1

A 33 años de la muerte de Carlos Olachea. Una semblanza de Aníbal Angulo.

Carlos Olachea. FOTOS: Aníbal Angulo.

Colaboración Especial

Por Aníbal Angulo

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde niño supe que sabía dibujar. Más bien, oía que los maestros decían “ese niño dibuja muy bien”. Cuando terminé la Secundaria le dije a mi padre “quiero irme a estudiar pintura a México”, y me contestó “primero estudia algo de lo que puedas vivir”. Así que entré a la Escuela Normal Urbana de la Paz. Un poco frustrado me dediqué al teatro como director y actor, en la sala Ibo —ya desaparecida— y en la Casa de la Juventud, hoy CREE.

No recuerdo exactamente como se cruzaron en mi camino Manuel Ojeda y Carlos Olachea. Ellos estudiaban en México y venían de vacaciones. Sin duda, estos dos personajes fueron quienes —sin ellos saberlo— acentuaron en mí la pasión por el arte. Carlos siempre venía acompañado con amigos y maestros de San Carlos, donde estudiaba. Los repartía en casa de sus amigos. Así compartí mi casa con Javier Arévalo, Francisco Moreno Capdevila, Santos Balmori, Zalathiel Vargas, Fernando Curiel y otros. La sobremesa en casa y los ratos bajo una palapa con todos ellos me orillaron a tomar una decisión: tenía que irme a México a estudiar pintura.

También te podría interesar: A Frida le duele la vida y, aprendiendo de su herida, llena todo de color. In memoriam

Carlos vivía en un departamento-estudio en la colonia Hipódromo Condesa, en la Ciudad de México, casado con Susana Campos, su compañera en San Carlos. En 1968 obtuvieron una beca para estudiar en Francia, y poco antes de partir, me dijo frente a un cuadro colgado en su sala “este lo voy a conservar para mí”. Era un óleo con el estilo expresionista, muy del estilo de su maestro Rodríguez Luna. A su regreso de Europa, el primer día me llamó y dijo “¿quieres el cuadro? Te lo regalo, ya no me gusta”. Temiendo que se arrepintiera, en segundos llegué al estudio. Era un cuadro de 140 x 110 que no cabía en ningún transporte, así que me lo llevé sobre mi cabeza hasta mi casa. En varias ocasiones estuvieron a punto de atropellarme al cruzar las calles.

Su recorrido por el viejo continente lo había cambiado. El contacto con la obra de artistas contemporáneos le habían abierto un nuevo horizonte. Sin embargo, Carlos era generoso, nunca se preocupó por hacer un nombre en galerías comerciales y consolidar un mercado. Su primera exposición a su regreso fue un rompimiento con la obra de sus maestros. La tituló Monocromática. Era una serie de acrílicos con mucha materia y de un solo color: amarillo.

A Carlos se le dificultaba iniciar un nuevo proyecto. Con frecuencia teníamos que empujarlo, y casi casi, ponerle los pinceles en la mano. Ésta no fue la excepción, y dos días antes de la inauguración, Gerardo Ruiz y yo le aplicábamos la textura y él le hacía el diseño. La expo sorprendió a todos por su propuesta novedosa. En otra ocasión, hizo una exposición en la galería de San Carlos utilizando puro cartón corrugado y algunas manchas de colores. Sus texturas las hacía utilizando arena blanca que recogía en la playa de Balandra cada vez que venía. En esa época los controles aduaneros eran más estrictos, y en más de una ocasión los oficiales se preguntaban si no había algún truco oculto, algo ilegal, pues no concebían que alguien llevara a México un saco de arena.

Vi nacer a sus hijos , atestigué sus cambios de pareja, y compartimos muchos proyectos de grabado y pintura. Fue él quien me enseñó a grabar en metal. Cosas del destino, a su muerte accidental, me nombraron Director del Taller de Experimentación Gráfica, que el había fundado en la ENAP. El mismo taller que ahora lleva su nombre.

Llevaba una amistad muy cercana con Alberto Alvarado, en ese entonces delegado de la Álvaro Obregón. Se reunían en una cantina de la avenida Revolución a jugar dominó, tomar tequila y comer carne tártara. Carlos murió meses antes de que Alberto, ya como gobernador de Baja california Sur, inaugurara la Unidad Cultural Jesús Castro Agúndez y decidió ponerle el nombre de Carlos Olachea Bouciéguez a la galería de arte de la Unidad Cultural.

Cuando el Instituto Sudcaliforniano de Cultura decidió publicar un libro para rescatar su obra, el principal problema fue conseguir las imágenes: su generosidad provocó una dispersión de su obra y no sabíamos dónde estaba, quién la tenía ni cuanta era. Busqué en mis archivos y me llevó mucho tiempo escanear los negativos de 35 milímetros en blanco y negro con imágenes cotidianas con su familia y de obra que documenté durante 20 años. Nunca pensé que esos registros, sin ningún valor, en ese entonces se convertirían en un documento valioso para rescatar su memoria.

Sin duda, Carlos fue uno de mis mejores amigos. En México pensaban que éramos parientes cercanos al ver nuestra amistad y empatía en el trabajo creativo. Murió en un accidente en su casa la misma noche de su regreso de Oaxaca a donde había ido a recibir el premio obtenido en la Bienal Rufino Tamayo, el encuentro de artes visuales más importante de México. No alcanzó a cobrar el cheque. Pero su obra no ha perdido vigencia, todo lo contrario, es actual y propositiva, un horizonte inagotable de ideas plásticas para todos los creadores de Sudcalifornia.

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Aníbal Angulo, el Hacedor de cosas

FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Dar con Aníbal Angulo por señas físicas es muy fácil: trae un bigote espeso y canoso —como un pedazo de nube en el rostro—; usa gafas de pasta; y frecuentemente, un sombrero cubre su cabello cano. Yo sabía quién era; claro, se trata de uno de los artistas plásticos más importantes del Estado, pero nunca lo había tratado. No sería hasta entrevistarlo en el verano del 2018, y leer después Bajo la piel del tiempo, que habría de constarme lo prolífico y variopinto de su obra, y lo sencillo de su trato. Su producción la estima en más de 3 mil trabajos de dibujo, grabado, fotografía, pintura, escultura y, en general, arte visual. Su obra ha sido exhibida en el Museo Nacional de la Estampa, en el Museo de Arte Carrillo Gil y en el Museo de Arte Moderno de México.

Me recibió en su oficina, la Dirección de la Galería de Arte “Carlos Olachea”. Ese día, editaba un video para el concierto de aniversario de la Rondalla Azul; y eran los días previos a dejar instalado su cuarto mural en la UABCS. Mientras me contaba cómo por olvido y por fortuna se salvó de estar en la masacre de Tlatelolco en 1968, mi vista se perdía en los rincones de su oficina a medio arreglar: sí, había un par de bolsas y cajas regadas por allí, pero en el cuarto de un artista, los objetos comunes adquieren un valor especial al incrustarse en piezas de arte: conchas o cacharros cobran dignidad al estar erguidas en alambre o madera. Así, admito que ni sé por qué —un experto en artes plástico no soy— llamó poderosamente mi atención una escultura ¿cubista? hecha con partes de un piano: un piano que pudo ir a la basura, pero pudo convertirse en una caprichosa forma artística en manos de este hacedor de cosas —como se autodefine.

También te podría interesar: Raúl Antonio Cota, intemible a la palabra. 40 Años de poesía

Aníbal Angulo nació en La Paz, BCS, el 24 de agosto de 1943. “En esos años, mi padre era maestro de la Normal Rural de San Ignacio, pero al no existir servicios médicos confiables, mi madre vino a La Paz para que yo naciera; después me llevó de regreso a San Ignacio, sin embargo, al poco tiempo la Normal Rural se transformó en Normal Urbana, por lo que nos vinimos a La Paz. Vivíamos en la calle Independencia, cruzando el Jardín Velasco, frente al antiguo Palacio de Gobierno (…) Recuerdo que mi padre todas las noches iba a una banca del Jardín Velasco a platicar con sus amigos, pero alrededor de las diez de la noche, mi madre me mandaba hablar; entonces salía y dejaba de jugar. En esa época podías andar a cualquier hora de la noche en la calle y no había ningún problema”.

Los 50’s… Y el 68

La Paz de los años 50’s fue el marco de su infancia: el naciente puerto, apacible, que bien podríamos imaginar en color sepia traicionado por el azul de las olas. Siendo niño, recorrió varias escuelas, y aunque sabía que quería estudiar Arte, su padre lo convenció de entrar a la Escuela Normal: “Primero estudia para que tengas algo de que vivir y después te vas —le dijo su padre. No le faltaba razón, después comprobé que eran palabras muy sabias. Suplí mi deseo de estudiar Arte yendo a la Normal Superior, y definitivamente, en 1968, me fui a vivir a México”. Una de sus inspiraciones para echar lejos el vuelo fue Carlos Olachea, a quien conoció cuando éste trabajaba en Gobierno y se había ganado una beca para salir a estudiar fuera del Estado. Le contaba todo lo que estaba haciendo, y esa pequeña envidia se transformó en un ejemplo que lo llevó a buscar su destino en el Distrito Federal, yendo de la apacible arena a la gran mole que significaría esa ciudad convulsa de fines de los años 60’s.

Según, iría sólo por un año, con sus ahorros, para estudiar en la Escuela de Teatro con la guía de su amigo Manuel Ojeda —reconocido actor de televisión, cine y teatro, de origen paceño—, con quien vivió en su departamento. Con él, con Nacho del Río y Juan Melgar, le había tocado hacer teatro en La Paz, y esa fue la inspiración que lo llevó a la gran ciudad, sin sospechar que su camino no estaba tanto en su expresión corporal, sino en su mirada, esa que sabía robarle la mejor luz a los objetos. “En la Ciudad de México pasé el 2 de octubre del 68, pero no me mataron porque se me olvidó”, recordó. Justo ese día iba a ir a tomar fotos a Tlatelolco, pero un amigo, que tenía un laboratorio en la Colonia Juárez, le pidió ayuda para el revelado de unas fotos, que salían con manchas y ahí se les fueron las horas… Por el radio escuchó lo que ocurría en la Plaza de las Tres Culturas, “empecé a escuchar la narración y sentí miedo, ¡De la que me salvé!, pensé. Yo no estaba ligado a nada, sólo quería tomar fotos (…) Pero se me olvidó por completo y cuando el radio sonó, fue cuando escuchamos la noticia”.

Del escenario al laboratorio

En la Ciudad de México, ensayaba una obra de teatro en la que participaban José Alonso y Héctor Bonilla, entre otros, y un día el primero le comentó que necesitaba una serie de fotos para un casting, “yo le propuse que le tomaba de diez a quince fotografías por quinientos pesos. Hice las fotografías y a todo mundo le gustó el trabajo. Y así empezó mi carrera de fotógrafo”. Confesó que nunca había soñado, ni estudiado, la fotografía —en la Normal de La Paz, si acaso, Ignacio Vargas le enseñó lo básico y aprendieron a revelar las películas en el baño de Domingo Carballo, director de la Normal. Pero luego de esas tomas a Pepe Alonso —como él le dice, cariñosamente—, un agente de artistas le pidió que le hiciera fotos a Elena Rojo, quien empezaba como actriz y quien ayudó al joven a proyectarse en los medios impresos, haciendo gráficas para revistas como Cinelandia y Caballero. E inició en la fotografía de desnudos artísticos de revistas para adultos como Eclipse, Eros y Él. “Eran los primeros desnudos de ese tipo que se publicaban en México y ese fue el gancho para que me buscaran como fotógrafo. Después me llamaron para hacer publicidad; estuve diez años haciendo fotografía publicitaria hasta que me cansé y regresé a lo mío, a la pintura”.

Dentro de esta experiencia con la lente, se satisface de haber iniciado en México —en los años 70’s— lo que él denominó fotografía manipulada, lo que le valió el reconocimiento de fotógrafos de la talla de Nacho López, quien en una Bienal en 1980 expresó que En el terreno de la estética y auténtica innovación están los desnudos de Aníbal Angulo, imaginería cargada de significaciones sexuales y sensuales, dicho con alarde de técnica, originalidad nunca vista en otro lado. Esto se puede constatar en Bajo la piel del tiempo, donde algunos de esos desnudos fragmentados nos proyectan imágenes oníricas, algunas dulces y eróticas y otras como sacadas de un mal sueño —como en Salobre Hendidura. Imagen IV y la imagen V. Cabe aclarar que muchos de estos trabajos fueron experimentos en laboratorios en los años 80’s, ni cuándo imaginarse lo que el mundo digital depararía a creadores más modernos. Dicho libro, publicado en 2018 para conmemorar su trayectoria de medio siglo, obligó a un par de curadores a elegir alrededor de 400 de mil 500 fotos seleccionadas por el propio artista.

Haciendo cosas

A 50 años de trayectoria, Aníbal Angulo confesó, divertido, que Picasso le parecía el pintor más horrible del mundo, “y hoy pienso que es el mejor artista que ha dado el arte moderno”; y en su camino autodidacta, aprendió a profundizar en la obra de los impresionistas, aunque finalmente fue decantando su arte en lo abstracto. “No me gusta el realismo; si puedo hacer una fotografía, ¿para qué quiero pintarlo? Lo figurativo no me gusta, me gusta más la abstracción, también con la escultura. Mis esculturas no son figuras naturales, son representaciones abstractas”. ¿Qué tipo de artistas se considera más? Le pregunté al hombre —quien, además, tiene papeles sin publicar y a quien no le interesó el cine por no ser tan personal como la fotografía— “esa pregunta siempre me la han hecho. Yo no me considero un pintor, un escultor o un fotógrafo; yo me considero un hacedor de cosas”.

¿Cómo surge la idea y el proceso de una obra? Pregunto, como niño curioso, y él contesta, contento, emocionado, como niño también, mostrándome fotos, libros, objetos… “Yo voy a caminar todos los días al malecón, y observando días tras días esas piedras me digo ¿Qué se puede hacer con eso? Y empiezo a maquinar. Lo hago y una vez que lo hago, lo dejo. Este es un piano que me regalo la Quichu, un piano viejo… Nunca me pregunto qué es lo que va a resultar, lo que me interesa es el proceso, la búsqueda. A veces terminas haciendo otra cosa que no imaginabas o pensabas hacer, pero al final la pieza está completa y te satisface. Si algo no me gusta, lo dejo. Muchas veces por estar buscando tanto la solución, te embrollas. Lo mejor es olvidarlo, si no salió bien o no fluyó, o si te atoras, déjalo (…) Es difícil porque a mí me pasa, al igual que otros creadores, que cuando estás creando o dibujando algo, lo estás haciendo de una manera manual, pero el subconsciente está trabajando de otra manera. Tú no eres consciente de lo que realmente estás haciendo (…) Es porque tu cerebro, tu subconsciente está trabajando a otro ritmo; y a veces batallamos para encontrar la solución, porque forzamos algo que tu interior no está dando pero que va a salir después. Ese es mi camino, cada quien tiene su proceso creativo”.

 __

*Esta es una serie de cinco entrevistas realizadas para el Centro de Artes, Tradiciones y Culturas Populares de Baja California Sur, institución que posee el derecho de autor de estas publicaciones.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Sudcalifornianos y la matanza del 68. Tan lejos y tan cerca

FOTO: Internet.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Rubén era muy joven cuando estuvo en la Ciudad de México, en 1968, y llegó a aceptar dinero para ser un porro. El ahora catedrático de la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS), por supuesto, lo ve muy distinto. En aquel entonces —relató—, era un muchacho inocente que no hizo daño alguno, y jamás pasó por su mente lo que ocurriría la tarde y noche del 2 de octubre: la matanza del 68; el asesinato y la desaparición forzada de cientos y cientos de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Tan sólo unos días antes, él se había regresado a La Paz. Consternado, lleno de rabia, se enteró de todo ante la indiferencia de la sociedad paceña de aquel entonces. A 50 años de la masacre de Tlatelolco, CULCO BCS buscó el testimonio de sudcalifornianos que muy cerca —en el tiempo y en la distancia—, sobrevivieron a ese brutal acontecimiento.

El doctor Rubén Salmerón es profesor de Filosofía en la UABCS. Nació en La Paz en 1942. Con algunas licenciaturas y maestrías a cuestas, no sólo es una enciclopedia andante con datos que le salen a borbotones, si no que realmente tiene una memoria prodigiosa, recreando en esta larga entrevista la ciudad de La Paz de hace medio siglo: una tierra aislada. “Estábamos como en otra dimensión (…) Éramos un pueblo de campanario”, ya que las campanadas de la catedral se escuchaban en todo el poblado en aquel entonces; cuando el estadio “Arturo C. Nahl” quedaba “lejos” del centro; la carrera transpeninsular apenas se estaba construyendo; y la vida comercial de la ciudad empezaba gracias al transbordador, en donde él llegó de vuelta a su ciudad natal desde la Ciudad de México, por casualidades de la vida, unos días antes de la noche de Tlatelolco.

También te podría interesar: ¿Quiénes serán los próximos en la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres?

Doctor Rubén Salmerón. FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

“Me encabroné”

“Yo llegue a la Ciudad de México con huaraches de llanta, tipo ranchero, y con sombrero, y hablando ¡Me puchi! Así éramos todos, era lo que nos caracterizaba. Las regiones de México eran muy plurales —lo sigue siendo, pero ahora no hay muchas diferencias, antes no, ahora se parecen muchos los jóvenes de todo el mundo—. Aquí éramos muy regionalistas”. Había ido a la enorme ciudad a estudiar teatro, tras asistir a clases aquí con el profesor Piñeda Chacón. Aunque iba becado, contó que se le hizo fácil aceptar dinero para andar como porro, es decir, de revoltoso para desprestigiar a los verdaderos activistas. Sin embargo, moralmente empezó a simpatizar con la causa estudiantil, tocándole participar en la Marcha del Silencio realizada el 13 de septiembre de ese año.

El 2 de octubre del 68, ya estaba en La Paz. “Como siempre, Televisa no dijo nada; en los periódicos locales, por ahí alguna notita (…) Sería la radio, la XEW que era la que nos llegaba. Yo me enteré al siguiente día”. Diez días después de aquella masacre empezaban las Olimpíadas del 68, y le tocó saber de ellas al momento: “¡Y le aplauden a Díaz Ordaz! ¡Yo me encabroné! Desde aquí me fui a Todos Santos y bien encabronado, ¡’que no pasaba nada’! ¡No es posible!”. Por su mente cruzó la idea que tras estos asesinatos a manos del gobierno se vendría una guerrilla en México, “desde Sonora, Guerrero, ‘se va a prender la mecha’, pensé, pero no, no pasó nada”. Le sorprendió también ver la falta de reacción de indiferencia en gran parte de la sociedad mexicana. Ni qué decir de La Paz que, al parecer, no le dio la mínima importancia al suceso.

Al preguntarle si tenía conocimiento sobre si hubo algún estudiante sudcaliforniano en aquel evento, dijo que no sabía de ninguno. “Hubo militares nacidos aquí, que los llevaron. Uno de ellos recibió un balazo en la columna y duró mucho tiempo con dificultades (…) Ningún sudcaliforniano figuró como directivo de los comités de huelga”. Pero hubo alguien más por ahí, un joven sudcaliforniano, en el preciso momento de la mascare. Quiso ir, pero de nuevo intervino el azar, colocándolo lejos del sitio de las balas, a unos 4 ó 5 kilómetros.

Aníbal Angulo. FOTO: Modesto Peralta Delgado.

“No me mataron porque se me olvidó”

El artista plástico Aníbal Angulo estuvo en la Ciudad de México el 2 de octubre de 1968. También es nacido en La Paz; y también iba a estudiar arte, creyendo que iba por el teatro, pero encontrándose con la fotografía. “Yo quería hacer teatro, con Juan Melgar, Nacho del Río…”. Ese día se enteró de una manifestación masiva en la Plaza de las Tres Culturas, y aunque no tenía nada qué ver con el conflicto estudiantil, había salido de su casa, con su cámara al hombro para ir a tomar fotos. Un amigo le llamó para pedirle ayuda para revelar unas fotografías y allí, en un laboratorio de revelado, se le fueron las horas, mientras mataban y detenían estudiantes. “No me mataron porque se me olvidó”, dijo.

“Yo iba ir a tomar fotos pero un amigo que tenía un lugar donde llevabas a revelar los rollos, por la colonia Juárez, me pidió ayuda para hacer unos fotos que necesitaba. En esa época había que usar tinas largas, con ácidos; entre dos teníamos que meter el papel, enrollarlo, desenrollarlo, etcétera. Y empezaron a salir las fotos con manchas, y decíamos ‘¿qué pasa si le negativo estaba bien?’ Volvimos a poner el papel, hasta que nos dimos cuenta que éramos nosotros con la grasa de las manos… Tenía un radio y de pronto escuchamos las noticia de lo que estaba pasando en Tlatelolco. Y dije ‘¡Chin, se me olvidó! ¡Yo iba a ir a tomar fotos!’ (…) Empecé a oír la narración, me empezó a entrar un medio, ¡qué bárbaro de la que me salvé!”.

En ese viaje, hizo amistad con el joven actor José Alonso, a quien le pidieron unas fotografías para una obra de teatro; a Aníbal se le ocurrió que él se las podía tomar. Y así inicia en la fotografía, y es en la Ciudad de México de 1968 donde explora ésta y otras disciplinas de la plástica, por lo que lo toma como el punto de partida de su trayectoria artística. Justo este año, Aníbal Angulo celebra 50 años de carrera, siendo uno de los artistas plásticos más prolíficos y reconocidos de Baja California Sur.

2 de octubre, no se olvida

De vuelta al relato de Rubén Salmerón, escribimos aquí un resumen de la matanza del 68, con algunos datos interesantes concedidos en esa larga entrevista. El académico de la UABCS recordó que todo empezó el 1 de julio de 1968 con el Bazucazo en la Escuela de San Ildefonso. “Con un pleito entre dos vocaciones del Poli y una preparatoria de la UNAM, en La Ciudadela. Termina en golpizas. El gobierno propiciaba la rivalidad para tener divididos a los jóvenes; intervienen después los granaderos (…) el rector Barros Sierra junta a 100 mil estudiantes y sale al frente de las calles protestando contra la intervención violenta del gobierno, y se van dado las cosas al grado de que se van concentrando en el Zócalo. Ya para entonces son más de medio millón”.

Se forma el Consejo Nacional de Huelga a fines de julio. Por esas fechas, bajan de la bandera de México del asta del Zócalo y suben la bandera rojinegra de huelga, lo que enciende el coraje del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz y de su secretario de Gobernación: Luis Echeverría Álvarez. “Para entonces está interviniendo la CIA, después se sabe que Díaz Ordaz era agente de la CIA: le paga Estados Unidos para tener aquí controlado al país”, y a pesar de que, aparentemente, el pretexto del ataque era que la manifestación irrumpiría en las Olimpíadas del 68, según el sociólogo, lo que estaba detrás eran las políticas de control del país vecino del norte: “la histeria norteamericana, decían a lo pendejo, sin ninguna prueba que estaban influenciados por cubanos, soviéticos (…) Todo estuvo planeado desde el Pentágono por la CIA”.

De julio a octubre, “los muertos se están viendo en todo el trayecto”, por lo que al pliego petitorio de los manifestantes se suma la indemnización a las familias de los estudiantes que han ido muriendo. “El 13 de septiembre fue la Marcha del Silencio. A mi tocó ir a esa marcha donde todos iban tapados”. El 18 el ejército entró a la UNAM y se llevó más de 600 detenidos que fueron a parar a diferentes cárceles. El día 20, Salmerón regresaba a casa.

En la mañana del 2 de octubre, al saber de la manifestación masiva en la Plaza de las Tres Culturas, Díaz Ordaz y Echeverría planean la represión. “Díaz Ordaz se va a Guadalajara para decir que ‘no tuve qué ver’, ¡una pendejada!, y Echeverría se entrevista con Siqueiros, lo invita a un café a una reunión para taparse de que él tampoco hizo nada. Las acciones empezaron a las 5 de la tarde, y a las 6 empezó el operativo (…) La balacera duraría hasta la madrugada”.

Habría alrededor de 10 mil personas. De pronto, gente disfrazados de estudiantes, pero distinguidos por un guante blanco, tomaron el tercer piso de uno de los edificios y sacaron a representantes de los comités. Eran del batallón Olimpia. “Empezaron a tirarle al ejército, empezaron a matar soldados siendo soldados —para echarle la culpa a los estudiantes—, entonces se armó el merequetengue y todo el mundo a correr (…) Díaz Ordaz dijo que murieron 20 personas, pero periodistas, porque estaba la prensa internacional, dijeron que entre 300 y 400 (..) La gente da testimonio que iban en camiones, como los de Ayotzinapa. Muchos fueron incinerados, otros tirados al mar,y gran parte terminaron en lo que era la prisión de Lecumberri“.




Aníbal Angulo realiza cuarto mural en la UABCS

FOTOS: Cortesía.

La Paz, Baja California Sur (BCS).  Esta semana quedó instalado el mural La lámpara de la sabiduría, obra del artista plástico Aníbal Angulo —quien este 2018 cumple 50 años de trayectoria—, en la biblioteca de la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS); se trata de la cuarta obra en edificios de la Máxima Casa de Estudios del Estado, que forma parte de un propósito de dotar de arte los espacios universitarios.

La lampara de la sabiduría busca reflejar todas las áreas de conocimiento que están presentes en la universidad”, dijo el artista en entrevista para este medio; “la biblioteca, de alguna manera resume o aglutina todos estos conocimientos, por eso ahí hay imágenes fundamentalmente de libros, pero también de elementos de geografía, ciencias del mar, filosofía, biología”.

También te podría interesar: Raúl Cota, Rolando Placier y Aletse Almada: la terna para dirigir el IMC

Desde que se planeó hasta que se instaló se invirtió medio año de trabajo, si bien, en tres días quedó realizada la instalación por el propio artista y ayudantes, pues hubo que soldar piezas y empotrar en la alta pared del edificio; el mural fue realizado en lámina negra y pintura que se usa para automores, calculándose una vida de 20 a 25 años, aunque con su debida conservación y restauración, puede aguantar muchísimos años el paso del tiempo.

Aníbal Angulo señaló que el mural fue solicitado por la actual administración que encabeza el rector Gustavo Cruz Chávez, y que hasta ahora, cada año se ha hecho el esfuerzo por dotar al Campus La Paz de estas obras —posiblemente más adelante incluyan pintura y escultura—; en 2014, el mismo escultor y pintor creó el mural Testamento de sol en el edificio de Humanidades, en 2016, Don Quijote y su fiel rocinante, en el edificio de Radio Universitaria, y el año pasado Cortés en la Bahía de La Paz, en el edificio de Ciencias del Mar.

FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

¿Artes Visuales en la UABCS?

Aníbal Angulo también comentó que entre 2003 y 2004 —cuando fue Jorge Vale fue rector de la UABCS—, realizaron allí un Congreso de Artistas Visuales, y desde entonces, “se hizo la propuesta y la aceptación por parte del Rector de que la universidad abriría la Licenciatura de Artes Visuales“, pues, según el artista sudcaliforniano, esta es la única Universidad del país que no cuenta con esa carrera. Él sería uno de los promotores de esta petición, por lo que no descarta que en breve se reúna con el rector Cruz Chávez y se contemple el proyecto de crear la Licenciatura en Artes Visuales en la UABCS.

Por último, se dijo entusiasmado de que más adelante se le proponga tener algún tipo de taller de artes plásticas, aunque hasta ahora no le han hecho ningún ofrecimiento al respecto; sin embargo, es positivo al reconocer que “en pocos años, podemos decir que esta administración se ha atendido de dotar de esta atmósfera de los edificios, (ya que) la cultura universitaria no se refiere solamente a ciencias”.




Prepara el ISC una ambiciosa edición de la obra de Carlos Olachea

El maestro Aníbal Angulo prepara un ambicioso proyecto fotográfico con la obra del artista Carlos Olachea. Fotos: ISC.

La Paz, Baja California Sur (BCS). El Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC) llevará a cabo en una edición de colección con más de 100 fotografías con la obra del artista visual Carlos Olachea Boucsiéguez.

El maestro Aníbal Angulo tiene más de un año haciendo la recopilación de esta importante obra que dejó el artista por México y el mundo, se señala en el boletín de prensa del ISC. Cabe mencionar que en Baja California Sur se cuenta con tres de sus obras, las cuales se exhiben en el Centro Cultural “Prof. Néstor Agúndez Martínez”, en Todos Santos.

José Carlos Olachea Boucsiéguez nació en Santa Rosalía, BCS, el 4 de noviembre de 1940. Estudió artes plásticas en la Escuela de San Carlos de la UNAM (1960-1966). De 1966 a 1967 fue becario del gobierno francés y de la UNAM, realizando cursos de diseño gráfico en París. Montó más de 30 exposiciones individuales y fue invitado a otras tantas colectivas en México, Cuba, Argentina, Francia, Estados Unidos y Canadá.

En 1976 compartió actividades docentes con la coordinación del Taller de Grabado de Producción y Cursos Especiales; era consejero técnico y recientemente había representado a la ENAP en Cracovia, Polonia con motivo de un Congreso Mundial de Artistas Plásticos.

Sin duda alguna, la trayectoria de este ejemplar artista ha dejado huella en la historia de sudcaliforniana y con este proyecto quedará inmortalizada para todo el mundo. La presentación se tiene programada para finales del 2017, concluye el ISC.