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La Reina Calafia ¿Mito o realidad?

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El encuentro de nuestra península, por parte de los exploradores europeos, fue un suceso natural y mus buscado, por ellos. Podemos sintetizar que el viaje de Colón hacia el occidente, y el posterior encuentro con esta tierra, la cual él no esperaba encontrar, fue por la encomienda de los reyes de la naciente España, para encontrar una ruta hacia las tierras chinas, y principalmente al encuentro con las famosas islas de especierías. En esta búsqueda sin fin, la fantasía y la realidad se entretejieron de tal forma, teniendo como desenlace nuestro mítico y maravilloso nombre de California, para nuestra milenaria península.

Posterior a la llegada de Cristóbal Colón a esta nueva tierra que encontró en medio del Mare tenebrosum, como se le conocía al Océano Atlántico en aquellos tiempos, se sucedieron una serie de viajes de exploración por una gran cantidad de militares y aventureros, los cuales tenían la doble misión de explorar estas tierras recién descubiertas, y continuar en el empeño de encontrar un viaje hacia las Molucas o Islas de especiería. Uno de estos grandes militares y exploradores fue Hernán Cortés, quien, al poco tiempo de lograr la hazaña de apoderarse de la gran Tenochtitlán, envío a algunos de sus capitanes más cercanos a que exploraran las tierras hacia el Occidente (lo que hoy son las costas de Michoacán Jalisco, Colima y Nayarit), con el propósito de conocer las riquezas que ahí se encontraban, así como la existencia de una posible ruta hacia las islas de especiería. Como respuesta a sus pretensiones, en poco tiempo regresaron sus capitanes informándole que se habían enterado, por boca de los naturales de estos sitios, de la existencia de una leyenda que ubicaban a una isla al noroeste, la cual estaba habitada sólo por mujeres, y en las que abundaban los metales preciosos como el oro y la plata, que tanto codiciaban estos extranjeros. A este sitio le llamaban Cihuatán o Cihuatlán, que en español significa Lugar de mujeres.

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Seguramente al conocer sobre esta leyenda, Hernán Cortés, así como a algunos de sus capitanes, se les vino a la mente la leyenda de Las amazonas, la cual era ya conocida desde hacía más de 1500 años, proveniente de la mitología de la civilización griega, así como la mención de un sitio de estas características, el cual aparecía en un libro de hazañas caballerescas el cual tenía muy poco tiempo de haberse impreso (1510), y que era de gran circulación en toda Europa, me refiero a Las sergas de Esplandián o Las hazañas de Esplandián. Esta obra fue escrita por un español de nombre Garci Rodríguez de Montalvo, la cual formaba el quinto libro de una serie que llevó por título Amadís de Gaula, en su primer tomo. Esta obra nos narra precisamente, las hazañas del príncipe Esplandián, hijo del rey Amadís de Gaula, y los innumerables combates que sostuvo contra los persas y musulmanes que buscaban sitiar y apoderarse de Constantinopla. Al final, los adversarios son vencidos, y Esplandián se casa con la hija del rey de Constantinopla, y paulatinamente llega al trono de este imperio.

Pero regresando a la relación existente entre este libro y la leyenda de Cihuatlán, en la obra en comento se menciona de la existencia de la reina Calafia, la cual era ama y señora de una legendaria isla conocida como California. Sobre el particular se menciona: Sabed que a la diestra mano de las Indias hubo una isla llamada California, muy llegada al Paraíso Terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese, que casi como las Amazonas era su modo de vivir […]. De las características de la reina se dice: […] la reina Calafia, salida del mar, armada ella y sus mujeres de aquellas armas de oro, sembradas de piedras muy preciosas que en la ínsula como piedras del campo se hallaban […]. En el transcurso de la novela se dice que la reina Calafia abandonó su isla al lado de sus guerreras para ponerse del lado de las huestes musulmanas, sin embargo, en el transcurso de las batallas se enamoró de Esplandián, y decide dejar las armas para unirse al ejército cristiano. Finalmente, Calafia termina casada con Talanque, primo de Esplandián. En este punto hago la acotación, que a la reina Calafia se le describe, de raza negra, bello y robusto cuerpo, fogoso valor y gran fuerza.

Es importante mencionar, que, en el siglo XVI, la realidad y la fantasía estaban sumamente mezcladas, así que era común que los navegantes hablaran de la existencia de dragones y monstruos marinos, los exploradores buscaran ciudades hechas de oro y gemas preciosas, etc. Tomando en cuenta lo anterior, no es de extrañarnos que Cortés y sus capitanes, creyeran firmemente en la posible existencia de esta isla en aquellas partes de la tierra que estaban por descubrir, y transmitieran estas ideas a sus soldados, los cuales, si bien en su mayoría eran analfabetas, compartían con sus comandantes, una imaginación viva y muy prolífica. Fue tanto el interés de Cortés por buscar esta isla que durante los años de 1532 a 1533, envió tres expediciones, por mar, hacia el noroeste de lo que ya se estaba llamando Nueva España, sin embargo, sólo en la 3er. expedición, la de Becerra-Jiménez, pudo obtener algo de información que parcialmente le confirmó lo que suponía. Fue entonces que Cortés decide formar una nueva expedición la cual encabezó, llegando el 3 de mayo de 1535 al sitio en donde habían dado muerte los naturales al infortunado Fortún Jiménez. Durante 11 meses, Cortés y sus hombres realizaron exploraciones hacia diferentes puntos de la tierra recién encontrada, y no pudieron encontrar ni a la reina Calafia ni a sus guerreras, así como tampoco las riquezas de las que tanto hablaba la leyenda. Finalmente, a mediados de abril de 1536, Cortés abandona la colonia que había formado en este sitio, al cual denominó Santa Cruz, derrotado y sin siquiera haber podido confirmar si era tierra firme o una isla. Debido a lo anterior no existe evidencia de que el Marqués del Valle de Oaxaca le haya impuesto oficialmente un nombre a toda esta tierra. 

Al poco tiempo, los deseos por continuar explorando esta tierra se extendieron, y hubo necesidad de denominarla de alguna manera. Y fue ahí que de forma no oficial empezó a generalizarse el uso del nombre de CALIFORNIA, para aplicarlo a toda esta gran extensión de tierra. Durante muchos años los historiadores trataron de responder cómo fue que este nombre mítico pasó de una novela de caballería a aplicarse a esta tierra, y algunas explicaciones fueron: Que algunos de los soldados que acompañaron a Cortés, al volver de la expedición de 1535-1536, sin las recompensas prometidas de oro y piedras preciosas, empezaron a decir a manera de resentimiento y coraje: Ahí está la famosa California (N. van de Grift). Otros historiadores, como Francisco Javier Clavijero, mencionan que el nombre se deriva de una frase en latín que mencionó Cortés durante su estancia en la Santa Cruz, donde según aseguran mencionó: Calida Fornax, lo cual se puede traducir al español como Horno caliente, debido al calor que sitió durante su estancia. Sin embargo, todas estas versiones fueron desplazadas por la explicación que realizó el Dr. Edward Everett Hale, expuesta en 1862, en donde tras hacer una traducción del libro Las sergas de Esplandián al inglés, descubre la existencia de este nombre en esta popular novela del siglo XVI. Como una acotación breve, mencionaré que en el libro El cantar de Roldán o La Canción de Rolando escrito 1060-1065, se lee el nombre de Califerne para denominar una isla. Muy probablemente 500 años después, Garcí Rodríguez de Moltalvo lo retoma en su novela, pero deformándolo, hasta quedar en California.

La primera mención del nombre California para denominar a la península, la realiza Francisco Preciado en su diario de navegación, en noviembre de 1539, durante la exploración que envía Hernán Cortés para demarcar las costas de esta tierra, al mando de Francisco de Ulloa.

Nuestra península, fue el primer lugar en el orbe, en llevar el nombre de California, y particularmente la parte sur de esta península, sitio que actualmente ocupa nuestro estado, fue al que se le impuso esta denominación. Paulatinamente la parte norte de la península recibió, por extensión, este nombre, y finalmente en el siglo XVIII, se le adjuntó el adjetivo baja a la denominación de California. Ojalá que en no mucho tiempo, podamos regresar, exclusiva y oficialmente, a denominarnos por nuestro toponímico primario, CALIFORNIA.

Referencia

EL ENCUENTRO DE UNA PENÍNSULA. La navegación de Francisco de Ulloa. 1539-1540. Julio César Montané Martí y Carlos Lazcano Sahagún. Fundación Barca. Museo de Historia de Ensenada. Archivo Histórico de Ensenada.

 

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El Misionero Jesuita Clemente Guillén de Castro, Expedicionario y humanista

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). A partir del año de 1697, dio inicio la gran epopeya misional, en donde empezaron a llegar los misioneros de la Compañía de Jesús, los cuales paulatinamente cambiarían el rumbo de la historia de esta península de California. Uno de los sacerdotes más destacados fue Clemente Guillén de Castro, el cual desarrolló una gran tarea en la exploración y atención de los grupos indígenas en las regiones más inhóspitas y apartadas que existían.

El ignaciano Guillén de Castro, nació en el año de 1677 en el Reino de la Nueva Galicia, dentro del Virreinato de la Nueva España, en el poblado que actualmente es la capital del estado de Zacatecas. A los 19 años ingresó al colegio de Tepotzotlán en donde realizaría sus estudios que lo investirían al final como integrante de la Compañía de Jesús. Su primero encargo fue ser maestro de gramática y filosofía en la región de Oaxaca, y posteriormente misionar por un tiempo en la región de Sinaloa. A finales del año de 1713, contando con 36 años, se embarca junto con 2 jesuitas más rumbo al puerto de Loreto, para iniciar con su trabajo de misionero en la península. Debido al mal tiempo que imperaba en el Golfo de California, en dos ocasiones emprendió rumbo a su destino pero fue desviado, hasta que en el último viaje naufragó costándole la vida a uno de los misioneros que lo acompañaban y a otras personas a bordo. Puesto a salvo en tierra firme, repone sus fuerzas y finalmente se traslada al puerto del Yaqui, del cual parte hacia Loreto, a principios de 1714, llegando con bien a su destino.

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Como solía ocurrir en esos años, debido a la gran escasez de misioneros y la gran necesidad que de ellos se tenía para consolidar los pocos enclaves misionales que se habían fundado, después de unos pocos meses que pasó el padre Clemente en Loreto aprendiendo la lengua Guaycura y algunos datos sobre la geografía de la península, se le comisiona para que pase a ser el sacerdote titular de la misión de San Juan Bautista Ligüí-Malibat, en sustitución del sacerdote Francisco Peralta. Durante los siguientes años, el padre Clemente se esmeró por tratar de atraer hacia su misión a los indios que merodeaban por el lugar, pero debido a la escasez de agua y la renuencia de los naturales a vivir en el sitio, hizo que la misión, muy a su pesar, se fuera despoblando.

Mientras tanto, en el mes de marzo de 1719, el virrey Baltasar de Zúñiga y Guzmán, ordena a los jesuitas de la península de California, que realicen una exploración por el rumbo de Bahía Magdalena, con el propósito de identificar un sitio que ofreciera un buen puerto al Galeón de Manila, así como que contara con una fuente de agua permanente y abundante para dar refresco a la tripulación. El designado para llevar a cabo esta misión fue el padre Clemente Guillén.

La expedición estaba comandada por el capitán del Presidio de Loreto, esteban Rodríguez Lorenzo, así como algunos soldados e indios, los cuales les servirían como intérpretes y para asistirlos en sus necesidades. Esta hazaña les llevó 43 días en donde recorrieron la distancia que hay desde Loreto, hasta un sitio indeterminado que se encuentra frente a Isla Santa Margarita. Durante este viaje estuvieron a punto de perecer por la falta de fuentes de agua suficiente, además de que los Guaycuras que habitaban estos sitios se mostraban muy recelosos de ellos y, en varias ocasiones parecía como que se iban a abalanzar sobre ellos, sin embargo, utilizando toda su destreza diplomática, así como una que otra hazaña de amedrentamiento, lograron mantener una tensa calma con todos, hasta el fin de la exploración. En términos de éxito del objetivo del viaje, todo fue un fracaso ya que ni se encontró un puerto adecuado para el galeón ni fuentes de agua abundante, más sin embargo para efectos de la conquista misional fue muy provechoso ya que se descubrieron nuevos parajes, nuevas rutas y sobre todo se puso en contacto con grupos de indios que podrían ser evangelizados.

El siguiente año, en 1720, se envía al padre Clemente Guillén, al frente de un grupo de indios de su misión de San Juan Bautista y, unos cuantos soldados, a que tracen una ruta de exploración, desde su misión de San Juan Bautista, hasta el puerto de La Paz. Sobra decir que este viaje fue uno de los más peligrosos al que se enfrentaron los colonos, principalmente por lo abrupto de la serranía que se tuvo que traspasar, así como por el carácter belicoso y aguerrido de los Guaycuras, los cuales los veían como un peligro por ser competidores por la poca agua y el poco alimento que había en estos parajes. Durante los 26 días que duró esta expedición, a cada paso se encontraban precipicios infranqueables, abruptas y escarpadas montañas, y el azote siempre presente de la falta de agua. Debido a estas dificultades, a las que se sumaban los constantes asedios de grupos de guaycuras que buscaban amedrentarlos y que desistieran de su marcha, casi todos los indígenas amigos desertaron. Cuando llevaban un poco más de la mitad de los días que duró el trayecto, y ante la falta de agua y carencia de una ruta clara para poder sobrepasar la intrincada sierra, se convocó a una reunión en donde se analizaron las posibilidades de seguir a La Paz o regresarse, y finalmente después de no pocas objeciones, se decidió continuar.

Finalmente, el 6 de diciembre de 1720, Guillén de Castro y sus acompañantes, llegan a la bahía de La Paz, sitio al cual habían llegado en tan sólo dos días, por mar y embarcados en la balandra El triunfo de la Cruz, los misioneros Bravo y Ugarte, desde Loreto. Pasado unos días en el puerto y repuestas las fuerzan deciden regresar a la misión de San Juan Bautista, partiendo de La Paz el 10 de enero y llegando a su misión el 23 del mismo mes.

En el transcurso de este año, y tras los informes del padre Clemente sobre los parajes descubiertos dentro de la serranía que cruzó rumbo a La Paz, se le ordena que pase a formar una Misión en el paraje conocido como Apaté por los Guaycuras. El nombre que llevó esta misión fue Nuestra Señora de los Dolores, y contó con el presupuesto de diez mil pesos, los cuales fueron obsequiados por el marqués de Villapuente. Coincidió el poblamiento inicial del sitio con el cierre de la Misión de San Juan Bautista Malibat-Ligüí, debido a la escasez de naturales. Durante los años en que esta misión estuvo en el paraje de Apaté se vivieron condiciones muy adversas ya que el agua era salobre y de mala calidad, lo que impedía su uso para el cultivo. Sin embargo, se decidió mantener esta Misión principalmente porque servía como puente de ayuda y socorro para la Misión de La Paz, así como las otras que se fundaron en esta región austral de la península, decisión que demostró ser acertada por los sucesos que ocurrieron a partir del 1734 durante la gran rebelión de los pericúes.

En 1734, cuando el padre Clemente contaba con 57 años de edad, en el mes de octubre, dio inicio una rebelión encabezada por el grupo de los pericúes, pero que trascendió las fronteras de su región y se extendió a toda la península explorada por los misioneros, estando a muy poco de que concluyera con la salida y, en plan de huida, de los misioneros de la Compañía. Cuando por fin el gobierno virreinal decide enviar al gobernador de Sinaloa encabezando a un numeroso grupo de soldados e indios yaquis y mayos, para aplacar este movimiento indígena, deciden establecer su cuartel general en esta misión de Los Dolores. En 1737, sofocada esta insurrección, el sacerdote Guillén de Castro decide cambiar el asiento de su misión a otro sitio con mejor agua. El lugar designado fue un paraje conocido por los Guaycuras como Tañuetiá y, por los españoles como la Pasión. Este sitio estaba en el cajón que se formaba por el arroyo de Chillá. En este sitio continúa con su apostolado este sacerdote el cual ya para estas alturas 1744, se encontraba casi ciego.

En el año de 1746, y debido a su ancianidad y su ya casi total ceguera, se decide retirar al padre Clemente Guillén al Presidio de Loreto, en donde se conservó con gran actividad y siempre tratando de ser de utilidad para el sostenimiento de sus queridas misiones. Se cuenta que durante los días en que falleció, había llegado al Presidio de Loreto una anciana indígena que hablaba un tipo de lengua desconocida, y que buscando su bautismo se acercó al padre Guillén, mismo que le pidió el enseñara se lengua. En esta ocupación lo encontró la muerte en el año de 1748, a los 71 años de edad, y tras 34 años de trabajo duro e intenso entre sus amados Californios.

Bibliografía

Ponce A., A. (2012). Misioneros Jesuitas en Baja California. 1683-1768.

Guillén de C., C. [Diario de la] Expedición a la nación guaycura en Californias y descubrimiento por tierra de la gran Bahía de Santa María Magdalena en el Mar Pacífico, hecha por el Capitán Esteban Rodríguez Lorenzo, su primer conquistador: 3 marzo-14 abril 1719.

Guillén de C., C. [Diario de la] Expedición por tierra desde la misión de San Juan Bautista Malibat hasta la Bahía de La Paz, en el Seno Califórnico [por el padre Clemente Guillén]: 1720.

Zambrano, F. Diccionario Bio-Bibliográfico de la Compañía de Jesús en México.

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Apuntes sobre los Pericúes

 Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra península inició su poblamiento hace aproximadamente unos 12,500 años. Los grupos que llegaron venían procedentes de Asia, e incursionaron en este continente americano por el famoso estrecho de Bering. Poco a poco fueron descendiendo hacia el sur, y algunos de esllos ingresaron a la península que actualmente lleva el nombre de Baja California, en donde quedaron encapsulados. Este fue el antecedente de los grupos étnicos nativos que durante la Colonia se conocieron como pericúes, guaycuras y cochimíes.

En el caso que hoy nos ocupa, los pericúes, este grupo se asentó en la región más austral de la península, y abarcó casi todo el territorio de lo que actualmente se denomina el Municipio de Los Cabos. De acuerdo a los cálculos realizados por los sacerdotes jesuitas, los cuales permanecieron en nuestra península de 1697 hasta 1768, los pericúes era el grupo menos numeroso, con apenas unos 5000 integrantes. Sus principales actividades eran la pesca y la caza así como la recolección de semillas y frutos, lo cual los hacía un grupo nómada o seminómada, ya que tenían que trasladarse por temporadas a diferentes sitios en búsqueda de alimento y agua. 

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El nombre de pericús o pericúes, se lo impusieron los jesuitas al escuchar sus incesantes pláticas, en las cuales decían las palabras de forma rápida, semejándoseles a los pericos o periquitos, de ahí que hayan adaptado este nombre para denominar a este grupo. Sin embargo, en las crónicas misionales se habla que dentro de los pericúes existían divisiones de grupos: edúes, uchitíes, coras y pericúes. El etnólogo francés, Paul Rivet, desarrolló una interesante hipótesis sobre el origen de los pericúes. De acuerdo a investigaciones que realizó en las osamentas encontradas en entierros de este grupo, él sostenía que habían llegado a esta parte de la península en embarcaciones, navegando desde Australia o Polinesía. Como evidencia de ello menciona que la forma de la cabeza de los pericúes era hiperdolicocéfala, esto es, ancha y redonda, similar a la que tienen los habitantes de aquellas regiones del sur del orbe, muy diferente al resto de los habitantes de la península. También los misioneros jesuitas mencionaban que los pericúes tenían un lenguaje muy diferente al resto de los californios, sin parecido alguno.

Las herramientas que fabricaban los pericúes eran arcos, flechas, arpones de madera, cuerdas de hoja de maguey machucado (ixtle), piedras de moler, leznas, espátulas, ornamentos de madre perla, cuentas de caracoles marinos, lanzadardos, cestas o coritas, contenedores de palma, etc. De acuerdo a las observaciones realizadas por los exploradores y militares europeos así como los jesuitas, se dice que eran excelente nadadores y navegantes. Las islas Espíritu Santo, Cerralvo (Jacques Y. Cousteau) y San José, fueron colonizadas por los pericúes, llegando a ellas desde hace 10,000 años. Los exploradores europeos que arribaron a la región de Los Cabos, mencionan que era común  al estar a unos 5 o 6 kilómetros de distancia de la costa, llegaban hacia ellos una gran cantidad de pericúes montados en sus embarcaciones tan endebles, siendo muy hábiles en el conocimiento de las corrientes marinas y la orientación.

Francisco Javier Clavijero, SJ, hace una interesante descripción de la vestimenta de los Pericúes: Los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas, adornaban toda la cabeza de perlas, enredándolas y entreverándolas con los cabellos, que mantenían largos. Entretejían con ellas unas pequeñas plumas blancas, resultando de todo un adorno postizo que, visto de lejos, pudiera pasar por peluca. También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas.

Las más decentes en vestirse eran las mujeres de los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas. Hay en este pedazo de tierra cierta especie de palmas, distintas de las que producen los dátiles, y de éstas se valen las indias, para formar sus faldellines. Para esto golpean sus hojas, como se hace con el lino, hasta que salen esparcidas las hebras, las cuales, si no son tan delicadas como las del lino, a lo menos quedan, machacadas de este modo, más suaves que las del cáñamo. Su vestido se reduce a tres piezas, dos que forman juntas una saya, de las cuales la mayor, poniéndola por detrás, cubre también los dos lados volteando un poco para delante, y llega desde la cintura hasta media pierna o poco más. La otra pieza se pone por delante, cubriendo el hueco que dejó la mayor, pero sólo llega a las rodillas o muy poco más. La tercera pieza sirve de capotillo o mantelina con que cubren el cuerpo desde los hombros hasta la cintura o poco más. Estos vestidos no están tejidos sino engasados de hilos, o diremos mejor cordelillos, unos con otros por el un extremo, como en los fluecos, deshilados o guadamaciles, quedando pendientes a lo largo en madejas muy tupidas y espesas. Y aunque labran unas pequeñas telas de estas pitas o hebras de palmas, no son para vestirse sino para hacer bolsas y zurrones, en que guardan sus alhajuelas. Estas indias del cabo de San Lucas crían el cabello largo, suelto y tendido por la espalda. Forman de figuras de nácar, entreveradas con frutillas, cañutillos de carrizo, caracolillos y perlas, unas gargantillas muy airosas para el cuello, cuyos remates cuelgan hasta la cintura y, de la misma hechura y materia, son sus pulseras. Aun en aquel rincón del mundo inspira estas invenciones a gente tan bárbara el deseo de parecer bien. El color de toda esta nación pericú es, por lo común, menos obscuro, y aún notablemente más claro, que el de todos los demás californios.

De acuerdo a investigaciones que ha realizado el Lic. Gilberto Ibarra Rivera, en diferentes documentos escritos por personas que convivieron con los pericúes, ha podido concentrar algunas de las palabras que utilizaban en este grupo, lamentablemente es del que menos se conoce su lengua. Aquí algunos ejemplos, y cuando se tiene, la definición de estas palabras: Aiñiní: nombre indígena del sitio en el que se construyó la misión de Santiago de los Coras, Anicá: nombre de una ranchería indígena, Añuití: nombre pericú del sitio donde se construyó la misión de San José, cerca de la actual ciudad sudcaliforniana de San José del Cabo, Caduaño: topónimo de un pueblo moderno, localizado en el municipio de Los Cabos (Baja California Sur). Significa Cañada Verde, Cunimniici: nombre de una cadena de ontañas localizada en territorio pericú, Eguí, Marinó: nombre indígena para los montes de Santa Ana (Baja California Sur), Purum: topónimo que designaba a un conjunto montañoso y a una ranchería indígena, Yeneca: topónimo de una ranchería, Yenecamú: topónimo indígena de Cabo San Lucas, ípiri: cuchillo, ipirica: hacha, uriuri: andar, utere: sentarse, unoa: daca aquello , Boox o boxo: perla, nacui: concha, itaurigui: capitán, eni: agua, aynu: pescado y miñicari: cielo.

Los pericúes fue el primer grupo étnico nativo de la antigua California en desaparecer. Una gran cantidad de epidemias entre las que se destacan sarampión, viruela y sífilis, causaron la mortandad de miles de niños y adultos de este grupo. En el caso de la sífilis por lo general ocasionaba esterilidad en las mujeres o el nacimiento de niños enfermos que al poco tiempo morían. También durante la gran rebelión de 1734, iniciada por este grupo, al ser reprimida por el ejército español, ocasionó la muerte de muchos de ellos, así como el exilio a otras misiones de una gran cantidad de mujeres pertenecientes a este grupo, como una forma de evitar su reproducción. Aproximadamente para el final de la segunda década del siglo XIX, se habían extinguido los integrantes de este grupo, sin embargo, debido al mestizaje que se dio entre los recién llegados con los últimos hombres y mujeres pericúes, la herencia genética aún perdura en sus descendientes.

Aún falta mucho por conocer sobre la historia y cultura de este gran grupo de los Pericúes, tarea que seguimos realizando de forma paulatina pero constante, con el fin de apuntalar la identidad de los habitantes de Sudcalifornia, y seguir recordando que en esta tierra florecieron grupos étnicos originarios con una gran cultura y de cuya herencia nos debemos sentir orgullosos. 

 

Bibliografía

Francisco Javier Clavijero. 1789. Historia de la Antigua o Baja California.

Ibarra Rivera G. 1991. Vocablos indígenas de Baja California Sur. Instituto Sudcaliforniano de Cultura.  

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Apuntes históricos sobre los Pericúes

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra media mitad sur de la península de Baja California fue habitada por tribus que descendieron desde el norte del continente hace aproximadamente unos 12,500 años. Conforme estos grupos fueron descendiendo, se establecieron en lugares donde encontraban condiciones propicias para alimentarse y tener refugio. En la región más austral de nuestra península, lo que hoy es el territorio del Municipio de Los Cabos, fue habitado por una gran cantidad de grupos, los cuales compartían una lengua así como ciertas costumbres. A la llegada de los misioneros españoles se les denominó con el nombre de pericús o pericúes.

La principal fuente de información sobre los grupos étnicos nativos de la península han sido los textos misionales que nos dejaron los sacerdotes pertenecientes a la Compañía de Jesús, y que por espacio de 70 años cohabitaron con estos grupos. Además de lo anterior se cuenta con unos pocos textos escritos por exploradores, militares e incluso corsarios, que estuvieron de paso por estas tierras, y que nos narraron sus encuentros, en el caso que nos ocupa, con los pericúes, y las impresiones que en ellos causaron. Finalmente mencionaremos a algunos antropólogos y exploradores de la primera mitad del siglo XX, los cuales han realizado interesantes hipótesis sobre las osamentas encontradas y los asentamientos de estos grupos. Algunos de estos investigadores son William C. Massey y Paul Rivet, entre otros.

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Se cree que la población total de los pericúes, a la llegada de los colonos europeos para fundar la Misión de Santiago en 1721, era de aproximadamente de unos 5,000 individuos. Conforme fueron conociendo a los integrantes de este grupo, se encontraron con que dentro de ellos había divisiones por su dialecto: los hucitíes, los coras, los edús o edúes y los denominados propiamente pericúes; sin embargo, los religiosos, para poder denominarlos sin mayores problemas, decidieron atribuirles a todos el nombre de pericúes. Al parecer el origen de este nombre se debe a la dificultad que tenían los colonos para poder entender su lenguaje, ya que hablaban rápidamente y con un tono agudo, “semejante al de los periquitos”, de ahí que decidieran nombrarlos como “pericúes.

Investigadores como Rivet, sostuvieron la explicación sobre el origen de los pericúes, como descendientes de grupos que arribaron a la península por mar, procedentes de la polinesia y norte de Australia. Esta suposición se basaba en las características de sus cráneos, los cuales eran hiperdolicocéfalos (largos y anchos), muy semejantes a los habitantes de la Polinesia. Además, la lengua de los pericúes era totalmente diferente a la de los demás grupos de la península. Esta hipótesis continúa siendo investigada.

Como ya se mencionó, el territorio que ocupó este grupo fue la punta sur de la península Californiana, desde Cabo San Lucas hasta el Cabo Pulmo, junto con las grandes islas del sur del Golfo de California –como Cerralvo, Espíritu Santo, Partida y San José. Se dice que su complexión física era fuerte, y su color de piel era más claro que el de los demás habitantes de la California. Los hombres andaban desnudos y, de acuerdo a lo descrito por Clavijero, adornaban toda la cabeza de perlas, enredándolas y entreverándolas con los cabellos, que mantenían largos. Entretejían con ellas unas pequeñas plumas blancas, resultando de todo un adorno postizo que, visto de lejos, pudiera pasar por peluca. También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas”. Sobre la vestimenta de las mujeres nos dice: Las más decentes en vestirse eran las mujeres de los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas. Hay en este pedazo de tierra cierta especie de palmas, distintas de las que producen los dátiles, y de éstas se valen las indias, para formar sus faldellines. Para esto golpean sus hojas, como se hace con el lino, hasta que salen esparcidas las hebras, las cuales, si no son tan delicadas como las del lino, a lo menos quedan, machacadas de este modo, más suaves que las del cáñamo. Su vestido se reduce a tres piezas, dos que forman juntas una saya, de las cuales la mayor, poniéndola por detrás, cubre también los dos lados volteando un poco para delante, y llega desde la cintura hasta media pierna o poco más. La otra pieza se pone por delante, cubriendo el hueco que dejó la mayor, pero sólo llega a las rodillas o muy poco más. La tercera pieza sirve de capotillo o mantelina con que cubren el cuerpo desde los hombros hasta la cintura o poco más. Estos vestidos no están tejidos sino engasados de hilos, o diremos mejor cordelillos, unos con otros por el un extremo, como en los flecos, deshilados o guadamaciles, quedando pendientes a lo largo en madejas muy tupidas y espesas. Y aunque labran unas pequeñas telas de estas pitas o hebras de palmas, no son para vestirse sino para hacer bolsas y zurrones, en que guardan sus alhajuelas. Estas indias del cabo de San Lucas crían el cabello largo, suelto y tendido por la espalda. Forman de figuras de nácar, entreveradas con frutillas, cañutillos de carrizo, caracolillos y perlas, unas gargantillas muy airosas para el cuello, cuyos remates cuelgan hasta la cintura y, de la misma hechura y materia, son sus pulseras.

La mayor parte de su alimentación consistía en peces, aves, pequeños mamíferos marinos, bivalvos, venados, frutas y semillas. Los pericúes que habitaban en la costa, eran excelente nadadores, y habían desarrollado la construcción de una especie de canoa la cual consistía en unos 4 o 5 troncos, a los que amarraban con cuerda obtenida al machacar el agave. Con este tipo de canoas podían navegar hasta 5 o 7 kilómetros al interior del mar, y quizás mucho más, de ahí que lograron desplazarse a las Islas San José, Cerralvo y Espíritu Santo, las cuales poblaron desde hace 10 mil años. Las herramientas que utilizaban eran el arco, flechas, percutores, tajadores, raspadores, silbatos de hueso de venado o pelícano, arpones de madera, anzuelos de concha, cestas elaboradas con ramas flexibles de algunos arbustos, perlas acanaladas.

Dentro de su cosmovisión, ellos creían en un Dios supremo: Niparaja, el cual tenía por esposa a Anajicojondi. Tuvo tres hijos con ella, entre los que podemos mencionar a Cuajaip. Creían que existía un Gran señor, el cual luchó contra Niparaja, y fue derrotado. Su nombre era Tuparán o Bac. Dentro de su cosmovisión existían otros seres como Purutahui: Creador de las estrellas, y Cucunumic. Creador de la luna. Se ha difundido mucho que los pericúes eran polígamos, y que cuando llegaban extranjeros a visitarlos, ellos les ofrecían a sus mujeres, para que tuvieran sexo; sin embargo, este tipo de relatos son contradictorios, ya que existen otras fuentes donde narran que eran monógamos y que cuidaban mucho a sus mujeres para evitar que fueran violentadas. Desde mi punto de vista considero que era cuestión de elección personal, tanto del hombre como de la mujer si deseaba ser monógamo o no.

En cuanto a las costumbres funerarias, la antropóloga Harumi Fujita, ha realizado una serie de exploraciones en la Isla Espíritu Santo, en entierros que se han encontrado, obteniendo las siguientes conclusiones: los cuerpos eran colocados dependiendo de la jerarquía del individuo, de tal forma que en el lugar central de una cueva se ubica al individuo que tuvo más poder. Se les sepultaba con sus objetos más valiosos como puntas de flecha, conchas, anzuelos, perlas acanaladas, etc. En el caso de los concheros era común que se les sepultara colocando conchas o madreperlas en diferentes partes del cuerpo o frente a ellas como un símbolo de identidad del grupo. Se piensa que la colocación de cuerpos dentro de una cueva era un símbolo de renacimiento por asociación con la matriz. En los entierros que datan del año 1000 d.C. en adelante se aprecia un trato diferenciado a los familiares del difunto los cuales eran sepultados en la misma cueva. Se cree que las costumbres funerarias surgieron posteriormente al seminomadismo cuando los grupos tenían asegurado, al menos por un buen periodo de tiempo, la alimentación y entonces procedieron a crear un sistema socioeconómico, político y religioso sólido como una forma de control. Los entierros se hacían al azar en los mismos sitios donde habitaban los Californios. Todos los cuerpos enterrados se realizaron de forma flexionada pero sin un orden preestablecido.

De acuerdo a los informes de los misioneros jesuitas, los pericúes era el grupo más rebelde y belicoso de la península. Siempre se mostraron renuentes a aceptar la aculturación que iniciaron los colonos. La gran rebelión iniciada en el año de 1734 en las Misiones de Santiago y San José del Cabo, así como la violenta represión, vino a reducir drásticamente la cantidad de pericúes. Durante los siguientes años y hasta la salida de los jesuitas en 1768, las grandes epidemias de sífilis, sarampión y viruela atacó con mayor virulencia a las poblaciones de indígenas del sur de la península, de forma que, a finales del siglo XVIII, los pericúes estaba extintos lingüística y culturalmente.

Conforme se fue poblando esta zona, antes habitada por los pericúes, por los colonos europeos que llegaban a esta zona, varios de ellos se casaron y procrearon familias con los últimos pericúes que quedaban, de tal forma que en la actualidad existen pobladores que genéticamente son descendientes de este linaje ancestral.

 

Referencias bibliográficas:

Clavijero, F. J. (1770). Historia de la Antigua o Baja California.

Fujita, H (sin fecha). Proyecto El Poblamiento De América Visto Desde La Isla Espíritu Santo, B.C.S.

G. Cervantes. L. E. et al (sin fecha). Materiales Arqueológicos: Una Revisión De Algunos Ejemplares, A Lo Largo De La Historia.

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Catalogar los libros de un historiador. Tarea necesaria pero no siempre fácil… hasta ahora

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En esta ocasión deseo hacer una pausa a mis trabajos de investigación histórica para traerle a mis estimados lectores una temática que es muy probable que se les presente, así como una solución idónea. Me refiero a la catalogación de los libros, revistas, periódicos y demás material que vamos adquiriendo a través de nuestra vida, y que se vuelve todo un galimatías el tratar de ordenarlo e incluso toda una odisea el encontrarlo para realizar una consulta.

Como todo buen historiador, desde hace varios años he estado concentrando una gran cantidad de libros y revistas con temática principalmente de la historia de la Baja California. La mayoría de ellos los he adquirido, pero una parte también me han sido donados por amigos y amigas entrañables que saben de mi pasión por la historia de esta península. Con el paso del tiempo fueron pasando estos materiales de cajas modestas a libreros, sin embargo, no encontraba la forma adecuada para poder catalogarlos. Investigué una buena cantidad de sistemas de catalogación y los deseché por no acomodarse a mis necesidades. Sin embargo, la necesidad de tener un sistema que me permitiera encontrar lo más rápido posibles fuentes bibliográficas a las cuales acudir cuando realizara algún documento, me hicieron imperiosa la necesidad de volver a la búsqueda de un sistema de catalogación.

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Uno de los aspectos que consideré necesario que cumpliera este sistema de catálogo es que fuera en línea, esto es, que la información se encontrara disponible en internet, y que pudiera acceder a ella en cualquier momento del día y noche, así como desde cualquier dispositivo: computadora, tableta, teléfono inteligente, etc. Debido a lo anterior me dediqué a buscar software que cubriera con este requisito, sin embargo, era algo complicado puesto que tenía que desarrollarse en una base de datos, y para que esta pudiera ejecutarse debería de contratar la renta de un servidor, así como un nombre de dominio. Sobra decir que además de lo anterior, pagar los servicios de un programador que llevara a cabo la delicada tarea de hacer el sistema de catalogación a mi gusto, así como su mantenimiento constante.

Fue entonces que decidí buscar Apps para tabletas o teléfonos inteligentes que ya estuvieran creadas con este propósito. La gran dificultad era que estas aplicaciones deberían estar instaladas solamente en un equipo electrónico, y no podían consultarse a través de internet, lo que no cubría con una de las premisas de mi búsqueda. El siguiente paso fue buscar en diversas páginas de internet (foros, principalmente), en donde otras personas que compartieran este interés escribieran sobre la forma en que lo resolvieron, afortunadamente ahí encontré una solución que se acomodara a mis necesidades de catalogación, y además gratuita.

El sitio que me proporciona esta solución es Libib, que es la abreviatura de Library Management Web. Es un sistema de catalogación que permite capturar hasta 100 mil artículos, en la versión de paga, y 5 mil en la gratuita, lo que es más que suficiente para mis necesidades. Se pueden crear hasta 100 catálogos, que son más que suficientes para colecciones de: revistas, libros, periódicos, discos, películas, documentos, etc. La información que se agrega se graba automáticamente en su website, y la podemos volver a consultar, modificar e incluso borrar. Se pueden crear estadísticas sobre las características de los artículos, además de que los datos los podemos exportar para guardarlos en nuestra computadora o compartirlos con otros usuarios.

En mi caso, este sitio me proporciona opciones muy interesantes para poder agregar mis libros al catálogo que cree. Las opciones son: nombre del libro, nombre del o los autores, descripción de libro, editorial, año de publicación, ISBN, cantidad de páginas, precio, y lo más importante, una fotografía de la carátula del libro. Este último punto es muy importante para mí ya que, en la mayoría de las ocasiones, con ver la portada de un libro me viene a la mente una reseña de su contenido, cosa que no siempre ocurre con otros datos como el nombre del autor o el título. En caso de que alguien quiera utilizar este sistema para manejar una biblioteca, se pueden agregar los libros de forma rápida escaneando el código de barras o el ISBN, además de que se lleva un control de los préstamos de libros.

Como se pueden dar cuenta, este sistema de catalogación es muy bueno, y se adapta a las necesidades de casi todos los usuarios. Los invito a que visiten la página y si es de su agrado se suscriban, créanme que les será de gran utilidad para llevar un seguimiento del material con el que cuentan, así como una búsqueda rápida de los mismos.

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