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¡De verdad, ¿se nos acaba la vida sin WhatsApp?!

Imágenes: Internet.

Colaboración Especial

Por Pablo Rodrigo Diestro Canal

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). A principios de mes, el mundo sufrió quizá una de las parálisis digitales más importantes de nuestra era: “el servicio de WhatsApp está caído”, afectando no solo a los usuarios que utilizamos la aplicación de mensajería, sino también a millones de empresas que sostienen una vía de comunicación con sus clientes a través de esta plataforma.

Fueron poco más de 2 horas —según la información y reportes emitidos por diversos medios de comunicación internacionales— de incertidumbre y desesperación al no poder contar con la posibilidad de establecer comunicación con amigos, familiares o compañeros de trabajo.

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La caída de este servicio se le atribuye al ataque de hackers hacia los servidores de WhatsApp Inc., dejándolos inactivos y vulnerables. Hasta el momento, la compañía adquirida por Facebook Inc. no ha realizado comentarios que aclaren la causa al respecto.

Es importante señalar en este punto que este problema permitió observar una conducta de pánico en una gran cantidad de personas en varios países, pues hay quienes se olvidaron por completo de la existencia de aquellos antiguos​, necesarios y casi confiables SMS (del acrónimo en inglés Small Message Service) además claro, de otras alternativas como Telegram, Facebook Messenger, Skype… ¡Vaya! la lista es eterna más no inútil.

¿Cúantos de ustedes amigos lectores no se quejaron de la falta de WhatsApp a través de Facebook o Twitter? ¿En verdad el mundo está perdido sin la aplicación de mensajería número uno en el mundo? ¿Es demasiada nuestra resistencia al cambio y necesario complicarnos la existencia?

Pues bien, dicen que la costumbre se hace ley, y como tal, todos exigimos un trato, producto o servicio igual o sumamente similar al que solíamos comprar o usar, y es aquí donde yace el meollo del asunto: nuestra vida pasa al observar la pantalla del celular, y peor aún, al contestar un mensaje.

Hubo personas que no perdieron la oportunidad de bromear un poco ante la situación, inclusive, haciendo alarde a que “al fin socializaron con la persona que tenían al frente”; “se reencontraron con sus padres”; o “que disfrutaron de una tarde familiar”. Lo malo de este tipo de bromas es que hoy en día es ya una realidad, un tema que a muchos preocupa y ocupa para regresar a la vida offline —como se dice en la jerga de las tecnologías y el marketing— pues es un hecho que muchos de los valores humanos y sociales están siendo desplazados por el Internet, y más sorprendente aún: un bebé cuenta ya —casi hasta antes de nacer— con una tablet o Smartphone para que éste se entretenga.

Nuestra herencia no es un mundo deshumanizado, sino un mundo más sensibles ante diversos temas, tomando como eje y pilar principal a la familia, recordarle a los padres que son ellos los encargados de educarnos, enseñarnos y amarnos. Existe una vida fuera de una computadora, Smartphone o tablet conectados al Internet, pedimos más parques y áreas verdes para que los niños jueguen y vivan su vida plena y recreativamente, sin embargo son lugares que se quedan en el abandono o aprovechados para llevar a cabo actos vandálicos al no ser utilizados para el fin esperado.

Lo invito a usted a reflexionar estás líneas para fortalecer el vínculo familiar y acrecentar el diálogo de persona a persona.




Caperucita Roja, muy roja: fantasía como realidad o realidad manoseada

 

Modesto Peralta Delgado. Fotos: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Dicen que el teatro es mejor verlo escenificado, no leído. No obstante, con los años uno va comprobando que esta verdad a medias deja mucho que desear, porque sin el texto, ¿qué sería del teatro? Recuerdo que hace muchos años, allá por 1992, fui a ver la puesta en escena de Largo viaje hacia la noche, de Eugene O’Neall (1888-1953), con una querida amiga de quien tengo gratos recuerdos. De los actores sólo me viene a la memoria Daniel Giménez Cacho (1961). La cosa es que yo quedé profundamente impresionado por la historia que me contaban y de cómo los actores encarnaban sus personajes como si fueran sucesos reales. De eso no me cupo duda. La catarsis llevada por la entrega actoral.

Al salir del teatro quise leer la obra para confirmar que lo que había visto era de ese tamaño literario. Y entonces un amigo actor me prestó el libro (a quien por cierto nunca se lo regresé y que todavía me reclama airadamente… Perdón, Enoc). Lo leí dos veces. El resultado de esas lecturas fue que pude comprobar que la obra contenía muchas más cosas que lo que se había puesto en escena, que las lecturas eran múltiples, que la anécdota sólo era la cosa superficial para llegar a algo más dramático y existencial.

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Pues, bien, hace unas semanas entrevisté a Modesto Peralta Delgado en mi programa Letras Vivas (miércoles, 16:00 horas, 1180 de AM) en Radio UABCS, con motivo de la aparición de su más reciente libro Caperucita Roja, muy roja (Una comedia de dos horas que en realidad dura una). Una primera lectura me dio el hilo conductor de lo que Modesto quería hacer. Sin embargo, en una segunda lectura me ofreció nuevos parámetros y nuevas maneras de leer teatro. Uno puede hacerlo como quiera, ya sea haciendo voces, o leyendo en voz alta, o imaginando lo que sucede. Lo leí detenidamente y me sorprendió lo que puede ocurrir cuando tomamos conciencia de un libro, de la historia que nos cuentan.

La obra de Modesto Peralta Delgado es fascinante. Cierto, tiene visos de obras anteriores, de situaciones que ya se habían tocado desde hace décadas o desde hace más de un siglo. Sí, estamos pensando en Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, o de la novela de Miguel de Unamuno, Niebla, o de la película Más extraño que la ficción, todas ellas hermanadas bajo una sola consigna: la realidad puede ser alterada. Ahora bien, lo que aleja a Caperucita Roja, muy roja de las otras, es que acontecen en un espacio donde todos participan, incluido el público, donde pareciera una amarga representación cotidiana de la vida nacional, tanto política, religiosa, periodística como económicamente, es decir, una realidad sobre otra realidad, sobre otra realidad…, donde al final uno no entiende si aquello es una cortina de humo, o un intento por hacernos saber que nuestra cotidianeidad es frágil y mutable.

Claro, hay un Lobo, una Caperucita, una Abuela y un Cazador. Pero también se incluyen a una Periodista, a una Directora de la obra, una Tía (que puede ser los medios masivos de comunicación, como la TV), y paleros, entre los que se encuentra un sacerdote. En apariencia el caos reina a lo largo de las escenas; lo cierto es que todo está engarzado para que podamos tener las lecturas varias que cada quien interprete desde su realidad, o sea, nos volvemos partícipes y al mismo tiempo espectadores, lo cual nos hace pensar que no podemos ir por la vida sin que nos toque algo de lo que se va transformando o de la que va pasando. Los actores, según la obra, son novatos, lo cual delinea nuestra propia inexperiencia de la vida: todos somos novatos para vivir a cada instante.

De este modo, el personaje deja de serlo y toma conciencia de sí, de su propia humanidad. Hay una lucha entre el bien y el mal, pero no desde el punto de vista maniqueo, sino desde la visión de que sólo los humanos han creado la fantasía de la moral y que es tan superficial y variable como el clima. Dentro del teatro ocurre todo, lo que es decir dentro de su mundo; afuera, la ciudad dejó de existir, como un símbolo de que nada es seguro y de que todo puede cambiar de la noche a la mañana. Luego viene un intento de cambio de historia, Hemingway a la vista, se quiere dar un giro nuevo porque el público fue engañado y se requiere un nuevo relato para que la gente no se vaya y se trague una nueva historia… ¿Les suena? No obstante, bajo la superficie también se adivina una necesidad imperiosa de que las cosas cambien, de que se requiere una transmutación, y que la vuelta del Lobo a veces no hace otra cosa que decirnos que la realidad no puede ser cambiada hasta que tomemos conciencia de que el Lobo debe morir antes de que nos devore. Si el Lobo vive, la realidad continuará ad infinitum, una realidad sobre otra, y otra, y otra… Una realidad matrushka

Caperucita Roja, muy roja es el periplo de varias realidades que se presentan en sí mismas como reales, como las nuestras, como nuestros valores cambiantes, como nuestra moralidad jodida que a veces deseamos imponer a madrazos y toletazos, o a balazos, o base de propaganda política, religiosa y económica a través de los medios coercitivos. Podemos decir que Modesto Peralta Delgado sí acaba con la ñoñería de Caperucita y nos confronta con nosotros mismos para que nos preguntemos: ¿qué significa ser personas? Y agregaría: ¿qué significa estar vivos?

Presentación de “Caperucita Roja, muy roja”; acompañaron al autor los teatreros Raúl Conde Peraza y Juan José López Ochoa.

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*Modesto Peralta Delgado, Caperucita Roja, muy roja, una comedia de dos horas que en realidad dura una, México, Gobierno del Estado de B.C.S., ISC, 2016, 62 páginas.




Sondas ‘kamikazes’ se estrellarán en Júpiter y Saturno

Sonda “Juno”. Fotos: Internet.

Científicamente divertido

Por Miguel Ángel Norzagaray Cosío

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los planetas, desde Mercurio hasta Saturno, eran conocidos desde la antigüedad y fueron estudiados con telescopio desde el siglo XVII. Llegó luego el descubrimiento de Urano y Neptuno, que fueron igualmente observados y estudiados. En la mitad del siglo XX, inició la era espacial y los acelerados avances en astronáutica permitieron el paso de sondas espaciales muy cerca de planetas, incluso su descenso controlado. De manera sintetizada, la historia es la siguiente.

En 1959 la sonda rusa Luna 2 llegó a la Luna, estrellándose en su superficie, pero enviando fotos en el proceso. Ese mismo año, con la sonda Luna 3,  lograron obtener las primeras fotos del lado oculto de la Luna. En 1961, la nave Venera 1 sobrevoló Venus, mismo año en que Gagarin voló alrededor de la Tierra. En 1963, la Marsnik 1 sobrevoló Marte. En 1966, Luna 9 descendió en la Luna de manera controlada. Se había dado el gran paso de simples sobrevuelos o caídas bruscas a aterrizajes.

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En 1969 se da otro gran avance, con la llegada del Apolo XI a la Luna. Dos años después, la Marsnik  desciende en la superficie de Marte, fue el primer vehículo de exploración. En 1974, Mariner 10 sobrevuela Mercurio y un año después llegan desde Venus las primeras fotografías tomadas desde su superficie. Las sondas Voyager, lanzadas en 1977, visitaron por primera vez a los gigantes gaseosos, de Júpiter hasta Neptuno. Siguen aún su vuelo al exterior del sistema solar.

Luego de tantos éxitos, la exploración espacial sufrió un declive a mediados de los setentas y se redujeron los recursos, deteniendo gran cantidad de proyectos. Pasaron varios años antes de la llegada de nuevos vehículos de exploración a Marte.

Sondas en órbita de planetas

Sobrevolar un planeta, es decir pasar de largo a gran velocidad, permite poco tiempo de observación y recolección de datos. Aterrizar facilita estudios directos imposibles desde órbita. Pero es de gran interés tener sondas orbitando cuerpos celestes, para tener posibilidad de otros estudios, como campos magnéticos, clima, diferencias geológicas de las regiones, gravimetría y más. Tal es el caso de la sonda japonesa Hagoromo, que se insertó en órbita lunar en 1990.  En órbita de Marte se puso al Mars Global Surveyor en 1996, que ha sido seguido de gran cantidad de sondas también en órbita y 4 vehículos de exploración.

Con todos estos antecedentes, llegamos al primer protagonista de nuestra historia: la sonda Cassini-Huygens, lanzada el 15 de octubre de 1997, con destino a Saturno. Entró en órbita en julio de 2004 y a finales de ese mismo año, la sonda Huygens se separó y descendió en el satélite Titán. Inicialmente estaba prevista una misión de cuatro años, pero fue extendida debido al excelente funcionamiento de la nave. Tiene ya más de 16 años, enviando interesante información sobre el planeta de los anillos y sus satélites, incluyendo imágenes de lo más impresionantes. Su fuente de energía es nuclear, de gran duración, pero combustible para maniobras limitado y a punto de acabarse.

Sonda Cassini-Huygens.

El otro protagonista es la sonda Juno, lanzada el 5 de agosto de 2011, con destino a Júpiter. Entró en órbita el 5 de julio de 2016. Con objetivos específicos de estudiar atmósfera y campos magnético y gravitacional, sus tareas se terminarán en un año terrestre. Usa como fuente de energía paneles fotovoltaicos, pero al igual que Cassini, tiene combustible limitado para maniobras.

En ambos casos, al terminarse el combustible las sondas pueden quedar en órbita del planeta respectivo, pero conlleva el riesgo de que colisionen con alguno de los satélites, contaminándolos con materiales peligrosos e incluso sembrado esporas que por accidente estén en la sonda, alterando para siempre las lunas de Júpiter o Saturno. Estudios posteriores podrían encontrar componentes químicos, compuestos orgánicos o incluso formas de vida llegadas por intervención humana, haciendo tal vez imposible separar el efecto de la mano humana.

Destino fatal de Cassini y Juno

Para evitar este potencial problema de contaminación, la decisión en ambos casos es estrellar la sonda contra el planeta una vez terminada la misión, realizando una trayectoria adecuada con el remanente de combustible.

Así, Cassini será guiado para ingresar a la atmósfera de Saturno en septiembre de 2017. Ya comenzó lo que NASA y ESA han llamado Grand Finale, que es la serie de órbitas que lo llevan cada vez más cerca de la atmósfera del planeta. Esto significa el primer paso por el espacio que hay entre Saturno y sus anillos. Es arriesgado y no se había intentado en etapas previas de la misión por posibles colisiones con materiales de los anillos que pudieran no verse desde Tierra. La antena de alta ganancia es empleada como escudo en estos pasos. El primer paso fue el 26 de abril y el segundo el 2 de mayo. En periodos de seis a siete días tendrá un paso cada vez más cercano a Saturno. Antes del 10 de septiembre será su última órbita completa, para acercarse a Titán en lo que se ha llamado “El beso de despedida” (The Goodbye Kiss). Titán corregirá la órbita suficiente como para que el siguiente acercamiento lleve a Cassini a inmersión en las nubes de Saturno. Seguirá transmitiendo mientas pueda mantener la antena de alta ganancia dirigida a Tierra o mientras se lo permitan las perturbaciones de convertirse en una estrella fugaz en Saturno.

Por su parte, la sonda Juno ya tiene trayectorias planeadas desde el inicio de su misión para acercarse paulatinamente a la atmósfera de Júpiter. Fue mantenido en su órbita de ingreso a este planeta por problemas en unas válvulas de helio que no abrieron por completo, por lo que se puso en modo seguro. Cada órbita dura 53 días (compárese con la menos de una semana que tarda Cassini en su Grand Finale) y luego de reducir los riesgos, entró en la órbita polar requerida para la misión.

Cada vuelta Júpiter, se hace una corrección para ir reduciendo la excentricidad, al tiempo de acercarlo más y más a la atmósfera Joviana. Entrará a la atmósfera de Júpiter en julio de 2018 luego de 37 órbitas. Así, ambas sondas terminarán su respectiva misión de manera limpia, sin dejar huella de su paso por los gigantes gaseosos.

Próximamente, comenzaremos a dar información sobre el eclipse parcial de Sol que veremos en Sudcalifornia el próximo 21 de agosto.




Leer a Albert en tiempos del narco. Amar a Camus en tiempos de guerra

Albert Camus. Fotos: Internet.

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¡Qué fácil es matar hoy en día! Por tres o cinco mil pesos una tarde secuestran a un hombre, lo torturan toda la noche, literalmente lo destrozan, y por la madrugada lo tiran en partes dentro de bolsas para la basura en algún callejón. No habrá detenidos, no pasará nada. Los verdugos no irán a la cárcel, aunque saben que es muy probable que acaben como las víctimas. Es el eterno retorno de la narcoviolencia. Los psicópatas —insensibles al dolor, creídos cabrones y valientes— pululan libremente en las calles de nuestras ciudades. Y cuando en medio de este narcoterror se atraviesa un inocente, o por error se asesina a quien no era, da exactamente igual. Los crímenes quedan impunes. No hay juicios, aunque en tiempo de redes sociales, sentados desde un escritorio, ciudadanos estigmatizan al muerto: “por algo fue” —decimos—, y no importa si no fue por nada, si fue una víctima colateral, de todos modos enjuiciamos que “algo hizo”. Sí, vivir. Vivir —hasta donde la suerte lo permita— en ciudades sin ley. El gobierno está doblemente maniatado para no hacer nada por parar las ejecuciones: una enraizada corrupción en todas las esferas y una incapacidad brutal. Sólo harán realmente algo cuando ocurra una sola cosa: que toquen a uno de ellos. Mientras, no harán nada. Y los altos funcionarios están seguros de que eso es difícil, porque además de ganar unos sueldazos, cuidan estar bien custodiados porque ellos son ciudadanos de primera, el resto, simples mortales abandonados a su suerte.

Hombres roban sin ser detenidos, o están sueltos al siguiente día; comienzan o comenzarán los secuestros y el “cobro de piso”: los criminales reinan donde la justicia es una ficción que los ciudadanos aceptamos, con el leve espejismo de una civilidad a la que nos esperanzamos pero que parece perdida. La gente que trabaja honradamente está en la mitad de un sándwich, entre bandas criminales que matan y delinquen sistemáticamente, y entes gubernamentales a las que no les importa la seguridad, sólo llevar agua para sus molinos. Esto es la narcocultura. No sólo un asunto de canciones o películas. Una cultura, como una visión de la vida, estilo o forma de vida, en donde, precisamente, la vida no vale nada y donde los delincuentes tácitamente mandan.

Los que matan no quieren la vida del otro —si no vale la propia, qué va a valer la de los demás—, quieren enviar un mensaje de poder. En Baja California Sur medio millar de vidas han sido despojadas en años recientes, el lapso históricamente más violento en toda la historia de la entidad; no sólo matan, matan con crueldad y con la garantía de la impunidad; no sólo es “entre ellos”, sino que una sola vida inocente, un solo error, bastaría para indignarse —aunque eso ya tampoco tenga valor ni sirva de nada. Y esto produce en los ciudadanos comunes y corrientes un abanico de emociones que van desde el pánico y la pesadumbre hasta la indiferencia por la costumbre y el humor negro. De pronto, aceptamos la violencia diaria. Los asesinatos son sistemáticos, metódicos, masivos e impunes. No son legales, pero casi, al dejarlos seguir descontroladamente.

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¿Exagero? Tal vez. Así me quedé, hace unos diez años, cuando leí por primera vez a Albert Camus, en el ensayo El hombre rebelde, que inicia hablando del asesinato masivo y sistemático, en el contexto de la recién pasada Segunda Guerra Mundial. Su forma de entrar al tema del asesinato como algo cotidiano, chocó conmigo. Las palabras me atrajeron, pero sentía demasiado lejano de mi realidad el crimen como forma de vida —por paradójico que suene. A los años, la violencia que florece y se expande por el narco en México y en BCS produce —puede producir— una empatía con la temática de este autor africano. Este ensayo, junto con El mito de Sísifo, son el extracto de la filosofía existencialista de Camus, y la idea de que la vida es un absurdo sin sentido, pero que al final, vale la pena vivirla.

Lo que vino a empujar sus conceptos fue su tiempo, la resaca de la Guerra Mundial, ¿de verdad los seres humanos fuimos capaces de asesinar a millones de seres humanos, de las formas más despiadadas y con un sentido racional? Yo ahora me pregunto, si ejecutaran a un vendedor de droga, suponiendo que sea sólo por eso en medio de esta guerra entre bandas delictivas, ¿merece por eso la muerte?; la sociedad, ¿consiente la pena de muerte al juzgar al asesinado “por que por algo le pasó eso”? El asesinato sistemático debiera tener un fundamento, como todas las guerras, y ese “debiera” es encontrarle una razón a algo que a todas luces es irracional. Un ejemplo, ahora sabemos y pensamos que la esclavitud es inhumana y no merece una sola razón para justificarse, pero en su momento, cuando fue un gran negocio intercontinental, fue completamente aceptado. La ola de crímenes producto del narcotráfico tiene el objetivo claro de adueñarse del mercado de las drogas —además de abrirse paso a otros negocios y dominar el territorio, de la misma forma en que los perros y gatos orinan las orillas de ‘su’ territorio. Sí, el objetivo es claro, pero no es válido. Pero ha resultado tan doloroso e inusitado, que pasamos de la consternación a la normalización del fenómeno. A veces, a través del humor negro o de la más asombrosa indiferencia, ya que nos volvemos insensibles. Pero resulta que una nueva balacera cerca de nosotros, un muerto que era conocido, o el chismorreo del nuevo asalto a un lado de la casa, despierta —de nuevo, también— aquella preocupación primigenia. Un terror mezclado con depresión. Este texto va dirigido a aquellos que no la han normalizado, y cuyas emociones se han visto trastornadas alguna vez a causa de la mayor crisis de inseguridad en el país y en nuestro Estado. Al ciudadano común. No imagino que un político o un sicario llegando hasta estas líneas, pero me conformo con que una sola persona abra un libro de este argelino y medite sobre el asunto.

Albert Camus (1913-1960) nació en Argelia —al extremo Norte de África— pero se naturalizó francés. Tiene una biografía muy interesante, de esas que se mueven en los extremos. Nació en la miseria, huérfano de padre, a quien visitaría en su tumba cuando el escritor era más grande que su progenitor; fue criado por su madre, una trabajadora analfabeta, la única que no leería a uno de los más jóvenes en ganar el Premio Nobel de Literatura (en 1957); y murió joven, en un accidente automovilístico, entre hierros retorcidos donde encontraron el manuscrito de su última novela. Su obra más famosa fue la novela El extranjero (1942), aunque escribió teatro, ensayo y periodismo. Junto a Jean Paul Sartre, constituyeron la mejor dupla del existencialismo, aunque se enemistaron cuando el primero criticó fuertemente al segundo por la publicación de El hombre rebelde; pero a diferencia del primero, Camus era un tipo no sólo inteligente, sino atractivo y con aire de James Dean. Y a pesar de que su temática —aparentemente— estaría lejos del optimismo, en el fondo de algunos de sus textos, hay esa vitalidad nietzschezana que rendía un tributo a la vida. Aquí conectamos el tema con nosotros, su pertinencia y actualidad.

Nos referiremos especialmente a El mito de Sísifo (puede leerse en este enlace), que comienza con la poderosa frase “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. El suicidio es un tema abundante que no alcanzaríamos a tratar aquí, pero viene al caso la sensación de batallar tanto para nada. El mito referido lo ilustra perfecto: Sísifo es condenado a subir una piedra a un risco y soltarla y volverla a subir… eternamente. ¿No es algo absurdo? Esa fue la conclusión de Camus. La vida no es fácil. Y tras el horror de las guerras mundiales —que comparo en este punto con la narcoviolencia, en el sentido de ser homicidios sistemáticos y avasalladores—, queda una sensación de que no hay Dios que escuche parar la matanza, ni Estado que pueda o quiera controlarla, e invade una sensación de que la vida no vale nada, y que no tiene caso tratar de ser una persona buena, pues aparentemente los malos gobiernan y tienen el poder de aplastarnos. Y a pesar de todo, tenemos que seguir, aunque llega un momento de hartazgo en que pensamos, ¿seguir a dónde y para qué? En ese momento nos encontramos en el sentido absurdo de la vida, y desde ese pozo, Camus nos llama a reflexionar.

La fatalidad de encontrarnos con medio millar de muertos producto de la guerra entre bandas delictivas —sólo en BCS—, en donde el gobierno no puede y pareciera no querer detenerlo, y que acentúa el delito ante leyes ineficaces, nos ha tomado por sorpresa pero poco a poco nos hemos acostumbrado. La paleta de colores de las emociones ha ido del pánico al humor negro. Cuando nos encontremos paralizados por el terror o impotentes ante la muerte de inocentes; cuando llegue la angustia y la depresión; cuando internalicemos la demencia en que se ha convertido nuestra cultura y civilización, estaremos en ese pozo. Cualquier tipo de ayuda será agradecida, y una de ellas es la meditación que se da a través de ciertas lecturas como las de este autor. Leer no es la respuesta, sino pensar a través de lo que mentes brillantes no han legado; y traducirlo a nuestra vida y transmitirlo. Todo está a nivel mental, digámoslo también, a nivel moral y espiritual. No siempre es fácil acercarnos a este tipo de literatura y verlo como opción; y es que lo que llamamos “promoción de la cultura” —llámese arte o ciencia— es el renglón en el que menos les interesa invertir a los gobiernos, y lo que desdeñan como parte de una solución integrada al problema de la violencia: porque les conviene tener ciudadanos atemorizados, desorganizados y sin conciencia social. Atrapados entre los delincuentes de cuernos de chivo y los delincuentes de cuello blanco, aún hay la forma de salir de la depresión, la crisis y la deseperanza.

Lo insólito en Albert Camus es que, a pesar de que la filosofía existencialista pareciera caracterizada por complicarse la vida, por ver las cosas con pesimismo y con la premisa de lo absurdo, resulta que se trata esencialmente de dos cosas: aceptar la vida así como es, con todo y sus injusticias sociales y los peligros inherentes, y apreciarla más, es decir, querer vivir más y experimentar más.

¿Quiere decir que ya estábamos bien divirtiéndonos con el Internet y la televisión, y que todo esto es una perorata? No. No se trata de llegar a la frivolidad sino a la toma de conciencia, ni precisamente al placer por sí mismo, sino como uno de los sentidos que le podemos dar a la vida. Y que nada, nada justifica asesinar. Estamos en un mundo que nos ha dado más facilidades que en cualquier otra época de la Historia, y eso nos ha hecho desvalorizar el esfuerzo, y si le sumamos que ante la pobreza una opción es ganar mucho dinero aunque se viva muy poco, resulta entonces que matar es fácil. Demasiado fácil. Y no se interprete tampoco como una pasividad ante el asunto, nada más lejos de la filosofía de este autor, que lo aborda con amplitud en el ensayo El hombre rebelde (puede leerse en este enlace), pero que haría extendernos demasiado.

Entonces, lo insólito es que a pesar de tanto y todo, se puede elegir valorar la vida y vivir lo más posible, como una especie de venganza a la muerte pronta y sin sentido que ya se ha vuelto parte de nuestra cultura y, por tanto, de la forma normal de ver nuestra vida. “Uno debe imaginarse a Sísifo feliz”, concluye Camus, para sorpresa de muchos que veían venir cualquier cosa menos una actitud positiva. Entonces, si es tan fácil que puedan matarnos, debemos reivindicar el sentido de nuestra existencia y valorar la vida. Una forma de vengarse de esta crisis, entonces, es haciendo cosas que nos hagan ser felices.




Crítica: T2 Trainspotting. La secuela que mata la ilusión

Fotos: Internet.

Kinetoscopio

Por Marco A. Hernández Maciel

Calificación: ***** Bien actuada, escrita y dirigida

 ADVERTENCIA: Esta reseña contiene algunos spoilers.

 

La Paz, Baja California Sur (BCS)Trainspotting marcó una época en todos aquellos pubertos que nos ufanábamos de, al fin, poder ver películas clasificación “C” sin necesidad de andarnos escondiendo. Fue la entrada a un nuevo universo, donde nuestros ojos y nuestras mentes se enfrentaban a una prodigiosa manera de contar historias, que nos sorprendían al igual que ponían a nuestras mentes a trabajar. Fue un golpe que nos dejó en shock y que nos dejó  hambrientos  de ese estilo tan inusual y de esos héroes tan ineptos y poco preparados para la vida, porque al reflejarnos en ese espejo de celuloide creíamos que como Renton, a pesar de estar sumidos en nuestra propia mierda, podríamos huir hacia la redención, enterrar el pasado, y escoger nuestro camino. En términos millenials, porque YOLO, equis, soy chavo.

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20 años después, Danny Boyle vuelve a la silla de director y reúne a todo el elenco original para contarnos la segunda parte. Una segunda parte tan innecesaria de realizar como ineludible de ver. Una segunda parte que se soporta en su original, que abusa de la nostalgia de la primera porque ya no tiene la fuerza ni la agilidad para volver a ser ese producto revolucionado que alguna vez fue. Una segunda parte que es importante sólo por su legado, pero que sabe perfectamente su lugar y no trata ni siquiera de enfrentarse a ella. Una segunda parte que se sabe derrotada, innecesaria, pequeña, inferior y que vive de oportunidades perdidas; pero que por eso es genial y tiene un impacto más brutal que la anterior.

Si Trainspotting nos aventaba en la cara la pregunta de ¿Qué demonios estoy haciendo con mi vida? y al final nos esbozaba una respuesta de que aún éramos seres capaces de elegir, ‘T2’ es más brutal todavía. En esta secuela, la pregunta es ¿Qué demonios hice con mi vida? y la respuesta no es nada agradable. La esperanza se ha desvanecido, se es lo que se es y es demasiado tarde para intentar cualquier otra cosa. El ciclo se cierra y no hay manera de escapar de él. Renton es un Godínez con un matrimonio fracasado, Sick Boy se dedica a chantajear tipos con videos comprometedores, Spud sigue en su eterno programa de rehabilitación y Begbie no logra la libertad bajo palabra y le dan cinco años más de encierro. Si antes podías elegir una carrera, una casa o un trabajo, ahora las elecciones son una foto de perfil en Facebook, una filtro de Instagram o una animación de Snapchat.

Y sin quererlo, dos generaciones con 20 años de distancia se miran a los ojos y se saben mucho más cerca de lo que pensaban. Las malas elecciones del pasado se enfrentan a las elecciones sin sentido de ahora. Los caminos son paralelos y ambos llevan a un muro que parece infranqueable o a un abismo donde la vida termina. Y la preguntas retumban en la cabeza, pero la generación ‘T1’ ya sólo responde a sus instintos y se las quita de la cabeza, es demasiado tarde para detenerse a pensar y es mejor dejarse llevar. Lo hecho, hecho está. Quizás los que vienen atrás, puedan elegir mejor, aunque las opciones son cada vez más escasas.

La calificación de Kinetoscopio:

5 Estrellas: Clásico imperdible

4 Estrellas: Bien actuada, escrita y dirigida

3 Estrellas: Entretiene

2 Estrellas: Sólo si no tienes otra opción

1 Estrellas: Exige tu reembolso

0 Estrellas: No debería existir

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