Nueva España. Una tradición que aún perdura y que ha quedado grabada de forma indeleble en la historia de nuestra Sudcalifornia.

Referencia

Lazcano, C. (2018). La tradición de la Navidad en Baja California. Periódico El vigía. Tomado de: https://www.elvigia.net/general/2018/12/22/la-tradicion-de-la-navidad-en-baja- california-318765.html

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El concepto de trabajo y su introducción en la antigua California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la actualidad podemos decir que existe un consenso en el significado de lo que denominamos como trabajo: toda aquella actividad ya sea de origen manual o intelectual que se realiza a cambio de una compensación económica por las labores concretadas. A lo largo de la historia, el trabajo ha ido mutando de manera significativa en relación a la dependencia trabajador/capitalista. Sin embargo, este concepto era desconocido por los habitantes de la antigua california, y fue paulatinamente introducido por los primeros europeos que llegaron a ella.

Los habitantes milenarios de la media mitad sur de la península de Baja California vagaban incesantemente por toda su geografía, asentándose de forma más o menos permanente dependiendo de la presencia de alimento. Algunos hacían campamentos en las playas donde se alimentaban de crustáceos, peces e incluso pequeños mamíferos marinos; otros tantos lo hacían en los desiertos y en la serranía en donde subsistían de la caza y la recolección de semillas. El inicio de su jornada lo establecía la aparición del sol, el cual les indicaba que debían buscar su alimento, o en caso de que tuvieran alguna rara reserva de este, lo comieran para tener suficiente fuerza e iniciar sus actividades cotidianas. Los hombres se dedicaban a la caza, pesca o a la construcción de arcos, flechas y el mantenimiento de los mismos; mientras que las mujeres recolectaban semillas, agaves, leña y la crianza de los hijos. En estas actividades se les iban los días, los años y la vida. Cada vez que satisfacían su hambre se tiraban plácidamente bajo alguna sombra e iniciaban interminables peroratas con el vecino más próximo hasta que les aguijoneaba el hambre y entonces iniciaban la búsqueda de alimento para calmarla, para posteriormente seguir con su actividad de recreo y descanso.

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En esta pasividad y tranquilidad, propia del estadío del paleolítico, fue como los encontraron los primeros europeos que se aventuraron hasta este confín de la tierra. Para estos recién llegados era incomprensible que estos seres humanos no dedicaran su vida a la búsqueda y acumulación de riqueza, meta principal del trabajo y forma de vida de los europeos. No entendían cómo no almacenaban grandes cantidades de semilla para posteriormente enriquecerse con su venta a sus congéneres, por qué no se dedicaban a la explotación masiva de las perlas para que luego se las vendieran a ellos y hacerse ricos. En fin, que las ocupaciones que tenían nuestros antiguos Guaycuras, Cochimíes y Pericúes, al ojo mercantil y explotador de los europeos, era una pérdida de tiempo y una holgazanería permanente.

El sacerdote Juan Jacobo Baegert, que por 17 años habitó entre los guaycuras en la misión de San Luis Gonzaga, los describe de la siguiente manera: Por regla general, puede decirse de los californios que son tontos, torpes, toscos, sucios, insolentes, ingratos, mentirosos, pillos, perezosos en extremo, grandes habladores y, en cuanto a su inteligencia y actividades, como quien dice, niños hasta la tumba; que son gente desorientada, desprevenida, irreflexiva e irresponsable; gente que para nada puede dominarse y que en todo siguen sus instintos naturales, igual a las bestias. Agrega además No trabajan absolutamente nada, y por nada en el mundo quieren preocuparse de lo que no es indispensable para saciar su hambre; y esto, sólo cuando ya la tienen encima o los esté amagando. Por consiguiente, cuando hay que hacer algún trabajo en la misión, nunca se hace nada si no anda uno tras ellos incesantemente y por todos lados.

Como es bien sabido, los jesuitas lograron un acuerdo con el virrey en turno cuando le propusieron venir a evangelizar a los nativos de la California: ellos dejaron claro que no pedirían apoyo económico alguno a la Corona para venir a estas península, pero a cambio el Virrey les otorgaría la facultad de ser ellos la máxima autoridad en estas tierras, incluso por encima del jefe de los ejércitos de su majestad que destacamentaran, pudiendo removerlo a voluntad. Es por lo anterior que durante los 70 años que permanecieron los misioneros de esta orden en la California trataron de imponer un sistema de trabajo basado en la forma en que se hizo en las comunidades cristianas antiguas: todos se guiaban bajo las ordenanzas de la fe cristiana, las actividades que se realizaran como agricultura, pesca, ganadería, conservas, comercio, etc. Se realizarían de forma colectiva, y el excedente se distribuiría de forma equitativa entre todos los integrantes de la comunidad. En pocas palabras, el modo de vida que querían instaurar estos hombres de la Compañía era un comunismo primitivo bajo los valores teocráticos del cristianismo.

Si comparamos esta forma de trabajo propuesta por los ignacianos con la encomienda y la repartición, que fueron los sistemas de explotación esclavista que impusieron los europeos que arribaron a América, podemos decir que fue la menos agresiva, sin embargo aún así para la forma en la cual estaban acostumbrados a vivir nuestros Californios, fue una imposición injusta que tuvo una resistencia permanente entre los pobladores. A pesar de que efectivamente, en las crónicas misionales se deja entrever de forma patente que los misioneros repartían entre todos los habitantes de la misión, los granos de las cosechas, la carne de las reces, ovejas, cerdos y demás animales que se criaban, no era fácil convencer a los Californios de que participaran en estas actividades, e incluso si lo hacían, como dice el sacerdote Baegert nunca se hace nada si no anda uno tras ellos incesantemente y por todos lados.

Este mismo sacerdote en otra parte de sus escritos menciona con cierta tristeza y fatalismo Los californios podrían mejorar su suerte mucho, si quisieran ser un poco más activos y laboriosos, porque hay lugares donde podrían sembrar unos puñados de maíz, algunas calabazas y un poco de algodón; también podrían tener sus pequeños rebaños de chivos u ovejas y hasta ganado mayor; con la piel de venado, que saben muy bien preparar, podrían hacer jubones y abrigos. Pero no hay que abrigar la esperanza de que lo hagan. No piensan comer palomas, si no les vienen volando, ya asadas, a la boca. Trabajar hoy y recoger el fruto de sus esfuerzos tres meses o medio año después les parece una idea inaguantable. En suma, los trigueños californios, primero se volverán blancos que cambiar sus costumbres y modo de vivir.

En lo personal considero que el hecho de que los californios se negaran a obedecer a los sacerdotes y realizar estas actividades que les proponían dentro de la misión o en los terrenos aledaños a la misma, era más una forma de resistencia a las imposiciones y exigencias porque cambiaran su forma de vida y las trocaran por la vida “civilizada” dentro de la misión. Es seguro que ya pasados los primeros 35 años de estancia de los sacerdotes, esta resistencia fue cediendo puesto que aquellos que los recibieron cuando llegaron ya habían muerto en su mayoría, debido a las constantes epidemias o bien a que la esperanza de vida en aquellos años no pasaba de los 25 años. Los hijos de estos ya se habían acostumbrado a vivir en las misiones y los sacerdotes los habían convencido de realizar el trabajo tal y como ellos lo venían imponiendo, por lo que ya aceptaban de buen agrado acudir a los campos a realizar la siembra, cuidado y cosecha o bien a realizar las vaquereadas o cuidado de los animales de los que se proveían de alimento.

La imposición de esta nueva forma de trabajo no fue tersa y pacífica como uno creería si piensa que durante la época jesuítica los sacerdotes eran los que gobernaban. Se puede leer en los mismos documentos que ellos redactaron que eran comunes los regaños, castigos con azotes y dejar sin alimento a aquellos que se resistían a realizar su trabajo en cualquiera de las actividades laborales dentro y fuera de la misión. Incluso se les encerraba por varios días o se les destituía públicamente de cualquier cargo que tuvieran, lo cual realizaban ya sea los sacerdotes o el jefe militar en una ceremonia oprobiosa. Debido a lo anterior tras la salida de los jesuitas de la California en el año de 1768, los escasos 7 mil californios que aún sobrevivían ya habían adquirido el concepto de trabajo de acuerdo a la forma en que se los impusieron.

Bibliografía

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez

ECONOMÍA. Consultado agosto 2022.

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Californios y Naturaleza. Relación de los grupos étnicos nativos de la Antigua California con su entorno

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando nos ponemos a meditar sobre la destrucción que hemos realizado los seres humanos en el medio natural en que nos encontramos coexistiendo, nos escandalizamos y horrorizamos antes las casi nulas posibilidades de retroceder en este camino. El ser humano en la actualidad ha demostrado tener un gran avance en las ciencias, las artes, deportes y en general en todo lo que se considera como cultura, sin embargo, de forma paradójica, hay que aceptar que hace miles de años los habitantes de la Antigua California vivían en un equilibrio inigualable con la naturaleza.

La península de Baja California inició su proceso de poblamiento hace aproximadamente unos 10 mil años. De acuerdo a los antropólogos, esta migración se fue dando en oleadas sucesivas de grupos humanos que pasaron del continente asiático al americano a través del estrecho de Bering, y paulatinamente fueron descendiendo hacia el Sur del continente en la búsqueda de mejores sitios de caza y recolección, hasta que finalmente algunos de estos grupos se internaron por la parte Norte de la península, quedando aprisionados en nuestra estrecha península de forma indefinida. Se sabe que el clima en aquellos años era más frío y húmedo que en la actualidad, lo que permitió la existencia de fauna como mamuts, bisontes, camellos, osos hormigueros gigantes y caballos, entre otros. Los grupos humanos se dedicaron a cazar estos animales y a recorrer por temporadas extensos territorios en su búsqueda. Conforme el clima cambió y empezó a aumentar la temperatura y desertificarse las tierras, los seres humanos adaptaron su dieta a la caza de animales pequeños así como introducir el consumo de plantas y semillas para complementar la ingesta calórica necesaria para sus organismos.

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Cuando los primeros colonos europeos arribaron a la península encontraron grupos humanos perfectamente adaptados a la vida en esta tierra, la cual a ellos se les presentaba como inhóspita e incluso “la peor que se haya descubierto”. Los grupos humanos nativos se podían dividir entre los que vivían en las costas y litorales, y los que vivían en las sierras y llanos. Los primeros habían desarrollado un modo de subsistencia basado en la recolección de moluscos y caza de peces, tortugas, focas, delfines, etcétera. Este tipo de recursos eran prácticamente ilimitados y permanentes en todo el año, por lo general sus asentamientos los realizaban cerca de aguajes con lo cual tenían garantizada su dieta. El segundo grupo, el de los serranos, se habían adaptado a la caza de pequeños animales (víboras, cachoras, conejos, ratas, aves, gato montés, berrendo) así como a la recolección de frutos de plantas (ciruela, higo, agave, pitahaya, medesa). Incluso, la coexistencia entre ambos grupos les permitía a unos y otros incursionar en diferentes puntos de la península en caso de que el alimento escaseara.

A pesar de lo que muchas personas piensan, el que estos grupos deambularan constantemente por la península en búsqueda de alimento y agua (actividades de apropiación), sí les permitió desarrollar una cultura. Lo anterior lo sustento en la existencia de maravillosos murales o pinturas rupestres las cuales dan cuenta de una gran cantidad de seres con los que convivían como son: otros seres humanos, venados, tortugas, etcétera. El tallado de petroglifos y la elaboración de diversas herramientas líticas así como otras de hojas y corteza de árboles nos da cuenta de su nivel de evolución. Además de lo anterior, en los diarios que escribieron diferentes exploradores así como los jesuitas, que fue la orden eclesiástica que convivió de forma permanente durante 70 años con los diferentes grupos que poblaban la península, nos narran el complejo nivel de especialización que tenían para desempeñar los diferentes roles ya sea entre los diferentes grupos como entre los integrantes de los mismos: rituales de encuentro entre los grupos, ceremonias anuales, roles del hombre y la mujer, rituales funerarios, etcétera.

Continuando con el nivel de adaptación californio-naturaleza que desarrollaron, se puede mencionar como un gran avance, el que adaptaran la cantidad de elementos que conformaban sus “bandas” o “rancherías” a las características de la zona en la que vivían o a los factores ambientales que reinaban en cada temporada. Con lo anterior, quiero decir que entre más árido e inhóspito era el sitio donde vivían y escaseaba más el alimento o el agua, las bandas se fragmentaban más en pequeños grupos con el propósito de abarcar mayor terreno y tener mayor facilidad de poder conseguir alimento para sus escasos integrantes. Además de lo anterior, cuando las lluvias empezaban a espaciarse, y por consiguiente era más difícil encontrar semillas, plantas comestibles o animales suficientes para alimentar al grupo, las bandas se fraccionaban en unidades pequeñas y se distribuían en diferentes territorios, con el mismo propósito que ya se describió anteriormente.

Los grupos humanos que habitaron la península de Baja California tuvieron que desarrollar rituales para convivir en un ecosistema con una limitada cantidad de alimento y agua. Es por ello que en las crónicas de exploradores y misioneros del siglo XVI, XVII y XVIII nos narran cómo las diferentes rancherías se saludaban y convivían cuando se encontraban en los mismos territorios. Sin embargo, también ha quedado constancia que había momentos en que dicha interacción no era tersa ni mucho menos pacífica por lo que había constantes enfrentamientos atribuidos a la lucha por conseguir o defender alimento suficiente para sus integrantes. Finalmente, es importante mencionar que dentro de los grupos también se desarrollaron prácticas que permitieron maximizar el aprovechamiento de los escasos recursos tales como: consumir de forma rápida y hasta el exceso el alimento que momentáneamente se les presentaba, o bien la práctica de la “segunda cosecha” (alimentarse de semillas previamente expulsadas del cuerpo) o masticar de forma grupal un pedazo de carne. Este tipo de prácticas alimentarias jamás fueron comprendidas por los colonos europeos y en la mayoría de los casos fueron elementos que utilizaron para demostrar el nivel de bestialismo y atraso en que vivían estos grupos.

Quisiera finalizar con este ejemplo del nivel de adaptación de los californios a su ecosistema para fundamentar mi concusión: “cuando los misioneros jesuitas comenzaron a trabajar en el desierto central, su registro llegó al impresionante número de 1 600 almas para la jurisdicción de la Misión de San Francisco de Borja, sitio que en la actualidad (2002) se encuentra escasamente poblado” (La economía de los Aborígenes de Baja California. Rosa E. Rodríguez T.). Ni con todos los avances tecnológicos con los que se cuenta en la actualidad, los seres humanos contemporáneos lograremos en nivel de armonía que tenían nuestros hermanos californios con esta tierra y este mar. Tal vez la respuesta para controlar y revertir el deterioro ambiental y la destrucción de la raza humana la encontremos no en el presente, sino en el pasado, y con ello, saber si todavía tenemos futuro.

Bibliografía:

Trejo Barajas, D. (Coordinación general). González Cruz, E. (Editora del volumen), Historia General de Baja California Sur. I. La economía regional.

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