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La importancia de la divulgación histórica en la formación de la identidad

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En un mundo cada vez más globalizado y marcado por la modernidad líquida, la divulgación de la historia de una entidad federativa se convierte en una estrategia crucial para la formación de la identidad de sus habitantes. La globalización ha facilitado una vinculación sin precedentes  entre culturas y sociedades, pero también ha generado una tendencia a homogeneizar las identidades locales, despojándolas de su esencia y particularidades.

La modernidad líquida —concepto acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman— describe una era en la que todo cambia rápidamente y nada es permanente. En este contexto, los vínculos sociales, las tradiciones y las identidades están en constante flujo, desafiando la capacidad de los individuos para arraigarse y encontrar un sentido de pertenencia. Ante este escenario, la divulgación de la historia local se convierte en una herramienta vital para arraigar a las comunidades en sus raíces y fortalecer su identidad colectiva.

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La historia de una entidad federativa es más que una simple acumulación de fechas y eventos; es el relato de las experiencias compartidas, las luchas, las victorias y las tradiciones que han dado forma a la vida de sus habitantes a lo largo del tiempo. Conocer y entender este pasado proporciona a los individuos un sentido de continuidad y pertenencia, una narrativa común que enriquece su sentido de identidad.

Divulgar la historia local implica llevar estos relatos a la vida cotidiana de las personas a través de diferentes medios: desde la educación formal en las escuelas hasta eventos culturales, publicaciones, medios de comunicación y plataformas digitales. Este esfuerzo no sólo preserva la memoria histórica, sino que también fomenta un orgullo genuino por el lugar al que se pertenece. Los habitantes, al conocer las historias de su tierra, sus héroes y sus tradiciones, desarrollan un sentimiento de arraigo que les permite enfrentar los retos de la modernidad con una base sólida.

La globalización, con sus beneficios innegables, también presenta el desafío de evitar que las identidades locales se diluyan en un mar de influencias externas. La divulgación histórica actúa como un contrapeso necesario, permitiendo que las comunidades preserven y festejen sus particularidades culturales. Esta dualidad, entre lo global y lo local, puede y debe coexistir, ofreciendo a los individuos la riqueza de una identidad múltiple y compleja.

Además, en tiempos de modernidad líquida, donde las certezas se desvanecen y las relaciones son efímeras, la historia local brinda una base sólida y duradera. Saber de dónde se viene, conocer las historias de resistencia y adaptación, proporciona una brújula para navegar en un mundo de cambios constantes. La identidad, formada a partir de estas narrativas, se convierte en un recurso invaluable para la cohesión social y el desarrollo comunitario.

En este sentido, es fundamental que las políticas públicas y las iniciativas privadas apuesten por la divulgación de la historia local. Museos, archivos históricos, centros culturales y proyectos educativos deben recibir apoyo y recursos para llevar a cabo esta misión. Además, el uso de tecnologías modernas, como plataformas digitales y redes sociales, puede amplificar el alcance de estas historias, haciendo que lleguen a las nuevas generaciones de manera atractiva y accesible. Al celebrar y compartir las historias locales, se construyen comunidades más fuertes, orgullosas y cohesionadas, capaces de mantener su esencia en medio de la globalización y la modernidad cambiante.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.



Juan de Ugarte, el padre que abrazó a los indígenas: un legado de amor y compasión

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la historia de América Latina, pocos personajes han dejado una huella tan profunda y emotiva como aquel sacerdote cuya vida se entregó por completo a los indígenas. En sus múltiples logros y su incansable labor, el Padre Juan de Ugarte encontró un inexplicable y profundo amor por los indígenas que le rodeaban. Este amor, que a menudo le costaba lágrimas, era el reflejo de un corazón enorme que no se acobardaba ante los riesgos, ni se aterraba ante los trabajos.

Su gran corazón, capaz de abarcar todas las aflicciones del mundo, no podía soportar la más ligera vejación hacia sus queridos hijos californios. El dolor y la pena que sentía cuando alguno de ellos enfermaba o moría eran inmensos, al punto que parecía desearles la inmortalidad. Este afecto no sólo nacía de su gran cariño, sino también de la docilidad y la amable condición de los indígenas cochimíes, quienes encontraban en el Padre a alguien dispuesto a procurarles gusto en todo aquello que no contraviniera las buenas costumbres ni perjudicara los progresos de la cristiandad.

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El sacerdote Juan de Ugarte, con sabiduría y prudencia, formó un dictamen que sería su legado: todas aquellas costumbres antiguas de los gentiles, siempre que no se opusieran a la religión católica ni contuvieran error alguno, debían ser permitidas. Él entendía que estas costumbres eran fuente de gusto y recreación para los indígenas, y que respetarlas era esencial para su bienestar y felicidad. Solía predicar: “Suelen pintarse los californios, así hombres como mujeres, teniendo esto por una grande gala. Dejémoslos pintar, pues esta costumbre, y el gusto que tienen en ella, es herencia de sus padres y abuelos, y en nada es contraria a la ley de Dios, y el que se afean poniéndose así, ni yo, ni otro, se lo ha de persuadir fácilmente”.

En un tiempo en que la conquista y la colonización imponían un doloroso choque de culturas, la postura del Padre Ugarte se destacó como una guía de esperanza y humanidad. En lugar de imponer a fuerza las nuevas creencias y costumbres, abogó por una convivencia respetuosa, donde las tradiciones indígenas pudieran coexistir con la fe cristiana. Cuando el sacerdote Ugarte veía competir a los californios a través de demostraciones de fuerza, decía “Luchen en buena hora, que ninguno de estos nació para leer los tomos de Santo Tomás, ni para registrar concilios, sino para trabajar, y el que más fuerza tuviere lo hará mejor, y es gloria de esta gente parecerse a los antiguos romanos en los juegos”.

Esta perspectiva no sólo aliviaba las tensiones, sino que también facilitaba la labor evangelizadora, mostrando un camino de respeto mutuo y comprensión. El sacerdote no veía en los indígenas seres inferiores que necesitaban ser civilizados, sino almas iguales, dignas de amor y respeto, cuya riqueza cultural merecía ser preservada. Cuando los demás sacerdotes le preguntaban sobre los bailes de los nativos y si era lícito permitirles, el padre razonaba: “Que bailen, con tal que se quiten todas las ocasiones, que puede haber de culpa o de menos decencia en los bailes. No podemos desde luego reducirlos a que vivan tan ajustados, y sean tan devotos como unos novicios”.

En estos tiempos modernos, donde aún luchamos con la aceptación de la diversidad y el respeto por las culturas indígenas, el ejemplo del Padre Juan de Ugarte se mantiene con una vigencia innegable. Recordar su historia es recordar que el camino hacia una sociedad más justa y comprensiva empieza por el amor y el respeto hacia todos, sin importar su origen ni sus costumbres.

Referencia bibliográfica:

Vida y Virtudes de el Venerable, y Apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias, y uno de sus primeros Conquistadores. Juan Joseph de Villavicencio. Reedición Sealtiel Enciso Pérez.

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Enfermedades traídas por colonos que diezmaron a los indígenas de la Antigua California

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el transcurso del primer siglo de contacto entre los colonos europeos y los habitantes originarios de la Antigua California, la península fue testigo de un devastador capítulo en su historia. La llegada de los europeos no solo marcó el inicio de un periodo de colonización y cambio cultural, sino que también desató una serie de epidemias que tuvieron consecuencias catastróficas para las comunidades indígenas.

Entre las enfermedades introducidas por los europeos se encontraban la gripe, la fiebre tifoidea, la viruela, la tisis y el mal gálico. Estas enfermedades, desconocidas hasta entonces para los indígenas, encontraron una población sin defensas inmunológicas y provocaron grandes epidemias que se extendieron rápidamente por toda la península.

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El padre Baegert, el cual estuvo por 17 años en la Misión de San Luis Gonzaga, apoya lo anterior con este escrito: “Poco están expuestos a las enfermedades que se conocen en Europa y en donde sí hacen grandes estragos, con excepción de la tisis y de aquella enfermedad que fué transmitida de América a Nápoles y de allí a otros países. No se ve, ni se oye nada de gota, apoplejía, hidropesía, escalofríos, tifo, etc. No tienen en su idioma la palabra “enfermedad”, ni otras con las que podrían señalar ciertas enfermedades en concreto. Pero “estar enfermo” no lo llaman de otra manera que atembatie, que es “echarse o estar acostado en el suelo”, y esto, a pesar de que todos los californios sanos, cuando no están efectivamente ocupados en comer o buscar su comida, también se acuestan o descansan en el suelo. Al preguntársele a un enfermo ¿Qué te pasa?, comúnmente se recibe la contestación; me duele el pecho; y esto es todo”.

La viruela, en particular, se destacó por su agresividad y alta mortalidad. Documentos de la época describen cómo la enfermedad se propagaba con una velocidad implacable, causando fiebre alta, erupciones cutáneas y, en muchos casos, la muerte. Las comunidades indígenas, desprovistas de tratamientos efectivos y sin inmunidad previa, sucumbieron en grandes números. Las descripciones de las misiones y de los colonos narran escenas de aldeas enteras diezmadas, con cuerpos sin vida amontonados y familias enteras desapareciendo en cuestión de semanas.

El jesuita Juan Jacobo Baegert narra un episodio que ejemplifica lo anterior: “Igual que sucede con todos los otros americanos, los californios deben la viruela negra a los europeos. Entre ellos, esta enfermedad resulta tan contagiosa como la más terrible peste. Un español que apenas se había aliviado de la viruela, regaló un pedazo de paño a un californio, y este jirón costó, en una pequeña misión y en sólo tres meses del año de 1763, la vida de más de 100 indios, sin contar los que se curaron gracias al infatigable empeño y los cuidados del misionero. Nadie se hubiera escapado del contagio, si el principal núcleo de ellos, al darse cuenta del contagio, no hubiera puesto pies en polvorosa, alejándose del hospital hasta una distancia más que suficientemente grande”.

La gripe y la tifoidea no fueron menos letales. Estas enfermedades respiratorias y gastrointestinales, respectivamente, encontraban en las condiciones de vida comunitarias de los indígenas un caldo de cultivo perfecto para su propagación. Las fiebres, las diarreas severas y las complicaciones respiratorias contribuyeron a un incremento alarmante en las tasas de mortalidad.

El mal gálico, conocido hoy como sífilis, también se diseminó con rapidez. La falta de conocimiento sobre su transmisión y la ausencia de tratamientos efectivos hicieron que esta enfermedad se convirtiera en una epidemia que afectaba a múltiples generaciones. La tisis, o tuberculosis, con sus síntomas debilitantes y su curso prolongado, contribuyó aún más al sufrimiento y la muerte de los habitantes originarios.

Las consecuencias de estas epidemias fueron devastadoras. No solo diezmaron la población indígena, sino que también desestructuraron sus sociedades. Las pérdidas humanas significaron la desaparición de líderes, sabios y custodios de las tradiciones culturales, llevando a un colapso en la transmisión del conocimiento y las prácticas ancestrales. Además, la constante amenaza de nuevas epidemias generaba un clima de miedo y desesperanza que afectaba profundamente la vida cotidiana.

La respuesta de los colonos europeos ante estas epidemias fue insuficiente y, en muchos casos, insensible. Las misiones, aunque intentaban brindar atención médica, carecían de los recursos y el conocimiento necesario para enfrentar tales brotes. Además, las políticas coloniales a menudo priorizaban la explotación y el control, sobre la salud y el bienestar de las comunidades indígenas.

Hoy, la historia de las epidemias en la Antigua California sirve como un sombrío recordatorio del impacto devastador que las enfermedades pueden tener cuando se introducen en poblaciones sin inmunidad. También subraya la importancia de la salud pública y la necesidad de una respuesta compasiva y efectiva ante las crisis sanitarias.

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Reseña de la reedición del libro Vida y Virtudes del Padre Juan de Ugarte Vargas

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  En el vasto y árido paisaje de la Baja California Sur, donde la historia de las misiones se entrelaza con los desafíos naturales, surge la figura del padre Juan de Ugarte Vargas, un sacerdote jesuita cuya vida dedicada a la misión evangelizadora marcó un hito en la región entre 1700 y 1730. Originario del Reyno de Guatemala, Ugarte manifestó desde temprana edad una vocación inquebrantable que lo llevó a adentrarse en las difíciles tierras californianas. El recorrido vital de Ugarte se entrelaza con una vocación que despertó en su corazón desde joven.

Como novicio en el colegio de San Pedro y San Pablo en la Ciudad de México, demostró una inteligencia aguda y habilidades excepcionales para la enseñanza y la administración. Sin embargo, su anhelo misionero prevaleció sobre sus éxitos profesionales. Fue el Provincial Juan María de Salvatierra quien avivó su llama misionera, instándolo a ser el primer administrador del Fondo Piadoso de las Californias. A partir de entonces, Ugarte dedicó su vida a la noble tarea de llevar la fe a las Californias, enfrentando vicisitudes y triunfos que forjaron el destino de la Misión de San Francisco Xavier de Viggé-Biaundó.

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Poco más de dos décadas después de su muerte, en 1752, el padre Juan Joseph de Villavicencio elaboró una apología destinada a iluminar la vida del padre Juan de Ugarte. Su obra, titulada Vida y virtudes de el Venerable y Apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias y uno de sus primeros conquistadores, se erige como un testimonio literario, una semblanza meticulosa que busca presentarlo como un modelo ejemplar para los novicios y sacerdotes de la Compañía de Jesús.

A través de veintiocho capítulos, el lector se sumerge en un viaje que trasciende el tiempo, explorando la valentía y la devoción misionera. La pluma de Villavicencio retrata con maestría las virtudes de Ugarte, convirtiéndose en un legado literario que va más allá de la mera narración biográfica.

El título mismo del libro, Vida y virtudes, evidencia la reverencia con la que se aborda la figura de Ugarte, destacando su labor trascendental en la conquista espiritual. La obra no sólo narra sus logros misioneros, sino que también resalta sus cualidades humanas dignas de admiración y emulación.

Revivir y compartir esta obra representa un desafío apasionante. Se llevó a cabo un meticuloso proceso de actualización lingüística para hacerla accesible a los lectores contemporáneos. Además, se incorporaron notas a pie de página para ofrecer claridad y comprensión, transformando la lectura en una experiencia amena y entretenida.

El propósito fundamental de estas páginas es iluminar un periodo crucial en la historia de California, explorando las capas de complejidad que definen la intersección entre la fe, la cultura y el encuentro entre diferentes mundos. La figura de Ugarte Vargas se erige como un faro en medio de esta compleja travesía, guiando a aquellos que buscan entender el proceso de transformación que experimentaron estas tierras bajo la influencia de la misión jesuita.

Vida y virtudes del Padre Juan de Ugarte Vargas no solo honra la figura del sacerdote, sino que también busca comprender el legado de las misiones en California, dejando al descubierto un capítulo fascinante y esencial en la historia de esta región única.

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Luces en la oscuridad: La hazaña misionera del Padre Ugarte en la Antigua California

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  En el año 1701, en los confines de la California, el sacerdote Francisco María Píccolo, visionario fundador de la misión de San Francisco Javier, se vio obligado a abandonar su obra para cumplir con un encargo crucial: presentar un informe sobre el estado de las misiones en Guadalajara. En su ausencia, la responsabilidad recayó en los hombros de un recién llegado, el sacerdote guatemalteco Juan de Ugarte Vargas.

La historia de Ugarte se entrelaza con los desafíos épicos de la California del siglo XVIII. A su llegada, se enfrentó a un panorama desolador: la misión había sido abandonada por los indígenas tras un levantamiento sofocado por las fuerzas militares destacadas en la zona. Los californios, sumidos en el temor a represalias, se resistían a regresar.

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La primera tarea de Juan de Ugarte fue deshacerse de la presencia militar, y lo hizo con un ingenio que caracterizaría su misión: un ardid tan astuto como valiente. Sin embargo, el desafío más grande no provenía de los soldados, sino de los mismos indígenas a los que dedicaba su labor misionera.

El Padre no se limitaba a predicar con palabras, sino que vivía su fe con una entrega que recordaba el amor maternal. Brindaba sustento, abrigo y cuidados médicos, todo con la esperanza de llevar a aquellos corazones hacia la luz del cristianismo. Pero su tarea se veía obstaculizada por el arraigado deseo de libertad y la resistencia a abandonar sus costumbres ancestrales.

El conflicto alcanzó su punto álgido cuando los indígenas, al ver que el padre Ugarte se encontraba sin apoyo de los soldados, decidieron urdir un plan para asesinarlo. En una noche de oscuridad y peligro, un joven entró apresuradamente en su morada con la advertencia de un ataque inminente. Sin tiempo que perder, el padre se ocultó bajo la cama mientras los indígenas lanzaban flechas hacia el lecho, creyendo que él estaba allí. La violencia no cesó hasta que los agresores, al no hallar a su objetivo, desataron su furia contra una imagen de San Francisco Javier, a la que lanzaron numerosas flechas antes de huir.

Al amanecer, el padre Ugarte emergió de su escondite, encontrando la imagen destrozada pero su vida milagrosamente preservada. Convencido de la protección divina, interpretó el incidente como una señal de que su labor misionera aún no había llegado a su fin.

Los peligros no disminuyeron para el sacerdote, pero su carácter entregado y amoroso lo llevó a perseverar. Su misión en la California Antigua se convirtió en una epopeya de valentía y devoción, dejando un legado de fe y sacrificio que perdura hasta nuestros días.

La historia del padre Juan de Ugarte Vargas es una lección de coraje frente a la adversidad, un recordatorio de que el amor puede triunfar sobre el odio y la violencia. En un mundo plagado de desafíos, su ejemplo continúa inspirando a generaciones, recordándonos que, incluso en los momentos más oscuros, la luz de la esperanza nunca se apaga.

Referencia bibliográfica:

Vida y virtudes de el venerable y apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias y uno de sus primeros conquistadores. Reedición de Sealtiel Enciso Pérez.

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