“Parecía que habían bombardeado La Paz”: testimonio sobre el ciclón Liza

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De sus archivos personales, doña Irma da a conocer fotos tomadas unos cuantos días después del ciclón Liza (30 de septiembre de 1976). En las fotos se ve el “Cerro Atravesado”, zona donde muchas viviendas fueron arrasadas por el huracán. Esta región es entre El Cajoncito y la actual colonia Agua Escondida, en La Paz . Fotos: Irma del Carmen de la Peña León.

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando le pregunté a doña Irma de la Peña sobre lo que vivió durante y después del ciclón Liza, no batalló en hurgar en su memoria: el recuerdo de hace 41 años lo tiene tan fresco como el lodo que cubría la treintena de cadáveres que vio de camino de la casa de su padre a la suya, luego de la fatídica tardenoche del 30 de septiembre de 1976 en La Paz. En entrevista exclusiva para CULCO BCS, la mujer relató, especialmente, la zozobra de los días posteriores al huracán. Los muertos. La incomunicación. La ayuda que nunca llegó.

Irma del Carmen de la Peña León tenía 29 años entonces, y estaba casada con el señor Alberto Azcárraga Martínez, y el hijo de ambos, Alberto, tenía sólo 6 meses de edad. El 30 de septiembre de 1976 era quincena y hacía calor, recuerda. Su padre, don Luis de la Peña Castro, con la intuición de los antiguos rancheros, urgió a su hija y familia para que se acomodaran en su casa, ubicada en Independencia y Altamirano, colonia centro —a una cuadra del Centro de Salud de la 5 de Mayo. Sin llevarse nada de su vivienda ubicada sobre la calle Colima en la colonia Infonavit —casa en la que la mujer aún vive—, en casa de su papá pasaron la noche del huracán que más muertos ha dejado en Baja California Sur, cifra en la que aún no logran ponerse de acuerdo ni las autoridades ni las fuentes que hay al respecto.

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Lo que doña Irma más recuerda es el día siguiente: el 1 de octubre, cuando con su esposo e hijo se dirigieron a su casa en la colonia Infonavit. “Parecía que habían bombardeado La Paz“, dijo. En el transcurso de la casa de sus papás a su vivienda, cruzando a como podían por la Forjadores, asegura que desde la Secundaria Morelos hasta la Colima vio aproximadamente 30 o más ciudadanos muertos, semienterrados y llenos de lodo, quienes había sido literalmente lanzados a las calles por los arroyos. Muchos más no tuvieron la misma “suerte”, pues la corriente los llevó directo al mar, sin que nunca se supiera de su paradero.

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Debido al calor y los cadáveres en descomposición, pronto se generó una peste, y las autoridades se vieron en la necesidad de llevar en “camionadas” la enorme cantidad de muertos que dejó Liza en las calles. La señora cuenta que se supo que los llevaban en varios camiones, envueltos en sábanas, los cubrían con cal, y fueron apilados por grupos en una fosa común en Los Sanjuanes. Días después, algunas personas salieron a las calles a reclamar a los desaparecidos, pero nunca se supo de varios: fue inútil llevar un registro de los cadáveres, ya que para no acarrear infecciones el gobierno los enterró con la mayor premura posible. Junto con los muertos, se sepultaron muchos datos: al parecer no hubo periodistas que informaran la magnitud de la tragedia que acababa de ocurrir. Hasta la fecha, de lo acontecido hay información imprecisa, pendiente.

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Volviendo al día siguiente, 1 de octubre, día en que doña Irma regresó a su casa de Infonavit, cuenta que hubo personas que lograron sobrevivir, literalmente, atados a los árboles o los techos, como fue el caso de una de sus tías y su familia cuando el agua inundó la casa habitación —”Liza fue mucho más agua que viento”, señala—, y a como pudieron se amarraron con gruesos mecates del techo, subiendo de uno en uno por el lavadero. En el caso de esa vivienda de esos parientes, a sólo un par de cuadras de la Colima, por la Jalisco, el agua habría cubierto al menos un metro.

En la casa de Irma se perdió o echó a perder todo lo que estuvo impregnado por el espesor del agua, pese a todo, y habiendo sobrevivido ella y sus familiares más cercanos, cree que no fue nada comparado con lo que siguió. ¿Qué hubiera pasado si se hubieran quedado en la casa de la Colima? Le pregunté. Dijo que nunca se sabría, el nivel del agua no era para haberse ahogado, pero tal vez, en medio de la desesperación hubieran salido en su carro para resguardarse, y —¿quién podría saberlo?— morir como el caso de un taxista y su familia que salieron en su vehículo y fallecieron todos ahogados, atorados por una corriente de agua.

Alrededor de un mes, doña Irma y familia estuvieron sin luz ni agua potable. Prácticamente invisibles del resto de la República Mexicana, estuvieron incomunicados. Se dice que el Gobierno del Estado recibió ayuda humanitaria de Estados Unidos, pero en palabras de la sobreviviente, aunque se murmuró que hubo barcos con grandes cargas con todo tipo de ayudas, ni ella ni sus conocidos vieron absolutamente nada. Doña Irma también recuerda que años después, se supo de osamentas encontradas en el fondo de algunos asentamientos, como en el frente de su casa: huesos humanos. Quién sabe quiénes serían y si alguien los habría reclamado alguna vez.

El 30 de septiembre de este año se cumplieron 40 años del ciclón Liza, la tragedia más grande de Baja California Sur. No hay una cifra oficial de muertos; los números van del medio millar hasta quienes creen que fueron alrededor de 10 mil personas. Tampoco hubo muchos eventos en la capital del estado que recordaran esta fecha.

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Las fotografías aquí publicadas corresponden a los archivos personales de doña Irma del Carmen de la Peña León. Su esposo, don Alberto —ya fallecido—, las tomó sólo unos días después del ciclón, en octubre de 1976. Habían permanecido en sus álbumes fotográficos por décadas, hasta ahora. En las imágenes se alcanza a apreciar el “Cerro Atravesado”, entre la zona de El Cajoncito y la colonia Agua Escondida, sitio donde hubo viviendas que fueron totalmente arrasadas por el viento y el agua que trajo Liza.

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Modesto Peralta Delgado

Modesto Peralta Delgado

Escritor y periodista. Nació en Ciudad Constitución, BCS, el 26 de febrero de 1978. Licenciado en Cs. de la Comunicación, por la UABC, en Mexicali, BC, en 2002. Autor de “Prólogos a la muerte”, Premio Estatal de Cuento “Ciudad de La Paz” en 2013, y de “Caperucita Roja, muy roja”, Estatal de Dramaturgia en 2015 —en edición—. Fue reportero web y editor de medios digitales. Es director y fundador de CULCO BCS.

 

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