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Sandra Fiol y los colores de la California del sur

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Decía un poeta que hay estados de la República mexicana, como Tabasco, que tienen altos recursos naturales que se traducen en recursos estético-literarios. Bajo esa premisa, cada región tendría su propia construcción del arte, donde el ejecutante, el traductor o recogedor de esos recursos haría de su realidad una visión de su época y circunstancia. En el caso de Baja California Sur durante años se ha intentado hacer una especie de estética del desierto y el mar, con el que se pretende fusionar e incluso delimitar el sentido de la realidad ambiental, incluso social y aun individual.

Lo cierto es que quienes ejercen el arte en la California del sur peninsular, hacen uso de los en apariencia pocos recursos, pero que con el tiempo se transforman en múltiples modos de extraer de las cactáceas, las espinas, los arbustos y árboles, los valles, los pueblos, los ranchos, los desiertos, la arena, las piedras, el cielo, el mar, las montañas y las sierras algo de lo que nuestra idiosincrasia y sensibilidad puede extraer naturalmente desde la soledad del espíritu.

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Este es el caso de la pintora Sandra Fiol, quien a fuerza de insistencia ha logrado plasmar a través de su plástica una mirada plena de su entorno, en el que refleja no solo la delicadeza de su sensibilidad en el cómo observa más allá de ella, sino que ha logrado hacerse de una técnica de la acuarela muy disfrutable, cuyo manejo delicado nos hacer ver la vida cotidiana de varios lugares de nuestro estado, en especial los que están fuera de los centros urbanos y que son los que me llaman a mí la atención. Por supuesto, observar la catedral de La Paz, caminos rurales, estanques de agua, naturalezas muertas y paisajes de la California mexicana es un conjunto de atisbos del ojo de una artista que conoce su entorno y le rinde culto desde su paciencia e interés por hablarnos con sus pinceles de nuestras tierras y contextos.

Sandra Guadalupe Fiol Collins nació en Santiago, BCS, el 23 de marzo de 1957. Hizo las carreras de Educación Preescolar en la Benemérita Escuela Normal Urbana, en 1976; la licenciatura en Educación Preescolar en la Universidad Pedagógica Nacional de La Paz, BCS, en 1980, y la de Profesora Especialista en Audición y Lenguaje en la Escuela Normal de Especializaciones de la CDMX. Actualmente está jubilada, lo que le ha permitido dedicarse a una de sus grandes pasiones: usar los colores para motivar la realidad de sus mirantes. Es, además de una apasionada de las artes, una respetuosa de la naturaleza y defensora de los derechos humanos.

Sandra Fiol llegó al desarrollo artístico a través de cursos de pintura al óleo y acuarela en la Universidad Autónoma de Baja California Sur con Margarita Mendiola y en la Casa del Jubilado en La Paz con Mario Fonseca. En sus propias palabras, dice que la acuarela es la técnica que desarrollo en todas mis obras, pues la considero la más idónea para plasmar mis emociones y sentimientos acorde a mi personalidad, lo cual podemos constatar en cada una de sus piezas, en que podemos recorrer la mirada y sentir que el viaje a través de los colores es un instante de mutua cotidianidad que podemos gozar en las imágenes que hoy presentamos, y que seguramente también lo hicieron quienes asistieron a las ocho exposiciones individuales que ha realizado y en las catorce exposiciones colectivas en que su obra apareció.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Bardo: Falsa crónica de unas cuantas verdades

Kinetoscopio


Marco A. Hernández Maciel

La Paz, Baja California Sur (BCS). En un movimiento que vislumbra un cambio de paradigma en el modelo de negocio de Netflix, Bardo: Falsa Crónica de una cuantas verdades, el nuevo filme escrito y dirigido por el mexicano dos veces ganador del Oscar Alejandro González Iñárritu (21 gramos, Amores Perros, El Renacido), tuvo un estreno comercial en cines antes de su llegada en exclusiva a la plataforma de la gran N, lo que considero un gran acierto, pues ya anteriormente, nos hemos perdido de algunas joyas producidas por la compañía líder en streaming como Roma, El Irlandés, El Poder del Perro, que no hubo manera de verlas en la gran pantalla.

Desde luego que Bardo es una película para la gran pantalla. Su manufactura técnica es exquisita, cada una de sus secuencias tiene detalles de arte cinematográfico que se aprecian y disfrutan mucho mejor en la gran pantalla, sin olvidar una banda sonora alucinante y un diseño de sonido espectacular. La cumbre sin duda es la secuencia en el California Dancing Club de la Ciudad de México, sin pasar por alto algunas secuencias filmadas en Los Cabos, en Balandra y en los desiertos sudcalifornianos.

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Sin embargo, Bardo es una película que no tiene asideros fuertes que sostengan la historia, aunque me temo que esto es totalmente premeditado por el director y guionista, ya que el filme no tiene una estructura clásica en su desarrollo.

Así pues, tenemos que, mediante el personaje de Silverio Gama, un documentalista mexicano que dejó el país y ahora vive y triunfa en el extranjero, el director González Iñárritu crea una imagen de él, donde desde su ego y subjetividad, nos permite adentrarnos en la identidad fracturada de un ser que no sabe a donde pertenece, presentando un tipo de manifiesto audiovisual filosófico personal, donde el director entrega sus pensamientos sobre la historia de México y los problemas que se viven en nuestro país, pero sin vivir aquí.

En este entramado extraño e incierto, Silverio Gama (o González Iñarritu), carga una culpa grande por haberse ido de México y triunfar en otro lado, y siente que esa culpa lo hace menos mexicano, e intenta dialogar con el pasado y el presente para expiar esas culpas, resultando en un personaje deprimido por no vivir en su tierra, pero que no quiere volver a ella.

Presentada como una sucesión de performances en donde cada secuencia quiere transmitir un mensaje profundo sobre México, producidas con una gran calidad técnica espectacular, el mensaje y reflexión de las verdades subjetivas del protagonista parecen construidas sobre un México descrito a través de memes y tuitazos, generando una atmósfera chocante de alguien que pretende hablar sobre un país que ya no conoce, que en vez de generar un clima de denuncia, convierte en cliché los graves problemas del tejido social mexicano.

Y así, los temas que van surgiendo y en los que el director quiere invitar a la reflexión, como la desigualdad, la violencia, la corrupción, las desapariciones, los traumas de la conquista, son vistos desde un pedestal, donde puedo ver todo, pero esos problemas siguen ahí abajo donde no me pueden alcanzar.

Pero, justamente ahí es donde radica el gran tema de Bardo y la visión de artista que tiene González Iñárritu, él no quiere quedar bien con nadie, él, desde esa frontera de cristal (Carlos Fuentes dixit) donde puede resguardar su ego de mexicano mamón y triunfador, viene a decirnos su versión de un país que sigue padeciendo los mismos problemas de siempre.

Nos mira hacia abajo y nos dice que desde allá, así se ve su país. Que él podrá no tener identidad ni raíces, pero no tiene que sufrir los asaltos en el transporte público, no tiene que preguntarse si algún día su familia no lo va a encontrar nunca más, no se verá sumergido en espirales de violencia interminable. Si, se preocupa, pero, desde su casa en California. Y quizás eso sea lo más chocante de todo, que ese reflejo que él muestra de sí mismo en Bardo, para él solo es un limbo en el tiempo, en vez de nuestra agitada realidad.

 

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La mentira, la verdad y sus reinos

FOTOS: Internet

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

 

Cuenta la leyenda que un día la verdad y la mentira se cruzaron…

—Buen día. Dijo la mentira.

—Buenos días. Contestó la verdad.

—Hermoso día. Dijo la mentira.

Entonces la verdad se asomó para ver si era cierto. Lo era.

—Hermoso día. Dijo entonces la verdad.

—Aún más hermoso está el lago. Dijo la mentira.

Entonces la verdad miró hacia el lago y vio que la mentira decía la verdad y asintió.

Corrió la mentira hacia el agua y dijo:

—El agua está aún más hermosa. Nademos.

La verdad tocó el agua con sus dedos y realmente estaba hermosa y confió en la mentira.

Ambas se sacaron las ropas y nadaron tranquilas.

Un rato después salió la mentira, se vistió con las ropas de la verdad y se fue.

La verdad, incapaz de vestirse con las ropas de la mentira comenzó a caminar sin ropas y todos se horrorizaban al verla…

Es así como aun hoy en día la gente prefiere aceptar la mentira disfrazada de verdad y no la verdad al desnudo.

“La verdad y la mentira” es una leyenda anónima que ha llegado a nuestros días gracias a Jean-Léon Gerôme, que no fue escritor, sino un pintor francés (1824-1904).

La Paz, Baja California Sur (BCS). El reino de la mentira no es otra cosa que un puñado de intereses al que sostienen desde la oscuridad o desde madrigueras confeccionadas para reproducirse ad infinitum. Es esencialmente conservadora y si la sorprenden en una verdad, pronto matiza o lo niega todo. A veces tiene ropajes de marca, de sastre, de diseñador, y otras, atuendos sencillos para no invocar la atención. Se disfraza de lo que sea con tal de retener o expandir su reino. Puede incluso llegar al derramamiento de sangre cuando ha sido descubierta o bien generar una guerra con pretextos parecidos a banderas que claman por la libertad, la democracia y el Estado de Derecho o simplemente para consolidar su dominio. La mentira es multifacética, ilimitada, mediática y se desarrolla como un virus para no morir.

En cambio, la verdad es limitada, requiere de argumentos sólidos documentados que no den pie a la duda. Debe ser irrebatible. Mientras la mentira se reproduce sin control —pues esa es su naturaleza— en miles de formas, la verdad necesita tiempo, investigación, paciencia, honestidad, ética. Por eso es más difícil ver un reino de la verdad. La mentira es el camino de la inmediatez, de lo quiero ahora mismo y a cualquier costo y si no se someten, mátalos en caliente, persíguelos, desaparécelos, tortúralos: conoce bien su labor de convencimiento y utiliza las herramientas masivas de comunicación —que siguen su línea—, para propagarse.

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La verdad puede erigir su gobierno, sin embargo, está tan rodeada de una malla de reinos de la mentira, que le cuesta construir, pues está, por un lado, infiltrada por súbditos de la mentira, que son enviados para espiar y, por otro, por sus aparatos de poder mediáticos, financieros e intelectuales para derrocarla y ocultarla en las tinieblas para que nadie la vea ni la escuche; sin esas acciones, la mentira jamás podría sobrevivir. El reino de la mentira requiere de la difusión de sus ideas, de sus leyes creadas en su beneficio para que no la refuten. No le gusta ser cuestionada por la verdad: a esa incómoda la persigue, la acosa, la acusa de polarizar y la calla para siempre si es indispensable, aunque después deje descendientes, que igual oprimirá. Por otra parte, la desgracia de la mentira es que la verdad no está sola, sabe que su falso reinado siempre estará en vilo porque la verdad tarde o temprano saldrá a la luz. Y le teme. La verdad es un peligro para su reino.

El reino de la mentira tiene sus aliados en la corrupción, la impunidad, la represión, la traición, el chantaje. Con ellos cogobierna. Actúan por separado o en grupo si sus existencias se ven amenazadas. La mentira siempre vivirá bajo alerta y con miedo, sabiendo que la verdad camina por las calles, que se manifiesta y exige justicia. Por eso debe anularla, reprimirla, contenerla. Si la verdad llega a desplazar a la mentira para edificar un reinado de paz, ésta reaccionaría violentamente porque no sabe vivir sin las formas del engaño, la marrullería, la adulación y el privilegio. La mentira es aspiracionista, desea ser lo que no es, cree ciegamente en su dios el dinero, en sus templos los bancos y en su biblia el mercado.

En los tiempos modernos la mentira reina por periodos de seis años, de cuatro con posibilidad de reelección; en otros reinos si le da la gana se queda de por vida. A la mentira le gusta más la cosa de ceñirse una corona de oro incrustada de joyas preciosas, y si se hace necesario, puede fingirse republicana creando edictos democráticos, pero en el fondo mantiene su estructura. Es chistoso verla cuando toma posesión de una república: Si así no lo hiciere, que la nación me lo demande, aunque todos saben —o casi todos— que le gustan más las mieles de las monarquías.

Por eso goza a lo máximo, el lujo a todo lo que da sin importar de dónde vienen las riquezas, al cabo que para eso es la líder del reino junto con sus vasallos. El problema es cuando la nación le demanda que haga lo que prometió: no todo en el reino es mentira, la verdad late por donde quiera. Por supuesto, no le interesa en lo más mínimo cumplir; dijo aquella frase por protocolo, porque así se estila y no tiene ninguna consecuencia: “Protesto guardar y hacer guardar la constitución política y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de la República que el pueblo me ha conferido…”

El reino de la mentira es una mentira y muchos de sus ciudadanos terminan por ser leales súbditos de sus decisiones, aunque esto implique que vaya en contra de sus libertades y de sus derechos ciudadanos; solamente les importa que nadie les mueva el piso que los hace sentir seguros y están de acuerdo con la represión de los cuerpos policiacos —¡mano dura!, gritan— si alguien sale con alguna verdad. Para ellos es mejor vivir un país de simulación que en una república donde impere la certidumbre que solo quiere convertirlos en una dictadura de la realidad.

A veces la verdad se impone, llega con el poder de un ejército de convicciones y principios, sabedora de que no será fácil sostenerse, que la reacción de la mentira será brutal y tratará por todos los medios de desestabilizarla, destrozarla y bloquearla; la verdad sabe que la mentira tiene con qué hacerlo porque posee una red interminable de leales peoncitos que están dispuestos a pagar el precio del desprestigio. Aún más: la mentira, gustosa de su dictadura o imperio, la promueve e impone como verdad en otros reinos, y si la verdad logra su propio reino, de inmediato la acusa de ser una dictadura. La doble moral de la mentira no tiene límites.

La verdad sabe que en el reino de la mentira las leyes fueron torcidas para proteger ese reinado que, si ella la denunciara frente a la ley, la mentira gritaría que es una perseguida política, utilizaría el aparato judicial corrompido que colocó ahí años atrás para preservarla; la verdad sabe que la frase y que la nación me lo demande tendría un verdadero propósito de justicia, las palabras poseerían consecuencias. En un reino de la mentira, la verdad no puede ser su súbdita, sino todo lo contrario.

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Enoc Leaño, presenta 4 cortometrajes de su autoría

FOTO: Sealtiel Enciso Pérez

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El día de ayer, 4 de noviembre de 2022, el actor sudcaliforniano, Enoc Leaño, se presentó en el café bar Capuchino, en La Paz, Baja California Sur, ante un grupo de entusiastas estudiantes de la carrera de Licenciados en Cine y Producción Audiovisual de la Universidad de Tijuana, Campus La Paz, así como público en general.

En esta maravillosa velada, los asistentes pudimos apreciar 4 interesantes cortometrajes de su autoría en cuanto a producción y guion: El último de la bola, Edi, Tito y Los lilos. Es importante mencionar que con sus obras El último de la bola y Tito fue galardonado en el Short Film Corner Festival de Cannes, Fra. en los años 2014 y 2015, respectivamente. Conforme cada uno de estos filmes se fueron proyectando, la expectación y el interés de los asistentes fue en aumento, y es que no fue para menos, tuvimos la oportunidad de experimentar una multiplicidad de emociones en cada uno de ellos, además de apreciar el desempeño actoral tanto de Enoc Leaño, como de su esposa Idalia Figueroa, ambos egresados de Universidades con gran raigambre en este campo, como son la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Universidad Veracruzana (UV), respectivamente.

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Al finalizar la proyección, la cual fue excelentemente coordinada por el Dr. Lefteris Becerra, integrante de la Comunidad Cinematográfica de Baja California Sur, se le cedió la palabra al histrión Enoc Leaño, el cual hizo una muy prolija disertación sobre cómo es que se habían llevado a cabo estos filmes, el trabajo tan impresionante que hubo tras bambalinas, y que lamentablemente no se ve, pero es el que más tiempo, esfuerzo y dedicación lleva. Posteriormente se le otorgó la palabra al público asistente con el propósito de que externaran sus dudas y comentarios sobre las obras aquí presenciadas.

Durante el prolífico intercambio que se dio, principalmente entre los estudiantes de la carrera de cine, el Mtro. Leaño, tuvo a bien compartirles sus experiencias personales, a través de una trayectoria de más de 35 años en teatros y producciones fílmicas, y en donde les comentó que, para ser un buen actor y guionista, se requería leer y viajar, puesto que para él son requisitos indispensables para forjarse como un actor completo y profesional. También los invitó a ser profesionales y entregados a esta gran carrera que, aunque ingrata y muy demandante en muchas ocasiones, al final, si se hace con el corazón y con vocación, se obtienen amplias recompensas.

Durante este evento, se cantaron Las mañanitas y felicitó al actor, ya que este día cumplía años, festejo que quiso disfrutar rodeado de su familia (su madre, esposa e hijo) así como con amigos, y sobre todo el público a quien tanto se debe y de quien ha obtenido grandes satisfacciones.

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Bardo. Un homenaje a las contradicciones

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Alejandro González Iñárritu no hace cine de fácil digestión, para el puro entretenimiento. Con una trayectoria respetable de seis largometrajes a cuestas, en Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades hace lo que quiere. Y lo que quiso es hacer su obra más lúdica y personal. Aquí es él auto parodiándose y opinando desvergonzadamente. Pero lo hace de maravilla.

Comencemos por señalar que Bardo es una farsa sin una narración lineal ni verosímil: son casi tres horas de surrealismo en el que no hay que distraerse demasiado porque en la avalancha de escenas, diálogos y símbolos, se dan las pistas para ir comprendiendo a cabalidad lo que estamos viendo. Y lo que vemos, es una ametralladora de ideas que te puede matar de aburrimiento o te puede volar la cabeza. La película hace honor a su título: es una versión-visión paralela y alterada de una realidad, ya de por sí, complicada.

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Silverio Gama es un periodista y documentalista mexicano que vive en Estados Unidos, quien regresa a México para ser reconocido, pues se alista para un importante premio en EEUU.  Sin embargo, este es un filme claramente autorreferencial: es el mismo González Iñárritu. Ahí está la pérdida de su hijo, su reconocimiento en el extranjero, su andar en el “servicio al capitalismo” —en la publicidad de Televisa— y pasar a definirse como artista, pero, sobre todo, está ese espíritu mexicano crítico, revisionista de la historia y caminando en las contradicciones de la identidad. No es de aquí, ni es de allá.

Más que en otras de sus películas, en Bardo abundan los diálogos brillantes y muy intelectuales, pero tiene a su favor que se justifica en sus personajes: el sin nacionalidad que es Silverio y los personajes que le rodean —mismos que tienen pocas pero imponentes participaciones para crear entre todos un poderoso anti-discurso. El periodista, interpretado por Daniel Giménez Cacho, viaja a la semilla para encontrarse platicando con su padre, su madre, su esposa, sus hijos y sus colegas —resalto la conversación en la mesa entre Silverio y su hijo: un choque generacional en un verdadero round bilingüe.

Pese a que el estupendo actor es el hilo conductor y sobrelleva el filme dignamente, no es tan explotado histriónicamente, es decir, llega a ser un tanto plano. Lo magistral de Bardo no está en su protagonista sino en sus contextos. Y hablando de cosas por explotar: la fotografía es horrorosa. Da la impresión de que no usaron iluminación, salvo la luz natural que se colaba por puertas y ventanas, lo que en buena parte del filme hizo que los personajes y escenarios se borraran innecesariamente. Aunque esta oscuridad tuvo su mejor momento en la escena de la conversación en el zócalo de la Ciudad de México.

Advertencia de SPOILER: Esta película es una colección de escenas a capricho, por lo que cada quien podría elegir sus favoritas como si fuera un cortometraje. Las mías fueron cuando el grupo de migrantes va a cruzar la frontera en medio de una fila de carros en un polvoso desierto, donde se encuentra a una infante muerta; y la escena de los que caen mientras van desapareciendo, los que “no vuelven y tampoco se mueren”. Hacía rato que una escena no me conmovía hasta las lágrimas.

Sinceramente, se queda uno con mucho por decir de una obra tan atrevida y compleja, que se sirve de una forma bizarra para presentar un fondo saturado de ideas. Bardo es casi una borrachera cinematográfica. Una obra maestra.

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