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A 50 años de Greenpeace. El activismo verde más grande del mundo

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¿Por qué cuando queremos dar un ejemplo de ONG, de activismo internacional y de conciencia sobre el medio ambiente, casi de inmediato viene a la mente Greenpeace? Probablemente porque sea el paradigma de todo eso, y es más. Fundada en 1971 por Irving Stowe, Dorothy Stowe y Jim Bohlen, en Vancouver, Canadá, esta organización no gubernamental de fama mundial cumple medio siglo de existencia este mes.

Greenpeace tiene un larguísimo historial, con acciones de política verde —encaminada, de forma especial, contra el extractivismo y las actividades que dañen el medio ambiente— que han influido en 55 países, con más de 3,2 millones de socios en todo el orbe. México, y Baja California Sur en particular, también están entre sus contactos y lugares de protesta. A propósito de los 50 años de su fundación, este es un breve recuento de la importancia de este proyecto mundial y su repercusión en tierras sudcalifornianas.

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El nombre de la célebre ONG fue inventado por el activista Bill Darnell, al bautizar así al barco con el que realizaron la primera protesta, en 1971. Desde la década de los 60, Estados Unidos realizaba pruebas nucleares en Alaska, a las que se opusieron Irving Stowe y Jim Bohlen; si bien, empezaron a realizar su activismo pacífico de “dar testimonio” con la sola presencia en el lugar de los hechos, no lograron contener dicho experimento, pero lograron convocar a otros participantes en el proyecto. Así, en 1971, cuando EEUU pretendía realizar otra prueba nuclear, el barco partió hasta Amchitka, Alaska, realizando la primera manifestación como Greenpeace. De nueva cuenta, no pudieron evitarla, sin embargo, gracias a la presión ejercida —propagándose la denuncia en otras manifestaciones ciudadanas—, finalmente, EEUU dejó de realizar pruebas en esta zona cerca del Polo Norte.

A la fecha, sus acciones de resistencia pacífica alientan la protección del medio ambiente y la biodiversidad. Sin embargo, según su portal en español, señala que sus principales objetivos también son “detener el cambio climático; prevenir la contaminación y el abuso de los océanos, las tierras, el aire y el agua dulce; y promover la paz, el desarme mundial y la no violencia”. Debido a que su alcance es global, es importante hacer notar que el financiamiento es de donaciones individuales y cuotas de sus integrantes, de manera que no reciben dinero de gobiernos, partidos políticos o empresas, evitando así comprometer sus fines con intereses de empresarios o políticos.

Sudcalifornia verde

“Algunas personas miran a un bosque y ven sólo ganancia. Pero hay otros miles más que ven una casa, una sabiduría, un futuro”, se lee en Greenpeace México, que está incorporado al proyecto desde 1993. En su página web se puede encontrar, desde cómo hacer un voluntariado hasta guías para una vida más sana, donde tiene un lugar importante la eliminación de los plásticos, uno de los principales causantes de contaminación. Cabe destacar que, además de sus acciones o promoción de cuidado al medio ambiente, realizan estudios serios como el Impacto de la contaminación por plástico en áreas naturales protegidas mexicanas —la mayoría, en Quintana Roo—, que revela que a pesar de ser “áreas protegidas” en el 100% de los casos se encontraron desechos de plásticos.

En Baja California Sur, los efectos de la oleada ecologista también ha tenido repercusión. Desde 2007 se han registrado campamentos de activistas, entonces, en la reserva ecológica de San José del Cabo para evitar una construcción del Grupo Questro; hasta la fecha, Los Cabos se ha mantenido en el foco de ambientalistas por el peligro del estero, sin hablar de los interminables desarrollos turísticos en la zona.

También en 2012, Greenpeace solicitaba al Gobierno del Estado y al Ayuntamiento de Los Cabos detener el proyecto Cabo Cortés en Cabo Pulmo. Y más recientemente, el año pasado, la ONG respaldó un amparo colectivo contra proyectos de la Comisión Federal de Electricidad, que buscaban “detener diversos proyectos de generación contaminantes como las unidades móviles en la central de combustión interna Baja California Sur, la construcción de la unidad Baja California Sur Vl para 2022, y la central de ciclo combinado”.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




“Negacionistas” de la COVID-19. ¿Por qué creemos lo que creemos (o no)?

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Hilo de media

Por Elisa Morales Viscaya

Las cosas no se ven como son.

Las vemos como somos

Hilario Ascasubi.

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La década se despidió con un brutal 2020, el año del virus que cambió el mundo. Y en medio del estupor inicial que paralizó a la mayoría de la población mundial frente a la pandemia del COVID-19, vimos surgir toda clase de teorías conspiranoicas, desinformación, remedios milagrosos y, por supuesto, los negacionistas de toda la vida, que aún después de las más de un millón de víctimas siguen diciendo que el virus no existe.

Perdí la cuenta de cuantas veces me pregunte ¿cómo pueden creer eso? o ¿cómo pueden NO creer en esto otro? Sobre todo cuando se popularizan grupos de personas que mantienen creencias como el terraplanismo o aquellos que se niegan a acudir a los hospitales por temor a que les roben el líquido de sus rodillas, y similares creencias que basta con investigar un poco para encontrarlas risibles.

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Y es que todos confiamos en nuestra capacidad analítica e imparcialidad para dar con la verdad, pensamos, o queremos pensar, que nuestras opiniones y creencias son lógicas, pero resulta que no necesariamente es así.

En la década de 1960, el psicólogo cognitivo Peter Cathcart Wason, en un experimento titulado On the failure to eliminate hypotheses in a conceptual task (Sobre el fracaso al eliminar hipótesis en una tarea conceptual) registró por primera vez la tendencia de la mente humana a interpretar la información de forma selectiva y posteriormente lo confirmó en otras pruebas, con las que demostró que las personas tienden de forma natural a buscar información que confirme sus creencias existentes.

En pocas palabras, que las personas ya tenemos ideas preconcebidas o hipótesis sobre algún tema y tendemos a aceptar sólo la información que confirma esa visión mientras que ignoramos o rechazamos la información que la pone en duda. A este fenómeno le llaman sesgo de confirmación y nos impide percibir las circunstancias objetivamente convirtiéndonos en prisioneros de nuestros prejuicios y estereotipos.

Este sesgo de confirmación no sólo afecta nuestra percepción de la información sino que, involuntariamente, condiciona la forma en que nos allegamos de información, por ejemplo en los sitios web que visitamos, el noticiero que seguimos, las personas con las que nos relacionamos, etcétera.

Muchas, si no es que la mayoría de estas creencias que nuestro cerebro lucha por sostener, nos vienen dadas desde la cuna. Cuando nacemos, una gran parte de quiénes somos viene predeterminada por la cultura del lugar donde vamos a crecer.  La “cultura” en este sentido incluye un patrón de ideas, de creencias, costumbres y comportamientos que comparte la sociedad en la que nos desarrollamos y la vivimos como lo normal; por ende, nos cuesta trabajo enfrentarnos a aquello que lo cuestiona, porque de cierta forma cuestiona lo profundo de nuestra identidad, de nuestra cosmogonía.

Para mayor inquietud, en esta época de distanciamiento social en la que la educación, el trabajo y las relaciones sociales se han sostenido de gran manera en la virtualidad de las redes sociales y los medios electrónicos, estas herramientas, lejos de garantizar un acceso neutral a la información, han sido precisamente los vehículos en que se derraman las fake news y toda clase de teorías y creencias polarizadas, y resulta que los expertos tienen una –terrorífica– explicación al respecto.

En el documental de Netflix “El dilema de las redes sociales”, un grupo de genios de la tecnología que participaron en la creación de diversos elementos de las redes sociales –y las abandonaron luego por conflictos éticos– detallan cómo funcionan estas aplicaciones desde adentro y ponen en evidencia lo que llaman “el capitalismo de vigilancia”, esto es, que su negocio consiste en vender la atención de los usuarios al mejor postor, ya sea quien quiera vendernos un producto o una preferencia política.

Por años hemos alimentado nuestros perfiles de redes sociales con la música, las películas, series, grupos y todo aquellos que nos gusta, y también aquello que odiamos. Así, con cada Me gusta o comentario en las redes nos perfilan como usuarios y los algoritmos se programan para mostrarnos solo contenidos que nos interesen, encerrándonos en una burbuja en la que está expuesto un solo punto de vista, para tener nuestra atención y comercializarla, haciendo que nuestra percepción este manipulada y la realidad que percibimos, moldeada a los intereses de quien sabe quién.

Entonces, saquemos cuentas. Entre nuestros prejuicios culturales, nuestros propios sesgos mentales que nos inducen a creer lo que queremos creer y los algoritmos que nos muestran un mundo virtual moldeado a nuestros intereses ¿qué tan infaliblemente lógicos e irrefutablemente ciertos son nuestros argumentos, creencias y opiniones?

Por otra parte, bien podemos preguntarnos, si soy feliz y estoy satisfecho conmigo mismo y mis prejuicios ¿qué importa si son sesgados? ¿Qué importa que otros piensen distinto si yo no tengo dudas de mí? Y bueno, podría ser. Si en la realidad viviéramos dentro de una burbuja como las que nos envuelven en las redes sociales, quizá sería una postura viable. Pero acá afuera no hay algoritmo que nos impida ver lo que no queremos ver y acarrear prejuicios inamovibles viviendo desde perspectivas distorsionadas o enceguecidos, puede resultar peligroso.

Incluso, los prejuicios culturales como el machismo, la xenofobia, la homofobia o la cultura de la corrupción, de no ser cuestionados y revisados, acarrean terribles males sociales como la violencia y la desigualdad. Ahora, el fenómeno de los negacionistas de la COVID-19 pone en riesgo la salud de miles, y hasta millones.

¿Cómo podemos enfrentarnos a la trampa del autoengaño? Revisando nuestras creencias. Rodeándonos de personas que tengan puntos de vista opuestos a los nuestros. Conociendo y compartiendo con culturas distintas a la cual hemos nacido. Pero sobre todo, abriendo los ojos y prestando oído al debate respetuoso, con la voluntad de cuestionarnos nuestras ideas más arraigadas. A diferencia de lo que nos gustaría pensar, no siempre tenemos la razón.

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¿Generación de cristal o generación contestataria?

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Por Elisa Morales Viscaya

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El mes pasado trascendió el audio de una conversación entre una maestra del Instituto Tecnológico de La Paz y su grupo de alumnos, grabado por los propios estudiantes con el afán de “evidenciar” a la maestra que, según sus palabras, “no tenía ninguna empatía con los alumnos”. Fue una grabación que se convirtió en viral, ya que el fondo del asunto derivó en que no comprendían el concepto de “Fuente (bibliográfica)” y esa era la causa de su inconformidad: pedían que su docente a nivel licenciatura, les explicara este tipo de conceptos considerados básicos.

Las redes se inundaron —primero de manera local y posteriormente trascendiendo a espacios nacionales— de comentarios contra los alumnos, sobre todo contra una de ellos, que fue la que más intervino en la conversación. La mayoría de los detractores de este grupo de alumnos hizo referencia y se lamentó de esta “generación de cristal”, cuya falta de competencias, a su juicio, quedaba plasmada en este audio.

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Sin embargo, resultó —¡oh sorpresa!—, que la alumna inconforme de la grabación es una mujer de más de 35 años ¿Entonces? Nada. Dejaron de mencionarse generaciones, se representa a sí misma o, si acaso, al pequeño grupo de estudiantes al que pertenece. Pero cuando en el imaginario colectivo era una chica joven la que exigía ser tratada con empatía, acusamos a toda una generación de fragilidad e ignorancia. Cuestionable.

Formalmente, el término de “generación de cristal” fue acuñado por la filósofa española Monserrat Nebrera y sustentado doctrinariamente por Greg Lukianof, Jonathan Haidt y José Luis Córdova, y denomina a los hijos de la generación X (1964 a 1980), siendo entonces la generación nacida alrededor del año 2000, que ahora ya son jóvenes mayores de edad; doctrinariamente, serian centennials, o generación Z.

En redes sociales podemos encontrar muchas referencias a esta llamada “generación de cristal”, apelando a la flojera, a la inacción y a la sensibilidad extrema. Sin embargo, en general, quienes lanzan con ligereza esta etiqueta abarcan todo el núcleo poblacional en el que confluyen con la misma facilidad los millennials (1981-1993) y los centennials (1994-2010) siempre que, a sus ojos, una persona “no aguanta nada”, “de todo se queja”, “es huevón/llorón/exagerado” y demás. Lo que quiere decir que, al menos en el tratamiento coloquial de la afrenta generacional, hay imprecisiones y falta de diferenciación entre grupos que crecieron en momentos históricos y con referentes totalmente distintos. Interesante.

La popularidad del término y su sobreuso se deben a lo obvio de la referencia. No hace falta mucha imaginación para interpretar que una persona de cristal es quien se muestra frágil y se rompe al primer golpe. Así, quienes crecieron dándose paso frente a la adversidad producida por un ambiente donde los abusos estaban normalizados y quien más prosperaba era quien fuera más “fuerte” tolerando lo intolerable, encuentran que las personas que ahora no aceptan esta normalización de la violencia, del racismo, de la misoginia, de la falta de conciencia ecológica, en lugar de simplemente “ser fuerte y no quejarse”, como antaño, pues son débiles: de cristal.

De fondo, el constante ataque a la juventud de ser peor que las generaciones que le antecedieron es estéril y absurdo. Ya lo plasmó mejor y antes que yo Mario Jaime: La falsa percepción de que los jóvenes son más tontos es una constante a lo largo de la historia y propongo que está basada en una falsa percepción, quizá provocada por la desesperación de aquellos con una conciencia diferente (en un instante determinado).

Señalar con el dedito acusador a toda una nueva generación como huevones no aporta y, además, es una generalización falsa. Hay huevones, sí. Y son jóvenes, y adultos y viejos también. Flojos, improductivos, incongruentes e irresponsables los ha habido siempre, en todas las generaciones de todos los tiempos, incluso antes de que se estratificara a la población en generaciones nominadas. No es más que el eterno choque entre las personas mayores que critican por no entender a los jóvenes y los jóvenes que pugnan por cambiar el mundo que dejaron de los mayores.

Quienes ahora están tomando las riendas del mundo son aquellos nacidos en la era digital, que ven cosas que las anteriores generaciones tomamos por naturales y no debieran serlo, como la violencia de género o el desinterés por la preservación del medio ambiente. Con ellos, viene una oleada de nuevas perspectivas que cuestiona casi absolutamente todo, desde nuestro estilo de vida y cómo afecta al mundo hasta la manera de comunicarnos y los prejuicios que ciertas frases de uso común perpetúan.

Para quienes tienen un pensamiento conservador apegado a las costumbres y viejos estándares, los jóvenes de ahora simplemente “se quejan de todo”; y vaya que se quejan de mucho, pero va más allá de una queja: es una confrontación. Este grupo de jóvenes ha decidido no aceptar los discursos y pensamientos heredados sin cuestionar, y en el camino van trastocando ideas del pasado.

La nueva generación decidió no ser permisiva con costumbres que avalan el machismo, la xenofobia, el racismo y la explotación laboral; y esto ha generado que se acuse a estos jóvenes de “ser de cristal” con el afán de desacreditarlos y estigmatizarlos; quizá, antes de subestimar a la nueva generación, habría que recordar que el cristal puede cortar muy profundamente: en los últimos años se ha avanzado en la visibilización y repudio de estos males sociales generalmente tolerados y han adoptado causas por las cuales luchan, que se han traducido en fenómenos sociales de cambio.

Me gustan los jóvenes. Ojalá que nunca dejen de enfrentarse firmemente a todo aquello que nos ancle a un pasado donde lo injusto era la norma y tolerar lo intolerable, lo esperado.

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Iconoclasia, o porqué las feministas rompen, destruyen y queman

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Por Elisa Morales Viscaya

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). “Se vale protestar, pero no vandalizar”, “Esas no son formas”, “Las feministas son violentas, vándalas y delincuentas”. Estas son tan solo una muestra de las frases que oímos y leemos al enfrentarnos a las diversas manifestaciones de protesta del colectivo feminista que marcha por la lucha de derechos de las mujeres y como respuesta a la cantidad infame de feminicidios que se sigue multiplicando en nuestro país.

Siempre me pregunto, cuando los escucho, antes de juzgar y decir que las manifestaciones feministas son ‘violentas’ y que somos ‘criminales’, realmente se han cuestionado ¿qué motivos existen? ¿Hemos intentado ser escuchadas de otras maneras? ¿Han funcionado estas formas de manifestación alternativas? La destrucción, a este punto, es un acto de revolución. Y te puede parecer justificado o no, pero al menos vamos a llamarlo por su nombre. No, vandalismo no, piensa otra vez: Iconoclasia.

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Un iconoclasta, en su sentido original, es una persona que se opone al culto de imágenes sagradas. Etimológicamente, la palabra, proveniente del griego εἰκονοκλάστης (eikonoklástes), significa ‘rompedor de imágenes’. Hoy en día, por su parte, se reconoce como iconoclasta a quien va a contracorriente de las convenciones sociales y de los modelos estatuidos, y la manifestación iconoclasta es precisamente el romper y destruir las imágenes, monumentos y símbolos de estas.

La historia de la iconoclasia es extensa y por oleadas, y está relacionada con la protesta feminista desde hace más de un siglo. Para muestra, en 1914, la sufragista Mary Raleigh Richardson mutiló de siete cuchillazos la obra “La Venus del Espejo”, de Velázquez, que se exhibía en la National Gallery de Londres, enfurecida por la detención de Emmeline Pankhurst, líder de la lucha sufragista. La explicación que dio a su acto en una declaración a la Unión Política y Social de las Mujeres (Women’s Social and Political Union) fue la siguiente “He intentado destruir la pintura de la más bella mujer en la historia de la mitología como una protesta contra el gobierno por destruir a la Señora Pankhurst, la mujer más hermosa de la historia moderna”. Este fue uno de los actos iconoclastas, que no vandálicos, más famosos del pasado siglo.                             

En la historia de la humanidad nunca ha faltado la destrucción realizada por razones ideológicas, desde históricas quemas de conventos a demoliciones de monumentos cuya carga histórica se pretende destruir. Si estás interesado en la historia de la iconoclasia, puedes consultarla aquí y aquí. El vandalismo es otra cosa: simple destrucción sin motivo, vandalismo como principio y fin en sí mismo que se produce de forma incontrolada por razones individuales “sólo por hacer el daño”.

El vandalismo está ahí, a diario, en los chamacos que rayan los asientos del transporte público, en los grupos de desobligados que compiten a ver quién rompe más lámparas a pedradas, en las barras pamboleras que destruyen estadios, en los borrachos que hacen desmanes destruyendo vía pública de madrugada. Pero este tipo de actuaciones—que estoy segura que ocurren a diario—, no son ni por asomo tan censuradas. Incluso, en ciertos contextos como el deportivo se les publicita como parte de la euforia y la pasión de los hinchas.

De fondo, lo que molesta no son las pintadas ni los vidrios reventados. Nadie censuró las protestas en Estados Unidos por el horrendo homicidio de George Floyd, que también tuvieron manifestaciones iconoclastas, que por el contrario fueron aplaudidas. Lo que molesta es que quien ejerce esta forma disruptiva y controversial de protesta sea la mujer exigiendo derechos y justicia.

La destrucción no fue la primera opción. Hace no tanto se buscaba llamar la atención sobre la violencia feminicida en México con marchas pacíficas, con bailes, con canciones de protesta. Sin más resultado que la burla. Sin que la autoridad tomara en serio la agenda feminista. Se intensificó, naturalmente, la protesta: marchas con torsos desnudos, ocupación de las calles, bloqueo de edificios públicos. Y la muerte de mujeres, y los índices de violencia sexual, y el machismo sistémico continuaron con la venia del Estado.

“La violencia genera más violencia”, dicen los que pretenden justificar los abusos policiacos contra las manifestantes. Pero por supuesto: la violencia feminicida en México ha provocado esta “escalada de violencia” dentro de la manifestación feminista. Nos están matando. ¿Qué esperaban?  ¿Qué les pidiéramos por favorsito “dejen de matarnos”, con las manos sobre nuestros regazos mientras les ofrecíamos té y galletas?

No está en mí, ni pretendo con este breve texto cambiar la opinión de nadie sobre la protesta feminista. Si usted, amable lector, considera que lo correcto es poner su atención en las manifestaciones iconoclastas del colectivo feminista para censurar lo que se rompe, se quema y se destruye en nombre del repudio que nos genera un Estado corrupto, feminicida y cómplice de la violencia contra las mujeres, en lugar de horrorizarse por los doce feminicidios diarios que se cometen en México, allá usted y su cuestionable escala de valores.

Pero si vas a señalar a las mujeres que se manifiestan a través de la destrucción de los bienes culturales del Estado que dejan de representar valores democráticos cuando la voz de la mitad de la población es silenciada, apelando a la conservación de monumentos; si no te parece que la quema de documentos sea una forma de expresión válida ante la infame realidad de un gobierno que ponen en tela de juicio diariamente los testimonios de miles de mujeres y niñas violentadas, al menos, llámalo por su nombre.

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La famosa Escuela Industrial y Artística de La Paz, B.C.S

IMÁGENES: Cortesía

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Baja California Sur es una tierra que se ha destacado por tener hombres y mujeres que siempre han buscado su superación y el bienestar para sus familias. A pesar de que estas tierras se fundaron en una zona desértica y aislada del resto de la Republica Mexicana, una casi-isla, los afanes de las y los sudcalifornianos jamás disminuyeron, antes se vieron fortalecidos para poder hacer frente a los retos que se les presentaron. Fue así como, en la segunda década del siglo XX, se funda una de las instituciones que forjó a muchos ciudadanos de bien y que fortaleció el desarrollo de nuestro territorio, hoy estado. Me refiero a la famosa “Escuela Industrial”.

Finalizada la Revolución Mexicana, un periodo muy difícil para la economía sudcaliforniana debido a los enfrentamientos de los grupos armados que hubo en el territorio, así como la dificultad de surtir de mercancías necesarias para la subsistencia de la población, ya que los barcos y los puertos tenían graves dificultades para operar. Fue en ese periodo que se da una situación política inédita en esta península, que fuera aprobado por parte del Presidente de la República, en ese entonces Adolfo de la Huerta, que se elija a través de la figura de “plebiscito” a la persona que regirá los destinos de este Distrito Sur de la Baja California.

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Es entonces, que los diferentes grupos políticos inician el escrutinio para determinar quién sería la persona idónea que los representaría. Uno de estos grupos seleccionó a un paceño, que se había distinguido por ser un excelente y honrado administrador en los cargos que tuvo a nivel municipal, como regidor y posteriormente presidente municipal, el señor Agustín Arriola Martínez. Arriola Martínez procedía de una familia de personas dedicadas al comercio y a la cría de ganado, se había educado en San Francisco, Estados Unidos, y al regresar a esta ciudad de La Paz se dedicó a administrar las propiedades de la familia, a la docencia y a la incipiente vida política sudcaliforniana.

Durante la breve campaña de proselitismo que antecedió a los comicios electorales, Arriola Martínez visitó muchas comunidades en donde le plantearon diversos problemas que los aquejaban, y, entre ellos, el que no existía una institución en el Distrito Sur que capacitara a los jóvenes en oficios que les permitieran en un futuro integrarse a una actividad productiva. Arriola, conocedor de esta necesidad, prometió que si resultaba electo Gobernador construiría esta escuela y la dotaría de lo necesario para su funcionamiento.

Las elecciones se desarrollaron el 15 de agosto y Agustín Arriola Martínez resultó electo con una apabullante mayoría. Unos meses después, ya instalado en el cargo de Gobernador, inicia la construcción de la mencionada institución la cual, ya finalizada, recibió el nombre de Escuela Industrial y Artística de La Paz (Crónicas de mi puerto La Paz 1930-1959. Rosa María Mendoza de Uribe. AHPLM). La dirección de esta institución recayó en una de las personas más capaces de ese entonces, el señor Isidro Isáis Marcq y como Secretario Contador el Sr. Carlos Cornejo Monterde.

El edificio de esta escuela estaba ubicado sobre lo que hoy es la calle Guillermo Prieto entre Nicolás Bravo y Melchor Ocampo, en realidad eran dos grandes edificios, en los cuales se daba la enseñanza de los siguientes oficios: mecánica, carpintería, electricidad, albañilería y herrería. El señor Jorge Alvarado Ruiz menciona que las personas que donaron estos terrenos al gobierno para edificar la Escuela Industrial fueron el profesor Jorge Alvarado Meléndrez y el ingeniero Alfredo Savín.

Muchos jóvenes de las décadas de los cincuentas, y hasta los setentas, recuerdan que el sonido del silbato que daba la hora de entrada (7a.m.), intermedio (1p.m.) y fin (7p.m.) de las actividades en esta Escuela, se escuchaba por toda la ciudad (de aquel entonces) y que regía las actividades laborales de casi todos los comercios y empresas de aquel entonces, incluso la vida de los hogares, ya que su sonido anunciaba la hora de desayunar o en que regresaba el padre a casa para la comida.

En el gobierno del General Agustín Olachea Avilés (1946-1956), el director de esta escuela fue el señor Vicente Ibarra Vecher, mismo que fue operador de la primera planta eléctrica de este puerto y también implementó el primer sistema de comunicación telefónica. También los señores Salvador Castro y Joaquín Espinoza Albáñez fueron directores de la Escuela Industrial.

Con el paso del tiempo y ante el surgimiento de nuevas necesidades en este puerto, se decide destinar una parte del predio para la construcción del Mercado “Nicolás Bravo”, por lo que se demuele uno de los dos edificios principales para darles el nuevo uso. Al parecer, la escuela dejó de funcionar como tal a principios de los años setentas, con la llegada a la gubernatura del Ingeniero Félix Agramont Cota. En los años noventas, se instaló en el único edificio que aún se mantenía en pie el “Museo de Telecomunicaciones” bajo la coordinación del señor de apellido Gómez Pelayo. En este sitio, se mostraban al público diferentes tipos de maquinaria que en algún tiempo estuvieron en operación para las telecomunicaciones en el territorio y ahora estado. Este museo fue cerrado a finales de los noventas, o principios de la primera década del siglo XXI. En la actualidad, sólo una pequeña parte de este edificio está en funciones y alberga una oficina de telégrafo.

Hoy en día existen muchos descendientes de las personas que aprendieron un oficio en este sitio, así como los que recuerdan a sus familiares que laboraron en esta institución. Tal es el caso de Cástulo Guerrero (velador), Jorge Romero Gurrola, Julián Agúndez Martínez, Manuel Lucero Pérez, Juan Ríos Ortega, Erasto Islas Liera y Alfredo Torres Liera, Alberto Lara Fernández, los señores Güereña, etc.

Recordar la historia de estos recintos, su importancia para el desarrollo de nuestra península y las vidas que cambió para bien, es algo que siempre debemos hacer. La historia de Baja California Sur es interesante y está viva, en el corazón de sus habitantes.

 

Bibliografía:

Crónicas de mi puerto La Paz 1930-1959. Rosa María Mendoza de Uribe. AHPLM

Agustín Arriola Martínez. Visionario y magnánimo. Sinopsis biográfica – Profr. Armando Trasviña Taylor.

El territorio de la Baja California Ilustrada. J. R. Southworth

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